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El retorno de los comuneros

El pueblo de Mogotes, que se enfrentó al ELN, revocó el mandato del alcalde por corrupto y tomó las riendas de su destino, ganó el Premio Nacional de Paz de 1999.

20 de junio de 2004

El 11 de diciembre de 1997 pudo haber sido una página más, teñida de sangre, en la historia de nuestra ascendente guerra fratricida: una facción del ELN se tomó la población de Mogotes, en el departamento de Santander. En el fuego cruzado murieron tres agentes de policía y dos funcionarios del municipio, y el alcalde fue secuestrado por los alzados en armas. Pero ese hecho violento, registrado por los medios como cualquier otra incursión guerrillera, fue el detonante de un ejemplar proceso de construcción democrática que llevó a la población de Mogotes a recibir la semana pasada el Premio Nacional de Paz.

Al momento de la incursión guerrillera en el municipio de Mogotes, una población de 11.500 habitantes incrustada en la cordillera Oriental, se vivía un tenso ambiente de polarización política y rondaba el fantasma de la corrupción administrativa. El motivo de la retención del alcalde de la época, Giovanni Rodríguez, por parte del ELN fue, según la organización guerrillera, el de hacerle un 'juicio político' por supuestos malos manejos de los recursos públicos.

Pero en lugar de resignarse y dejar en manos de los violentos la solución de sus conflictos, los mogotanos se organizaron, marcharon y crearon un movimiento de desobediencia civil. Los pobladores exigieron la liberación del alcalde acusado de prácticas corruptas. Ante la enorme presión popular, el ELN decidió ceder y entregó el funcionario a los habitantes de Mogotes.

Luego de recuperar a su alcalde los mogotanos, por decisión colectiva, llevaron a cabo una investigación sobre sus actividades al frente de la administración y lo encontraron culpable de prácticas de corrupción. Acto seguido, iniciaron un proceso de revocatoria del mandato contemplado en la Constitución al son de la copla: "El pueblo lo dice, y tiene la razón".

Luego, con la participación de la Iglesia y de líderes comunitarios, los mogotanos se organizaron y se declararon "en Asamblea Constituyente" para darles legitimidad a sus decisiones políticas. Convocaron a elecciones, en las que fue elegido un nuevo alcalde; diseñaron en consenso un plan de desarrollo que se ajustara a las necesidades de la comunidad e iniciaron un proceso de veeduría ciudadana de la gestión pública a través de la Asamblea Constituyente.

Desde entonces, el municipio ha venido funcionando como un cabildo abierto en el que participan el alcalde, los concejales y la comunidad. Las sesiones de la Asamblea, por su parte, son transmitidas a través de una emisora comunitaria, un interesante laboratorio que se ha constituido en pedagogía ciudadana y cultura política para toda la población.

Desde aquel fatídico 11 de diciembre, el municipio de Mogotes le ha demostrado al país que, pese a la espiral de la violencia, los mecanismos de participación ciudadana que contempla la Constitución permiten hacer una revolución pacífica y democrática. Y que es posible doblegar a los violentos por las vías institucionales. Esta interesante experiencia comunitaria de paz es la evidencia de que las movilizaciones populares tienen efectos concretos cuando están bien organizadas y que por esa vía es factible una reconciliación. Al respecto, el presidente Andrés Pastrana, en la misiva que envió a la entrega del Premio Nacional de Paz que le fue entregado a la comunidad de Mogotes, dijo que "la negociación es también ponernos de acuerdo en nuestros propios municipios, con nuestros vecinos, en el interior de nuestras familias, con los compañeros de trabajo. Tenemos que entender, de una vez por todas, que ser diferentes no nos enfrenta sino que nos enseña". Según los líderes mogotanos, que quieren que su experimento se replique en todos los municipios del país, una de las claves del éxito fue la toma de conciencia de los deberes y derechos ciudadanos.

En esa región de Santander el civismo, la generación de consensos y la activa participación ciudadana los ha mantenido hasta ahora por fuera de la órbita de los actores en conflicto. Por eso, Luis Carlos Restrepo, conocedor y analista de este proyecto, afirma: "Si tuviéramos 1.000 Mogotes estaríamos caminando de manera sistemática hacia la paz".

Dentro de los otros postulados al Premio Nacional de Paz, promovido por la Fundación Friedrich Ebert de Colombia (Fescol), El Colombiano, El Tiempo, El Espectador y la revista SEMANA, estaban las comunidades indígenas de Toribío, Ambaló y Caldono (Cauca), y las comunidades de paz de Urabá. Hubo también postulaciones póstumas para Jaime Garzón, Jesús Antonio Bejarano y Jorge Evelio Cardona, zapatero asesinado en Chinchiná. Los dos primeros recibieron menciones especiales del jurado.

Por lo pronto, el cambio democrático y pacífico que se dio en el municipio de Mogotes busca emular la revolución comunera que se inició en las mismas montañas agrestes en octubre de 1780 y que le dio inicio al proceso de independencia. La cultura de paz que se ha implantado en esa región del país tiene como punta de lanza un provocador estribillo para que los demás colombianos despierten del letargo de la indiferencia: "Mogotes le está diciendo a todita la Nación, no es con bala, ni con guerra, sino con participación".