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Labor de peso

Las jornadas maratónicas que el primer ministro británico, Tony Blair, ha emprendido para lograr la aprobación de una resolución en el Consejo de las Naciones Unidas, autorizando el uso de la fuerza contra Irak, lo tienen desgastado. Su determinación de acompañar al gobierno de Estados Unidos bajo cualquier circunstancia podría terminar en la pérdida del liderazgo, no sólo de su partido laborista, sino de su propio electorado.

Gina Valcke*
17 de marzo de 2003

El primer ministro Británico, Tony Blair, podría estar entre el grupo de los perdedores en la guerra contra Irak.

Durante un foro sobre el estado del Servicio Nacional de Salud (NHS) la semana pasada, el primer ministro británico, Tony Blair, logró despertar la simpatía popular que le ha sido tan esquiva durante las últimas semanas. Aunque su compromiso de mantener el incremento en la inversión en salud pasó prácticamente inadvertido, las fotos en primer plano de su ceño fruncido, los ojos enrojecidos y la cara mal afeitada, difundidas ampliamente, despertaron la conciencia pública sobre el estrés que está viviendo su primer ministro.

Las jornadas maratónicas que Blair ha emprendido para lograr la aprobación de una resolución en el Consejo de las Naciones Unidas autorizando el uso de la fuerza contra Irak, lo tienen exhausto. Pero si fracasa en este intento, las consecuencias podrían quitarle el sueño por completo. Su determinación de acompañar al gobierno de Estados Unidos bajo cualquier circunstancia podría terminar en la pérdida del liderazgo de su partido.

A diferencia del presidente de Estados Unidos, George Bush, Blair no fue escogido por sus electores como su mandatario. El es el jefe del partido mayoritario y, como tal, es el jefe del gobierno del Reino Unido; pero para permanecer esa posición, al menos cuatro años más, necesita el respaldo de su partido. Y es ese apoyo lo que Blair está poniendo en juego con su posición sobre Irak.

Pocos laboristas ven con buenos ojos un ataque a Irak sin el respaldo de las Naciones Unidas y han desafiado la línea dictada por su partido directamente. Blair necesita el voto de los parlamentarios conservadores para asegurar la mayoría que apruebe la participación británica en una acción armada. En una votación preliminar a finales de febrero, los laboristas votaron en contra, siendo esta la rebelión más grande que gobierno alguno haya sobrevivido hasta la fecha. En la consulta final sobre el tema esta semana, se espera que los rebeldes asciendan a 200 si no hay un aval del Consejo de Seguridad.

No sólo son los llamados "backbenchers" también hay miembros del gabinete. Las voces disonantes del gobierno están encabezadas por la ministra Clair Short, quien no tuvo inconveniente en calificar la posición de Blair sobre Irak como imprudente o temeraria (usó la palabra reckless) y en amenazar con su renuncia en caso de guerra sin el respaldo de la ONU. En esa lista también estaría el líder en la Cámara de los Comunes, Robin Cook, y la ministra para Irlanda del Norte, Angela Smith.

Pero Blair no sólo le está llevando la contraria a los miembros de su partido, sino a su propio electorado y esto empeora su situación ya que son los mismos electores quienes están llamando a sus representantes en el Parlamento para exigirles que voten en contra de una acción armada unilateral. A pesar de todos los esfuerzos de Blair, el 80 por ciento del público sigue sin estar convencido de que haya razones lo suficientemente fuertes para una guerra donde la vida de miles de civiles iraquies serían perdidas.

Es en este contexto que los opositores del presente gobierno esperan tener la oportunidad de darle un golpe a Blair. El Socialist Campaing Group le advirtió al primer ministro el martes pasado que convocaría una conferencia del Partido Laborista para desafiar su liderazgo si actuaba sin el aval de las Naciones Unidas. Pero ese escenario parece lejano por ahora pues la disidencia está dividida: un grupo de 12 rebeldes hizo oír su voz sobre el tema, al diferenciar entre un desacuerdo con la política sobre Irak y la confianza en la actual jefatura. Así lo hizo saber un grupo de 12 parlamentarios que además reconoció que Blair ha estado trabajando como un perro para lograr una segunda resolución.

Sin embargo el liderazgo de Blair seguirá deteriorándose gradualmente después del precedente dejado por una oposición de más de 121 parlamentarios. Hay preocupación entre algunos miembros del Parlamento que esta desobediencia se repita en temas domésticos poco populares como un posible incremento en la tasa impositiva para financiar el sistema de salud.

Sin una segunda resolución de la ONU, lo único que le queda a Blair es esperar que la opinión le reconozca su lucha a capa y espada por alcanzar un acuerdo y canalizar las acciones en contra de Irak por la vía institucional. Claro que la pregunta que queda en el aire es si lo hizo por mantenerse fiel a sus principios o por interés propio.

* Corresponsal de SEMANAen Londres