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Cada jueves, los adoptantes de los secuestrados para pedir su libertad. | Foto: Cortesía Adopta un Secuestrado

MOVILIZACIÓN SOCIAL

Estudiantes deciden adoptar a secuestrados

Adopte un Secuestrado es le nombre de la campaña de los estudiantes de Comunicación Social de la Univesidad de la Sabana. Buscan que los ciudadanos conozcan y divulguen la historia de al menos un cautivo, acompañe a sus familiares, le envíe mensajes de apoyo por radio y participe en las manifestaciones.

Juan Esteban Mejía
11 de junio de 2008

Solas se han sentido las madres de los policías y militares secuestrados por las Farc durante los tantos años que llevan sus hijos en cautiverio.

Similar sensación acompañaba a las Madres de Plaza de Mayo, cuyos hijos desaparecieron durante la dictadura militar en Argentina entre 1976 y 1983. Ellas empezaron a reunirse periódicamente en la Plaza de Mayo en el centro de Buenos Aires, para hacer visibles los rostros y las historias de sus hijos e intentar que no quedaran en el anonimato. Algo similar hicieron años después, las Madres de la Candelaria en Medellín, todas con hijos desaparecidos.

Las madres de los policías y soldados cautivos por las Farc también llevan reuniéndose desde el 24 de junio de 2003,  todos los martes a las 10 y media de la mañana,  con pancartas y camisetas que tienen las fotos de sus hijos estampadas y, sin nadie que las secunde, piden su libertad. Estas manifestación las llaman ‘plantón libertario’.

Un martes cualquiera de comienzos de este año, llegó un muchacho a preguntar por Magdalena Rivas, la madre del subteniente de la Policía Elkin Hernández. Al verla, le estiró la mano. “Mucho gusto. Soy David Moreno. Acabo de adoptar a su hijo Elkin”, le dijo.

Ella, extrañada, preguntó de qué se trataba lo que acababa de decir. No entendía cómo era posible que un joven universitario viniera a decir que dizque era el padre adoptivo de su cautivo hijo. Entonces David le explicó que él hacía parte del programa Adopte un Secuestrado, creado por la Facultad de Comunicación Social de la Universidad de La Sabana y que, desde ese momento, él iba a acompañarla y se iba a encargar de contarle a todo el que pudiera quién es Elkin.

Las funciones de David, como las de cualquier adoptante, son conocer muy bien la historia del secuestrado que está a su cargo y hacer un perfil sobre él. Luego, hay que enviarle mensajes por radio, rechazar públicamente el secuestro, exigir la libertad de los cautivos y participar en las protestas, portando siempre una camiseta con la foto y el nombre del secuestrado escogido.

Así es como los estudiantes y directivos de la Facultad decidieron acompañar a las familias de quienes están privados de la libertad. Además, con constantes manifestaciones, quieren mantener vivo el tema del secuestro, porque a veces la misma dinámica del país hace que los medios de comunicación lo dejen de lado.

Inicialmente, la propuesta era adoptar a los 40 secuestrados por las Farc que se consideran canjeables. Pero con el tiempo busca extenderse a cualquier secuestrado. (En www.adoptaunsecuestrado.org está la información completa sobre cómo adoptar a un secuestrado y qué compromisos implica).

Para cumplir con el primera responsabilidad como adoptante, David fue a la casa de Magdalena y mientras tomaban café, ella le contó que Elkin se fue para la policía contra la voluntad de la familia, pero que al fin lo dejó  hacer lo que quería. A los pocos meses de haberse graduado como subteniente, lo enviaron a Florencia, Caquetá, y allá lo secuestraron. Eso fue el 14 de octubre de 1998, hace casi diez años.

Durante aquella primera visita, David y Magdalena vieron las últimas pruebas de supervivencia, que llegaron a comienzos de este año, y comentaron que ya no está tan acabado como lo vieron durante sus primeros meses de cautiverio.

David nunca había estado tan cerca del secuestro. La historia de Elkin y el drama de su madre, lo impulsaron a proponerse que nadie olvide a este policía, que tanto tiempo lleva en la selva. Para que él sepa que David lo adoptó y que está acompañando a su familia, le ha enviado mensajes por los programas radiales Voces del Secuestro, de Caracol, y por La Carrilera, de RCN, donde les dieron espacios a los adoptantes los fines de semana.

“A Elkin le he contado cosas de su familia, que la mamá está bien, que me pongo una camiseta con su foto para hacerlo visible, que hice un video con su historia y que esperamos que vuelva pronto. Siempre le hablo de cosas cotidianas, como los precios de algunos productos o lo que ha cambiado en la ciudad, para que no se sienta perdido cuando regrese”, cuenta David. Si Elkin lo ha escuchado, ya debe saber que un universitario es su padre putativo y que su familia lo acogió muy bien desde cuando lo conocieron.

Catalina Jiménez y Juan Sebastián Duque, dos estudiantes de la misma facultad también decidieron adoptar a un secuestrado. Al azar, como es la regla, les asignaron al intendente de la Policía Wilson Rojas Medina, secuestrado el 12 de julio de 1999.

Para hacer el primer acercamiento a su vida, buscaron en internet. Encontraron muy poco. Entonces fueron a Voces del Secuestro y preguntaron por él, pero no lo conocían muy bien porque a Wilson no le mandan mensajes por medio del programa.

Ese anonimato de Wilson los impulsó a hacerlo visible y a conocer por qué estaba sometido al silencio de su familia durante su cautiverio. Buscaron y buscaron hasta que en la Policía les dieron el teléfono de sus padres. Se trataba de una humilde familia que vive en Vereda Saldaña, en Tolima, donde, además, viven las familias de otros tres secuestrados.

Gran sorpresa se llevaron Carolina y Juan Sebastián la primera vez que llamaron a la familia Rojas. El papá se puso bravo. Cuando le explicaron de qué se trataba lo que estaban haciendo, les dijo que esas vainas no le importaban. Y cuando le ofrecieron enviarle mensajes a Wilson por medio de la radio, él respondió que no necesitaba que hicieran eso, que su hijo sabía que él lo quería.

Ante la fuerte reacción del señor, Catalina colgó confundida. Ella y Juan Sebastián querían acompañarlos, hacer pública la historia de su hijo y enviarle mensajes para que no se sintiera solo, pero el papá no quería. Sin embargo, fueron a Voces del Secuestro y le hablaron. “Wilson, tú no me conoces. Mi nombre es Catalina y quiero decirte que luches y aguantes porque pronto vas a salir libre”, fueron las escasas palabras que pudo decirle la adoptante en medio del desconcierto.

A los pocos días, insistieron de nuevo para hablar con la familia. Esta vez, Carolina pidió que le pasaran a Griselda Medina, la mamá. Ella sí aceptó hablar con los adoptantes y muy amablemente les contó la historia de su hijo. Antes de colgar, Griselda les pidió que si volvían a Voces del Secuestro, dieran su teléfono para que por favor la llamaran y así poderle enviar un mensaje a su hijo. Finalmente, los muchachos lograron hacer un  perfil.

Ya, con el aval de la mamá, se animaron para cumplir sus funciones de padres putativos. A los pocos días, se pararon frente a una estación de TransMilenio a repartir volantes con la foto de Wilson. El desencanto, según cuentan, volvió porque pocos les recibieron la imagen con los datos del policía cautivo.

Pero a la semana siguiente, se animaron cuando la facultad programó un encuentro el jueves 29 de mayo en un semáforo al norte de Bogotá. Llegaron al menos 20 estudiantes con las camisetas de sus secuestrados adoptados y con volantes. A todo el que pasaba, le entregaban la historia de cómo y cuándo fue privado de su libertad y, esta vez, la gente fue muy receptiva.

Ese día, los pasajeros de uno de los buses que pasaba por el norte de Bogotá vieron que se subió un joven que vestía una camiseta con una foto estampada. Se paró en la mitad del pasillo y empezó a hablar de un tal Javier Rodríguez.

El muchacho que se acababa de subir al vehículo era Wílber Jiménez. Y la persona de la que hablaba era un intendente de la policía secuestrado también el 14 de octubre de 2008.
Ésa fue la estrategia que escogió Wílber para contar la historia y mostrar la cara de su adoptado. Es que para él, se volvió casi una obsesión cumplir con sus deberes de adoptante. Cuando habla de Javier se nota un afecto aparentemente inexplicable, porque hasta ahora se está acercando a su historia. Pero, según explica, tiene fuertes razones para sentir algo muy especial por él.

Cuenta que se sintió identificado porque ambos son los hijos mayores en sus casas. Fuera de eso, le llamó la atención que lo secuestraron muy joven, cuando apenas tenía 22 años, y Wílber tiene 24, o sea que cuando Javier tenía su edad ya llevaba dos años de secuestrado. Eso lo impresionó. Y, finalmente, notó mucha fortaleza y mucho amor por su familia en las pruebas de supervivencia. En ellas era él quien consolaba a su mamá y le daba ánimo a ella y ese amor por la familia lo comparte también Wílber por la suya.

A los pocos días de haberlo adoptado, logró ponerse en contacto con Nubia Porras, una prima de Javier que vive en Bogotá. Ella, según Wílber, ha tenido mucho que ver en que Javier siga vivo porque lo acompaña constantemente. Casi todas las semanas, le envía mensajes por radio.

A Nubia le parece fantástico el programa de Adopta un Secuestrado. “Los muchachos son gente que no es familiar de los secuestrados y están haciendo un aporte para darlos a conocer, para que no se olviden sus nombres”.

Por eso, va a viajar con Wílber a Acacías (Meta), donde viven la familia y algunos amigos de Javier. La idea del estudiante es volver con suficiente material audiovisual para hacer un perfil en video y para hacer tres programas radiales y transmitirlos para que Javier los escuche desde la selva.

Similares historias han vivido desde el 4 de febrero, cuando se inició el programa, los familiares de 47 secuestrados por las Farc y el Eln y 47 estudiantes y personal administrativo de La Sabana.

Pero los adoptantes no terminan ahí. De varios países y de varias regiones colombianas han aparecido 1.640 personas que quieren adoptar a un secuestrado. Y esa es la idea: que muchas personas de todo el mundo conozcan a profundidad la historia de los cautivos y acompañen a sus familias, que a veces se sienten solas.