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Larga espera

El 17 de marzo los habitantes de las veredas cercanas al municipio San Francisco (Antioquia), salieron de sus viviendas desplazados por la violencia. Un mes después, quienes llegaron al casco urbano de la población han encontrado la solidaridad de sus habitantes pero no del gobierno. La organización de comités locales, conformados por sus mismos habitantes, han hecho que la poca ayuda sea bien distribuida mientras los campesinos pueden volver a sus ranchos.

20 de abril de 2003

La mañana del lunes 17 de marzo se veía despejada. El sol comenzaba a mostrar su rostro sobre la vereda Rancholargo, al sur oriente de Antioquia. Consuelo, una mujer de 42 años, apuraba el fuego para calentar la agua de panela y la arepa a sus seis hijos y a Carlos Antonio, su esposo, se alistaba para irse a jornalear en el campo como era su rutina. Todo parecía normal hasta las 7 de la mañana, cuando de pronto un ruido, una ráfaga de fuego estremeció la casa. Al cabo de unos minutos un segundo tiroteo, más contundente, amenazaba con echarla al suelo. "Boleaban balas por todos los lados y el caballo, un machito que tenemos, corría enloquecido huyendo de los balazos", relata Carlos. Todos reaccionaron tirándose al suelo, luego el padre y la madre empujaron los niños hacia afuera para ponerlos a salvo rodando por una zanja cuesta abajo. Antes de salir, Consuelo alcanzó rápidamente al niño Jesús que mantenía junto a la puerta en un ademán desesperado. Corrieron todo lo que pudieron hasta que un helicóptero comenzó a disparar desde arriba. A poca distancia el combate entre los frentes noveno de las Farc, el Carlos Alirio Buitrago del ELN y el Ejército continuaba arreciando. Esto hizo que Consuelo tuviera que sacar fuerzas de donde escaseaban y continuar corriendo. Más tarde, a ellos se unieron 25 familias más, camino a San Francisco.

Pero ellos no fueron los únicos. Otras 230 familias fueron llegando al casco urbano del municipio, situado a dos horas y media de Medellín. Venían procedentes de veredas como Rancho Largo, La Lora, Cañadahonda, el Pajui, Farallones, San Isidro y El Jardín. Huían del fragor de los enfrentamientos. En total 1.100 personas por grupos, en un desfile silencioso fueron instalándose en la plaza del pueblo. Entre ellos cerca de 250 niños mal vestidos y algunos hasta sin zapatos.

San Francisco, conocido como el mirador del Magdalena por sus bonitos paisajes, se encuentra en una montaña a 1.250 metros de altura. Cuenta con 2.5000 habitantes en la cabecera municipal y cerca de 3.000 más en el área rural, cifra que equivale a que casi la mitad de la población se encuentre desplazada. Se trata de un municipio eminentemente agrícola habitado por gente campesina y de talante cálido, tanto es así que quienes habitaban el área rural no se vieron amedrentaron por los que llegaban y por el contrario abrieron sus puertas y les brindaron acogida con los pocos recursos con que cuentan.

El alcalde José Daniel Cardona, desde hace cerca de un año no puede dirigir desde allí su gestión por las amenazas de las Farc, lo que lo ha obligado a despachar desde Medellín con todos los inconvenientes que eso representa, máxime cuando se vive una emergencia humanitaria de estas proporciones.

No obstante en el pueblo, las diferentes instituciones y entidades han demostrado una fuerte capacidad de organización para dar asistencia a los desplazados. Por ejemplo, el Comité Local, coordinado por el personero del municipio Carlos Mario Cadavid, hace lo que puede para mantener la atención a quienes llegan huyendo. Con Cadavid colaboran el secretario de gobierno Cérbulo Guzmán, el párroco, Aníbal Salazar, el comandante de policía y un representante de Bienestar Familiar. El objetivo fundamental ha sido brindarle atención a las necesidades de vivienda, salud, alimentación y seguridad a los desplazados. Así mismo este comité ha tenido la tarea de distribuir las ayudas que han llegado de entidades como la Cruz Roja de Antioquia, la Red de Solidaridad, la iglesia, el municipio de San Francisco y el Comité Departamental para Desplazados.

"Perderemos todo"

Paralelamente al comité local, se conformaron ocho comités veredales que atienden las necesidades de cada una de los grupos de familias desplazadas. Los coordinadores recogen las necesidades de su grupo y las canalizan hacia el funcionario que puede solucionarlas. Uno de estos coordinadores es Norberto Morales, vicepresidente de la acción comunal de Boquerón, la primera vereda asolada por los combates que desplazaron a 50 familias. "La administración me dio cuatro casas en las que acomodamos a los que no tenían como hacerlo, los otros nos fuimos a donde amigos o familiares" y agrega "Aunque hemos recibido ayudas y nos hemos podido alimentar, no dejamos de pensar en lo que dejamos, los animalitos, la casa y la ropa, todo. Pero lo que más nos atormenta es pensar en el campo. Sabemos que si no volvemos rápido perdemos nuestros sembrados y con esto el trabajo de muchas jornadas".

Por esa melancolía, después de ocho días Norberto con otros campesinos decidieron regresar a ver como estaban sus parcelas pero el ejército no los dejó pasar de El Indio, aludiendo que era inseguro.



Por el momento los niños se sostienen más o menos bien, aunque algunos han comenzado a padecer algunas enfermedades. Todavía hace falta ropa, especialmente para los menores, pañales y suéteres. Las profesoras de las escuelas veredales, que llegaron en las mismas condiciones, han arreglado con la administración para que los niños estudien en las tardes, de las dos hasta las cinco y media, tratando así sostener su ánimo. Una de ellas, Erika Yurley Vallejo, lleva tan solo cuatro meses en el cargo y ya le ha tocado en varias ocasiones dictar clases, y hasta suspenderlas, por el ruido de las balas. El 10 de marzo durante la celebración del día del hombre y la mujer para la que había preparado, con todo el cuidado, pasabocas, viandas y la decoración del salón los disparos no los dejaron disfrutar y tuvieron que salir antes de lo esperado. "En Rancholargo tenía 22 niños, pero todos están acá menos seis que no han salido todavía", afirma con tristeza.



Algunas voces de campesinos que han llegado a San Francisco hablan de atropellos contra algunos pobladores. "Vimos cómo los golpeaban, además de saquear las casas", afirma uno de ellos. Un caso concreto fue el de Oreste Morales, un joven de quince años voluntario del programa Retorno a la Alegría, que adelantan la Unicef y la Parroquia de San Luis, y con el que se busca identificar a los niños más afectados por la violencia, empoderando a los jóvenes en el liderazgo de lúdicas y otros procesos de ayuda a los pequeños. Según afirman algunas personas de la zona, Morales apareció muerto después de haber sido capturado por la fuerza pública junto con un grupo de jóvenes de los cuales algunos fueron liberados el sábado anterior.



Después de 35 días soportando el desarraigo de San Francisco, los nuevos habitantes continúan llegando: Esta vez el turno es para los pobladores de la vereda La Esperanza. Mesa ya no sabe como multiplicarse. Prácticamente es el único que ha recibido instrucciones para atender este tipo de situaciones y por eso le llegan todos los problemas. El párroco todos los días sale con una camioneta a buscar enseres, ropa y comida para poder ayudar a los recién llegados. En las noches el agua se está cortando por la triplicación de los usuarios y el alimento podría escasear aún más.





El gobernador encargado de Antioquia, Eugenio Prieto Soto, no se ha aparecido por allí. Solo se ha enviado a un de colaboración pero ha sido insuficiente frente a la magnitud del problema que está viviendo la población. "Hace falta su presencia para darle moral a uno de los municipios más abandonados del departamento", dice Carlos Mario, "máxime cuando se proponen devolver esta región al Estado".

Dentro de la organización de la población ante la situación se llevó acabo un programa de cedulación. Cerca de 3.000 cédulas y tarjetas de identidad fueron expedidas por un organismo delegado de la Registraduría, no solo en el casco urbano sino en las veredas. Con esto buscan que la gente pueda acceder a los servicios que da el Estado.

Pese a la disposición generosa de los habitantes de la localidad y a los aportes de quienes se han solidarizado con ellos, los desplazados sueñan con volver lo más pronto posible a sus ranchos. Sin embargo no se sabe cuánto durarán los combates. El Ejército ha dicho que llegaron para quedarse porque su principal propósito es retomar definitivamente la zona que para la guerrilla es estratégica. Por lo pronto los campesinos continúan sufriendo su desarraigo con la esperanza de que pronto todo acabe y puedan volver a cultivar sus tierras y alimentarse del fruto de su trabajo como siempre lo han hecho.