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Libia Posada, artista y médica.

Arte

La nueva compañía de los prohombres de la patria

Las fotografías de la artista paisa han sacudido a todos los críticos que han pasado por el Encuentro Internacional de Arte de Medellín. Libia Posada ha hecho una inserción en una sala del siglo XIX en donde rostros femeninos amoratados están junto al establecimiento del arte decimonónico. ¿Quién es esta artista? Reportaje publicado en la revista ARCADIA, suplemento cultural de Semana.

Mauricio Builes
22 de mayo de 2007

El año pasado cincuenta mujeres de Medellín salieron a la calle con moretones en el rostro y el cuerpo. Eran mujeres de todas las edades haciendo lo que hacen en un día cualquiera: estudiar, trabajar en un comedor comunitario, hacer fila en un banco, dar clases, montar en metro o caminar por un centro comercial. Podría parecer rutina si no fuera porque se trataba de Evidencia clínica, una intervención artística de la antioqueña Libia Posada. La gente no sabía que esas mujeres habían sido maquilladas por la artista con la asesoría de expertos en medicina legal y de médicos que trabajan el tema del maltrato femenino. Tampoco sabía que ellas, en su mayoría, eran amigas o conocidas de la artista y que todas darían razón de cómo había reaccionado la gente al verlas. La reacción fue variable. Hubo solidaridad en la universidad, indiferencia en el banco, curiosidad en el centro comercial y cuchicheos en los vagones del metro. “Por puta sería que le dieron tan duro”, fue uno de los comentarios que recibió la obra.

En una ciudad en donde nueve de cada diez casos de violencia doméstica es contra las mujeres y los delitos sexuales son un lugar común, cualquier reacción era importante para Posada. El ejercicio se repitió a los pocos días pero en un salón del Centro Colombo Americano. Encerraron a las mismas cincuenta en un espacio no muy grande durante algunos minutos. Allí, el impacto fue mayor aunque quedara en evidencia que se trataba de una intervención artística.

Este año Libia Posada ha decidido continuar con su obra: Evidencia clínica II. Los curadores del Encuentro Internacional de Arte Contemporáneo Medellín/2007, que ya conocían su trabajo, querían una intervención sutil y, a su vez, impactante. Lo lograron. En el tercer piso del Museo de Antioquia, en las salas donde están las pinturas del siglo XIX y XX, se reemplazaron once obras de artistas como Lola Vélez, Jesusita Vallejo, Pedro Nel Gómez y Francisco Antonio Cano por los retratos de mujeres golpeadas. A primera vista pasan inadvertidos porque se utilizaron los mismos marcos de las obras republicanas, pero después de cuatro o cinco mujeres amoratadas, los visitantes empiezan a sospechar. “¿Cómo así que aquí pintan mujeres aporreadas?”, dijo hace poco un señor que recorría el museo con sus hijos.

Claro, lo primero es que no son pinturas sino fotografías; y lo segundo es que las mujeres “aporreadas” no son una novedad. La violencia contra las mujeres no puede serlo. Y el arte ya había señalado en Antioquia a través de las pinturas aterradoras de Débora Arango y sus prostitutas del barrio Guayaquil. La frase del señor parece una burla. Y puede serlo a oídos de sus hijos. Pero Libia Posada la toma como un gran monumento a su trabajo. Es el premio a la metáfora bien lograda.

Ese ha sido el verdadero propósito en la vida de esta artista que sorprende no solo con sus obras sino por su historial. Libia Posada es médica cirujana de la Universidad de Antioquia y una lectora y estudiosa consumada de la obra del filósofo –y también médico– Michael Foucault. Durante la semana trabaja con un grupo de urólogos de Medellín, lee libros de historia de la medicina y en sus ratos libres tiene dos opciones: dar clases de Arte Contemporáneo o hacer figuras con los hilos de una gasa. La mayoría de las veces hace las dos cosas: “Esas son las ventajas de la neurosis”, dice.

Camisas de fuerza, Salas de examen, Máquinas de curar, Terapia respiratoria aguda, Neurografías esos son los títulos de sus exposiciones. Incluso, en la época en la que estudiaba en la Facultad de Artes de la Universidad de Antioquia –antes de que descubriera las bondades de las artes plásticas– en sus pinturas había elementos, instrumentos quirúrgicos, por ejemplo, que hasta el más desprevenido podía relacionar con el repertorio médico. Su trabajo demuestra que hay cosas que pueden hacer el tránsito de la medicina hacia el arte.

Posada no distingue diferencias. Arte y medicina se hacen las mismas preguntas sobre la vida y la muerte. Y da varios ejemplos: “¿Acaso un hospital no es un termómetro de una sociedad?, ¿por qué hay más suicidios el Día de la Madre que en cualquier otro día? O ¿alguien se ha preguntado cómo son los manejos de poder dentro de un hospital mental?”. Trabajarlas por separado podría considerarse un despropósito.

El trabajo artístico de Libia Posada, la médica, no debe confundirse con la afición por el arte de los médicos. Ella lo aclara, porque los médicos en Medellín han tenido fama por su afición a las artes. El Museo de Antioquia, por ejemplo, tuvo entre sus fundadores al médico Manuel Uribe Ángel. El patólogo antioqueño Alfredo Correa, ya fallecido, tuvo una de las colecciones de arte más vastas de la ciudad. En general, es común encontrar que el médico de cabecera, en sus ratos libres, se dedique a pintar cuadros o a escribir novelas. Sin embargo, a la hora de combinar los dos saberes, Libia Posada ha demostrado una poderosa ventaja.

Lo ha logrado porque desde antes de nacer ha estado en contacto con la imagen. Desde que era una niña en Andes, su pueblo natal al suroeste de Antioquia, todas las semanas, cuando su mamá llegaba de mercar, esperaba los cuentos en miniatura que traía en el bolso con los dibujos de sus protagonistas. Más adelante, de las cuartillas que utilizaba para estudiar el bachillerato, solo recuerda los dibujos de biología. Luego, lo que más le llamó la atención de los libros gigantes que le ponían a leer en la Facultad de Medicina eran las fotografías de pacientes terminales y los dibujos de anatomía. Incluso hoy, cuando ingresa a una cirugía, se detiene unos segundos a detallar las imágenes que puede encontrar en la sala.

Ha sido una vida ligada a la imagen. Una imagen limpia, sin inhibiciones ni artificios, como las cuadrículas que ella misma pinta en la mayoría de sus exposiciones simulando el baldosín blanco de los hospitales. Nada lo da por supuesto. En la competencia por saber el artista que logra camuflar el arte en la sociedad, el nombre de Libia Posada sale a relucir.

Y reluce y brilla y se destaca no por suerte o por obra y gracia del azar. La artista ha sabido buscar en ella y en su país. En la medicina y en el conflicto colombiano. En las camillas ginecológicas y en las minas antipersona. Ha utilizado lenguajes como la pintura, la instalación, el dibujo, la fotografía, las acciones grupales o el video para que sirvan como herramientas de formalización, de preguntas en torno a la fragilidad de la existencia humana o frente a las contradicciones de la política. Libia hace crítica inteligente que se aleja de lo panfletario y el cliché. Es sutil con el mensaje, pero directa e impactante como el puñetazo a una mujer.

“Me preguntan que si soy feminista o que si mis obras son políticamente correctas. No me interesa ni lo uno ni lo otro”. Posada no cree en los ejércitos de mujeres que se dicen feministas. Sus obras hablan de una experiencia –ella lo llama “una lucha”– personal como mujer en Colombia. Frente a la política, ella cree que hasta tomarse un café es un asunto político. Solo que detesta los grandes discursos. Su interés como artista radica en señalar las contradicciones de la vida de todos los días. La ironía es su gran herramienta.

En 2004, por ejemplo, la artista realizó Lección de Anatomía, una intervención que pasó inadvertida para la mayoría de los paisas. Se imprimieron mil afiches –los mismos con los que se enseñan en la escuela las partes del cuerpo humano– en los que al cuerpo de la niña o el niño allí dibujados les faltaba alguna extremidad. Los pósteres se repartieron en diferentes puestos callejeros de la ciudad para la venta. Aunque la gente se detenía a observarlos, fueron muy pocos los que decidieron comprarlo. Claro, ese no era el propósito de la intervención. “Existen una cantidad de cuerpos modificados por razones de fuerza y de conflicto –dice–, muchos desaparecen entre estadísticas médicas y eso pasa desapercibido. Mi intención, precisamente, era redefinir el esquema anatómico humano y darle posibilidad de existencia”.

Y así sucede con todos su trabajos. Quien pase por estos días por el Museo de Antioquia se dará cuenta de que dentro del arte también existe la posibilidad de redefinir y cuestionar y criticar. La obra de Libia Posada hace recordar una frase escrita hace cinco siglos por el poeta francés Eustache Deschamps que decía que “la medicina es una arte en espera de ser descubierta”. Tantos años después, la obra de Libia no hace más que darle la razón.