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Gobierno de Ernesto Samper

4 de enero de 2004

Durante la mayor parte de su gobierno, Ernesto Samper tuvo duros enfrentamientos con los militares. El primero de ellos fue la filtración de un documento secreto sobre la posibilidad del despeje del municipio de Uribe para dialogar con las FARC.

"El explosivo documento de Bedoya se mantuvo en total secreto hasta que la revista Semana lo publicó en la edición que empezaba a circular el domingo 2 de julio y que tituló "Ruido de sables". A las 11 de la mañana de ese día, Juan Fernando Cristo, consejero de comunicaciones del Palacio de Nariño, llamó a Cartagena al presidente Ernesto Samper -quien había viajado a la Casa de Huéspedes Ilustres para descansar en el puente festivo y de paso presidir una ceremonia en la Base Naval al lado del general Zúñiga, quien ya había regresado de vacaciones- y le informó que la revista revelaba la existencia del memorando del general Bedoya sobre la desmilitarización de Uribe y que por la presentación que el semanario hacía del documento seguramente se iba a armar una gran polvareda.

--Eso fue Bedoya. Llame a los medios de comunicación y dígales que voy a hablar en la ceremonia de la Armada. Voy a parar esta vaina y a sacar a ese general--, instruyó el jefe del Estado a Cristo, notoriamente enfadado.

Mientras Cristo se comunicaba con la Casa de Nariño para que desde allí se convocara a los corresponsales de los principales medios de comunicación, Samper pidió que localizaran al ministro Botero en la casa de su padre, el pintor Fernando Botero, en Pietra Santa, Italia, a donde acababa de llegar con su familia para pasar unos días de descanso.

Los encargados de hacer la llamada no encontraron al ministro, quien acababa de salir de compras y le dejaron un mensaje urgente con el artista, quien contestó el teléfono.

Una hora más tarde, Botero se comunicó con el Presidente en Cartagena y lo notó de muy mal humor.

--Fernando, Bedoya filtró el documento y voy a sacarlo ya--.

--Presidente, espérate un momento, tomo un avión de regreso de inmediato y averiguo, y si la decisión al final es sacarlo, pues lo sacamos--, replicó el ministro de Defensa y Samper aceptó.

Mientras esto ocurría en Cartagena al promediar el domingo, el comandante del Ejército almorzaba en la casa de su madre cuando recibió una llamada del general Zúñiga.

--Harold, me acabo de enterar de que salió publicado un artículo con un memorando suyo sobre el despeje. ¿Usted qué sabe?--, le dijo el comandante de las Fuerzas Militares a Bedoya, quien a esa hora no sabía que el Presidente ya tenía en sus manos el artículo de Semana.

--Mi general, ese es el documento que usted conoce sobre la posible entrega del territorio de Uribe a las Farc. No sabía que iba a salir publicado pero en todo caso usted sabe que yo asumo la responsabilidad por lo que dice ese documento--, respondió Bedoya.

Al tiempo que Zúñiga enviaba un avión de la Fuerza Aérea a Caracas, Venezuela, para trasladar a Botero lo más rápidamente posible a Bogotá después de su retorno de Europa ese lunes festivo, Samper utilizó la ceremonia de ascenso de alféreces en la Base Naval de Cartagena para enfrentar el escándalo. El jefe del Estado modificó el discurso que sus asesores habían escrito con anterioridad y agregó un párrafo en el que no hizo mención al memorando del comandante del Ejército, pero pronunció una de las frases más célebres de su mandato: "aquí mando yo".

Mientras el escándalo subía de temperatura y se hacían apuestas por la salida de Bedoya, el ministro de Defensa se reunió con el presidente Samper pocos minutos después de que el avión de la Fuerza Aérea aterrizó en el aeropuerto Eldorado. Aun cuando Botero reconoció que había sido un error filtrar el documento, le otorgó al oficial el beneficio de la duda y le dijo a Samper que sacar al comandante del Ejército sin una prueba contundente de su responsabilidad en la publicación del memorando significaba entregarle una cabeza muy valiosa a la guerrilla, en un momento en el que los editoriales de los más influyentes diarios del país le daban la razón a Bedoya.

Preocupado porque el Presidente insistía en culpar al militar por ponerle un palo a la rueda de la paz, Botero llamó al oficial y le pidió que se encontraran en la Casa Militar de Palacio antes del mediodía.

--¿Qué fue lo que pasó?, general Bedoya--.

--Primero que todo, ministro, yo no sé qué hace usted aquí. Usted debería estar con su papá. Estamos hablando de una realidad. Entregarle unos territorios a unos terroristas no se puede hacer...--.

--General, apaguemos este incendio porque le van a volar la cabeza. Vamos a sacar una declaración en la que se va a respaldar la política de paz del Gobierno y olvidemos este asunto.

Botero y Bedoya estuvieron de acuerdo y decidieron convocar de urgencia en Bogotá a los comandantes de las cuatro divisiones del Ejército y a los oficiales de alta graduación de la Fuerza Aérea y la Armada que se encontraran en la ciudad para que asistieran a una cumbre con el Presidente a las 4 de la tarde. Hacia el mediodía el general Torrado recibió el encargo de citar a todos los generales y almirantes, cerca de 20, quienes de inmediato se dirigieron al palacio presidencial.

Los oficiales fueron conducidos al amplio salón del consejo de ministros. En un rincón del recinto se saludaron los generales Marino Gutiérrez, comandante de la IV división del Ejército en Villavicencio -quien estaba de vacaciones y ese día se encontraba en Bogotá-; Norberto Adrada Córdoba, de la I, en Santa Marta y Mario Hugo Galán, de la III, en Cali.

--Para qué creen que es esta reunión, porque yo creo que en un acto de verraquera el Presidente va a sacar a mi general Bedoya--, dijo Gutiérrez, inquieto. Adrada y Galán asintieron con la cabeza, con el ceño fruncido.

--Quiero decirles que si Samper saca a Bedoya del Ejército yo digo en voz alta que en el mismo decreto me saquen a mí--, agregó el comandante de la IV División en tono seguro.

--Si usted lo hace, yo también pido la baja, Marino--, replicó Adrada. El general Galán permaneció en silencio y en ese momento anunciaron el ingreso del presidente Samper.

La cumbre de los militares con el jefe del Estado, que duró cerca de 50 minutos, resultó menos emocionante de lo que pensaban los generales. Samper los sorprendió cuando dijo que creía en ellos, que en su concepto la filtración de un documento confidencial no constituía un acto de insubordinación militar y los exhortó a seguir luchando con denuedo contra los diferentes actores que causaban la violencia en el país.

--Usted qué opina, general Bedoya--, le preguntó Samper al comandante del Ejército con cierta sorna.

--Señor Presidente, que las instituciones están por encima de todos nosotros--, respondió el oficial lacónicamente.

Samper cerró el encuentro con unas breves palabras de despedida y una ligera sonrisa. Entonces los generales entendieron que el comandante del Ejército seguía en su puesto. La reunión terminó cerca de las 5 de la tarde y antes de salir del salón el ministro Botero les dijo a los generales que lo acompañaran a uno de los patios interiores del Palacio de Nariño donde iba a leer una declaración pública con la que Gobierno daba por cancelado el incidente.

El fantasma de un posible golpe de Estado no tardó en aparecer a finales de 1995.

"A medida que crecía el escándalo y se conocían más y más detalles acerca de la manera como el cartel de Cali introdujo varios millones de dólares a la campaña presidencial, desde diversos sectores surgieron voces que alertaron aun más la posibilidad de que en verdad estuviera en marcha un alzamiento militar contra Samper. El asunto se ventiló en varios medios de comunicación y el martes 10 de octubre el editorial del diario El Tiempo se refirió al peligro que entrañaba que alguien estuviera buscando apartarse de los canales constitucionales para presionar la renuncia del Presidente.

A lo largo de esa semana tanto los militares como el alto Gobierno descalificaron la validez de una intentona golpista. "La frase golpe de Estado no existe en el léxico de los militares colombianos", dijo el general Zúñiga; "Golpe de Estado, propiciado por el estamento militar, no creo que vaya a haber", dijo el general ® Gabriel Puyana; "Los golpes no se anuncian sino se dan", sostuvo el ex ministro de Defensa, general ® Rafael Samudio Molina; "Se trata de alucinaciones de personas que tal vez tienen síndrome de viudez de poder", sentenció el presidente Samper.

Quienes hablaban del posible golpe de Estado señalaban al general Bedoya como el más interesado en la salida del jefe del Estado. A lo largo de esos cuatro meses que transcurrieron después del escándalo que produjo su documento sobre el despeje de Uribe, el oficial había endurecido sus opiniones respecto al manejo del orden público y no ocultaba su interés en que se le considerara el principal detractor del Gobierno.

Sin embargo, Bedoya había acuñado una frase con la cual dejaba sin argumentos a quienes decían que él estaba detrás de un posible alzamiento.

--No es posible que vaya a ocurrir un golpe de Estado sin que el comandante del Ejército esté enterado. Y a ese respecto yo no se nada", les decía en su despacho a los oficiales más cercanos.

En la Policía no descartaban que algún sector del Ejército estuviera interesado en tumbar a Samper. Las dos instituciones se habían distanciado porque los militares consideraban que el general Rosso Josso Serrano se había excedido en protagonismo después de que sus hombres capturaron el 9 de junio a Gilberto Rodríguez, el 4 de julio a José Santacruz Londoño y el 6 de agosto a Miguel Rodríguez, tres de los máximos jefes del cartel de Cali.

--Si ellos dan un golpe, no dudaré en enfrentarlos con mis hombres y mis helicópteros porque no me cabe duda de que al primero que capturan es a mí--, les dijo Serrano en su despacho a varios oficiales que integraban el cuerpo especial que había desmantelado al cartel de Cali en escasos tres meses.

La crisis política desencadenó en noviembre de 1995 el asesinato del ex candidato presidencial Alvaro Gómez Hurtado.

El proceso 8.000 siguió su arrollador paso y cada editorial de Alvaro Gómez caía como una bomba en la Casa de Nariño. En la última semana de octubre el ministro de Defensa, Juan Carlos Esguerra, recibió una llamada del excandidato presidencial, quien lo invitó a cenar en su casa el jueves siguiente, 2 de noviembre.

--Juan Carlos, es importante que hablemos porque tengo un par de cosas para comentarle--, dijo el ex candidato presidencial, quien repitió las llamadas en los dos días siguientes.

Gómez Hurtado y el ministro de Defensa nunca se pudieron reunir porque en la mañana del jueves varios hombres armados atentaron contra el dirigente conservador cuando salía de la Universidad Sergio Arboleda, al norte de Bogotá, donde dictaba clase. El magnicidio sacudió al país y Samper ordenó tomar algunas precauciones porque temía que se produjera una especie de bogotazo, es decir, una reacción popular parecida a la que ocurrió tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948 y que prácticamente destruyó la ciudad. Pero nada ocurrió.

Con el fin de apagar el incendio y enviar un mensaje en el sentido de que la muerte de Alvaro Gómez no estaba relacionada con el golpe de Estado del que se había hablado durante las últimas semanas, ese mismo día la Casa de Nariño anunció que seguían en sus cargos los comandantes de las Fuerzas Militares, del Ejército, de la Fuerza Aérea, de la Armada, y el director de la Policía.

Aun cuando la cúpula no se movió, aun estaban pendientes algunos movimientos en los niveles medios y bajos de las Fuerzas Armadas. En forma silenciosa el Gobierno produjo un revolcón como no ocurría hacía mucho tiempo. En sucesivas decisiones a cuentagotas, entre el 11 y el 15 de noviembre 10 generales del Ejército, uno de la Fuerza Aérea y tres almirantes recibieron la notificación de que debían retirarse del servicio activo.

La lista de los descabezados fue elaborada por el ministro de Defensa con base en una propuesta que le pidió al general Zúñiga. Esguerra le dijo al oficial que el Gobierno estaba interesado en retirar a algunos oficiales involucrados en escándalos de corrupción y a otros que no eran eficientes en la lucha contra la guerrilla.

Sin embargo, en el revolcón fueron incluidos dos de los generales que acompañaron al comandante del Ejército en la presentación del documento sobre el despeje de Uribe en junio anterior. El Gobierno nunca reconoció que se trataba de una represalia, pero quedaron en el camino los generales Rodolfo Torrado, inspector del Ejército y Eduardo Camelo, comandante de las brigadas especializadas antiguerrilleras. Otro de los oficiales que participó en el episodio del memorando de Bedoya, el general Luis Bernardo Urbina, director de inteligencia militar, había sido llamado a calificar servicios semanas atrás.

Torrado no aceptó la decisión del Gobierno y solicitó una audiencia con los generales Zúñiga y Bedoya. Se reunieron durante 90 minutos y sostuvieron una agria discusión.

--Me da mucha pena lo que les voy a decir. Mi general Bedoya, usted es un desleal, me dejó solo y me cortaron la cabeza -dijo fuera de casillas-. Mi general Zúñiga, usted no puede negar que hay generales metidos con el narcotráfico, la inteligencia es una institución corrupta y por consiguiente no pido la baja... que me llamen a calificar servicios-.

Sorprendido, Zúñiga solo atinó a decirle a responder que tramitaría una entrevista con el presidente Samper.

--Señor Presidente, yo participé en el documento de ruido de sables y vengo a solicitarle que sea justo porque han cometido una arbitrariedad--.

--¿Y qué pide general?--, indagó el mandatario.

--Que me mantenga en la línea de mando, pero no en este Gobierno. Mándeme al exterior--.

--El general Zúñiga me dijo que usted se insubordinó. Pero bueno, con el ministro Esguerra vamos a hacer un seguimiento de su caso--, respondió el Presidente, pero unos pocos días después el general Torrado salió de la línea de mando castrense.

A comienzos de 1996 Samper estuvo en la cuerda floja después de que el ex ministro Fernando Botero declaró a la Fiscalía que el mandatario sí sabía del ingreso de dineros del cartel de Cali a la campaña presidencial que lo llevó a poder. En la noche del 22 de enero se produjo una enorme crisis política que también involucró a los militares.

El general Ricardo Cifuentes -quien a finales del año pasado había sido nombrado comandante de la II división del Ejército en Bucaramanga- se encontraba hospedado en el Club Militar. El oficial había llegado a la ciudad esa tarde porque al día siguiente, martes, estaba invitado a dictar una conferencia en la Escuela de Guerra. En la capital también se encontraban los demás comandantes de división, que habían sido convocados por Bedoya para definir las actividades a desarrollar en 1996.

Después de escuchar al ex ministro de Defensa, Cifuentes pensó que la situación se podría complicar y por eso llamó en Bucaramanga al jefe de Estado Mayor de la división y le ordenó el acuartelamiento de las tropas. En esas estaba cuando recibió una llamada del general Bedoya, comandante del Ejército.

--Ricardo, esto es muy grave. Alerte a todo el mundo y tenga la tropa lista porque aquí puede pasar cualquier cosa--, instruyó Bedoya a su subalterno. Cifuentes pensó que la confesión de Botero debería producir la renuncia de Samper y que el alto mando militar debía pedir la dimisión y promover el regreso del vicepresidente Humberto de la Calle para asumir la jefatura del Estado.

Esguerra, otros ministros y el abogado Antonio José Cancino llegaron a la sede del Gobierno poco antes de las 11 de la noche. La incertidumbre era total y no tardaron en recibir llamadas que alertaban sobre un alzamiento militar en progreso.

--Presidente, la única manera de evitar un problema mayor es hacer que los militares vengan a Palacio--, propuso Cancino y Samper y los demás asintieron. Con los generales Camilo Zúñiga, Iván Ramírez, Jesús María Vergara y Ramón Niebles y el almirante Holdan Delgado no habría problema, pero era clave hacer que los generales Bedoya y Serrano también fueran hasta allá.

Cancino dijo que se encargaría del comandante del Ejército porque eran buenos amigos desde hacía años debido a que fueron compañeros de armas en el grado de tenientes. El jefe de seguridad del Presidente, el coronel José Antonio Sánchez dijo que haría la llamada correspondiente para lograr que el director de la Policía se trasladara hasta el palacio presidencial.

--Harold, mire que el Presidente lo necesita y lo puede joder si no viene--, le dijo Cancino a Bedoya en su habitual estilo. El coronel Sánchez también se comunicó con Serrano.

A las 11 y 30 de la noche, cuando los generales se alistaban para salir hacia el centro de la ciudad, el presidente Samper hizo una corta alocución televisada en la que señaló que la acusación de Botero en su contra era infame y agregó que "la verdad esta noche, así nos duela, es que el doctor Botero está mintiendo para salvarse".

Recostado sobre su cama en el Club Militar, a las 11 y 30 de la noche el general Cifuentes vio por televisión cuando la cúpula de las Fuerzas Armadas llegó a Palacio. "Aquí fue. Es claro que no va a haber golpe, pero con la visita de los generales el Presidente se tiene que ir".

Estaba equivocado. Los generales y el ministro de Defensa salieron poco antes de la 1 de la madrugada del martes 23, pero en su reunión con el Presidente no hablaron del escándalo y se limitaron a hacer un balance de la situación de orden público. Cifuentes entró en cólera cuando Esguerra les dijo a los periodistas que la cúpula le había brindado todo el respaldo al mandatario.

En ese instante el general Cifuentes decidió pedir la baja del servicio activo. Pasó mala noche y a las 6 de la mañana se vistió presuroso para llegar al despacho de Bedoya antes de ir a la Escuela de Guerra para dictar la conferencia. Pero el comandante del Ejército no lo pudo atender.

--Ricardo, tengo que hablar contigo pero me llama el ministro. Espérame--.

--No, mi general, no puedo porque tengo conferencia en la cátedra Colombia de la Escuela de Guerra--, respondió el oficial.

--Entonces almorcemos en el Club--, replicó Bedoya y Cifuentes aceptó. Por el tono de su jefe, el comandante de la II división pensó que de pronto lo de la noche anterior había sido una treta.

Volvió a equivocarse porque Bedoya llegó al almuerzo acompañado por dos personas más y no hablaron del tema. Sorprendido, porque pensó que el comandante del Ejército lo evitó en forma deliberada, Cifuentes acompañó a su jefe hasta su oficina y le dijo que renunciaba a partir de ese momento.

--Usted no se puede ir. Usted es la persona en quien más confío. No me deje solo porque la situación es muy difícil--, argumentó el comandante del Ejército sin salir de la sorpresa.

--Mi general, tengo que estar en Bogotá hasta el viernes porque hoy empieza formalmente la reunión de comandantes. Espero un cambio en su actitud frente a esto porque no estoy de acuerdo con lo que sucede--.

--Aquí guardo su carta en mi escritorio. Nadie va a saber que esto ocurrió--, concluyó Bedoya.

La tarde del 23 de enero la Casa de Nariño empezó a buscar fórmulas que le permitieran al Presidente recuperar algo de su gobernabilidad. Al mismo tiempo, la noticia de que Cifuentes estaba dispuesto a renunciar se convirtió en la comidilla del día en los pasillos del Ministerio de Defensa.

En la noche los comandantes de división y los generales de la guarnición de Bogotá se reunieron en el quinto piso del Ministerio de Defensa y hablaron largamente sobre lo que ocurría. El encuentro de los oficiales no tardó en llegar a oídos del presidente Samper.

--Juan Carlos, me dicen que los generales están reunidos allá y que están hablando de un golpe de Estado--, le preguntó el mandatario al ministro Esguerra, quien a esa hora se encontraba en su oficina.

--Presidente, ellos sí están aquí, pero si está ocurriendo lo que usted dice primero tienen que matar al ministro--, replicó Esguerra, quien se comprometió a estar pendiente.

Samper se preocupó aun más después de que el general Zúñiga le dijo por teléfono que las cosas estaban muy complicadas y que prefería que se encontraran en el Club Militar, donde los esperaba el abogado Cancino, quien había manifestado su preocupación por el movimiento inusual de generales. El mandatario creyó que esa podría ser su última noche en la Presidencia y decidió moverse. A las 10 de la noche salió de la sede de Gobierno acompañado por su hermano Daniel -quien lo había acompañado en las buenas y en las malas y esa semana se encontraba en Bogotá-, hacia la sede social de los militares. Pero antes habló con su esposa Jackie Strauss y le dio algunas instrucciones para que ella y sus hijos se protegieran si él no regresaba.

Finalmente, hacia las 12 de la noche los generales salieron del Ministerio de Defensa y Esguerra lo hizo minutos después. Samper y su hermano regresaron a la Casa de Nariño a las 2 de la madrugada del miércoles 24 de enero.

El jueves 25 de enero quedó claro que las relaciones del Gobierno con los militares estaban lejos de formalizarse. Ese día entraba en la última etapa de reuniones la cumbre de generales convocada en Bogotá esa semana. A las 11 de la mañana, cuando se disponían a escuchar al comandante de las Fuerzas Militares en el salón de conferencias del cuarto piso del Ministerio de Defensa, a los altos oficiales les informaron que el general Zúñiga hablaría con ellos a la hora del almuerzo en el Club Militar. Inquietos por el cambio en la agenda, los generales averiguaron que Zúñiga se había ausentado porque le había llegado el rumor de que el departamento de Estado le había suspendido la visa.

Cuando arribaban al Club Militar en el sector de Puente Aranda, los militares observaron que había numerosos periodistas y estaba dispuesta la avanzada de seguridad del Presidente de la República. El general Cifuentes pensó que el Gobierno les iba a hacer una encerrona y se puso furioso, pero prefirió guardar silencio a ver qué pasaba.

En efecto, sin que estuviera previsto, Samper llegó al comedor principal y habló durante 15 minutos. Habló de un aumento del presupuesto para las Fuerzas Militares y dijo en tono de chiste que el ministro de Hacienda Guillermo Perry iba a ser más generoso con las partidas del sector defensa. Pero el descontento militar fue mayor cuando se supo que la Casa de Nariño les había dicho a los periodistas que los generales habían invitado al Presidente para ofrecerle todo su apoyo.

Horas más tarde, el general Cifuentes visitó a Bedoya y le dijo que estaba indignado por lo que había ocurrido y que por eso se iba enseguida. Al comandante del Ejército se le aguaron los ojos pero no tuvo argumentos para detener a su subalterno. Aun así, Bedoya habló con Esguerra y le pidió que tratara de persuadirlo.

El ministro y el general se reunieron en la mañana del viernes 26 de enero.

--Usted es un gran general, su retiro va a producir un gran desconcierto y recuerde que el Ejército lo necesita--.

--Mire, doctor Esguerra, usted ha sido educador, catedrático, y no se ha conformado con enseñar la ley sino que ha creado una imagen de honestidad y rectitud -replicó el oficial-. Yo me he dedicado a lo mismo en mi mundo y he de ser leal a ese patrón de comportamiento. Usted está demorado en asumir una actitud parecida a la mía--.

--General, usted tiene razón y no crea que no lo he pensado mucho. Pero le cuento que soy el único ministro del gabinete que se ha opuesto a la idea de la consulta popular--.

Cifuentes salió del despacho de Esguerra y se dirigió a la oficina del general Zúñiga, quien le había pedido esa mañana que hablaran.

--Ricardo, usted no puede renunciar, porqué no se va al exterior un tiempo, o a vacaciones, pero no podemos perderlo. Usted es el sucesor de Bedoya--, dijo el comandante de las Fuerzas Militares.

--No, mi general, la única forma de quedarme es que el Presidente renuncie, pero como eso no va a pasar yo me voy--, respondió el oficial y pocas horas después anunció su retiro con una frase célebre: "el Presidente no merece mi confianza".

De regreso ese fin de semana a Bucaramanga para despedirse de sus hombres, el general Cifuentes se reunió durante media hora con monseñor Darío Castrillón, obispo de la ciudad, quien le dijo que había hablado con otros jerarcas religiosos y eran solidarios con la actitud del militar. Pocos días después el cardenal Pedro Rubiano haría pública otra de las frases célebres del escándalo y según la cual a la campaña de Samper entró un elefante sin que nadie se diera cuenta.

Conjurada la crisis desatada por la salida del general Zúñiga, el gobierno afrontó un nuevo problema cuando se enteró de que Estados Unidos había tomado la decisión de revocarle la visa al general Camilo Zúñiga, comandante de las Fuerzas Militares.

Para averiguar la veracidad del rumor el ministro Esguerra le pidió una cita al embajador Myles Frechette, quien lo recibió pocas horas después.

Esguerra le dijo al diplomático que el Gobierno no estaba empeñado en sostener al alto oficial, pero le aclaró que debía tener pruebas y elementos de juicio para tomar una decisión.

--Embajador, le aclaro que no me temblará la mano. No necesito la certeza jurídica sino la certeza moral--, sostuvo el ministro de Defensa.

Frechette, que había guardado silencio, abrió el cajón de su escritorio y le mostró a Esguerra algunos documentos que según él comprobaban las relaciones incestuosas del comandante de las Fuerzas Militares con algunos personajes prominentes del tráfico de drogas.

--Embajador, si usted le quita la visa al general Zúñiga no lo puedo sacar. Hagamos una cosa, no le quite la visa que yo lo saco, pero necesito tiempo--.

Frechette estuvo de acuerdo y Esguerra regresó a su oficina. El ministro juzgó que las evidencias de la embajada estadounidense no eran tan contundentes, pero pensó que algo debía haber porque tiempo atrás había recibido otros informes sobre la conducta de Zúñiga que apuntaban a lo mismo.

El ministro de Defensa se dirigió entonces a la Casa de Nariño para hablar del tema con el Presidente. Samper le dijo a Esguerra que no quería producir cambios en la cúpula militar para no revivir el reciente episodio de Cifuentes, pero cuando escuchó los argumentos de su ministro no tuvo otro remedio que aceptar la salida por las buenas de su aliado.

Esguerra citó en su oficina al comandante de las Fuerzas Militares, que cambió de semblante cuando se enteró de las reservas de Estados Unidos.

--No pueden herir mi honor militar. Soy inocente--, dijo el oficial con la voz entrecortada.

Esguerra agregó que de todas maneras la visa sería revocada y entonces Zúñiga aceptó renunciar al cargo, pero con la condición de que el Gobierno le reconociera los honores a los que tenía derecho.

El rumor de la suspensión de la visa al comandante de las Fuerzas Militares no tardó en llegar a oídos del comandante del Ejército, el general Bedoya, quien decidió visitar cuanto antes a Zúñiga.

--Mi general, ¿cuál es el cuento de Frechette? No estoy de acuerdo en que el Gobierno se quede callado--, argumentó el oficial y le pidió a su superior que tramitara de inmediato una audiencia con el Presidente y la cúpula militar.

Zúñiga localizó a Samper en Tuluá y le pidió que los recibiera a él y a los demás generales ese mismo día. El mandatario respondió que los esperaba a las 7 de la noche, luego se comunicó con el ministro Esguerra y le dijo que asistiera a la reunión.

Cuando llegaron a la sede del Gobierno, los generales se llevaron la sorpresa de que el ministro Esguerra estaba en el despacho de Samper, pese a que no lo habían invitado. El general Bedoya le dijo al Presidente que el ministro de Defensa no hacía parte de la línea de mando y que por ello no debía estar en el encuentro. Para solucionar el impasse el mandatario habló a solas con Zúñiga y lo convenció de permitir la presencia del ministro.

--Señor Presidente, estoy sorprendido de los rumores que dicen que al comandante general le van a quitar la visa y que supuestamente tiene vínculos con el narcotráfico. Lo peor es que ustedes no se han pronunciado -dijo Bedoya molesto-. Creo que ustedes tienen en Camilo Zúñiga a un hombre leal, pero no han actuado en consecuencia porque han debido salir a los medios de comunicación y hacer respetar a las Fuerzas Militares--.

--General, no ve que dicen que yo soy narco también y que me van a quitar la visa. Todos estamos en la mira de los norteamericanos--, respondió el mandatario.

La reunión de los generales con el Presidente convocó rápidamente a los reporteros acreditados en la Casa de Nariño. Por eso Samper les sugirió a los oficiales que dijeran que habían hablado de temas relacionados con el presupuesto y que todo estaba en orden.

--No, Presidente, nosotros vinimos a otra cosa -intervino el general Bedoya- y de aquí salgo a decir lo que nos convoca. No voy a decir mentiras--.

Al otro día Esguerra se reunió de nuevo con el general Zúñiga, quien le comunicó que no tenía otra opción que dejar el cargo. El ministro de Defensa le dijo que sí, pero que el Gobierno tendría el gesto de dejarlo encargado del Ministerio la semana siguiente porque viajaba a España con el comandante de la Armada, el almirante Holdan Delgado.

Así ocurrió y cuando iban en el avión hacia el viejo continente Esguerra le dijo a Delgado que se preparara porque cuando regresaran al país sería nombrado comandante de las Fuerzas Militares.

--Almirante, usted va a ser el primer oficial de la Armada que ocupa el cargo de comandante de las Fuerzas Militares porque el general Zúñiga se va--.

Finalmente, el general Zúñiga salió de la línea de mando el 11 de marzo de 1996 y el Gobierno lo nombró embajador en Guatemala, pero ese país no le otorgó el beneplácito. Al menos otras dos naciones lo rechazaron pero al final fue recibido por Rusia.

Samper logró que el Congreso lo exonerara de toda responsabilidad y con mayor capacidad de maniobra decidió que había llegado la hora de salir del general Harold Bedoya Pizarro, quien no dejaba de causarle problemas.

El 23 de junio de 1997 el Presidente anunció con bombos y platillos el reinicio de los contactos con las Farc. A esa altura del año Samper tenía el aire suficiente porque el escándalo de la financiación de la campaña había quedado en el ostracismo y con su propuesta logró que los aspirantes a sucederlo en las elecciones de mayo de 1994 adelantaran el inicio de la contienda electoral.

Mientras el país debatía la iniciativa presidencial, a la Casa de Nariño llegó el rumor de que el general Bedoya estaría pensando seriamente en lanzarse a la campaña presidencial de 1994. Samper dijo que no permitiría el show del general y por eso les dijo a sus asesores que les filtraran a algunos medios de comunicación una noticia según la cual el Presidente se proponía hacer en julio los cambios de la cúpula militar que normalmente se realizan a finales de cada año. Bedoya leyó las informaciones pero no les dio importancia.

No obstante, el jueves 24 de julio, cuando almorzaba en el Club Militar con el general Mario Hugo Galán, el comandante de las Fuerzas Militares recibió una llamada de Juan Mesa, el secretario de la Presidencia, quien le dijo que el Presidente necesitaba hablar con él de urgencia.

Bedoya llegó a las 3 de la tarde y Samper lo recibió en la casa privada.

--General, he pensado reorganizar las Fuerzas Militares y necesito su pase a retiro-.

--Presidente, las Fuerzas Militares no pueden estar supeditadas al vaivén de los acontecimientos. Usted sabe que el país está en problemas porque está cuestionada su dirigencia política por vínculos con el narcotráfico y usted está ahí-replicó el oficial y Samper guardó silencio--.

--Anoche usted vio al general McCafee, quien dijo que Colombia está dando una dura lucha contra el narcotráfico y me mencionó a mí. ¿Qué le va a decir usted al país? No puede estar cambiando la cúpula cada seis meses porque eso afecta la seguridad del país--.

--No voy a renunciar. Si algo aprendí es que uno no puede renunciar a sus deberes.. usted debe tomar sus decisiones--, concluyó el militar, descompuesto.

--Porqué no se va Estados Unidos, general. Váyase a la embajada y tendrá contacto más cercano con McCafee--, propuso el mandatario y el comandante de las Fuerzas Militares respondió que no aceptaba porque el país estaba acabado.

--Piénselo general y volvamos a hablar--, dijo Samper y acompañó a Bedoya al ascensor.

Minutos después de que Bedoya abandonó para siempre el palacio presidencial, llegó el general Bonnet, quien se reunió dos horas con Samper. El mandatario le explicó que había decidido adelantar el remezón en la parte alta de la línea de mando y que le ofrecía el comando general de las Fuerzas Militares.

Bedoya se dirigió a su oficina y les comentó a sus más cercanos colaboradores lo que había ocurrido y les aclaró que no iba a renunciar. Pasadas las 6 de la tarde llegó Bonnet y le explicó a su jefe la decisión del Presidente. Bedoya le deseó suerte en el nuevo cargo y le dijo que contara con él para lo que necesitara. Luego Bonnet citó en su despacho a los demás comandantes de fuerza y les comunicó su ascenso al comando general.

Lo que no sabían los generales era que Bedoya se resistía a dejar el cargo. Su negativa llegó a oídos de la Casa de Nariño, que decidió llamarlo a calificar servicios. Y para solucionar la crisis de una vez por todas el ministro Echeverri habló con los periodistas y les dijo que el retiro del general Bedoya se debía a razones de Estado, pero no las especificó.

Las horas pasaron y el general Bedoya se quedó solo en su despacho con su ayudante personal, el mayor Oscar López. Hacia las 11 de la noche el comandante de las Fuerzas Militares pensó que el Gobierno iba a reconsiderar la decisión y no expediría el decreto ordenando su retiro del servicio activo, pero media hora después el palacio presidencial expidió un comunicado en el que anunció la disposición que dejaba al oficial por fuera de la línea de mando.

Aún así, Bedoya decidió seguir adelante con su agenda del viernes, que incluía un viaje muy temprano a Quibdo, Chocó, donde sería puesta la primera piedra de un nuevo batallón. De acuerdo con los planes, Bedoya iría acompañado por el general Bonnet y otros altos oficiales, quienes se excusaron de viajar porque la Casa de Nariño los llamaba a una reunión.

Indignado porque se había quedado solo y porque el Gobierno quería su retiro inmediato, Bedoya abordó su avión y se desplazó a la capital chocoana, donde solo lo recibieron las autoridades civiles.

--Mi general, no pude hacer nada porque desde Bogotá me ordenaron que no le hiciera honores--, se excusó el general Rito Alejo del Río, comandante de la brigada XVII con sede en el Urabá antioqueño.

Bedoya se dirigió a la gobernación del departamento donde fue condecorado y luego salió en un helicóptero hacia la localidad de Pie de Pató, en el Alto Baudó, donde sus habitantes le gritaron en coro que se lanzara a la Presidencia de la República.

Mientras Bedoya se encontraba en Chocó, en Bogotá el general ® Alvaro Valencia Tovar le sugirió públicamente a Bonnett que no aceptara el cargo. Sin embargo, el comandante del Ejército optó por el ascenso.

De regreso a su oficina en la tarde de ese viernes, Bedoya se encontró una escena que no tenía antecedentes en la historia reciente del país. Unos 300 alumnos de la Escuela de Armas y Servicios del Ejército, EAS, salieron de las aulas y se dirigieron en forma espontánea al Ministerio de Defensa para decirle al oficial que no se retirara del cargo. "No se vaya, no se vaya", gritaron al unísono.

El tormentoso gobierno de Samper llegaba a su fin pero las secuelas del proceso 8.000 no habían terminado del todo.

Por lo menos así lo sintió el general (r) Ricardo Cifuentes, quien había renunciado al Ejército en la última semana de 1996 y pocas semanas después perdió a uno de sus hijos en un confuso incidente.

El 5 de agosto de 1998, dos días antes de la transmisión de mando presidencial, Cifuentes recibió información que calificó como confiable en el sentido de que el Gobierno había ordenado capturarlo a como diera lugar. Alarmado, el oficial localizó en Bucaramanga al cardenal Darío Castrillón, quien le consiguió una audiencia en Bogotá con el nuncio apostólico y este a su vez lo remitió a la embajada de Venezuela con el fin de que le otorgaran una visa para viajar de urgencia a ese país.

Así ocurrió y el 7 de agosto, mientras Samper le entregaba el mando a Andrés Pastrana, Cifuentes, su esposa y su hijo viajaron por tierra a San Cristóbal, donde permanecieron dos semanas, hasta que consideraron que ya estaban a salvo y regresaron a Duitama, su lugar de residencia.

Pastrana cumplió su palabra y muy pronto estableció contacto con las Farc para cumplir la promesa electoral. Al mismo tiempo produjo un cambio radical en la cúpula castrense y designó como comandante de las Fuerzas Militares al general Fernando Tapias y del Ejército al general Jorge Enrique Mora. Estos dos oficiales habrían de jugar un papel decisivo en los cuatro años siguientes, en los cuales muchos soñaron con una paz que tampoco llegó.