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La dura realidad

Jueves 20. Ante la indiferencia de la Alcaldía, Marlene Zambrano, una desplazada, es el ángel de la guarda de los 49 embera que llegaron en marzo a Soacha huyendo de la violencia.

María Fernanda Moreno*
12 de febrero de 2006

Marlene Zambrano es el ángel guardián de los 49 embera  que llegaron huyendo de la violencia en marzo pasado a Soacha, provenientes de Opogadó (Chocó). Los enfrentamientos entre el Bloque Élmer Cárdenas de las Auc y las Farc, y su constante asedio los obligaron a salir en busca de protección para sus mujeres y sus jóvenes.

Su líder, Pedro Murrí, los condujo a Soacha, al sur de Bogotá, por su cercanía al gobierno nacional. Pensó que si allí no les prestaban atención, ¿en dónde más? Sin embargo, fueron ignorados.

La Red de Solidaridad les dio inicialmente mercados, pero éstos se perdieron entre delincuentes y gente que se aprovechó de ellos, quienes no saben hablar español y, mucho menos, desenvolverse en la ciudad. Aquí sus códigos ancestrales no valen y prima la ley del más fuerte. Su salvación fue Marlene Zambrano.

Zambrano llegó a Soacha hace cinco años de Puerto Asís, Putumayo, de donde también fue desplazada por la violencia y montó un comedor comunitario. Ante la situación desesperada de los embera, decidió darles la mano. Además de suministrarles la comida, consiguió que una amiga del barrio Villa Esperanza de Soacha le arrendara un rancho de latas de poco menos de 10 metros cuadrados para albergar al medio centenar de indígenas desplazados.

Desde entonces viven bajo un techo, pero hacinados, lejos de la tierra donde subsistían sembrando plátano y yuca y criando animales. Aguantan frío en un lugar que nos les gusta, enfermándose por no estar en su hábitat (llegaron 50, y un niño murió recientemente, víctima de neumonía) y en el que no tienen ningún porvenir. Justo el día que fuimos a visitarlos, llevaban dos días de 'fiesta'. Aunque no tenían motivos para celebrar, llevaban dos días tomando. Los que no estaban dormidos pasando la borrachera, estaban deambulando por ahí, a la expectativa de la visita de la periodista y la fotógrafa y escuchando "el hijo e' tuta", una canción popular colombiana que les gusta mucho. No pudieron explicar por qué la ponían una y otra vez. De hecho, no pudieron responder muchas preguntas.

¿Cuándo llegaron? En octubre, dijo Alejandro, de 25 años. Será por su noción desdibujada del tiempo, o porque estaba embriagado, que no dijo que en marzo, como señala Marlene. No hay registros oficiales de su llegada. ¿De quién es el equipo con cinco cd, último modelo en el que escuchan la canción? Marlene dijo que de un vecino que estaba bebiendo con ellos; el vecino dijo que de Pedro, otro indígena que habla un español enredado, y Pedro no respondió. ¿Les gusta la ciudad? En eso hubo consenso: no. ¿Cómo consiguen la comida? Alejandro dijo que gracias a Marlene y a lo que piden en la calle.

Marlene les da el almuerzo a ellos y a 150 personas más que todas las tardes van a su comedor sin sillas, con plato, cuchara y pocillo en mano. Entran en turnos de a 15 en busca de lo que ella cocina en un fogón de leña. Inicialmente, el comedor se sostuvo con la venta de una casa en Puerto Asís, su tierra natal. Pero ahora vive del día a día. Unos días va a un restaurante y le cambia al dueño mano de obra por comida. Lo mismo hace en los supermercados del centro comercial Unisur, en los que limpia a cambio de la comida maltratada durante el transporte o por los clientes. Otros días simplemente se las ingenia. El fin de semana pasado compró 30 mil pesos de carne, la asó y picó y salió a venderla por toda la ciudad. También vendió boletas a 500 pesos para la rifa de tres pollos. Así solucionó el problema del almuerzo de toda la semana. El próximo fin de semana hará lo mismo.

Esa incertidumbre diaria le ha costado algunos problemas de salud a causa del estrés y la censura de su compañero sentimental, quien amenaza con dejarla a raíz de su entrega desinteresada. "Si él me deja, yo igual seguiré en la lucha, porque hago las cosas de corazón, y si uno no hace las cosas de corazón, no está en nada", dice. "Además, yo sé que mi Dios me va a recompensar toda la plata que he gastado y todo este esfuerzo", agrega con optimismo.

Además, tiene que capotear todos los días a la dueña del rancho en el que viven los embera. "La Red de Soldaridad Social prometió pagarle a ella el arriendo del ranchito, pero hasta el momento no han pagado ni el primer mes", explica. De acuerdo con la ley, son las autoridades locales las que tienen que ocuparse de los desplazados. Pero parece que de eso no está consciente la Alcaldía de Soacha, que no ha destinado presupuesto para ayudarlos. "He radicado en la Alcaldía más de una carta, pero nunca me han respondido", afirma Marlene. 

También dice que el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar y la Red de Solidaridad le han negado la ayuda argumentando falta de recursos, que dentro del grupo Embera no hay ancianos ni población 'vulnerable' y que ella no asiste a un número significativo de desplazados, por lo que no es merecedora de ayuda. "Si yo que estoy en desplazamiento hago esto, ¿por qué no va a poder hacerlo una institución con recursos?", se pregunta.

Además del comedor, Marlene es la fundadora y único miembro de Fundescol, una ONG en Soacha. Ha conseguido que algunos practicantes de la Universidad Pedagógica Nacional y otros profesores de escuelas aledañas les brinden "acompañamiento escolar" a 74 niños del sector. Además, logró cupos en el Sena para 58 madres cabeza de familia. 

A pesar de que siente que está arando en el desierto, seguirá en la lucha que empezó cuando llegó a Soacha. "Esta semana y la próxima me dedicaré a radicar cartas en todos lados. No desisto de lo que ya empecé y sé que voy a conseguir el apoyo", dice con optimismo. Mientras tanto, los embera siguen dependiendo de ella y esperando que el Estado deje de hacerse el de la vista gorda y que por fin alguien, además de Marlene, se ocupe de su situación para que puedan volver a la tierra que les ha pertenecido por años.

Marlene Zambrano es el ángel guardián de los 49 embera  que llegaron huyendo de la violencia en marzo pasado a Soacha, provenientes de Opogadó (Chocó). Los enfrentamientos entre el Bloque Élmer Cárdenas de las Auc y las Farc, y su constante asedio los obligaron a salir en busca de protección para sus mujeres y sus jóvenes.

Su líder, Pedro Murrí, los condujo a Soacha, al sur de Bogotá, por su cercanía al gobierno nacional. Pensó que si allí no les prestaban atención, ¿en dónde más? Sin embargo, fueron ignorados.

La Red de Solidaridad les dio inicialmente mercados, pero éstos se perdieron entre delincuentes y gente que se aprovechó de ellos, quienes no saben hablar español y, mucho menos, desenvolverse en la ciudad. Aquí sus códigos ancestrales no valen y prima la ley del más fuerte. Su salvación fue Marlene Zambrano.

Zambrano llegó a Soacha hace cinco años de Puerto Asís, Putumayo, de donde también fue desplazada por la violencia y montó un comedor comunitario. Ante la situación desesperada de los embera, decidió darles la mano. Además de suministrarles la comida, consiguió que una amiga del barrio Villa Esperanza de Soacha le arrendara un rancho de latas de poco menos de 10 metros cuadrados para albergar al medio centenar de indígenas desplazados.

Desde entonces viven bajo un techo, pero hacinados, lejos de la tierra donde subsistían sembrando plátano y yuca y criando animales. Aguantan frío en un lugar que nos les gusta, enfermándose por no estar en su hábitat (llegaron 50, y un niño murió recientemente, víctima de neumonía) y en el que no tienen ningún porvenir. Justo el día que fuimos a visitarlos, llevaban dos días de 'fiesta'. Aunque no tenían motivos para celebrar, llevaban dos días tomando. Los que no estaban dormidos pasando la borrachera, estaban deambulando por ahí, a la expectativa de la visita de la periodista y la fotógrafa y escuchando "el hijo e' tuta", una canción popular colombiana que les gusta mucho. No pudieron explicar por qué la ponían una y otra vez. De hecho, no pudieron responder muchas preguntas.

¿Cuándo llegaron? En octubre, dijo Alejandro, de 25 años. Será por su noción desdibujada del tiempo, o porque estaba embriagado, que no dijo que en marzo, como señala Marlene. No hay registros oficiales de su llegada. ¿De quién es el equipo con cinco cd, último modelo en el que escuchan la canción? Marlene dijo que de un vecino que estaba bebiendo con ellos; el vecino dijo que de Pedro, otro indígena que habla un español enredado, y Pedro no respondió. ¿Les gusta la ciudad? En eso hubo consenso: no. ¿Cómo consiguen la comida? Alejandro dijo que gracias a Marlene y a lo que piden en la calle.

Marlene les da el almuerzo a ellos y a 150 personas más que todas las tardes van a su comedor sin sillas, con plato, cuchara y pocillo en mano. Entran en turnos de a 15 en busca de lo que ella cocina en un fogón de leña. Inicialmente, el comedor se sostuvo con la venta de una casa en Puerto Asís, su tierra natal. Pero ahora vive del día a día. Unos días va a un restaurante y le cambia al dueño mano de obra por comida. Lo mismo hace en los supermercados del centro comercial Unisur, en los que limpia a cambio de la comida maltratada durante el transporte o por los clientes. Otros días simplemente se las ingenia. El fin de semana pasado compró 30 mil pesos de carne, la asó y picó y salió a venderla por toda la ciudad. También vendió boletas a 500 pesos para la rifa de tres pollos. Así solucionó el problema del almuerzo de toda la semana. El próximo fin de semana hará lo mismo.

Esa incertidumbre diaria le ha costado algunos problemas de salud a causa del estrés y la censura de su compañero sentimental, quien amenaza con dejarla a raíz de su entrega desinteresada. "Si él me deja, yo igual seguiré en la lucha, porque hago las cosas de corazón, y si uno no hace las cosas de corazón, no está en nada", dice. "Además, yo sé que mi Dios me va a recompensar toda la plata que he gastado y todo este esfuerzo", agrega con optimismo.

Además, tiene que capotear todos los días a la dueña del rancho en el que viven los embera. "La Red de Soldaridad Social prometió pagarle a ella el arriendo del ranchito, pero hasta el momento no han pagado ni el primer mes", explica. De acuerdo con la ley, son las autoridades locales las que tienen que ocuparse de los desplazados. Pero parece que de eso no está consciente la Alcaldía de Soacha, que no ha destinado presupuesto para ayudarlos. "He radicado en la Alcaldía más de una carta, pero nunca me han respondido", afirma Marlene. 

También dice que el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar y la Red de Solidaridad le han negado la ayuda argumentando falta de recursos, que dentro del grupo Embera no hay ancianos ni población 'vulnerable' y que ella no asiste a un número significativo de desplazados, por lo que no es merecedora de ayuda. "Si yo que estoy en desplazamiento hago esto, ¿por qué no va a poder hacerlo una institución con recursos?", se pregunta.

Además del comedor, Marlene es la fundadora y único miembro de Fundescol, una ONG en Soacha. Ha conseguido que algunos practicantes de la Universidad Pedagógica Nacional y otros profesores de escuelas aledañas les brinden "acompañamiento escolar" a 74 niños del sector. Además, logró cupos en el Sena para 58 madres cabeza de familia. 

A pesar de que siente que está arando en el desierto, seguirá en la lucha que empezó cuando llegó a Soacha. "Esta semana y la próxima me dedicaré a radicar cartas en todos lados. No desisto de lo que ya empecé y sé que voy a conseguir el apoyo", dice con optimismo. Mientras tanto, los embera siguen dependiendo de ella y esperando que el Estado deje de hacerse el de la vista gorda y que por fin alguien, además de Marlene, se ocupe de su situación para que puedan volver a la tierra que les ha pertenecido por años.

Si quiere contactar a Marlene Zambrano, envíe un correo con todos sus datos a

Marlene Zambrano es el ángel guardián de los 49 embera  que llegaron huyendo de la violencia en marzo pasado a Soacha, provenientes de Opogadó (Chocó). Los enfrentamientos entre el Bloque Élmer Cárdenas de las Auc y las Farc, y su constante asedio los obligaron a salir en busca de protección para sus mujeres y sus jóvenes.

Su líder, Pedro Murrí, los condujo a Soacha, al sur de Bogotá, por su cercanía al gobierno nacional. Pensó que si allí no les prestaban atención, ¿en dónde más? Sin embargo, fueron ignorados.

La Red de Solidaridad les dio inicialmente mercados, pero éstos se perdieron entre delincuentes y gente que se aprovechó de ellos, quienes no saben hablar español y, mucho menos, desenvolverse en la ciudad. Aquí sus códigos ancestrales no valen y prima la ley del más fuerte. Su salvación fue Marlene Zambrano.

Zambrano llegó a Soacha hace cinco años de Puerto Asís, Putumayo, de donde también fue desplazada por la violencia y montó un comedor comunitario. Ante la situación desesperada de los embera, decidió darles la mano. Además de suministrarles la comida, consiguió que una amiga del barrio Villa Esperanza de Soacha le arrendara un rancho de latas de poco menos de 10 metros cuadrados para albergar al medio centenar de indígenas desplazados.

Desde entonces viven bajo un techo, pero hacinados, lejos de la tierra donde subsistían sembrando plátano y yuca y criando animales. Aguantan frío en un lugar que nos les gusta, enfermándose por no estar en su hábitat (llegaron 50, y un niño murió recientemente, víctima de neumonía) y en el que no tienen ningún porvenir. Justo el día que fuimos a visitarlos, llevaban dos días de 'fiesta'. Aunque no tenían motivos para celebrar, llevaban dos días tomando. Los que no estaban dormidos pasando la borrachera, estaban deambulando por ahí, a la expectativa de la visita de la periodista y la fotógrafa y escuchando "el hijo e' tuta", una canción popular colombiana que les gusta mucho. No pudieron explicar por qué la ponían una y otra vez. De hecho, no pudieron responder muchas preguntas.

¿Cuándo llegaron? En octubre, dijo Alejandro, de 25 años. Será por su noción desdibujada del tiempo, o porque estaba embriagado, que no dijo que en marzo, como señala Marlene. No hay registros oficiales de su llegada. ¿De quién es el equipo con cinco cd, último modelo en el que escuchan la canción? Marlene dijo que de un vecino que estaba bebiendo con ellos; el vecino dijo que de Pedro, otro indígena que habla un español enredado, y Pedro no respondió. ¿Les gusta la ciudad? En eso hubo consenso: no. ¿Cómo consiguen la comida? Alejandro dijo que gracias a Marlene y a lo que piden en la calle.

Marlene les da el almuerzo a ellos y a 150 personas más que todas las tardes van a su comedor sin sillas, con plato, cuchara y pocillo en mano. Entran en turnos de a 15 en busca de lo que ella cocina en un fogón de leña. Inicialmente, el comedor se sostuvo con la venta de una casa en Puerto Asís, su tierra natal. Pero ahora vive del día a día. Unos días va a un restaurante y le cambia al dueño mano de obra por comida. Lo mismo hace en los supermercados del centro comercial Unisur, en los que limpia a cambio de la comida maltratada durante el transporte o por los clientes. Otros días simplemente se las ingenia. El fin de semana pasado compró 30 mil pesos de carne, la asó y picó y salió a venderla por toda la ciudad. También vendió boletas a 500 pesos para la rifa de tres pollos. Así solucionó el problema del almuerzo de toda la semana. El próximo fin de semana hará lo mismo.

Esa incertidumbre diaria le ha costado algunos problemas de salud a causa del estrés y la censura de su compañero sentimental, quien amenaza con dejarla a raíz de su entrega desinteresada. "Si él me deja, yo igual seguiré en la lucha, porque hago las cosas de corazón, y si uno no hace las cosas de corazón, no está en nada", dice. "Además, yo sé que mi Dios me va a recompensar toda la plata que he gastado y todo este esfuerzo", agrega con optimismo.

Además, tiene que capotear todos los días a la dueña del rancho en el que viven los embera. "La Red de Soldaridad Social prometió pagarle a ella el arriendo del ranchito, pero hasta el momento no han pagado ni el primer mes", explica. De acuerdo con la ley, son las autoridades locales las que tienen que ocuparse de los desplazados. Pero parece que de eso no está consciente la Alcaldía de Soacha, que no ha destinado presupuesto para ayudarlos. "He radicado en la Alcaldía más de una carta, pero nunca me han respondido", afirma Marlene. 

También dice que el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar y la Red de Solidaridad le han negado la ayuda argumentando falta de recursos, que dentro del grupo Embera no hay ancianos ni población 'vulnerable' y que ella no asiste a un número significativo de desplazados, por lo que no es merecedora de ayuda. "Si yo que estoy en desplazamiento hago esto, ¿por qué no va a poder hacerlo una institución con recursos?", se pregunta.

Además del comedor, Marlene es la fundadora y único miembro de Fundescol, una ONG en Soacha. Ha conseguido que algunos practicantes de la Universidad Pedagógica Nacional y otros profesores de escuelas aledañas les brinden "acompañamiento escolar" a 74 niños del sector. Además, logró cupos en el Sena para 58 madres cabeza de familia. 

A pesar de que siente que está arando en el desierto, seguirá en la lucha que empezó cuando llegó a Soacha. "Esta semana y la próxima me dedicaré a radicar cartas en todos lados. No desisto de lo que ya empecé y sé que voy a conseguir el apoyo", dice con optimismo. Mientras tanto, los embera siguen dependiendo de ella y esperando que el Estado deje de hacerse el de la vista gorda y que por fin alguien, además de Marlene, se ocupe de su situación para que puedan volver a la tierra que les ha pertenecido por años.

Si quiere contactar a Marlene Zambrano, envíe un correo con todos sus datos a

Marlene Zambrano es el ángel guardián de los 49 embera  que llegaron huyendo de la violencia en marzo pasado a Soacha, provenientes de Opogadó (Chocó). Los enfrentamientos entre el Bloque Élmer Cárdenas de las Auc y las Farc, y su constante asedio los obligaron a salir en busca de protección para sus mujeres y sus jóvenes.

Su líder, Pedro Murrí, los condujo a Soacha, al sur de Bogotá, por su cercanía al gobierno nacional. Pensó que si allí no les prestaban atención, ¿en dónde más? Sin embargo, fueron ignorados.

La Red de Solidaridad les dio inicialmente mercados, pero éstos se perdieron entre delincuentes y gente que se aprovechó de ellos, quienes no saben hablar español y, mucho menos, desenvolverse en la ciudad. Aquí sus códigos ancestrales no valen y prima la ley del más fuerte. Su salvación fue Marlene Zambrano.

Zambrano llegó a Soacha hace cinco años de Puerto Asís, Putumayo, de donde también fue desplazada por la violencia y montó un comedor comunitario. Ante la situación desesperada de los embera, decidió darles la mano. Además de suministrarles la comida, consiguió que una amiga del barrio Villa Esperanza de Soacha le arrendara un rancho de latas de poco menos de 10 metros cuadrados para albergar al medio centenar de indígenas desplazados.

Desde entonces viven bajo un techo, pero hacinados, lejos de la tierra donde subsistían sembrando plátano y yuca y criando animales. Aguantan frío en un lugar que nos les gusta, enfermándose por no estar en su hábitat (llegaron 50, y un niño murió recientemente, víctima de neumonía) y en el que no tienen ningún porvenir. Justo el día que fuimos a visitarlos, llevaban dos días de 'fiesta'. Aunque no tenían motivos para celebrar, llevaban dos días tomando. Los que no estaban dormidos pasando la borrachera, estaban deambulando por ahí, a la expectativa de la visita de la periodista y la fotógrafa y escuchando "el hijo e' tuta", una canción popular colombiana que les gusta mucho. No pudieron explicar por qué la ponían una y otra vez. De hecho, no pudieron responder muchas preguntas.

¿Cuándo llegaron? En octubre, dijo Alejandro, de 25 años. Será por su noción desdibujada del tiempo, o porque estaba embriagado, que no dijo que en marzo, como señala Marlene. No hay registros oficiales de su llegada. ¿De quién es el equipo con cinco cd, último modelo en el que escuchan la canción? Marlene dijo que de un vecino que estaba bebiendo con ellos; el vecino dijo que de Pedro, otro indígena que habla un español enredado, y Pedro no respondió. ¿Les gusta la ciudad? En eso hubo consenso: no. ¿Cómo consiguen la comida? Alejandro dijo que gracias a Marlene y a lo que piden en la calle.

Marlene les da el almuerzo a ellos y a 150 personas más que todas las tardes van a su comedor sin sillas, con plato, cuchara y pocillo en mano. Entran en turnos de a 15 en busca de lo que ella cocina en un fogón de leña. Inicialmente, el comedor se sostuvo con la venta de una casa en Puerto Asís, su tierra natal. Pero ahora vive del día a día. Unos días va a un restaurante y le cambia al dueño mano de obra por comida. Lo mismo hace en los supermercados del centro comercial Unisur, en los que limpia a cambio de la comida maltratada durante el transporte o por los clientes. Otros días simplemente se las ingenia. El fin de semana pasado compró 30 mil pesos de carne, la asó y picó y salió a venderla por toda la ciudad. También vendió boletas a 500 pesos para la rifa de tres pollos. Así solucionó el problema del almuerzo de toda la semana. El próximo fin de semana hará lo mismo.

Esa incertidumbre diaria le ha costado algunos problemas de salud a causa del estrés y la censura de su compañero sentimental, quien amenaza con dejarla a raíz de su entrega desinteresada. "Si él me deja, yo igual seguiré en la lucha, porque hago las cosas de corazón, y si uno no hace las cosas de corazón, no está en nada", dice. "Además, yo sé que mi Dios me va a recompensar toda la plata que he gastado y todo este esfuerzo", agrega con optimismo.

Además, tiene que capotear todos los días a la dueña del rancho en el que viven los embera. "La Red de Soldaridad Social prometió pagarle a ella el arriendo del ranchito, pero hasta el momento no han pagado ni el primer mes", explica. De acuerdo con la ley, son las autoridades locales las que tienen que ocuparse de los desplazados. Pero parece que de eso no está consciente la Alcaldía de Soacha, que no ha destinado presupuesto para ayudarlos. "He radicado en la Alcaldía más de una carta, pero nunca me han respondido", afirma Marlene. 

También dice que el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar y la Red de Solidaridad le han negado la ayuda argumentando falta de recursos, que dentro del grupo Embera no hay ancianos ni población 'vulnerable' y que ella no asiste a un número significativo de desplazados, por lo que no es merecedora de ayuda. "Si yo que estoy en desplazamiento hago esto, ¿por qué no va a poder hacerlo una institución con recursos?", se pregunta.

Además del comedor, Marlene es la fundadora y único miembro de Fundescol, una ONG en Soacha. Ha conseguido que algunos practicantes de la Universidad Pedagógica Nacional y otros profesores de escuelas aledañas les brinden "acompañamiento escolar" a 74 niños del sector. Además, logró cupos en el Sena para 58 madres cabeza de familia. 

A pesar de que siente que está arando en el desierto, seguirá en la lucha que empezó cuando llegó a Soacha. "Esta semana y la próxima me dedicaré a radicar cartas en todos lados. No desisto de lo que ya empecé y sé que voy a conseguir el apoyo", dice con optimismo. Mientras tanto, los embera siguen dependiendo de ella y esperando que el Estado deje de hacerse el de la vista gorda y que por fin alguien, además de Marlene, se ocupe de su situación para que puedan volver a la tierra que les ha pertenecido por años.

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