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“La libertad vale todo, por eso apoyo los rescates”

Jorge* fue secuestrado por el Bloque Centauros de las AUC en 2002. Su familia nunca pudo pagar por su liberación. Por eso accedieron a que el Ejército lo rescatara por la fuerza.

31 de octubre de 2006

“Hasta hace cuatro años yo cuidaba una finca en el municipio de Granada, en el Meta. Tenía 32 años, una esposa y un hijo recién nacido. Por esa época los ‘paras’ daban vueltas para cobrar la ‘vacuna’, pero un día mi patrón no tuvo con qué pagarles y les dijo a esos tipos (los ‘paras’) que el de plata era yo, que me había quedado con las escrituras de la finca y que yo sí podía pagarles.

Cuando me buscaron yo les dije que eso no era cierto y como no me creyeron, me secuestraron. Fueron 34 días eternos. Yo sabía que era un secuestro extorsivo y que los tipos pedían plata por mi libertad. Me llevaron con los ojos vendados a una finca vieja de bahareque y zinc, a unas ocho horas de viaje por carretera desde Granada. Allá me dejaron en un cuarto solo. Tenía una ventana pequeña con unas rejas sin vidrio, por donde alcanzaba a verse el monte y por donde entraba el canto de los pájaros en las madrugadas.

En dos habitaciones contiguas a la mía encerraron a dos secuestrados más que llevaron después de mí. Sólo nos veíamos en los desayunos, que eran como a las 6 y media de la mañana, y a veces nos dejaban jugar dominó o parqués en una sala en el centro de la casa. A ninguno nos llamaban por el nombre. A mí de decían ‘Pocopelo’ porque soy calvo. A un hombre de unos 50 años lo llamaban ‘Polaco’ porque tenía el pelo rubio y la cara roja. Y al tercero, un muchacho más bien joven y de buena pinta, le decían en burla el ‘Gordo’, pues medía como 1.80 y estaba forrado en los huesos.

La noche del 10 de agosto del 2002 se oyó un avión por allá lejos. Decidieron entonces que al otro día nos teníamos que levantar más temprano, como a las 5. Nos bañamos rápido en un tanque de agua con jabón Rey, nos pusimos la ropa, alistamos las maletas y nos dijeron que teníamos que caminar largo rato. Los que nos cuidaban se vistieron de jeans, camisas manga corta, se pusieron los arneses, se colgaron los fusiles y comenzaron a hablar en un patio pequeño que había a la salida de la casa.

Estábamos con el ‘Polaco’ y el ‘Gordo’ sentados en una puerta de la casa cuando de repente se oyó un estruendo bárbaro, un ruido como si muchas latas gigantes chocaran entre sí. Miramos hacia el cielo y yo no sé de dónde aparecieron cuatro helicópteros que pasaron bajito a toda velocidad. En cuestión de segundos los helicópteros regresaron y los tipos nos dieron la orden de callarnos, nos gritaron que nos entráramos a la casa y nos quedáramos quietos, mientras ellos se acomodaban como si fueran a disparar.

Yo sentí que los helicópteros aterrizaron alrededor de la casa. Se oyeron disparos al aire. Yo veía por un huequito gente botada y oía un ruidajo que salía por todas partes. Cuando de repente vi un hombre inmenso con casco y gafas oscuras que se acercó hacia mí. A su lado, otro gigantón venía grabando con una cámara. Me apuntó con el arma que tenía. Me gritó que me botara al piso, bocabajo. ‘No me mire y no lo mato’, fue lo que me dijo. Me puso un pie en la espalda y me dijo que no me moviera. Yo alcancé a decirle que era un secuestrado, que por favor no me matara. Con un alarido me preguntó mi nombre. Cuando le dije quién era yo, supuse que algún compañero suyo le dijo que sí, que yo en efecto era un secuestrado. Entonces me quitó el pie de encima, me ayudó a levantar y me dio la bienvenida a la libertad.

Todo el mundo me pregunta si estoy de acuerdo con los rescates. ¡Por Dios!, a mí el Ejército me salvó la vida, si no me hubieran buscado, esos tipos me hubieran picado en pedazos y mi familia habría sufrido muchísimo. Obvio que el riesgo es grande, pero la libertad de una persona vale todo. Por eso estoy de acuerdo con que la Policía y el Ejército vayan hasta el último rincón de la selva y rescaten a todos los secuestrados”.
 
(*) El nombre de la víctima fue cambiado para proteger su identidad.