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Entre Oriente y Occidente

28 de abril de 2006

Mónica Gracia descubrió la danza oriental (danza árabe) hace diez años. Desde entonces se ha dedicado a estudiarla, aprenderla y bailarla. Actualmente es la directora y coreógrafa del grupo Zaar Raqs Sharqi, una de las compañías que tomará parte en el espectáculo programado para este sábado.

Allí presentará la coreografía Zahrafat Aid Sa Id, una propuesta que le permite cumplir en parte la meta que se planteó cuando creó el grupo. “Nuestro objetivo es difundir las diversas formas de danza oriental. Por eso seleccionamos un tipo de danza que no es muy conocido acá y que se relaciona directamente con la raíz de la fuerza de la mujer en el desierto. Habrá músicos en vivo que interpretarán piezas tradicionales de los músicos de Luxor del alto Egipto (algo equivalente a los gaiteros de San Jacinto para la cultura sonora colombiana)”, comenta Mónica.

Cuando se le pregunta por lo que significa ser una bailarina oriental, dice que “además de ser un regalo de la vida o de Dios, como le queramos llamar, es una gran responsabilidad.
Porque al ser una danza nueva para el público colombiano y al asumir el reto de ser profesora, tengo el compromiso de aprenderla de la manera más fiel y respetando una tradición milenaria”.

Además de ello, Mónica encuentra un significado muy particular que tiene que ver con su ser interior. “Es muy bello el encuentro con la danza oriental porque es una forma de comunicación con Dios. En general, siempre los seres humanos bailaron para llamar la atención de los dioses y luego sí realizar sus peticiones y oraciones, como puede apreciarse en las culturas indígenas. Pero en la danza árabe ese aspecto es muy marcado porque muchos expertos afirman que era la manera de orar de las mujeres. Para mí, particularmente, ha sido un reencuentro con mi ser”.

Ese reencuentro empezó a gestarse hace diez años cuando, como ella lo expresa, este género dancístico llegó a su casa. “Yo no llegué a la danza oriental, ella llegó a mí a través de Sandra Seguí, una profesora extranjera. Fui una bailarina tardía de ballet y para entonces ya había dejado de estudiar. Al conocerla, empecé de nuevo a aprender, estudié con ella un año y luego seguí haciéndolo e investigando. Me dediqué por completo al tema y, desde entonces, he notado los diversos cambios que se han producido en mi vida y en la de aquellas que asisten a mis cursos, ya que hay un mayor grado de aceptación de uno mismo, se sueltan todas las tensiones y se establece una relación más profunda con nuestro interior”.

Respecto a cómo es ser una bailarina oriental en occidente, Mónica afirma que inicialmente no fue nada fácil. “Hubo mucha desinformación como resultado de los estereotipos presentados en las producciones de Hollywood. En el cine siempre se presentaba a las bailarinas orientales como mujeres que seducían a los hombres en bares o cafés, si no como simples accesorios escenográficos. Eso hizo que al principio fuera muy difícil, porque se tenía la imagen de que se trataba de un arte menor. Además muchos afirman que el Corán prohíbe su práctica, lo cual no es cierto. Esa es una extrapolación, una abstracción que se ha hecho de él, pues en el texto sagrado no existe ninguna prohibición expresa a ese respecto”.

Dadas esas dificultades, Mónica ratifica que la mayor exigencia que plantea dedicarse a la danza oriental en este lado del mundo es la responsabilidad de ofrecer un mensaje claro y fiel. “Nuestra danza es pura en el sentido de que significa el contacto de una mujer con su ser divino a través del movimiento de su cuerpo. Después de bailarla por diez años sigue siendo, para mí, una experiencia mágica y fantástica, como si se tratara de una historia de Sherezada, una historia capaz de despertar de la belleza de cada mujer”.

Y agrega, “Después de mi encuentro tardío con el ballet clásico, la danza árabe fue la posibilidad de encontrar un nuevo lenguaje, de descubrir la organicidad de mi cuerpo y de crear un nuevo ser. Ella me permite expresar emociones más profundas, pues en contraste con otro tipo de danzas, en este caso la emoción se construye y emerge desde dentro, y no desde el exterior”.