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Jamás olvidaré tu nombre

Se acaba de lanzar un libro en Medellín escrito por 20 víctimas del conflicto. Y se convierte en la primera propuesta gubernamental en el país que trabaja por la dignificación de las víctimas de la violencia.

Mauricio Builes
23 de junio de 2006

“Yo no soy la misma de antes. Yo soy triste. Ya... para siempre” dijo Mariela Ocampo el sábado pasado después de leer su historia contenida en el libro Jamás olvidaré tu nombre, publicado por la Secretaría de Gobierno de Medellín como parte del Programa de atención a víctimas del conflicto. Mariela dice que esa frase es la sentencia de su vida. A través de la escritura de su historia lo pudo reconocer. Ahora, con la publicación del libro, siente que hace memoria de su dolor y que el olvido al cual las victimas han estado acostumbradas puede terminar.

Al igual que ella, otros 19 habitantes de los barrios más sufridos de Medellín (Caicedo, La Sierra, Villa Linda, Santo Domingo Savio, 13 de noviembre) aceptaron contar la historia que los convierte en protagonistas del conflicto. Todos los sábados, durante 7 meses, los periodistas de Concepto Visual (empresa encargada del proyecto) realizaron talleres con más de 40 personas de estos barrios para, al final, seleccionar a las 20 mejores.

Amas de casa, estudiantes, viudas, obreros, cocineras, todos hicieron la tarea en improvisados escritorios dispuestos en algún rincón de sus casas. Tenían el entusiasmo, no de publicar un libro, sino de contar su dolor. Como el de John Freddy Giraldo a quien casi lo mata una mina antipersona: “Tenía mucha tierra encima y hasta metida en los oídos, entonces con el poncho me sacudí. Yo pensé que eso debía ser una mina. Del hueco logré salir en cuclillas, intenté pararme pero el cuerpo me pudo. Me caí. Me miré el pie izquierdo y ya estaba todo vuelto trizas. Yo vi que no tenía nada que hacer...”. O el de Elizabeth Pérez a quien las autodefensas la despojaron de su casa en el barrio Caicedo: ”En todo este tiempo mi casa fue convertida en lo peor. Allá violaban, escondían armas, llevaban gente amarrada. Mi casa quedaba en un punto clave porque por allá nunca llegaba la Policía, era escondida”. O el de Amanda Uribe a quien las autodefensas le mataron un hijo: “Todos nos encontrábamos como clavados en el piso. Ninguno pronunciaba palabra. Al momento llegó un vecino y nos dijo: “Mataron a Alex”. Todos salieron corriendo menos yo. No creía lo que escuchaba ni lo que estaba pasando. Sentí un impulso que me obligó a asomarme a la puerta. Lo que vi me dejó espantada de terror y de una infinita tristeza al ver a Alex, mi hijo, muerto.”

Todas son desgarradoras y tienen su propio sello. Y todas, también, hacen parte de la radiografía de una época dura y difícil del país. La periodista Patricia Nieto, directora del programa, reconoce la importancia del libro: “Cuando se hace este tipo de trabajo y se le da un reconocimiento público a las historias de las víctimas, puede pensarse, entonces, en que la cadena de etapas violentas de nuestro país puede romperse”. Una opinión que comparte el Secretario de Gobierno de Medellín, Alonso Salazar, quien ratifica que este tipo de experiencias con las víctimas sirven de espejo para que las sociedad pueda decir, algún día, Nunca Más. Dice, además, que esto es sólo una parte de lo que hay que hacer para construir una memoria, “todo este trasegar de dolor y desesperanza que por tantos años ha cargado Medellín, no puede ser una condena eterna”.

El jueves pasado, el día del lanzamiento del libro, todos los escritores llegaron puntuales al salón donde se había planeado el evento. Muchos estaban nerviosos porque era la primera vez que hablarían ante un auditorio lleno. Sus historias que, una a una, dan cuerpo a la tragedia nacional, se hacían públicas en un libro blanco de 200 páginas y todos querían saber qué pasaría después. Cuáles serían los comentarios de la gente. La más emocionada era Mariela Ocampo. Sonrió y aplaudió toda la noche. Al terminar el acto, y luego de reclamar algunos ejemplares para sus nietos le dijo a Semama.com que aunque a ella nadie le arrebata su tristeza, esa noche había sentido que su dolor, por fin, estaba siendo reconocido.