Home

On Line

Artículo

Bob Geldof durante su concierto en Cartagena, en la noche del jueves. FOTO: JUAN CARLOS SIERRA / ENVIADO ESPECIAL DE SEMANA.COM

CRÓNICA

En el Hay Festival de Cartagena van dos días de hedonismo libertario

Juan David Correa Ulloa, de Arcadia, pinta un retrato del encuentro literario que se realiza en La ‘Heroica’.

26 de enero de 2007

Valdano se definió como la mujer barbuda del fútbol. Hitchens mató varias veces a Dios. Millás fue certero con el periodismo. Seierstad volvió por una hora a Afganistán. Puértolas se preguntó qué diablos hace la gente corriente a las 4 de la tarde. Kapuscinski fue recordado por casi todos y su presencia se sintió acompañada de silencio, por su muerte el pasado 23 de enero.
 
Las calles de Cartagena se llenaron desde este jueves de cientos de personas que vinieron desde destinos tan disímiles como el País Vasco o Armenia. Como ya es costumbre, los organizadores de la segunda versión del Hay Festival abrieron el evento con una sobria presentación de los primeros tres invitados.
 
Daniel Samper salió al escenario e inauguró la conversación sobre fútbol y literatura con una zarzuela dedicada “al deporte más bonito del mundo”. Inteligente y hábil con la palabra, Samper condujo por sendas poco transitadas la charla en la que lo acompañaban el campeón de la selección argentina Jorge Valdano y el editor cultural del diario El País, Santiago Segurola.
 
Los tres hablaron como lo harían tres amigos sentados en una tienda a la salida de un partido. Los tres criticaron con igual mordacidad el desprecio que los intelectuales han sentido históricamente por el fútbol. Sugirieron que casi ningún escritor ha sabido ocuparse con destreza del juego en sí mismo y que el universo del fútbol sólo ha sido abordado desde sus contornos. Claro, los tres hicieron el elogio de Fontanarrosa, Soriano y pocos más.
 
A la una y cuarto de la tarde el partido se calentó y en la ciudad se comenzó a sentir un verdadero aire de festival. Bob Geldof, de traje blanco y vasca, como un marinero irlandés perdido entre un plato de pargo, almorzaba en el Fogón costeño, un restaurante cercano al Teatro Heredia.
 
Christopher Hitchens estaba sentado en la recepción de su hotel con cara de estar esperando algo, ¿a Dios, quizá? Escritores y músicos y estudiantes y periodistas y gente y más gente llenaron los restaurantes y las plazas. Y a las 3 de la tarde, las calles se quedaron solas.
 
A esa hora habló Asne Seierstad con Ana Menéndez en el Claustro de Santo Domingo y, paralelamente, los libretistas de televisión Fernando Gaitán y Mauricio Navas junto al escritor Sergio Álvarez se metieron en el melodrama de adaptar obras literarias para la televisión. Después periodismo y literatura, con Jean Francois Fogel, Jaime Abello, Juan José Millás y Elvira Lindo, y al lado, Soledad Puértolas con Luz Mary Giraldo.
 
A las 7 de la noche la Plaza de Santo Domingo era un hervidero. La entrada al Claustro estaba precedida por una larga fila. Todos querían escuchar al contradictor Christopher Hitchens. El patio del Claustro como un teatro lleno para una función de vespertina aplaudió al periodista británico que llegó fumando, caminando lentamente, vestido de traje caqui, y acompañado de la periodista también británica Rosie Boycott.
 
Y allí, durante una hora, murió Dios. Hitchens vapuleó por todas partes al cristianismo. La entrevista parecía un programa de lanzamiento del nuevo libro de Hitchens para la BBC. Dios por acá y Dios por allá. Y como si éste lo hubiera escuchado, un helicóptero surcó durante toda su charla el cielo cartagenero.
 
La gente parecía no cansarse. El lema del hedonismo libertario del festival caló hondo. A las 8 los bares no daban abasto y a las 9 en la Plaza de la Aduana, Bob Geldof, camisa de puntos blancos sobre fondo negro, autorizó la fiesta. Una hora y media duró el concierto al que fueron unas 5.000 personas.
 
Los vendedores de cerveza hicieron su negocio y Geldof se mostró algo sorprendido porque en Colombia I don´t like mondays, su éxito mundial en los 80, fuera poco conocido. Violín, guitarra eléctrica y aplausos y gritos y coros, pocos, pero coros en todo caso. De las 11 en adelante, los que hicieron su negocio fueron los bares.
 
Ese fue el primer día de un festival que continuó el viernes con una espléndida conversación entre el español Eduardo Lago, el dominicano Junot Díaz y la cubana Ana Menéndez, a las 10 de la mañana. Volpi y Gamboa recordaron a Roberto Bolaño, y a las 12, una vez más, el teatro Heredia se llenó para ver, esta vez conversando a Bob Geldof con Peter Florence. Una hora en la que África y su crisis fueron el tema central. En la que Geldof recordó que era un continente olvidado por los poderosos y el mundo entero.
 
En el cierre, el músico colombiano César López salió al escenario y le entregó la escopetarra al irlandés. El gesto conmovió y quedó para el silencio. Geldof, armado con un Ak47 convertido en guitarra, abrazó a López y dijo que llevaría el símbolo por el mundo entero. La gente aplaudió y aplaudió y no paró de aplaudir y de hablar de una conversación que quizá fue el gran plato de un festival que continuará hasta el domingo.