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La tercera de Blair

¿Perro faldero de EE.UU. o el estadista que le cambió el destino a Gran Bretaña? Santiago Torrado escribe el perfil del Primer Ministro inglés.

Santiago Torrado*
9 de mayo de 2005

La victoria en las elecciones británicas de la semana pasada le aseguró a Tony Blair un lugar en la historia. A pesar de la impopular guerra en Irak y apoyado en gran medida en la prosperidad de una sólida economía, el Primer Ministro británico se acerca a una década en el poder. Este político apasionado pero enigmático ha superado episodios que, según los analistas, habrían sepultado a cualquier mandatario en tiempos de recesión. Amado y odiado, se las arregla para mantener una figura carismática a pesar de que lo caricaturicen como el perro faldero de George W. Bush.

¿Quién es Anthony Charles Lynton Blair? La pregunta debería estar más que resuelta después de ocho años de gobierno, pero en Gran Bretaña todavía se publicaban artículos que tratan de contestarla en la víspera de las elecciones. Sus críticos sostienen que si la pregunta se mantiene abierta es porque el Primer Ministro cultiva la ambigüedad con el fin de mantener una imagen distinta para ofrecer a cada sector de la opinión. Un vendedor de sonrisas.

No en vano, uno de los rasgos que más le recuerdan de su infancia eran sus dotes de actor. Según cuentan sus compañeros del exclusivo Fettes College en Edimburgo, el pequeño Tony se distinguía en las clases de debate y actuación. "Él era tan afable que no podrías llamarlo reservado, pero nunca conocías cómo era en realidad. No le gustaba exponerse en caso de que alguien encontrara debilidad (...) Siempre ha sido consciente de cómo lo ven las personas; la fachada siempre está ahí. Es muy inteligente y calculador. No olviden que fue un extraordinario actor", recuerda su profesor David Kennedy en la que es reconocida como la biografía más completa del Primer Ministro británico.

Ya en la Universidad de Oxford, donde asistió a la escuela de leyes, Blair desarrolló otra faceta que entretiene a sus biógrafos. Aunque hoy parezca difícil imaginarlo, en sus años universitarios era un consumado roquero de pelo largo, admirador de Mick Jagger y los Rolling Stones. De nuevo su habilidad escénica, virtud importante para un político profesional, salió a flote como cantante principal de Ugly Rumours, una banda que llegó a ofrecer unos cuantos conciertos. Según recuerda Mark Ellen, uno de sus compañeros en aquella aventura, se tenía una confianza sorprendente, sin llegar a ser engreído, y las mujeres no eran ajenas a su magnetismo.

Después de graduarse empezó a trabajar en un despacho de abogados donde conoció a Cherie, su exitosísima esposa, de la que confiesa: "Siempre fue mucho mejor abogado de lo que yo era". Con ella tuvo cuatro hijos, con quienes le gusta mirar Los Simpsons. Hoy en día todavía carga una guitarra de aquí para allá, pero quienes lo conocieron en aquella época admiten que no lo imaginaban como el residente del número 10 de Downing Street, la dirección más famosa de Gran Bretaña.

El Nuevo Laborismo

Nacido en Edimburgo, Tony Blair celebró su cumpleaños número 52 el viernes pasado, un día después de las elecciones que lo convirtieron en el primer laborista que consigue un tercer mandato consecutivo. Su padre, Leo, tuvo ambiciones políticas que se vieron truncadas por un ataque al corazón que sufrió a los 42 años, cuando Tony era apenas un niño, mientras estaba en campaña por los Tories. Las aspiraciones del padre pasaron al hijo, pero su visión de mundo era muy diferente. Hijo de un padre conservador, Tony hizo historia para el laborismo.

"No nací laborista, me hice laborista", dijo en una de las conferencias anuales de su partido. Esa es posiblemente la frase que mejor lo define políticamente. No haber surgido de la clase trabajadora explica en gran medida las posturas y problemas de identidad de Blair durante su carrera. Mientras desde la izquierda lo han tildado de conservador con piel de laborista, en la derecha no ha faltado quien lo califique de traidor de clase.

Su meteórico ascenso comenzó en 1983, cuando fue elegido diputado por la circunscripción de Sedgefield en el norte de Inglaterra. Durante los 80, en pleno apogeo del gobierno conservador de Margaret Thatcher, fue portavoz de la oposición en varios temas. Pero fue en 1994 cuando se convirtió en el líder más joven en la historia del Partido Laborista, tras la repentina muerte de John Smith. A partir de ese momento comenzó una profunda reforma del partido para convertirlo en lo que acuñó como el Nuevo Laborismo.

El laborismo surgió con la intención de darle una voz política a la clase trabajadora.. "Tony Blair no cambio el Partido Laborista. Él creo un partido enteramente nuevo", asegura un análisis de la BBC. Una visión que comparten aquellos que sienten que su partido fue secuestrado por el proyecto de Blair y Gordon Brown, su ministro de finanzas (ver artículo en Mundo). Y en muchos sentidos es cierto.

Tras más de una década, los conservadores estaban atornillados al poder. Tan pronto asumió el liderazgo, Blair manifestó que no se había metido en la política para ser parte de un movimiento de protesta sino para gobernar. Fue así como comenzó a copar el centro del espectro político, ganándoles terreno a los Tories.

Para empezar, Blair derribó la cláusula IV de la constitución del partido, que hablaba de asegurar "la propiedad común de los medios de producción", algo que muchos consideraron un sacrilegio. También debilitó los vínculos con los sindicatos bajo el lema de "justicia, no favores", y estos vieron cómo el partido que crearon los apartaba. Se propuso crear un partido moderno y lo logró, pero eso implicó rupturas dolorosas con la tradición, así como aprender a decirle no a la izquierda.

Los resultados le dieron la razón. Su triunfo en las elecciones de 1997 fue el más amplio del laborismo en la historia, y él tiene la convicción de que fue escogido porque, al igual que la mayoría de los votantes, ha progresado por encima de las políticas del pasado basadas en clases sociales. Cree que quienes lo odian son los que no han dado ese paso.

"La clave para entender mis políticas es que no acepto que tengas que ser o un conservador tradicional o un socialista tradicional. El mundo ya no es así. No es falta de principios", explicó en una entrevista a The Times. En eso se basa su Tercera Vía. "Es acerca de combinar la ambición y aspiración individual con la compasión social y un sentido del deber hacia los otros", asegura.

Simplemente no está interesado en la ideología. No tiene posiciones radicales. No es cínico. Para sus seguidores es un conciliador. Para sus detractores, un acomodado.

El socio cuestionado

Blair fue comparado muchas veces con el norteamericano Bill Clinton, con quien compartía una gran afinidad. Y al igual que el ex presidente demócrata, se dice que le preocupa mucho su papel en el mundo y cómo lo juzgará la historia. De ahí que Blair haya tomado como propias causas como terminar la pobreza en África, buscar un acuerdo de paz entre Palestina e Israel o prevenir el calentamiento global. Desde ya ha anunciado que usará la doble presidencia de Gran Bretaña este año (en la Unión Europea y en el G8) para tratar de convencer a otros países industrializados, especialmente a Estados Unidos, de la importancia de comprometerse a fondo. Precisamente, otra de las grandes causas de Blair ha sido la inclusión de Gran Bretaña en Europa, y prometió un referendo para la Constitución Europea en 2006.

Sin embargo, más que por su amistad y semejanzas con el demócrata Clinton, el papel internacional de Blair será recordado por su sociedad con el republicano George w. Bush. En su vida política hay claramente un antes y un después de la guerra en Irak.

Fue la cuarta ocasión en menos de seis años en el poder en que Blair envió soldados británicos a combatir en suelo extranjero, pero en ocasiones anteriores las intervenciones para buscar la paz como la de Sierra Leona o Kosovo le habían ganado respeto. Irak fue otra historia.

Cuando se unió a Estados Unidos en su aventura bélica, en contra de la voluntad popular, su decisión dividió no sólo a la opinión pública sino también a su propio partido, tradicionalmente antibelicista.

La época en que se le conocía como 'Teflon Tony' porque los temas sucios no se le pegaban quedó atrás. Tres ministros renunciaron como protesta por su postura y enfrentó la rebeldía de sus parlamentarios, habitualmente dóciles. Se peleó con la BBC e incluso llegó a decirle a su familia que la decisión podría costarle el puesto.

La imagen que se tenía de él antes de la guerra en Irak era la de un político que se dejaba llevar en exceso por las encuestas y los grupos de opinión. Se le acusaba de querer mantener contento a todo el mundo. Pocos se atreverían a afirmar lo mismo hoy, después de que se mostró como un líder con un convencimiento casi mesiánico de que estaba en lo correcto.

Gran parte de la campaña giró sobre su credibilidad, su carácter y la confianza que se le puede tener. Por supuesto, la palabra 'mentiroso' surgió una que otra vez. Cansado de defenderse del acoso sobre Irak dijo: "Ya he renunciado a convencerlos sobre la guerra en Irak. Y sólo quiero que estén convencidos de que actué con honestidad, haciendo lo que como Primer Ministro consideré más conveniente para Gran Bretaña".

Si los electores le creyeron o no es difícil de asegurar, aunque los resultados muestran que, con Irak o sin él, lo prefieren a cualquier otra opción. Quienes lo juzgan como un político profesional y le recuerdan sus raíces como actor tienen que admitir que ha interpretado muy bien su papel.

*Periodista de SEMANA.COM. Correo: storrado@semana.com