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A golpe de cincel

El escultor Julio Londoño ha creado un espacio para quienes quieren hacer arte. Este artista paisa, que creció en medio de la violencia de las comunas de Medellín, decidió dedicarse a enseñar a quienes estén interesados en crear según su propio interés e iniciativa.

21 de marzo de 2004

Del mismo modo como el cincel va dando forma a la piedra o al metal hasta sacar una obra de arte, Julio Londoño se ha hecho a golpes y esfuerzo. Nació en Aranjuez, uno de los barrios de la comuna nororiental de Medellín, y creció cuando éste era el asiento predilecto de grupos violentos vinculados al narcotráfico del cartel de la ciudad. Por las vueltas de la vida, un día se vio vendiendo papas fritas en una esquina del barrio San Cayetano, un sector que desborda vitalidad y del cual periodistas y escritores como Juan José Hoyos han hecho incluso novelas. En esa esquina, Julio se fue fraguando su espacio, ganándose el respeto de todos, incluso de los pillos, que advertían su empeño cuando por las noches estudiaba pintura y artesanías en un taller que abrió el Sena en el centro de salud. En esa jornada nocturna que era una dicha para él, en la que no había cansancio ni frustración, fue formando el espíritu artístico que lo ha acompañado. El mismo del que tuvo noticias cuando un "bacán" del barrio en un delirio le disparó, y al sentirse desfallecer se dijo a sí mismo: "No me puedo morir ahora.... todavía quiero ser escultor".

Varios de ellos han pasado muchos años dedicados al estudio de la cerámica, de la talla, de la perspectiva y la pintura, para finalmente focalizarse en la escultura. Siguiendo esta ruta transitó por varios maestros e instituciones: Miguel Ángel Betancur, el Taller Rincón del Arte, Bellas Artes, etc. Finalmente, su suerte lo llevó a Italia, donde pasó algunos meses estudiado en el Laboratorio Artístico de Escultura en Mármol de Carlo Nicoli, en Carrara, de más de 300 años de antigüedad y uno de los más prestigiosos de ese país. Allí adquirió todo el conocimiento sobre el trabajo en mármol de Carrara, casi único en las montañas de la Toscana y uno de los materiales que fascinó e inspiró en su tiempo al maestro Miguel Ángel Buonarroti, el escultor más grande de todos los tiempos.

Pero fue en Nueva York donde Londoño se encantó con la Liga de Artes Plásticas. Un espacio, en su concepto, ideal para los artistas pues encuentran a su alcance, sin tener que seguir pénsums rígidos y preestablecidos, las herramientas que necesitan para seguir su propio camino del arte. "Tú solo pagas el curso que quieras tomar. Dibujo, pintura, talla, óleo. Todo está dispuesto para que el artista sea totalmente libre y cree de acuerdo con su propio interés e iniciativa", comenta.

Fue tan buena la impresión de esta metodología, que basándose en esta experiencia se decidió abrir en su casona del barrio El Prado de Medellín (una de las pocas joyas de la sociedad cultora de la arquitectura de la ciudad), un centro cultural que acoge a artistas que están en su búsqueda personal y no se acoplan a las metodologías de los institutos existentes para la enseñanza de artes plásticas.

Funcionando como un magneto, Julio viene desde hace tres años atrayendo a los artistas para que asistan a este taller, y con el intercambio generoso de unos y otros se geste el aprendizaje colectivo. Nombres conocidos como los de Rangel Gutiérrez y Belarmino Miranda. U otros como los de Javier Fernández, Luis Fernando Mejía, Felox, Carlos Mario Parra y Antonio Escobar son asiduos visitantes del paraíso de Julio. Pero en total son 30 las personas de distintas edades, condiciones económicas y profesionales, hay arquitectos, joyeros, cirujanos plásticos, o jóvenes sin recursos y mujeres sensibles que necesitan una técnica artesanal que les permita subsistir. "He aprendido mucho de Julio", dice el arquitecto Conrado Cardona de 47 años. "Este es un crisol de ideas donde el que llega hace el aporte artístico de su disciplina" .



Sócrates crea

Varios de sus estudiantes están becados por Julio, que les abre sus brazos y les da el tiempo y los materiales para que puedan ser lo que quieran. "Hemos querido llamar a este centro cultural Sócrates, porque no somos nadie, somos democracia. Todo tiene un punto de partida y buscamos ponernos en contacto con el talento y su gusto", dice Julio.

En el centro del solar, un joven de 16 años está concentrado en pulir una cabeza hecha en barro. Julio le va mostrando cómo retirar con suavidad pedazos de éste para ir sacando la expresión humana del material gris. En sus ojos se ve el embeleso que siente frente a su obra.

Alexander y Johnatan son dos de los muchachos que Julio rescató de una escuelita donde fue a enseñar y se ha convertido en su mecenas.

Pese a que tiene que "guerriar" para poder pagar las cuentas que cada mes le llegan, Julio no claudica, ha encontrado una verdadera e íntima satisfacción enseñando."A medida que enseño me doy cuenta de que aprendo más y realizo más mis sueños", dice.

Esta hermandad no es invento exclusivo de Julio Londoño, pero la ha alimentado con altas dosis de generosidad y ha logrado una cofradía puesta al servicio de las artes y de las ciencias humanas. Él, que conoció de cerca el punto de degradación al que puede llegar el hombre, sabe de la capacidad curativa que tiene para el espíritu ese "don luminoso y casi divino que se llama arte", y por eso lo pone disposición de quien quiera usarlo.