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La tierra tiene sed. Capítulo del libro Vergüenzas Históricas

16 de septiembre de 2002

La naturaleza autoritaria de los movimientos armados en América latina, no sólo se expresa en la supresión de la democracia interna y el privilegio del uso de la violencia para dirimir las contradicciones políticas al interior de las organizaciones insurgentes - esta práctica al fin y al cabo, era el reflejo de una cosmovisión dominada por los silencios y las ausencias. La izquierda en general, por supuesto las guerrillas no fueron la excepción, omitió por su escasa capacidad comprensiva, el desarrollo de los dinámicos movimientos sociales de nuevo tipo, que iba surgiendo en las sociedades latinoamericanas, a la par de los tímidos y atípicos procesos de modernización aplicados en estos países del continente.

La incapacidad para interpretar en forma adecuada los fenómenos sociales, no se redujo a las nuevas manifestaciones derivadas del acentuado carácter urbano predominante en la estructura social de éstas naciones, se extendió también al estudio de movimientos sociales tradicionales como el de los indígenas. La ortodoxia fue la constante al momento de interpretar y relacionarse con movimientos sociales nuevos, como, por ejemplo, el movimiento de mujeres, trabajadoras sexuales, de derechos humanos, ecologistas y minorías sexuales. Con respecto a cada uno de ellos, la izquierda marcó su impronta autoritaria, al desconocerlos en forma abierta o al tratar de asimilarlos, mediante fórmulas universalistas de conjunción de esfuerzos para una lucha única: "oprimidos de todos los países unidos". No se sabe cuál de los dos tratamientos fue más destructivo, si la omisión abrupta, o la articulación en contextos generalizadores, que terminaban por cercenar la especificidad y la particularidad de los movimientos sociales; si se elimina dicha particularidad se está sacrificando la esencia de esas luchas sociales.

Qué significa convocar a las mujeres a participar de los contingentes de la revolución, sin permitirles que su mirada femenina del mundo y de la vida re-cree la obra revolucionaria. Del mismo modo, qué sentido tiene la convocatoria para que los indígenas conformen los ejércitos guerrilleros, si su cosmovisión está privada de antemano de un estatuto de legitimidad cognoscitiva.

Pasemos de las generalidades, a un examen pormenorizado de la relación entre la izquierda latinoamericana y estos movimientos sociales, ya sean de nuevo tipo o de carácter tradicional. Tal vez en donde se observa con mayor nitidez el talante excluyente, tradicional y ante todo conservador de la izquierda continental, fue en su relación con el movimiento social de las mujeres, y no porque no se acercara a ellas o a sus movimientos, sino más bien porque su acercamiento fue torpe, guiado exclusivamente por consideraciones de una política instrumental, que privilegió la cantidad de masas en las calles, o la intensidad del ruido de muchedumbres que gritaban hasta desgañitarse, que la calidad, representada, en este caso particular, en la preservación y promoción de la esencia de las luchas de las mujeres, que no es otra cosa, que la defensa y la reivindicación de su perspectiva de género, entendida como esa mirada específica que poseen las mujeres sobre el mundo y sobre la vida. No con el propósito de incentivar un particularismo insulso que no conduce sino a la fragmentación, sino pensando en la necesidad de re-fundar el concepto de la unidad, superando clásicas fórmulas universalistas, homogeneizantes y uniformadoras.

Reconocer en las luchas de las mujeres más que un agregado de la revolución proletaria, como fue la pretensión que animó a las corrientes marxistas durante la década del 70 del siglo XX en este continente, hubiese implicado develar una perspectiva de mundo, ahogada en ciclos milenarios, gracias al ejercicio de un poder uni-genérico y patriarcal. Permitir esa revelación de un género condenado al mutismo, habría sido el mayor aporte de las mujeres a la revolución socialista. Pero no. El interés de la izquierda giró alrededor de cuántos sindicatos femeninos se conformaban, cuántas nuevas militantes se reclutaban para el partido, lo de menos era pensar cómo podíamos enternecer las relaciones entre los seres humanos de las jerárquicas sociedades latinoamericanas. Menos importante pudo haber sido el pensar que el placer hedonista en todos los ordenes de la vida cotidiana, hubiese podido actuar como un delicioso paliativo a tanta carga centenaria de sufrimiento, dolor y sacrificio que abunda en forma silvestre por estas tierras, o pensar que la sexualidad es tan importante como el poder, y que a él pueden acceder las mujeres sin que sobre ellas recaiga la duda de la prevención o de la desconfianza, ejerciéndolo con transparencia y eficiencia.

Si en el caso de los movimientos de mujeres, la izquierda asumió la conducta de la cooptación, que significa la incorporación física de este sector social en un conglomerado universal de lucha de clases, eliminando dramáticamente su particularidad, que es en donde reside su fuerza explosiva, matando su condición femenina para transformarla en proletaria o combatiente, según la circunstancia. En el campo de los derechos humanos y sus movimientos, la izquierda adoptó una rara conducta discriminatoria, fundada en un principio maniqueo, que permitía distinguir entre una atroz violación de los derechos elementales del hombre, producida por un "régimen oligárquico" contra un revolucionario, y la reacción natural de "legitima defensa" de un Estado socialista, provocada por disidentes al "servicio del imperialismo". Esa misma valoración maníquea, permitía denunciar con ahínco la tortura a la que era sometido el dirigente de izquierda, pero justificaba, como parte de la lucha, los excesos cometidos por varias organizaciones guerrilleras contra los sectores calificados como enemigos.

El maniqueísmo moral que subyace en la tradición discursiva e ideológica de la izquierda, sirvió para diferenciar en forma imbécil una intervención criminal y descarada como la de los Estados Unidos en Vietnam, de un "aporte" solidario, internacionalista y proletario como el brindado por las tropas soviéticas en Afganistán. Ambas fueron presencias indeseadas y criminales. Violaron tanto la independencia y la soberanía de un pueblo, los militares norteamericanos como los militares soviéticos. Tal fue el grado de iniquidad con el que actuaron este par de legiones invasoras, que la reacción desesperada de los pueblos ocupados, convirtió por separado, a cada una de estas experiencias en verdaderas tragedias, de las cuales aún no se reponen los pueblos invasores. Lo del Vietnam es a los Estados unidos, lo que Afganistán es a los Rusos: Nada más que un infierno.

Con base en esta misma lógica, era lícito ejercer a fondo la facultad crítica de la oposición, para desnudar las irregularidades en las que se debatía el conjunto del sistema. Por razones obvias la izquierda nunca contó con los espacios institucionales para el ejercicio del control político, argumento de sobrada contundencia para demostrar en forma categórica, el carácter autoritario y antidemocrático de los regímenes imperantes en la región. No obstante, ese no era el razonamiento utilizado por esa misma izquierda, independiente del matiz que fuese, al momento de juzgar a los disidentes de los países de Europa oriental, gobernados bajo la égida del "socialismo real". Sobra decir que los amigos de la China comunista tampoco se inmutaban frente a los disidentes de esa potencia. Por el contrario, los unos y los otros hacían una pausa en sus encarnizadas disputas doctrinarias, para endilgarle a los movimientos disidentes que probablemente solo pedían reformas democráticas, la calidad de contra-revolucionarios.

Esta visión simplificadora y reduccionista de la izquierda frente al tema de los derechos humanos, la llevo a conclusiones dicotómicas escandalosas. Existían unos derechos humanos irreductibles, irrenunciables e imprescriptibles: los de los amigos; y unos derechos humanos reductibles, renunciables y prescriptibles: los de los enemigos. Desde luego los movimientos sociales que surgieron inspirados en un principio de verticalidad frente al tema de los derechos elementales de la persona, que condenaban la arbitrariedad y el exceso de la fuerza o la autoridad contra un ser humano, sin distingo de quien lo cometiera, fueron vistos con suspicacia, por no decir que con sospecha. Sí, era sospechoso para una izquierda sometida a la dictadura de los dogmas, el que hubiesen movimientos o personas que observasen con estricta radicalidad el cumplimiento de los derechos fundamentales en todas sus dimensiones, ordenes y latitudes, fustigando con la misma intensidad, llegado el caso, la violación de los mismos, sobre la base de trascender las fronteras ideológicas. La distancia cobrada por los movimientos de derechos humanos en relación con la propuesta política de la izquierda, fue el resultado de la incapacidad de ésta, para comprender la necesidad de transformar los contenidos de una nueva agenda pública.

Los movimientos ambientalistas en América Latina surgieron en forma independiente, ajenos a la voluntad política de la izquierda, demostrando con ello la ausencia de una mentalidad dúctil, capaz de adecuarse a los signos nuevos que aparecen en las sociedades contemporáneas. La izquierda se fue rezagando en su agenda temática, como el resultado natural del anclaje en unas verdades axiomáticas, que nunca fueron cotejadas con el mundo exterior. La obnubilación por construir sociedades a imagen y semejanza de los paradigmas de revoluciones exitosas en el mundo, terminó por petrificar y detener en el tiempo unos conceptos, cuyo valor y vigencia dependía de la readecuación a los contextos particulares, sobre los cuales se operaban drásticas transformaciones. Así fue como la izquierda latinoamericana se fue quedando con el patrimonio de la verdad revelada del principio indubitable de la lucha de clases como motor de la historia, pero al mismo tiempo se iba envejeciendo desde el punto de vista temático y conceptual.

Lo que la realidad exclamaba, la izquierda no lo podía responder, porque no había comprendido los cambios que se estaban dando en el mundo y en la sociedad. De este modo surgió el divorcio entre la izquierda y el ambientalismo, separación por lo demás muy paradójica y superada en buena medida a finales del siglo XX, gracias a la simbiosis entre las corrientes de la denominada "Nueva Izquierda" y los movimientos ambientalistas. Es paradójica la separación que en un principio se dio entre pensamiento de izquierda y movimientos sociales ambientalistas, porque, como lo sostienen las corrientes neomarxistas, el ámbito fundamental de la lucha de clases en el siglo XXI es la problemática ambiental.

La izquierda armada y desarmada actuó prisionera de sus propios dogmas. Omitiendo en forma peligrosa la perspectiva de la ecología y de los ambientalistas, caminaba como los invidentes que se dirigen justo hacia el abismo. En un mundo en el que a finales de la década del 50 del siglo XX, ya se habían disparado las alertas naranjas, previniendo a la humanidad sobre la relativa inminencia del agotamiento del planeta, como resultado de la aplicación sistemática de modelos de desarrollo depredadores, que avasallaban sin ninguna contemplación la naturaleza, la izquierda no advertía esas nuevas realidades y menos las angustiosas emergencias en las que se hallaba envuelta la Tierra, muy entrada la década del 80. La izquierda seguía operando en sus prácticas políticas, de espaldas a esta realidad, en unos casos, y en otros menos afortunados, seguía actuando con lógicas que habían sido las responsables de la depredación y del agotamiento de los recursos naturales.

Para 1986, tuve la oportunidad de participar de una columna guerrillera, del insurgente Movimiento 19 de Abril M- 19, que operaba en los páramos caucanos. Concentrados en un campamento de las estribaciones de la cordillera central, algún mal día, una de las postas que ofrecía seguridad para el campamento, avistó un oso negro bastante joven que se había extraviado de su madre. El guerrillero sin dudarlo un instante, apretó el gatillo de su fusil dando muerte al oso. De inmediato se apresuró a traerlo al "rancho" para que fuese cocido como alimento exótico de los guerrilleros. Ante el hecho, decidí solicitar al mando respectivo de la columna que se convocara a una asamblea de combatientes. Mi indignación era mayúscula. No podía entender que una guerrilla vanguardista en el pensamiento como lo era el M -19, actuara frente al tema ambiental con la misma lógica con la que actúan las transnacionales productoras de papel, al momento de asolar nuestros bosques nativos. Estaba convencido que la guerrilla debía en su comportamiento ser portadora de nuevos contenidos. Para esta situación particular, debía actuar como protectora de especies animales que como la del oso negro, se encuentra en vías de extinción.

Por supuesto, estos razonamientos lo único que provocaron fue una sonora carcajada acompañada de una sarcástica invitación: "Pues si es tan ambientalista, que no coma esta deliciosa carne de osito". La referencia de esta anécdota, es útil en tanto que revela la dramática omisión de la perspectiva ambiental, dentro de un movimiento revolucionario, considerado por sus pares en el continente como heterodoxo.



Pero si se necesitasen mayores testimonios para ilustrar el desconocimiento de la perspectiva ecológica en las prácticas de los revolucionarios criollos, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC-E.P., nos ofrecen uno bastante contundente. La comunidad indígena colombiana de los U´WAS, asentada en los departamentos de Boyacá, Arauca y Casanare, se ha negado en forma sistemática a que sus territorios se conviertan en objetos de explotación petrolera, por esa razón no ha permitido que la empresa norteamericana OXY, realice los estudios de explotación y de perforación, paso previo para la explotación de los recursos petroleros. Los U´WAS, aluden al carácter sagrado de su cultura, tradiciones y tierra, para impedir dichos estudios.

Esta lucha indígena por la preservación de su cultura y de sus territorios ha sido planteada en términos radicales, hasta el punto de estar dispuestos a suicidarse en forma colectiva, de llegar a producirse el ecocidio y el etnocidio que implicaría la explotación del "oro negro". Por sus características particulares, esta lucha ha despertado una enorme solidaridad mundial, incluyendo la de organizaciones no gubernamentales en los Estados Unidos.

En el año de 1999, Colombia se horrorizó con el asesinato de los ciudadanos estadounidenses, Terence Freitas, Ingrid Washinawatck y Lahe'ena'e Gay, dedicados a la defensa de los derechos humanos en su país y a impulsar la solidaridad mundial con el pueblo U´WA. Luego de avanzar en sus propias investigaciones, las FARC EP, reconocieron oficialmente que uno de sus frentes había sido el responsable del asesinato. Más allá de las explicaciones ofrecidas al país por las FARC, en el sentido de que la de decisión de "ajusticiar" a estos tres indigenistas norteamericanos, no había sido consultada con la comandancia de la agrupación guerrillera, lo que el hecho criminal desnudó fue la incomprensión de la complejidad del asunto ambiental. De un lado, los indígenas U´WAS se oponen desde su cultura a los intereses económicos de una transnacional petrolera, impidiendo la explotación de este recurso natural no renovable dentro de sus territorios sagrados, y la lucha indígena logra gestar un importante movimiento de resistencia mundial. Al tiempo, las FARC, que se autoproclaman como revolucionarias, terminan asesinando a los tres norteamericanos indigenistas que con su solidaridad, se oponían a los intereses de la OXY.

El movimiento social indígena se ha convertido en otra de esas franjas difíciles de digerir e interpretar por la ortodoxia marxista y no porque se oponga a sus reivindicaciones materiales, porque en aras de la verdad, habría que reconocer, que los movimientos revolucionarios de naturaleza marxista en el continente, han sido un factor importante en el acompañamiento a esta minoría étnica, en su lucha ancestral por recuperar el territorio usurpado por las élites blancas. Lo es, porque la izquierda dogmática, no entendió que la lucha fundamental de los indígenas no se agota en sus sentidas reclamaciones de carácter material como tierra, educación, o desarrollo económico para sus regiones; existe para ellos la dimensión simbólica y cultural, definitiva en su construcción como pueblos.

Esta dimensión de los pueblos indígenas fue invisibilizada por la vía del menosprecio. Sus mitos, sus tradiciones, sus cosmogonías, fueron calificadas como superchería e ignorancia, tal calificación se podía hacer sin mayores inconvenientes, ya que el marxismo era una doctrina fundada en el estatuto superior del conocimiento: La ciencia. Ahí residía su fuerza, su legitimidad, pero ante todo su indubitabilidad.

Algunos sectores de la izquierda armada, se atrevieron a ir aún más lejos en este propósito de invisibilizar los mundos de vida indígena Su lucha radical contra la "alineación" representada por el mito aborigen, no se redujo al plano de la confrontación teórica ciencia contra ignorancia. No. La confrontación fue llevada al plano de la eliminación física de quienes representaban dentro de esas comunidades todo el saber tradicional. Así fue como estos nuevos emperadores de la razón, se sintieron con la legitimidad otorgada por la "sacro santa ciencia" de impartir "justicia revolucionaria", a quienes como los indígenas persistían en incurrir en el "delito de ignorancia", léase creer en un saber ancestral.

Los marxistas en general compartían la esencia del relato expuesto por el racionalismo La ciencia era un instrumento auténtico de liberación y desarrollo humano, emancipador porque había logrado liberar al hombre de la dominación ejercida por la razón divina, fundamento de todo el orden medieval. La ciencia también prometía el avance siempre hacia adelante, con un ritmo sostenido, constante y permanente de la especie humana. Sin darse cuenta, tanto marxistas, como el pensamiento clásico liberal, hicieron que la ciencia ocupase la silla vacía dejada por Dios tras su muerte, en la guillotina de la razón ilustrada. Ya en el trono, la ciencia adquirió el mismo estatuto ontológico de Dios, es decir, se convirtió en una entidad omnisciente, omnipresente y omnipotente.

Dotados de esta concepción científica, era menos que imposible pensar que los marxistas se acercaran con una actitud distinta a la del menosprecio, a las cosmovisiones indígenas. Para ellos no era posible admitir que tras los mitos, los ritos, los pagamentos de las comunidades indígenas, se esconde una racionalidad distinta a la de la ciencia; pero que posee un valor semejante, no solo como posibilidad de conocimiento, sino ante todo como posibilidad de vida. Solo una mentalidad basada en el sentido de la pluralidad, puede advertir que en la argumentación mítica, esgrimida por la comunidad U´WA para prohibir los trabajos de perforación dentro de sus territorios, existe un conocimiento que posee tanta legitimidad como el conocimiento científico, así este pensamiento tradicional se haya estructurado con una lógica distinta.

Que más racional que predicar, que el petróleo es la sangre de la madre tierra y ellos, los U´WAS, han sido encomendados por tradiciones milenarias para defenderla y preservarla. No resulta luego de una enorme plausibilidad este mito indígena, cuando se observa con desolación, como el modelo de desarrollo fundado en la racionalidad moderna, que privilegia la productividad, la ganancia, la rentabilidad, gracias al usufructo despiadado de la naturaleza, ha convertido al mundo en un gigantesco cúmulo de escombros, de los cuales subyacen las peores tragedias naturales, que como la desertización, las lluvias ácidas, los cambios climáticos, los agujeros en la capa de ozono, pero sobre todo la real escasez de agua, ponen en serio peligro la vida del planeta y por lo tanto la prolongación del ciclo vital incesante de la especie humana.

Sí, cuál es la racionalidad que se advierte en la convocatoria formulada por la razón moderna, para avasallar y controlar el mundo como condición primaria de la libertad y la felicidad humana. Porque esa es la lógica que se aprecia en los precursores de la modernidad, quienes frente a una naturaleza exuberante, virgen y salvaje, que prometía los mayores enigmas y las más insospechadas incertidumbres, en las cuales se podía perder el destino humano, prefirieron oponerle el instrumento seguro de la ciencia, para que armados de ella pudiesen los hombres dominar el agreste universo, explotarlo al máximo para beneficio de la especie humana y así inaugurar un periodo colmado de dichas materiales, culturales y espirituales. Es más, se atrevieron incluso a denominarlo con el pomposo nombre de progreso.

Por supuesto, un discurso como el de los U´WAS, en pleno apogeo de la razón, no hubiese merecido más que la calificación de relato mítico, opuesto al saber y por extensión al desarrollo. Los hombres veneraron la ciencia y sometieron al mundo y la vida, al más implacable proceso de transformación basado en los cánones del desarrollo moderno. Se partió del principio de la inagotabilidad e infinitud de la naturaleza, razón por la que ella fue concebida como un objeto, como una cosa, cuyo único fin era prodigar bienes para el deleite de la vanidad humana Las consecuencias de pensar y de sentir la naturaleza como algo ajeno a nosotros, están ahí, saltan a la vista, se sintetizan de manera dramática, en el disparo de las alarmas naranjas que se escuchan por todo el mundo, advirtiendo que hemos llegado al punto límite que deslinda el mundo de la vida, del mundo de los sobrevivientes.

Es en este punto y en esta hora trágica, en donde los "relatos míticos" de las comunidades indígenas, como el de los U´WAS, adquieren pleno sentido en la idea de replantear el rumbo del mundo y la humanidad. Qué gran sabiduría se encuentra en la tradición de pensar el petróleo como la sangre de la tierra, sobre todo si se entiende la mayúscula devastación a la que ésta ha sido sometida. En el contexto de depredación y emergencia ambiental mundial, es más fácil comprender la negativa de los U´WAS a aceptar las seductoras y tentadoras ofertas de la economía de mercado, de transformarlos y convertirlos en los nuevos ricos de Colombia. Lo que ayer parecía la imbecilidad de unos indígenas harapientos, ignorantes y atrasados, que rechazaban de forma torpe el acceso a los privilegios de la modernización: teléfono celular, computadores, automóviles lujosos último modelo y, sobre todo, mucho, pero muchísimo dinero, hoy resulta el acto de mayor sapiencia y responsabilidad con el mundo y con la vida, desnudando la verdadera imbecilidad que se hallaba instalada en el corazón de la razón moderna.

Porque negarse a permitir la exploración y la perforación de sus territorios por parte de la OXY, solo significó una decisión de preservar el equilibrio ecosistémico del mundo y la necesidad de comprender que no hay un solo camino hacia el desarrollo, como lo había prescrito sin el beneficio de la duda, la ciencia. No, el desarrollo del hombre implica múltiples caminos, variadas nociones. Lo más indicado al momento de pensar el tema del desarrollo, es vivir y experienciar el desafío de la pluralidad, de tal modo que ya no se pueda volver a hablar de desarrollo, sino de desarrollos, en plural.

Por último, es imposible hacer el examen del talante autoritario de la izquierda latinoamericana con respecto a los nuevos movimientos sociales, sin pensar la relación de ésta con los movimientos de minorías sexuales. Como consecuencia de los procesos de secularización, las sociedades latinoamericanas comenzaron a vivir a partir de la década del sesenta del siglo XX, un desmoronamiento de las visiones hegemónicas, dominantes en el ámbito de lo sexual. Los latinoamericanos por razones culturales eran asfixiantemente heterosexuales, un espacio social para alojar allí la diferencia sexual era impensable, los dispositivos morales y religiosos lo proscribían de plano. Como efecto multiplicador de la revolución sexual operada en Europa y Estados Unidos a principios de los años sesenta, en los países de Latinoamérica empezaron a salir del "closet", comportamientos y conductas sexuales distintas a las tradicionales y mayoritarias.

Las lesbianas y los gays empezaron a ser visibles, a constituirse en realidades culturales. En medio de las peores dificultades y represiones de todo orden, iniciaron lentos e incipientes procesos de organización, llegando a convertirse en minúsculas sociedades, muchas de ellas clandestinas, que actuaban reivindicando el derecho a la diferencia y la pluralidad, dentro de estructuras sociales monolíticamente heterosexuales. La actitud de la izquierda frente a estos nuevos movimientos sociales, distó mucho de ser considerada vanguardista, tal como se hubiese esperado, si se quería ser consecuente con la esencia de un postulado emancipador. Por el contrario, adoptó las mismas conductas de exclusión y censura de la cultura sexual conservadora. Regímenes socialistas como el cubano, persiguieron sin descanso en las primeras etapas de la revolución, a los jóvenes que manifestaban tales opciones sexuales. Los comunistas cubanos consideraron durante un buen tiempo la homosexualidad como una contravención a la naturaleza humana, es decir, coincidieron con la concepción cristiana en la interpretación de estos fenómenos culturales y sociales.

La tradición excluyente en torno al fenómeno de la homosexualidad, no se redujo al régimen socialista cubano, los diversos matices comunistas latinoamericanos mantuvieron posturas semejantes. Los militantes comunistas debieron soportar en silencio y en medio de una profunda crisis emocional su condición homosexual. La normatividad interna de los comunistas impedía la presencia abierta de homosexuales dentro de sus filas, constituyéndose este ambiente represivo, en un verdadero contrasentido de la utopía marxista de construir una nueva sociedad basada en el principio de la libertad humana. Ni qué decir de las izquierdas armadas, que en sus inicios estuvieron influenciadas por una fuerte cultura machista, exaltadora de los valores de la fuerza, la reciedumbre y la voluntad de dominio. A la luz de este paradigma axiológico, la imagen distorsionada que se posee del homosexual no encaja, convirtiéndose en un "estorbo" en la conformación de los ejércitos populares que requerían las revoluciones proletarias.

Estas miradas esquemáticas y satanizadoras de la diversidad sexual, provocaron un distanciamiento entre el pensamiento de izquierda y los movimientos sociales de vanguardia, que en este campo abrían un llamativo espacio de reconocimiento de nuevas libertades humanas. En las sociedades latinoamericanas aparecía con otra forma, la vieja antinomia no resuelta por la izquierda: la revolución de la vida corría por caminos distintos a la de los partidos, que se autoproclamaban revolucionarios.