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Ipso Facto

Luis Fernando Valencia*
4 de abril de 2004

Untitled Document La serie de fotografías denominada "Ipso facto" inaugura en la trayectoria de Luis Morales un viraje sustancial. Si consideramos todo su trabajo anterior y lo relacionamos con su momento actual, hay un aspecto que hace la diferencia por completo. Nos referimos al problema del espacio. El protagonista fundamental de esta serie es el espacio, pues a través de él, se instala el lugar que, como Heidegger lo expresa: "instalar lugares es un instituir y ensamblar de espacios". Con el espacio como materia prima, Luis Morales ha logrado una serie de expresiva riqueza donde levanta un mundo de múltiples sugerencias sobre lo humano, con acentos dramáticos en ocasiones y con énfasis conmovedores en otras.

Además en esta oportunidad se acepta el concepto de "serie" con todas sus implicaciones. La serie no es sólo la reiteración modular de un elemento o circunstancia, es la capacidad de indagar sobre un estado hasta hallar la esencia del mismo en una insistencia que, cercana a la obsesión, encuentre en profundidad el factor explícito de lo que se quiere decir. Por esta vía se logra que las imágenes alcancen ese aislamiento, esa singularidad que las exime de lo anecdótico, y las funda en la soledad, donde no necesitan ninguna historia que las valide.

"Ipso facto" esta ligada a lo sombrío, pertenece a lo lúgubre y en este sentido se circunscribe en la tradición primera de la imagen que nace trágica: "es una constante trivial que el arte nace funerario, y renace inmediatamente muerto, bajo el aguijón de la muerte". Pero en ese origen luctuoso, las imágenes de Luis Morales no están ensimismadas hacia el interior como en una tumba egipcia, sino volcadas hacia el exterior como en un monumento griego, interrogando directamente al espectador. Además esa atmósfera solemne que posee cada fotografía es transferida, a través de las intenciones espaciales del montaje, a las dos salas que la obra ocupa.

Encontramos también en "Ipso facto" una importante revolución técnica: toda la obra está ligada a la cultura digital, pero completamente superada ya esa primera etapa de experimentación que no produce ningún resultado artístico, y asentada ahora sobre una sólida comprensión de este nuevo procedimiento que en los artistas más destacados produce una obra que, como en toda obra importante, la técnica es tan perfecta como invisible. En este sentido, y sin falsas pretensiones, "Ipso facto" introduce en el panorama artístico colombiano un nuevo pronunciamiento, pues todos sabemos que, con McLuhan, las culturas de la mirada no son independientes de las revoluciones técnicas.

Si el espacio tiene en la obra de Luis Morales un tratamiento profuso, el tiempo también encuentra en ella una categoría luminosa. La obra afronta el tiempo fotográfico: el instante. Pero no el "momento decisivo" de la instantánea de Cartier-Bresson, sino la intuición del instante de Bachelard. Cada imagen es un acto fotográfico en el sentido de carecer de pasado y porvenir, es: "una realidad afianzada y suspendida entre dos nadas". Es intuición pues la imagen de la obra no pertenece al mundo de las demostraciones, sino al mundo de lo que se experimenta, de la mostración. Y es del instante, pues el tiempo sólo tiene una realidad que es la del instante.

Y el instante está más cerca del punto que de la línea, es decir, es más digital que analógico como lo atestigua la unidad icónica digital que llamamos pixel. Lo analógico estaría más ligado al concepto de duración heredado de Bergson que al de instante que es tributo de la física moderna en su discontinuidad estructural: electrón, fotón, quantum. La imagen analógica fotoquímica está indefectiblemente ligada a la memoria, a lo que pasó. La imagen digital en su percepción del instante, declara: esto es así, de ahí la pertinencia del título "Ipso facto". El cambio operado en la obra de Luis Morales de lo análogo a lo digital, tiene pues estatuto ontológico y crea una relación arte-ciencia más acorde con el pensamiento contemporáneo, con un después de la modernidad.

En todo momento nuestra visión se desplaza a través del agua, consolidando el clima de incertidumbre en que está inmersa toda la obra, ayudando a acentuar más nuestras vacilaciones y sospechas, nuestra cercanía con la muerte y la disolución. Y el agua, además, crea una realidad más compleja donde, al más mínimo movimiento, el fantasma cobra presencia en el reflejo y la figura inmóvil adquiere súbita vida. La copia en el destello, como diría Gadamer en contra de Platón, no se degrada, sino que acrecienta su ser. La agonía acuática de las figuras es un ensayo de la muerte bajo un firmamento extinguido.

Tiene razón Baudrillard cuando afirma que la imagen fotográfica es dramática por su silencio e inmovilidad. En "Ipso facto" esos dos atributos son notables, y recuperan para la fotografía virtudes primigenias que se han perdido por exceso de narración o el abuso de la secuencia. ¿Qué puede ser más patético que una escena de cine que entra en cámara lenta, o un video que se resuelve en una foto fija? La obra tiene intencionalidad como antídoto del puro reflejo manual de oprimir un obturador, tiene idea de totalidad como una dirección diferente a la proliferación de lo fractal, parcial, fragmentario.

Es el agua misma, como medio, que nos crea ese asombro que se experimenta al observar por primera vez las imágenes. La frase de Leibniz: "toda zona de claridad aparece limitada por un horizonte infinito de tinieblas" se torna inmediatamente presente. Porque el baldosín cuadrado, nítido y blanco, se va sumergiendo inicialmente en un campo indefinido, para perderse finalmente en un bruma extensa y umbría. La presencia del agua profunda siempre crea inquietud y cuando está rodeada de corrientes subterráneas e imperceptibles, lo angustioso se transforma en amenaza.

Si la definición de espacio es esa especie de vacío donde está todo, en "Ipso facto" de Luis Morales, el espacio es esa especie de lleno donde no hay nada. De ahí la necesidad de tomar aire al observarlas, pues el espacio ahora no está expresado por un océano de aire, sino por una masa sólida y transparente de agua. Esa sensación de exclusión que sentimos cuando presenciamos un espacio por primera vez, se acentúa notablemente en la presente obra, pues nuestra conciencia se alimenta de ámbitos donde a través del aire percibimos las distancias, medimos los ángulos, captamos las diferencias, pero ahora, en el agua, la nueva óptica acuosa resalta más nuestra extrañeza.

Se establece un nuevo episodio espacial, donde la indistinción de cielo y tierra nos crea un horizonte inédito donde se reinventa la escritura del alma. Entonces la pared se torna muro de lamentaciones, el desnivel desgastado aparece ahora como desolada tribuna, y el límite superior del agua, techo inconmensurable que nos sepulta.

*Curador