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Jugando con candela

La propuesta de Piedad Córdoba es absurda e irresponsable, opina el analista Jorge Iván Cuervo.

Jorge Iván Cuervo R.
15 de mayo de 2005

La senadora Piedad Córdoba propone que de no darse las garantías necesarias para enfrentar al Presidente Uribe en las próximas elecciones -si pasa la reelección el examen de la Corte-, toda la oposición se sume en una campaña de abstención para deslegitimar el triunfo del Presidente. Nada más absurdo, nada más irresponsable.

Piedad Córdoba hace parte de lo que podríamos denominar el clientelismo moralista, un estilo de hacer política que se caracteriza por criticar prácticas clientelistas, reproduciéndolas. Más que una política de opinión, como quiere presentarse ante el país, representando indebidamente eso que ella llama las minorías, se trata de alguien salido de la misma caverna del liberalismo antioqueño que ha ganado fama de enfrentarse a los caciques electoreros, siendo uno de ellos en su departamento y en el Chocó. Cuando dice representar a los negros, a las mujeres, a las minorías sexuales y a los pobres, no es creíble, huele a oportunismo. Su cruzada antiestablecimiento parece más una reacción primaria y emocional a no haber sido invitada a repartirse el pastel de la burocracia, que una sincera vocación de depuración de las costumbres políticas.

Ella simboliza hoy la línea más radical dentro del Partido Liberal, y quienes creemos en la justicia social, en el pluralismo, en la distribución del ingreso, en mayor inclusión para las minorías, en el fortalecimiento de los partidos políticos, tenemos el derecho de no sentirnos representados por Piedad, más retórica que hechos, más clientelismo que política deliberativa. Uno de los dramas de la izquierda colombiana, o quienes dicen representar esa tendencia ideológica, es que es profundamente antidemocrática, tanto como la derecha. Piedad Córdoba representa la primera, Uribe la segunda. Dios los hace en Antioquia y ellos se juntan en Bogotá. Ambos, en el fondo, desdeñan los procedimientos democráticos.

Esa postura ha impedido que durante los últimos 30 años el Estado se desarrolle legítimamente. El surgimiento del paramilitarismo se da, entre otras razones, por esa oposición de la izquierda a que el Estado de Derecho se fortaleciera. En esa dinámica, la derecha más radical optó por darle salida a las demandas de seguridad, en un país cruzado por múltiples factores de violencia, a través de la justicia privada, y la izquierda no se sintió interpelada, a no ser en su condición de víctima de la guerra sucia.

La izquierda siempre ha confundido el Estado con el gobierno, distinción que, entre nosotros, es fundamental. Todos los ataques de la izquierda contra los gobiernos termina dirigiéndolos contra el Estado, logrando finalmente que éste se debilite, se deslegitime, y que guerrillas, paramilitares, y narcotraficantes sean quienes ocupen lo público. A eso nos conducirá la propuesta de Piedad de hacer abstención: a mayor deslegitimación de las instituciones, no a la de Uribe, que para esos efectos está más que blindado. Se equivoca la izquierda si cree que Colombia es vista en el mundo como una especie de dictadura civil. La propuesta de deslegitimar las instituciones en un país en conflicto armado, es jugar con candela, es irresponsable. Ojo, esto no es ni Ecuador ni Bolivia donde la oposición al establecimiento no tiene como telón de fondo un conflicto armado, o amenaza terrorista, como tozudamente pretende llamarlo el gobierno, simplificando la lectura y, por supuesto, la forma de enfrentar el problema.

Por supuesto que es necesario y posible derrotar a Uribe, que su proyecto político de seguridad selectiva -seguridad para finqueros y viajeros en diciembre- es muy pobre para la complejidad de un país como Colombia; por supuesto que su estilo de gobernar desinstitucionaliza y, a la larga, hace más daño; por supuesto que el proceso de desmovilización de los paramilitares va camino a convertirse en la consolidación de un proyecto de construcción de Estado por la vía de una especie de contrarrevolución de extrema derecha; por supuesto que su propuesta de política social es muy pobre y asistencialista; pero de ahí a entrar en la lógica de la deslegitimación de su gobierno y de paso del Estado, hay un abismo. Lo que nos está matando es la falta de instituciones: reglas de juego claras, incluyentes y no maleables a los grupos de interés.

Ojalá el Polo Democrático que ha entendido la importancia de la democracia no le camine a esta irresponsable jugada -enfrentar populismo con más populismo-, que sectores moderados -que son los más- dentro del Partido Liberal entiendan que Uribe es perfectamente derrotable en el juego democrático, con un candidato serio y con un programa de gobierno coherente y realizable que recoja los anhelos de mayor equidad social. Por supuesto que es necesario exigir un Estatuto de la Oposición que ofrezca garantías para enfrentar al Presidente -candidato, si pasa la reelección. Pero no hay que confundir las reglas del juego con el juego, porque si algo ha salvado a Colombia de la debacle definitiva es el acatamiento de los resultados democráticos. Para no ir muy lejos, la Constitución de 1991 fue aprobada con no más de 4 millones de votos y sería un suicidio sostener su ilegitimidad. Su defensa es hoy la bandera de la izquierda.

Dejemos a la aguerrida Piedad en su cruzada personal contra Uribe -y de paso contra las instituciones democráticas- porque ella es de las que cree hay que limpiar el agua de la tina arrojándola al río con bebé y todo. *jicuervo@cable.net.co