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Fernando Gómez, crítico de arte de SEMANA, escribe sobre la muestra de la artista Mónica Hernández que se expone en la Alianza Colombo Francesa.

Fernando Gómez *
19 de julio de 2002

Es extraño. Es una buena exposición y, literalmente, está hecha para ser pisoteada. Todo el que entra a la galería de la Alianza Colombo Francesa, en el norte de Bogotá, tiene esa tarea: pisotear la muestra y pisotear a la artista. Porque la exposición está hecha de baldosines, baldosines estampados con una figura repetida hasta el cansancio, una figura en blanco y negro que, al unirse miles de veces, forma un dibujo gigantesco en el piso de la sala. Hay hileras totalmente blancas, cuadrados, unas líneas más oscuras que otras: mirar al piso de la sala tiene el mismo efecto sedante que tienen los pisos de las iglesias antiguas. La clave está en el estampado. A primera vista, cada baldosín guarda una imagen geométrica: un rombo, una figura que, al unirse con otra, con otra y con otra, forma un tejido que puede extenderse hacia el infinito. Hasta ahí todo está bien. Hay un efecto visual, una cita a la arquitectura mudéjar; luego, como en un cuento de Cortázar, viene la sorpresa, el golpe final: no es un diseño para agradar a la abuela.

En la pared del fondo hay una serie de fotos que revelan el origen de la imagen que hay en cada baldosín. Se trata de una serie de fotos en la que la artista, Mónica Hernández, aparece desnuda, acostada en un par de cojines indios con los brazos en la cabeza y las piernas formando un rombo. La foto no pretende ser "artística"; ni siquiera es erótica: es una imagen vulgar. La modelo no se preocupa por salir bien. Se trata de una polaroid mal tomada en la que, de manera violenta, queda explícita su sexualidad. No la muestra con ternura, ni siquiera con una pizca de morbo. Es sólo lo que es: el punto de partida para una figura geométrica. Y ahí radica su poder. Hernández consigue anular su cuerpo y, a través de un procedimiento visual, lo deja al servicio de un diseño mucho más complejo. Logra que una "imagen vulgar" se convierta en el punto de partida de un espacio. Al mismo tiempo, le da otro revés al mito de Narciso, en este caso. Mónica no sólo se contempla en un espejo o en una foto, sino que llega al extremo de repetirse por toda una galería. Es una exposición para pisotear, pero vale la pena limpiarse los zapatos antes de entrar.

* Crítico de arte de SEMANA