Home

On Line

Artículo

Francia

La Revolución de los Beurs

Natalia Carrizosa, desde su experiencia personal, escribe sobre el racismo y la agresividad en la nación de la libertad, la igualdad, y la fraternidad

Natalia Carrizosa
12 de febrero de 2006

A los amigos colombianos que veían las imágenes del noticiero de jóvenes enfrentados a la Policía, carros quemados y saqueos en las afueras de París, les parecía increíble. "Yo creí que era una de esas guerras de un país africano", me decía un colega. Pero acabo de llegar de vivir un año en París y la revolución de los suburbios me pareció el desenlace lógico de lo que había visto durante mi estadía.

Cualquiera que viva un par de meses en París, y más si se trata de un extranjero que aún no da las cosas por sentado, constata que existe un impresionante racismo contra los inmigrantes o los franceses de origen árabe, más particularmente de países del Magreb (Argelia, Marruecos y Túnez).También puede percibir el resentimiento y la agresividad de muchos de estos magrebinos, que en buena medida son los protagonistas del enfrentamiento de las últimas dos semanas.

Bienvenida al país de la fraternidad

Yo llegué a hacer una maestría con una visa de estudiante. Este documento no es válido para permanecer en el país, y antes de que se cumplan tres meses de estadía todos los extranjeros deben ir a una prefectura de Policía para sacar el permiso de residencia. Deben proporcionar certificados de nacimiento, de recursos, de inscripción académica o contratación laboral, de residencia y hasta una historia de vacunas y someterse en la misma estación a un examen médico para el que toca quitarse la ropa en un cuarto lleno de puertas por donde entran funcionarios, sin mucho reparo.

Me habían advertido que me iban a tratar mal y que la principal ocupación de los funcionarios consistía en humillar a las personas que venían a legalizar su situación. Así fue. A la entrada, un guardia pedía de la peor forma que mostráramos los documentos y devolvía a los gritos a los que no los tenían completos. Cada cierto tiempo una mujer nos gritaba en francés que tuviéramos el pasaporte abierto, pero muchos no entendían el idioma y llegaban a la ventanilla de la entrada sin el documento en la mano. Entonces el guardia comenzaba a gritarles que si no sabían francés para qué venían a ese país, y los mandaba a volver a hacer una fila de horas en la calle en pleno invierno. Muchas jóvenes salían llorando.

Cuando estaba a tres puestos de la entrada, un joven de facciones árabes acababa de ser rechazado con el maltrato acostumbrado. Sólo que este último no tenía el tipo de personalidad para devolverse llorando. Empezó a gritarle al guardia y a golpear en el vidrio con el puño cerrado. "Cree que me asusta porque soy argelino", decía entre groserías. La mujer de los pasaportes hizo venir a dos policías con esposas que arrinconaron contra la pared al joven hasta cuando se calmó. La respuesta fue tan coordinada e inmediata, que me dio la impresión de que se trataba de un incidente que ocurría a menudo.

Conseguir apartamento en París no fue fácil para mí. Era un calvario la cantidad de papeles que pedían y duré tres meses compartiendo cuarto con mi hermana. Luego me enteré por un amigo francés que las personas de origen árabe la pasaban mucho peor. Él estaba buscando un apartamento con un amigo marroquí y se repartían las citas. A su amigo lo rechazaban sistemáticamente, sin explicación alguna. Una vez le pusieron una cita, pero cuando el propietario lo vio, le dijo que ya había alquilado el apartamento. Mi amigo no le creyó. Pero llamó al mismo número diciendo que estaba interesado y le dieron una cita. A otro marroquí el agente inmobiliario de la agencia le confesó que el propietario no quería alquilarle su apartamento a un extranjero.

Para las familias de inmigrantes árabes es tan difícil conseguir vivienda, que en los suburbios pobres hay varios hoteles de mala muerte que se especializan en esta clientela. Viven hacinados y los edificios no cumplen con las normas básicas de seguridad. Este escándalo estalló durante mi estadía, cuando uno de estos hoteles se quemó y muchas familias magrebinas murieron.
 
La amenaza árabe

Los jóvenes magrebíes o "beurs", como luego aprendí que se debe decir "árabe" para no parecer racista, viven generalmente en los suburbios pobres o "banlieues" y por eso el concepto "Banlieusard" (habitante de los suburbios) a menudo está cargado de una connotación racial. El deseo de evitar la discriminación no va más allá de usar la palabra políticamente correcta.

En las películas y los reportajes de la televisión francesa estos suburbios también se suelen asociar a drogas, crimen, delincuencia, revueltas, fundamentalismo islámico e incluso terrorismo. Las "Banlieues" de París son grandes ciudades que empiezan en las puertas de la cintura del periférico y se expanden  por toda la región de Ile de France. Para llegar a ellas hay que tomar el RER, que son las líneas del subterráneo que se convierten en tren a las afueras de la ciudad. Los parisinos de los barrios elegantes nunca toman el RER -ni siquiera para circular dentro de París- porque creen que es peligroso.

La propietaria del apartamento que arrendé, que tenía un complejo maternal, me insistía en que sólo tomara el bus. Ella, como la mayoría de franceses, era socialista, pero me advertía que no tenía que tener miedo de Monsieur Khalid, el carpintero que iba a hacer los arreglos de las puertas, porque a pesar de ser árabe era una persona decente.

El miedo (a mi juicio infundado) de la "amenaza árabe" fue una de las causas del triunfo en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2002 de Jean-Marie Le Pen del partido de ultra derecha nacionalista Front National. La mayoría de franceses se avergonzó de este resultado y los socialistas salieron a votar en masa por Jacques Chirac, que barrió en la segunda vuelta. Sin embargo, al comienzo de su carrera política Chirac también tenía un discurso xenófobo contra los árabes. El grupo de música popular francés Zebda inmortalizó una de sus alocuciones más racistas en su canción "Le bruit et l´odeur", que recoge un discurso de 1981 en el que Chirac critica la política de reunificación familiar de los magrebíes. Los describe como unos polígamos con familias de ocho hijos que hacen un ruido infernal y apestan. Es irónico que el buen francés promedio, que hace paro cada cierto tiempo en nombre de la igualdad, la libertad y la fraternidad, haya votado tranquilamente por este Chirac.
 
Por otro lado, el "No" al referendo por la Constitución Europea no sólo estuvo impulsado por la extrema izquierda que rechaza el capitalismo y la globalización de la economía, sino por el recelo de la extrema derecha a la entrada de Turquía a la Unión Europea,  por tratarse de un país musulmán. Demostrando una completa ignorancia de la naturaleza del tratado, Le Pen hacía  campaña por el "No" amenazando a la gente con la llegada de marroquíes provenientes de España. El racismo permea la vida cotidiana y la política, que en Francia es lo mismo.

El círculo vicioso

Debo confesar que como la de muchos, mi visión de los jóvenes de las banlieues es superficial y, por lo mismo, tampoco escapa a los estereotipos. Los reconocía en el metro los fines de semana, cuando la mayoría venía a París a las discotecas (a las que los dejaban entrar). Por alguna razón, los hombres usaban los pantalones entre las medias y siempre tenían puestas cachuchas. Las mujeres se maquillaban mucho más que las parisinas y usaban candongas de plástico enormes. Su acento y su vocabulario también eran reconocibles después de un tiempo. Los humoristas de la televisión a menudo se burlaban de su modo de hablar.

La vida en París de algún modo lleva a las personas, incluso a las cultas y liberales, a volverse racistas en mayor o menor grado. Mis amigas que llevaban un poco más en París aseguraban que odiaban a los árabes por su forma de tratar a las mujeres en la calle y que los parisinos tenían razón de ser racistas. "Pobre gente, es que les invadieron la ciudad", decía una de ellas.

Al principio yo me indignaba con estas generalizaciones. Pero, después de un tiempo de vivir en la ciudad, empecé a reconocer que era verdad que los hombres que me acosaban a mí y a las demás mujeres casi siempre eran magrebinos. Al final yo también empecé a predisponerme en contra de ellos. No les respondía el saludo a los hombres con facciones árabes y miraba al suelo para que no empezaran a perseguirme y a proponerme citas u otras cosas, a pesar de que se podía tratar de alguien perdido que quería una dirección.

Por eso no me sorprende lo que ha sucedido. Los imaginarios equivocados, estereotipados y mediados por prejuicios racistas sobre los magrebinos terminaron por convertirse en una profecía auto cumplida de lado y lado. Es muy probable que ahora la derecha de cero tolerancia de Sarkozy suba al poder aprovechándose de los miedos -ahora de algún modo justificados- a la amenaza de los suburbios. Y que eso a su vez siga alimentando el odio de los excluidos.

A los amigos colombianos que veían las imágenes del noticiero de jóvenes enfrentados a la Policía, carros quemados y saqueos en las afueras de París, les parecía increíble. "Yo creí que era una de esas guerras de un país africano", me decía un colega. Pero acabo de llegar de vivir un año en París y la revolución de los suburbios me pareció el desenlace lógico de lo que había visto durante mi estadía.

Cualquiera que viva un par de meses en París, y más si se trata de un extranjero que aún no da las cosas por sentado, constata que existe un impresionante racismo contra los inmigrantes o los franceses de origen árabe, más particularmente de países del Magreb (Argelia, Marruecos y Túnez).También puede percibir el resentimiento y la agresividad de muchos de estos magrebinos, que en buena medida son los protagonistas del enfrentamiento de las últimas dos semanas.

Bienvenida al país de la fraternidad

Yo llegué a hacer una maestría con una visa de estudiante. Este documento no es válido para permanecer en el país, y antes de que se cumplan tres meses de estadía todos los extranjeros deben ir a una prefectura de Policía para sacar el permiso de residencia. Deben proporcionar certificados de nacimiento, de recursos, de inscripción académica o contratación laboral, de residencia y hasta una historia de vacunas y someterse en la misma estación a un examen médico para el que toca quitarse la ropa en un cuarto lleno de puertas por donde entran funcionarios, sin mucho reparo.

Me habían advertido que me iban a tratar mal y que la principal ocupación de los funcionarios consistía en humillar a las personas que venían a legalizar su situación. Así fue. A la entrada, un guardia pedía de la peor forma que mostráramos los documentos y devolvía a los gritos a los que no los tenían completos. Cada cierto tiempo una mujer nos gritaba en francés que tuviéramos el pasaporte abierto, pero muchos no entendían el idioma y llegaban a la ventanilla de la entrada sin el documento en la mano. Entonces el guardia comenzaba a gritarles que si no sabían francés para qué venían a ese país, y los mandaba a volver a hacer una fila de horas en la calle en pleno invierno. Muchas jóvenes salían llorando.

Cuando estaba a tres puestos de la entrada, un joven de facciones árabes acababa de ser rechazado con el maltrato acostumbrado. Sólo que este último no tenía el tipo de personalidad para devolverse llorando. Empezó a gritarle al guardia y a golpear en el vidrio con el puño cerrado. "Cree que me asusta porque soy argelino", decía entre groserías. La mujer de los pasaportes hizo venir a dos policías con esposas que arrinconaron contra la pared al joven hasta cuando se calmó. La respuesta fue tan coordinada e inmediata, que me dio la impresión de que se trataba de un incidente que ocurría a menudo.

Conseguir apartamento en París no fue fácil para mí. Era un calvario la cantidad de papeles que pedían y duré tres meses compartiendo cuarto con mi hermana. Luego me enteré por un amigo francés que las personas de origen árabe la pasaban mucho peor. Él estaba buscando un apartamento con un amigo marroquí y se repartían las citas. A su amigo lo rechazaban sistemáticamente, sin explicación alguna. Una vez le pusieron una cita, pero cuando el propietario lo vio, le dijo que ya había alquilado el apartamento. Mi amigo no le creyó. Pero llamó al mismo número diciendo que estaba interesado y le dieron una cita. A otro marroquí el agente inmobiliario de la agencia le confesó que el propietario no quería alquilarle su apartamento a un extranjero.

Para las familias de inmigrantes árabes es tan difícil conseguir vivienda, que en los suburbios pobres hay varios hoteles de mala muerte que se especializan en esta clientela. Viven hacinados y los edificios no cumplen con las normas básicas de seguridad. Este escándalo estalló durante mi estadía, cuando uno de estos hoteles se quemó y muchas familias magrebinas murieron.
 
La amenaza árabe

Los jóvenes magrebíes o "beurs", como luego aprendí que se debe decir "árabe" para no parecer racista, viven generalmente en los suburbios pobres o "banlieues" y por eso el concepto "Banlieusard" (habitante de los suburbios) a menudo está cargado de una connotación racial. El deseo de evitar la discriminación no va más allá de usar la palabra políticamente correcta.

En las películas y los reportajes de la televisión francesa estos suburbios también se suelen asociar a drogas, crimen, delincuencia, revueltas, fundamentalismo islámico e incluso terrorismo. Las "Banlieues" de París son grandes ciudades que empiezan en las puertas de la cintura del periférico y se expanden  por toda la región de Ile de France. Para llegar a ellas hay que tomar el RER, que son las líneas del subterráneo que se convierten en tren a las afueras de la ciudad. Los parisinos de los barrios elegantes nunca toman el RER -ni siquiera para circular dentro de París- porque creen que es peligroso.

La propietaria del apartamento que arrendé, que tenía un complejo maternal, me insistía en que sólo tomara el bus. Ella, como la mayoría de franceses, era socialista, pero me advertía que no tenía que tener miedo de Monsieur Khalid, el carpintero que iba a hacer los arreglos de las puertas, porque a pesar de ser árabe era una persona decente.

El miedo (a mi juicio infundado) de la "amenaza árabe" fue una de las causas del triunfo en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2002 de Jean-Marie Le Pen del partido de ultra derecha nacionalista Front National. La mayoría de franceses se avergonzó de este resultado y los socialistas salieron a votar en masa por Jacques Chirac, que barrió en la segunda vuelta. Sin embargo, al comienzo de su carrera política Chirac también tenía un discurso xenófobo contra los árabes. El grupo de música popular francés Zebda inmortalizó una de sus alocuciones más racistas en su canción "Le bruit et l´odeur", que recoge un discurso de 1981 en el que Chirac critica la política de reunificación familiar de los magrebíes. Los describe como unos polígamos con familias de ocho hijos que hacen un ruido infernal y apestan. Es irónico que el buen francés promedio, que hace paro cada cierto tiempo en nombre de la igualdad, la libertad y la fraternidad, haya votado tranquilamente por este Chirac.
 
Por otro lado, el "No" al referendo por la Constitución Europea no sólo estuvo impulsado por la extrema izquierda que rechaza el capitalismo y la globalización de la economía, sino por el recelo de la extrema derecha a la entrada de Turquía a la Unión Europea,  por tratarse de un país musulmán. Demostrando una completa ignorancia de la naturaleza del tratado, Le Pen hacía  campaña por el "No" amenazando a la gente con la llegada de marroquíes provenientes de España. El racismo permea la vida cotidiana y la política, que en Francia es lo mismo.

El círculo vicioso

Debo confesar que como la de muchos, mi visión de los jóvenes de las banlieues es superficial y, por lo mismo, tampoco escapa a los estereotipos. Los reconocía en el metro los fines de semana, cuando la mayoría venía a París a las discotecas (a las que los dejaban entrar). Por alguna razón, los hombres usaban los pantalones entre las medias y siempre tenían puestas cachuchas. Las mujeres se maquillaban mucho más que las parisinas y usaban candongas de plástico enormes. Su acento y su vocabulario también eran reconocibles después de un tiempo. Los humoristas de la televisión a menudo se burlaban de su modo de hablar.

La vida en París de algún modo lleva a las personas, incluso a las cultas y liberales, a volverse racistas en mayor o menor grado. Mis amigas que llevaban un poco más en París aseguraban que odiaban a los árabes por su forma de tratar a las mujeres en la calle y que los parisinos tenían razón de ser racistas. "Pobre gente, es que les invadieron la ciudad", decía una de ellas.

Al principio yo me indignaba con estas generalizaciones. Pero, después de un tiempo de vivir en la ciudad, empecé a reconocer que era verdad que los hombres que me acosaban a mí y a las demás mujeres casi siempre eran magrebinos. Al final yo también empecé a predisponerme en contra de ellos. No les respondía el saludo a los hombres con facciones árabes y miraba al suelo para que no empezaran a perseguirme y a proponerme citas u otras cosas, a pesar de que se podía tratar de alguien perdido que quería una dirección.

Por eso no me sorprende lo que ha sucedido. Los imaginarios equivocados, estereotipados y mediados por prejuicios racistas sobre los magrebinos terminaron por convertirse en una profecía auto cumplida de lado y lado. Es muy probable que ahora la derecha de cero tolerancia de Sarkozy suba al poder aprovechándose de los miedos -ahora de algún modo justificados- a la amenaza de los suburbios. Y que eso a su vez siga alimentando el odio de los excluidos.

A los amigos colombianos que veían las imágenes del noticiero de jóvenes enfrentados a la Policía, carros quemados y saqueos en las afueras de París, les parecía increíble. "Yo creí que era una de esas guerras de un país africano", me decía un colega. Pero acabo de llegar de vivir un año en París y la revolución de los suburbios me pareció el desenlace lógico de lo que había visto durante mi estadía.

Cualquiera que viva un par de meses en París, y más si se trata de un extranjero que aún no da las cosas por sentado, constata que existe un impresionante racismo contra los inmigrantes o los franceses de origen árabe, más particularmente de países del Magreb (Argelia, Marruecos y Túnez).También puede percibir el resentimiento y la agresividad de muchos de estos magrebinos, que en buena medida son los protagonistas del enfrentamiento de las últimas dos semanas.

Bienvenida al país de la fraternidad

Yo llegué a hacer una maestría con una visa de estudiante. Este documento no es válido para permanecer en el país, y antes de que se cumplan tres meses de estadía todos los extranjeros deben ir a una prefectura de Policía para sacar el permiso de residencia. Deben proporcionar certificados de nacimiento, de recursos, de inscripción académica o contratación laboral, de residencia y hasta una historia de vacunas y someterse en la misma estación a un examen médico para el que toca quitarse la ropa en un cuarto lleno de puertas por donde entran funcionarios, sin mucho reparo.

Me habían advertido que me iban a tratar mal y que la principal ocupación de los funcionarios consistía en humillar a las personas que venían a legalizar su situación. Así fue. A la entrada, un guardia pedía de la peor forma que mostráramos los documentos y devolvía a los gritos a los que no los tenían completos. Cada cierto tiempo una mujer nos gritaba en francés que tuviéramos el pasaporte abierto, pero muchos no entendían el idioma y llegaban a la ventanilla de la entrada sin el documento en la mano. Entonces el guardia comenzaba a gritarles que si no sabían francés para qué venían a ese país, y los mandaba a volver a hacer una fila de horas en la calle en pleno invierno. Muchas jóvenes salían llorando.

Cuando estaba a tres puestos de la entrada, un joven de facciones árabes acababa de ser rechazado con el maltrato acostumbrado. Sólo que este último no tenía el tipo de personalidad para devolverse llorando. Empezó a gritarle al guardia y a golpear en el vidrio con el puño cerrado. "Cree que me asusta porque soy argelino", decía entre groserías. La mujer de los pasaportes hizo venir a dos policías con esposas que arrinconaron contra la pared al joven hasta cuando se calmó. La respuesta fue tan coordinada e inmediata, que me dio la impresión de que se trataba de un incidente que ocurría a menudo.

Conseguir apartamento en París no fue fácil para mí. Era un calvario la cantidad de papeles que pedían y duré tres meses compartiendo cuarto con mi hermana. Luego me enteré por un amigo francés que las personas de origen árabe la pasaban mucho peor. Él estaba buscando un apartamento con un amigo marroquí y se repartían las citas. A su amigo lo rechazaban sistemáticamente, sin explicación alguna. Una vez le pusieron una cita, pero cuando el propietario lo vio, le dijo que ya había alquilado el apartamento. Mi amigo no le creyó. Pero llamó al mismo número diciendo que estaba interesado y le dieron una cita. A otro marroquí el agente inmobiliario de la agencia le confesó que el propietario no quería alquilarle su apartamento a un extranjero.

Para las familias de inmigrantes árabes es tan difícil conseguir vivienda, que en los suburbios pobres hay varios hoteles de mala muerte que se especializan en esta clientela. Viven hacinados y los edificios no cumplen con las normas básicas de seguridad. Este escándalo estalló durante mi estadía, cuando uno de estos hoteles se quemó y muchas familias magrebinas murieron.
 
La amenaza árabe

Los jóvenes magrebíes o "beurs", como luego aprendí que se debe decir "árabe" para no parecer racista, viven generalmente en los suburbios pobres o "banlieues" y por eso el concepto "Banlieusard" (habitante de los suburbios) a menudo está cargado de una connotación racial. El deseo de evitar la discriminación no va más allá de usar la palabra políticamente correcta.

En las películas y los reportajes de la televisión francesa estos suburbios también se suelen asociar a drogas, crimen, delincuencia, revueltas, fundamentalismo islámico e incluso terrorismo. Las "Banlieues" de París son grandes ciudades que empiezan en las puertas de la cintura del periférico y se expanden  por toda la región de Ile de France. Para llegar a ellas hay que tomar el RER, que son las líneas del subterráneo que se convierten en tren a las afueras de la ciudad. Los parisinos de los barrios elegantes nunca toman el RER -ni siquiera para circular dentro de París- porque creen que es peligroso.

La propietaria del apartamento que arrendé, que tenía un complejo maternal, me insistía en que sólo tomara el bus. Ella, como la mayoría de franceses, era socialista, pero me advertía que no tenía que tener miedo de Monsieur Khalid, el carpintero que iba a hacer los arreglos de las puertas, porque a pesar de ser árabe era una persona decente.

El miedo (a mi juicio infundado) de la "amenaza árabe" fue una de las causas del triunfo en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2002 de Jean-Marie Le Pen del partido de ultra derecha nacionalista Front National. La mayoría de franceses se avergonzó de este resultado y los socialistas salieron a votar en masa por Jacques Chirac, que barrió en la segunda vuelta. Sin embargo, al comienzo de su carrera política Chirac también tenía un discurso xenófobo contra los árabes. El grupo de música popular francés Zebda inmortalizó una de sus alocuciones más racistas en su canción "Le bruit et l´odeur", que recoge un discurso de 1981 en el que Chirac critica la política de reunificación familiar de los magrebíes. Los describe como unos polígamos con familias de ocho hijos que hacen un ruido infernal y apestan. Es irónico que el buen francés promedio, que hace paro cada cierto tiempo en nombre de la igualdad, la libertad y la fraternidad, haya votado tranquilamente por este Chirac.
 
Por otro lado, el "No" al referendo por la Constitución Europea no sólo estuvo impulsado por la extrema izquierda que rechaza el capitalismo y la globalización de la economía, sino por el recelo de la extrema derecha a la entrada de Turquía a la Unión Europea,  por tratarse de un país musulmán. Demostrando una completa ignorancia de la naturaleza del tratado, Le Pen hacía  campaña por el "No" amenazando a la gente con la llegada de marroquíes provenientes de España. El racismo permea la vida cotidiana y la política, que en Francia es lo mismo.

El círculo vicioso

Debo confesar que como la de muchos, mi visión de los jóvenes de las banlieues es superficial y, por lo mismo, tampoco escapa a los estereotipos. Los reconocía en el metro los fines de semana, cuando la mayoría venía a París a las discotecas (a las que los dejaban entrar). Por alguna razón, los hombres usaban los pantalones entre las medias y siempre tenían puestas cachuchas. Las mujeres se maquillaban mucho más que las parisinas y usaban candongas de plástico enormes. Su acento y su vocabulario también eran reconocibles después de un tiempo. Los humoristas de la televisión a menudo se burlaban de su modo de hablar.

La vida en París de algún modo lleva a las personas, incluso a las cultas y liberales, a volverse racistas en mayor o menor grado. Mis amigas que llevaban un poco más en París aseguraban que odiaban a los árabes por su forma de tratar a las mujeres en la calle y que los parisinos tenían razón de ser racistas. "Pobre gente, es que les invadieron la ciudad", decía una de ellas.

Al principio yo me indignaba con estas generalizaciones. Pero, después de un tiempo de vivir en la ciudad, empecé a reconocer que era verdad que los hombres que me acosaban a mí y a las demás mujeres casi siempre eran magrebinos. Al final yo también empecé a predisponerme en contra de ellos. No les respondía el saludo a los hombres con facciones árabes y miraba al suelo para que no empezaran a perseguirme y a proponerme citas u otras cosas, a pesar de que se podía tratar de alguien perdido que quería una dirección.

Por eso no me sorprende lo que ha sucedido. Los imaginarios equivocados, estereotipados y mediados por prejuicios racistas sobre los magrebinos terminaron por convertirse en una profecía auto cumplida de lado y lado. Es muy probable que ahora la derecha de cero tolerancia de Sarkozy suba al poder aprovechándose de los miedos -ahora de algún modo justificados- a la amenaza de los suburbios. Y que eso a su vez siga alimentando el odio de los excluidos.

Nota: Gracias a los comentarios de los lectores de semana.com corregimos los errores involuntarios sobre Chirac y Turquía.

Vea otro punto de vista: