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¿La próxima guerra mundial?

¿Hay razones para temer una tercera guerra mundial entre Islam y Occidente? María Fernanda Moreno, de SEMANA.COM, preparó un informe especial que ayuda a responder la pregunta.

Maria Fernanda Moreno
15 de mayo de 2005

Con el atentado contra las Torres Gemelas, perpetrado por Osama Ben Laden, un fundamentalista musulmán, los temores sobre una gran guerra entre Islam y Occidente encontraron sustento.

La tensión es cada vez más fuerte. Así lo demuestran los últimos acontecimientos.

Desde el final de la Guerra Fría se hablaba del Islam como un enemigo potencial de Estados Unidos y Occidente.

Los temores se convirtieron en realidad el 11 de septiembre de 2001, cuando Al Qaeda realizó el ataque terrorista más grande de los últimos tiempos. Cerca de 3.000 personas murieron ese día en Nueva York.

La respuesta del gobierno del presidente George W. Bush fue clara: atacar el terrorismo y cada uno de sus símbolos. El primero fue el régimen talibán, conformado por un grupo de radicales musulmanes que albergaron a Osama Ben Laden y la red terrorista Al Qaeda en Afganistán.

La cruzada fue entendida por muchos musulmanes como un ataque directo contra el Islam. Un año y medio después, cuando miles de soldados de Estados Unidos y la coalición de países occidentales invadieron Irak, bombardearon las ciudades, derrocaron a Saddam Hussein y mataron a cientos de civiles -y además se pusieron en evidencia las inconsistencias de la acción militar estadounidense-, el resentimiento del pueblo iraquí se recrudeció.

La relación entre los musulmanes y Occidente se volvió más conflictiva, lo que estimuló el surgimiento de nuevos grupos fundamentalistas musulmanes que, amparados en la religión, juraron vengarse del agresor.

Las manifestaciones del odio a Occidente son cada vez más abiertas y no se circunscriben a Irak, ni siquiera al mundo árabe. En abril pasado, el diario estadounidense The New York Times reveló cómo fundamentalistas islámicos estaban reclutando abiertamente a europeos de origen árabe en Londres. El diario citó el caso de un grupo de jóvenes de origen paquistaní cuyos padres llegaron a un pueblo al norte de Londres después de la Segunda Guerra Mundial y que desde hace algún tiempo gritan en la calle que les gustaría ver al primer ministro Tony Blair muerto o derrocado y una gran bandera islámica ondeando afuera de su residencia.

Al incremento de grupos radicales se le suma el estado de tensión que se vive en Europa después de que una facción de Al Qaeda anunció un ultimátum para que las tropas abandonaran el país árabe. Las brigadas de Abu Hafes Al Masri, que se atribuyeron la masacre del 11 de marzo en Madrid, le dieron plazo a Europa hasta el 15 de julio y exhortaron a los musulmanes a abandonar el Viejo Continente y si no era posible, a trasladarse a una zona habitada por musulmanes. "Almacenen víveres para sobrevivir con sus familias durante un mes", dijo el grupo a través de la cadena árabe Al Jazeera. Aunque el término ya se cumplió, las autoridades siguen en alerta máxima.

Esta tensión aumenta la persecución a árabes y la de por sí gran xenofobia en parte del continente. Algunas decisiones tomadas por los gobiernos occidentales han agravado el conflicto. En abril pasado, el Ministerio de Educación francés promulgó una ley que prohíbe el "uso del velo islámico, sea cual sea el nombre que se le dé, de la 'kippa' (solideo tradicional judío) o de una cruz de tamaño excesivo" en las escuelas públicas.

Una de las comunidades más afectada fue la musulmana, pues las mujeres, de acuerdo con su religión, deben usar en presencia de extraños el hiyab, el pañuelo con el que cubren cara y cuerpo. Es una costumbre religiosa, un homenaje a Alá y una forma de manifestar su fe.

Las protestas, manifestaciones en la calle y notas de Cancillería en contra de la medida no se hicieron esperar. Sin embargo, Francia se mantiene firme.

Pero quizás el ingrediente que más contribuye a la polarización entre ambas culturas es el conflicto entre Israel y Palestina. El primero es un Estado judío apoyado por Estados Unidos. El segundo, ni siquiera es un Estado soberano y lucha contra Israel por los territorios más ricos y extensos de la franja de Gaza y Cisjordania asignados a Israel por la ONU en el Acuerdo de Oslo de 1948. Después de varias décadas de conflicto, el 28 de noviembre de 2000, Palestina declaró la segunda Intifada, un levantamiento armado en contra de la ocupación israelí. Los enfrentamientos han dejado hasta el momento más de 3.000 palestinos e israelíes muertos. Para contrarrestar los efectos del levantamiento y apelando a su derecho a la defensa, Israel inició la construcción de un muro que ha intensificado el conflicto y polarizado aún más a los actores. La construcción de hormigón tiene ocho metros de altura, vallas electrificadas, circuitos cerrados de televisión, torres de vigilancia, rutas alternas para patrullas y ametralladoras teledirigidas. Según el gobierno israelí, la barrera impedirá la entrada de palestinos terroristas. Pero los palestinos alegan que el muro quitará cerca del 58 por ciento de las tierras fértiles a los campesinos palestinos al momento de su construcción, dividirá tierras cultivables, familias, campos deportivos y hasta cementerios. "Y además, nos está robando el agua de Cisjordania.

Con el muro las fuentes de agua quedan en territorio de Israel, y sólo el 10 por ciento para una población que triplica a los israelíes en esta parte de Palestina", le dijo en días pasados a SEMANA el viceministro palestino de Información, Amhed Soboh. Recientemente, la Corte Interamericana de Justicia y la ONU declararon ilegal la construcción del muro y emplazaron al primer ministro israelí, Ariel Sharon, para que la detenga. Pero éste, confiado en la vista gorda de Estados Unidos, siguió adelante con su plan.

Aunque las autoridades islámicas han rechazado públicamente la Intifada y los medios violentos a los que recurren los palestinos, el que Estados Unidos no obligue a su aliado israelí a detener la construcción del muro aumenta el resentimiento musulmán. Por todas estas razones, existe un creciente temor sobre una posible guerra mundial. Pero las cosas no son tan sencillas.

¿Islam contra Occidente?

Desde el inicio del Islam en el siglo séptimo, la expansión de la cultura chocó con las pretensiones colonizadoras de Occidente. Pero sólo en 1993 los temores fueron llevados al papel y convertidos en teoría. El politólogo estadounidense Samuel Huntington escribió ¿Choque de civilizaciones? , una obra que señalaba que el próximo enfrentamiento a gran escala no se registraría entre países ansiosos de poder, sino entre grandes civilizaciones en busca de la defensa de sus ideales. Las más indicadas para protagonizarlo eran Islam y Occidente.

El libro fue traducido a más de 26 idiomas y se convirtió en bestseller.

Para algunos, la preocupación de hace décadas encontró en el libro un sustento. Pero para otros solo sirvió para que Estados Unidos tuviera un argumento para escoger al Islam -encarnado en Irak, Afganistán y grupos como Al Qaeda- como su próximo enemigo, después de la desaparición del comunismo tras el fin de la Unión Soviética en 1989.

"La sociedad norteamericana por su misma naturaleza busca enemigos, entre otras razones porque es una sociedad que se concibe como triunfante", explica Enrique Serrano, profesor de la Universidad del Rosario.

Además de la amenaza terrorista que representan radicales musulmanes como Osama Ben Laden, el que la religión luche por conservar sus creencias y costumbres y se haya expandido por todo el mundo la convierte en una amenaza.

Las cifras demuestran que mientras que Occidente se mantiene demográficamente estable, el Islam, no solo como religión sino civilización, está creciendo a pasos agigantados. Los demógrafos calculan que dentro de 24 años uno de cada cuatro seres humanos será musulmán. Actualmente hay alrededor de 1.200 millones de musulmanes, es decir, una de cada cinco personas. La religión es mayoría en 52 países y una amplia minoría en muchos otros.

Hay seis millones de musulmanes viviendo en Estados Unidos, dos millones en el Reino Unido, 3,2 millones en Alemania, cinco millones en Francia, 700.000 en Italia y 700.000 en España.

Huntington y los antioccidentales tienen una explicación para esta rápida expansión. "El renacimiento de religiones no occidentales es la manifestación más intensa de antioccidentalismo. Dicho renacimiento no es un rechazo de la modernidad; es rechazo de Occidente y de la cultura laica y degenerada asociada con Occidente", escribió en su libro Huntington.

En los últimos años, ese rechazo a Occidente ha sido materializado por fundamentalistas como Ben Laden. Aunque tanto él como su organización recurren a la religión e invocan a Alá para que les ayude en sus acciones terroristas, el suyo es un caso aislado que en realidad poco tiene que ver con los fundamentos del Islam. El que la gente piense que todos los musulmanes están dispuestos a cometer grandes crímenes amparados en la fe es solo uno de los tantos prejuicios sobre esta cultura. Si bien el Corán señala la importancia de luchar por la religión y las creencias, éste rechaza todo tipo de violencia.

"El 99 por ciento de los musulmanes no tienen armas ni conocen planes terroristas, ni han participado nunca en una célula radical islámica", afirma Serrano.

Además, Occidente tiende a percibir al Islam como la peor expresión de injusticias y violaciones a los derechos humanos por las historias de lapidación de adúlteras, del uso de los velos y la mutilación de genitales. Por eso ha hecho intentos desesperados por llevar allá un poco de la cultura democrática, justa y moderna que profesa. En parte lo ha logrado.

Ahora los jóvenes musulmanes quieren "ser más occidentales", abandonar la vestimenta que los identifica y evitar que la religión afecte su vida cotidiana. El cambio a la luz de la costumbre es imperdonable; así lo establecen sus cinco pilares, una guía de comportamiento parecida a los diez mandamientos cristianos. Allí hay otra razón de conflicto. "El Islam admira a Occidente, pero no quiere ser exactamente como Occidente, quiere seguir siendo una sociedad esencialmente religiosa. Esas condiciones crean un mundo necesariamente inestable", agrega el académico.

¿Choque de civilizaciones?

Esa inestabilidad puede provocar más terrorismo, señala Serrano. Pero él como otros expertos descarta una gran guerra por varias razones. Una razón son los conflictos dentro del Islam. La civilización está dividida entre sunitas y chiitas, que desde hace más de 10 siglos libran una batalla campal. Por ello, una alianza para pelear contra Occidente es improbable.

Otra razón de su división son las diferentes interpretaciones que se le hacen a la religión. "Los musulmanes comparten ciertas creencias y libros clásicos, pero a partir de eso hay interpretaciones diferentes que dividen la religión", explica el historiador Luis Eduardo Bosemberg, profesor de cultura islámica en la Universidad de los Andes.

Además, Occidente tiene aliados en el mundo árabe como Arabia Saudita, y ningún país estaría en condiciones de enfrentársele militarmente a alguno de los dos. En ese sentido, "no creo que haya una fuerza capaz de desestabilizar al mundo, sobre todo porque Occidente es muy sólido económica y militarmente", agrega Bosemberg. Lo que está pasando es simplemente, "una resistencia hacia Occidente". La resistencia puede traducirse en terrorismo en manos de pequeños sectores de la gran comunidad musulmana y sus actos poco tienen que ver con la religión.

Los enemigos de Occidente son pequeñas facciones con una interpretación propia del Corán y un resentimiento sustentado en las injusticias del mundo moderno. El mundo afortunadamente está todavía lejos de una guerra mundial en nombre de Alá y Cristo.