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Los autores Mario Mendoza (Ciudad de los umbrales), Santiago Gamboa (Páginas de Vuelta), Pedro Badrán (Lecciones de vértigo) y Eccehomo Cetina (El último duelo).

REPORTAJE

La primera novela, un primer riesgo

Por estos días de Feria de Libro, cuatro nóveles escritores confiesan las alegrías, angustias y sinsabores que rodean a quien publica una opera prima. Mario Mendoza (Ciudad de los umbrales), Santiago Gamboa (Páginas de Vuelta), Pedro Badrán (Lecciones de vértigo) y Eccehomo Cetina (El último duelo) recuerdan su primer parto.

Jorge Consuegra
25 de abril de 2007

Hemingway, por ejemplo, primero fue periodista, corresponsal de guerra, comentarista y hasta alcanzó a publicar algunas, aunque olvidadas, columnas de crítica literaria y cinematográfica. Ya después fue cuando decidió lanzarse al agua y publicar su primera novela. “No fue susto, cuando la tuve en mis manos hecha libro, sino la angustia de saber si la iban a leer con la pasión con que la escribí o la iban a destruir sin piedad como muchos acostumbran a hacerlo”.
 
García Márquez empezó escribiendo cuentos y sus famosas “Jirafas” y muchos años después, frente al pelotón de lectores, fue cuando decidió publicar su primer gran cuento largo o novela corta. Algunos dicen que es Isabel viendo llover en Macondo; otros aseguran que es El coronel no tiene quién le escriba, y los más allegados dicen que es La mala hora. Pero sea ésta o aquella la primera novela, siempre causa un revoloteo de mariposas en el vientre.
 
O por lo menos eso dijo Julio Cortázar y lo reafirmó Jorge Amado cuando publicó casi tres novelas al mismo tiempo, Cacao, Sudor y El país del carnaval. Celia Gatay, su eterna compañera, dijo que él le había confesado que cuando el editor le entregó el primer volumen, “sintió como si se hubiera tomado una cucharada de ácido para destapar cañerías averiadas”.
 
Fue tal el susto, que “duró tres días sin salir a la calle temiendo que los pocos lectores que habían comprado la novela lo iban a señalar para criticarlo”. Hasta que por fin salió a la calle y el hombre del kiosko de periódicos le dijo: “Te saliste con la tuya… y la estoy leyendo”, al mismo tiempo que le ofrecía una sonrisa que duró zumbando en la mente de Amado todo el día.
 
Cuatro nuevos escritores, tres de ellos ya con varias novelas publicadas (Badrán, Gamboa y Mendoza), y tan sólo uno de ellos con su primer parto reciente (Cetina), me contaron para este reportaje de Semana.com la suerte que corrieron antes de publicar esa primera novela y las consecuencias de su osadía para el resto de sus vidas.

Duro duelo

No es fácil, pero el riesgo hay que asumirlo si se está convencido del oficio y… del riesgo. Y Eccehomo Cetina aceptó el reto y se arriesgó a hacerlo. Empezó haciendo radio, escribiendo historias de 60 segundos de duración. Luego se metió a escribir un extenso reportaje sobre los grupos satánicos y pasó la prueba; más tarde saboreó el helado del éxito cuando decidió espantar las tinieblas del reinado de Cartagena y las sucias bambalinas de los intereses oscuros. Y más tarde resolvió contarle al país qué había pasado con las guacas inundadas de dólares que permitieron que los soldados cogieran, durante unas semanas, un trozo de Paraíso.
 
Después de eso, siguió con su periodismo y recorrió el país como la Rosa de los Vientos, conociendo las duras y las maduras, el dolor y la alegría de un país que 44 millones de compatriotas desconocemos. Y justo entonces, mientras preparaba su recorrido por esta extensa geografía de miles de kilómetros cuadrados plagados de experiencias, nació El último duelo, su primer parto literario, su primera angustia narrativa, su primer dolor de cabeza. “El último duelo, dice Cetina, se empezó a escribir sólo cuando decidí tomar en serio mis primeras nostalgias y hacer el ejercicio de recordarlas”.
 
No fue fácil ese primer alumbramiento. Eccehomo sintió lo mismo que Jorge Amado, ese trago agridulce de ácido bajando por su garganta, esperando a ver quién iba a ser el primero en clavarle la flecha de críticas y convertirlo en un san Sebastián criollo. Todos los días abría el diario para ver cómo lo habían fustigado, pero nada. De la primera meta volante salió airoso y, con absoluta seguridad ganará con creces el laurel (o el atrevimiento) de haber publicado una primera novela. Sólo me imagino que sí debe estar sintiendo aún un revoloteo de mariposas en su vientre, el mismo que se siente un poquito antes de un encuentro, casi clandestino, con la mujer que se ha deseado. 

Primer Vértigo

La primera gran novela de Pedro Badrán fue Lecciones de vértigo, una excelente narración publicada por Seix Barral en donde se mostró la capacidad creativa de un periodista que había escrito infinidad de crónicas, especialmente en la revista Cromos. En ella, Badrán, dejó lo mejor que aprendió del oficio y puso el sello del futuro escritor que es hoy. Lecciones de vértigo fue, ante todo, para Pedro Badrán, la experiencia del propio vértigo de verse de cara, lanzado a ese vacío del oficio de escritor que tanto deseó, pero al que también temió cuando terminó la última línea de su novela.

Cruzando el umbral

Mario Mendoza publicó su primera novela con el título de La ciudad de los umbrales, también con Seix Barral, y de inmediato dejó ver la importancia que él le da a la novela urbana y a la ciudad que vive y se desvive en las horas de la noche. Este escritor, que siguió después con otros títulos que le han permitido incursionar en el cine, con su novela Satanás, jamás olvidará aquella vez en que se convirtió en escritor, después de soñar tanto con la llegada de ese momento en los salones de clases, donde fue por tantos años escritor. Hoy, Mendoza sigue cruzando esa ciudad llena de umbrales que sigue habitando y de la que sigue alimentando sus ficciones.
 
Primeras páginas

El inquieto periodista Santiago Gamboa, recordado por su trabajo en El Tiempo y sus columnas culturales en diferentes medios especiales, como la revista Cromos, también dio el salto de las salas de redacción a la literatura con Páginas de Vuelta, una novela atractiva e interesante que le mostró un camino hasta entonces entronizados en sus mejores sueños, pero que llegó de golpe, el día que se sentó frente a la pantalla de su computador ya no para registrar las habituales noticias, sino para explorar en sus más profundos deseos y sueños, porque Gamboa, como Cetina, Badrán y Mendoza, sabe que debe seguir sorprendiéndose primero a él mismo con aquello que escribe, si desea continuar vivo en este duro oficio de esculpir la ficción y mejorar la realidad con el cincel de la poesía.
 
Lo importante es que los cuatro escritores lograron ubicarse en lugares de preponderancia con sus óperas primas, obras que, sin lugar a dudas, permitieron recibir las mejores críticas y los mejores comentarios de la crítica de nuestro país.