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| Foto: Daniel Reina

INFORME ESPECIAL

La selección Colombia de la paz

Varias personas que ayer integraron ejércitos irregulares que se combatieron entre sí, hoy trabajan en llave. Son líderes que tuvieron la valentía de dejar el fusil y continuar la lucha desde las ideas y el trabajo barrial.

José Monsalve
21 de agosto de 2007

Julián Mahecha les enseñaba a cerca de 40 ex guerrilleros de las Farc las diversas salas de la biblioteca Luis Ángel Arango, en el centro de Bogotá, cuando vio un rostro familiar entre los desmovilizados. La mayoría de éstos eran jóvenes que por primera vez entraban a una biblioteca. Unos pocos llevaban sus hijos en brazos. Otros caminaban con dificultad evidenciando los rigores de la guerra. Varios no sabían leer. Y todos estaban sorprendidos con las formidables instalaciones. Entre ellos fue que Julián, guía de la biblioteca, encontró a un primo que no veía hace más de 20 años, cuando compartieron su niñez en Florencia, Caquetá.

El efusivo abrazo de reencuentro produjo lágrimas. “Momentos como esos son la mejor gratificación que uno puede recibir”, dice José Alfredo Mejía, un ex paramilitar que trabajó para ‘Jorge 40’ y que hoy integra el equipo de gestores de paz que la alcaldía distrital creó para atender a los 100 desmovilizados que en promedio llegan mensualmente a Bogotá.

Aunque José Alfredo, de 32 años, hizo parte de las autodefensas, su historia no es muy distinta a las de sus compañeros gestores que en el pasado estuvieron en las filas guerrilleras. Como la mayoría de ellos, creció en una familia desarticulada: su padre fue asesinado cuando él era un niño. En su juventud fue influeido por el discurso político, en su caso lo atrajo el proyecto de extrema derecha como “una respuesta necesaria” a la acción guerrillera. Luego de hacer varias tareas básicas fue ascendiendo en la organización hasta que entró al bloque norte de las autodefensas, a la edad de 22 años. Aprendió a manejar las armas y le asignaron tareas urbanas en Barranquilla y otras zonas de la Costa Atlántica. Cumplió ordenes militares y participó en operativos que produjeron terror y le dejaron varias heridas.

Sin embargo, fue en vísperas de su desmovilización cuando José Alfredo sintió más de cerca la muerte. Una discusión con el temido jefe paramilitar Edgar Ignacio Fierro, ‘Don Antonio’, casi le cuesta la existencia. José se negó a cumplir una orden vaga, lo cual enfureció a ‘Don Antonio’, quien prácticamente ordenó su fusilamiento en plena concentración poco antes del desarme el año pasado en Chimila, Cesar. Si la orden no se cumplió fue porque otros jefes paras intercedieron por él y porque las circunstancias lo favorecieron. De otro modo, la orden se hubiese cumplido tarde o temprano.

Luego de desmovilizarse José vino a Bogotá y, como todos los ex combatientes que llegan a la capital, asistió al curso de inducción cívica que ofrece la Alcaldía. Allí Darío Villamizar, coordinador del programa de atención a reinsertados del distrito y también desmovilizado del M-19, notó sus dotes de liderazgo y lo invitó a hacer parte del equipo de gestores de paz. Villamizar es el estratega que conformó esta especie de selección Colombia de la paz. El grupo hace trabajos comunitarios con los desmovilizados asentados en las distintas localidades de la capital y recibe a los nuevos ex combatientes que llegan a los albergues transitorios.
Durante una semana desarrollan el taller ‘Módulo Ciudad’, allí los nuevos ex combatientes tiene la oportunidad de conocer Bogotá al tiempo que reciben toda la información necesaria para avanzar en su proceso de reinserción.

Los gestores de paz son quienes lideran este programa. Tienen como campo de acción Bogotá, aunque sus diversos acentos hablan de todo el país. Es un equipo conformado por una decena de personas. Y hay de todo, como en botica. Ex militantes de las Farc, el ELN, el EPL, el M-19, las Autodefensas y un par de inquietos civiles que nunca han abandonado esta condición. Sus historias juntas reúnen una Colombia chiquita con distintas ventanas desde donde apreciarla. Dejaron las armas, pero no su línea política: son de izquierda o de derecha. Pero de cualquier modo ya no echan bala. Ayer fueron duros combatientes respetados en las filas por su capacidad de liderazgo, el mismo talento que hoy aprovechan para continuar su lucha desde la civilidad. Todos son inconformes en algún sentido. Ninguno se avergüenza de su pasado, pero tampoco quisiera retornar a la guerra.

Con la tutoría de este grupo, los nuevos ex combatientes tiene la oportunidad de conocer varios espacios de la ciudad. Visitan, entre otros, la Biblioteca Luís Ángel Arango, el parque Simón Bolívar, Usaquén, la Candelaria y zona histórica del centro de la ciudad. Al comienzo de su proceso, los desmovilizados son muy callados, la prevención y la inseguridad los sume en un silencio duro. Apenas responden con monosílabos. Son evasivos y prevenidos como el que más. Por eso en cada jornada el grupo de gestores debe ir demoliendo esa desconfianza. Saben bien que apenas tiene unos días para lograr tender el puente comunicativo. Es un proceso que se da lentamente. Cuando los nuevos ex combatientes empiezan a reconocer que sus tutores son gente como ellos, “que vienen de la guerra”, la confianza aflora. En los últimos días del Módulo Ciudad, el terreno ganado es evidente. Para ese momento ya se han tejido amistades y es fácil incluso reconocer líderes y a quienes tiene alguna destreza especial.

En la jornada final se cumple un acto de gala en el que los ex combatientes se reciben como ciudadanos de bien. A esta ceremonia de clausura pueden llevar invitados que presencien la entrega de los diplomas. Se trata de un pequeño cartón en el que se distingue a la persona como un ciudadano conocedor de las normas y respetuoso de las mismas. Los desmovilizados escriben en el diploma el compromiso que adquirir con la sociedad. “Me comprometo a acatar las normas de la ciudad y no volver a delinquir”, apuntó en su diploma un ex guerrillero.

Sin embargo, no todos cumplen su compromiso. Entre 2003 y 2007 han sido capturados en todo el país 1.471 desmovilizados por conductas delictivas, según el más reciente informe de seguimiento de la Policía nacional. Un número importante incluso pasa a engrosar los grupos emergentes conocidos como las Águilas Negras, delito por el que han sido capturadas en el último año 1.765 personas, de estas 258 eran desmovilizados.

Los gestores piensan que muchos ex combatientes regresan a la guerra porque no encuentran las oportunidades que requieren. Varios de ellos cuestionan el programa de reinserción, que tiene “serias deficiencias”. Su enfoque es errado, es una estrategia básicamente antisubversiva que se preocupa mucho porque los muchachos dejen las armas, pero luego a estos no se les brinda la atención necesaria para sacar adelante sus nuevos proyectos de vida, afirman los gestores. También les preocupa que todo el trabajo y los lazos que han logrado entablar con la población desmovilizada queden a la deriva con el próximo cambio de gobierno en la capital. Darío Villamizar dice que este modelo tiene muchas ventajas y espera que el gobierno entrante tome en serio esta experiencia y le dé continuidad.

Entretanto, el grupo de gestores continúa con su trabajo. Y no deja de ser extraño ver en Colombia a estas personas que ayer fueron enemigos a muerte, trabajando hoy mancomunadamente en beneficio de otras y en contravía de la guerra. Es una historia singular. Y debería ser una historia de nunca acabar, qué bueno que se prolongara y que se replicara, que sus protagonistas aumentaran hasta copar este país desangrado que no aprende.