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'Hombres en escabeche'

La obra del Teatro Nacional hace reír a costa de los hombres y una excelente actuación de Cristina Umaña y Fabio Rubiano.

Maria Fernanda Moreno
1 de mayo de 2005

Menos mal fui con una amiga a ver Hombres en escabeche. Si hubiera ido con "un amigo" no hubiera podido reírme tanto sin sentir su mirada acusadora. Y seguramente él se hubiera aburrido un poco. Creo que más de uno (léase Florence Thomas, Fanny Mikey y Ana Istarú, la libretista) me tildará de sexista y excluyente cuando diga que Hombres en escabeche es una obra para mujeres. Aclaro, una de las buenas. Por eso se la he recomendado a todas mis amigas, no sin antes darles un consejo: por favor, no lleven al novio y mucho menos al hombre con el que están saliendo. ¿Por qué me gustó tanto? Comenzaré por los actores. Cristina Umaña, para variar, es perfecta. Aunque a veces se parece a Lorenza, su personaje en Todos quieren con Marilyn (tengo que confesar que he visto ese dramonón posmoderno más de una vez), logra convertirse en cada tipo de mujer con solo cambiarse los zapatos. Pasa de ser la niña que quiere llamar la atención del papá, a la mujer fatal dispuesta a convertirse en 'la otra' para poder "comerse a los hombres sin cubiertos y con mostaza". Estoy segura de que cada una se sentirá identificada con alguna de las etapas de su personaje. Al lado de ella solo está Fabio Rubiano. Y daré otra razón para que se me vengan lanza en ristre: nunca me ha gustado Fabio Rubiano. No digo que sea mal actor. Pero nunca hemos tenido química. Eso no significa que no pueda aceptar que lo hace muy bien y que gracias a él me reí mucho. Sobre todo cuando representa al yuppi. ¿Quién no ha conocido a un yuppi convencido y lagarto? El filósofo también está bien y el primer novio es idéntico al mío -de hecho creo que todos a esa edad son iguales-. Pero el yuppi es el mejor de todos. Y terminaré con el libreto. Hombres en escabeche fue escrita por la costarricense Ana Istarú. Ella debe ser una excelente observadora. O simplemente se dedicó a poner en escena las vivencias recogidas en sus 45 años y las adornó con humor. En eso no están de acuerdo los únicos dos hombres que se que fueron a ver la obra. Ambos coincidieron en que es feminista y en que recurre a lugares comunes solo para divertir a costa de la satanización de los hombres. Pueden tener razón. Gran parte de la obra es un compendio de las conversaciones que las mujeres tenemos en la cafetería a la hora del almuerzo. Siempre caemos en lo mismo: los hombres son lo peor, son infieles por naturaleza, quieren acostarse con todas y nunca van a ser capaces de entender nuestras necesidades. Eso a ellos les pareció inadmisible. A mí, chistoso. Pero no importa. La obra hace reír y, desafortunadamente, pensar. Teatro Nacional, calle 71 n.° 10-25
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