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Doña Emperatriz y Ana María, madre e hija del mayor Julián Guevara, le mostraron al país el testimonio escrito de un hombre que padeció la guerra absurda.

HISTORIA DE UN SECUESTRO

Las huellas del mayor Julián Guevara

La madre del mayor Julián Ernesto Guevara, Emperatriz Castro, dio a conocer cuadernos que su hijo escribió en cautiverio, antes de morir.

15 de julio de 2008

“Mami: hay dos tipos de seres en el mundo, los que sueñan y los que dejan de soñar (…) y mientras vivamos acariciando un sueño, podemos sentirnos jóvenes”, le escribió el mayor Julián Ernesto Guevara Castro a su madre, doña Emperatriz, antes de morir en poder de las Farc, en algún día de 2001.

Su secuestro se produjo el primero de noviembre de 1998, luego de la toma guerrillera de Mitú (Vaupés), junto con otros 61 militares. Sus nombres quedaron inscritos en uno de los cuadernos de apuntes de Guevara que la Policía Nacional llamó “Diario de la persistencia”.

Estos apuntes los trajo desde la selva el recién liberado sargento Jhon Jairo Durán, quien acompañó al oficial hasta el día en el que lo vieron por última vez con vida, el 19 de enero de 2006.

Aunque no eran precisamente unos diarios, como todo el mundo lo esperaba, sus palabras dieron pistas a su madre y a su hija, Ana María, de lo que fueron sus penosos días de secuestro. “Al conjunto de estas huellas le llamamos experiencias”, escribió en una de las hojas carcomidas por la humedad y la tierra. Para su familia, estas páginas no hacen parte de la intimidad de los Guevara, sino que es “el legado que Julián le dejó al país”.

“Mi hijo tenía mala ortografía”

El pasado 2 de julio, cuando el sargento Durán regresó a la libertad junto con otros 11 uniformados, tres norteamericanos y la ex candidata presidencial Íngrid Betancourt, sabía que una de las misiones más importantes era entregarle a doña Emperatriz el último testimonio escrito del mayor Guevara.

Por eso el pasado 7 de julio le llevó dos de los cuadernos que escribió Julián Guevara, a pesar de su extraña enfermedad (que comenzó entre el 2000 y el 2001) y de las absurdas condiciones de las Farc para proveerles de papel y esfero. “Desde que él conoció a Jhon Jairo, fue la persona a la que él le abrió su corazón, porque él se caracterizó por ser una persona muy seria y distante antes los demás”, relató Ana María, hija mayor del mayor Guevara.

El primero es un “casicuaderno, hojitas amarradas con hilos”, dijo doña Emperatriz mientras mostraba las hojas descuadernadas. En él se leían mensajes para su familia y la Policía, recetas de cocina, ejercicios para mejorar la ortografía y más de 100 hojas en inglés correspondientes a las clases que entre la lluvia y la penumbra le dictó el ex gobernador del Meta, Alan Jara, también secuestrado por las Farc desde hace siete años y quien permanece todavía en cautiverio. “Más que un profesor, Alan fue un maestro”, puntualizó la abuela Emperatriz.

El otro cuaderno lleva en sus páginas la memoria e ilusión de un hombre joven que soñaba con la libertad: apuntó una a una las fechas en las que oía los mensajes que cada sábado oía en Las voces del secuestro; los nombres y fragmentos de los cerca de 100 libros que se leyó; poemas de Rubén Darío y los lugares que, cuando regresara a la libertad, iría para comprar ropa, revisarse los ojos, los dientes, y visitaría para comer con su familia y sus amigos.

Sin duda, el mayor Julián Ernesto Guevara Castro luchó por mantener su identidad y recuerdos vivos. Tanto que practicaba la firma para que no se le olvidara o se actualizaba sobre el Código Penal Militar a través de la radio. Los cuadernos relataron estos detalles, mientras los gestos de ambas mujeres expresaron la nostalgia y, al mismo tiempo, la alegría que les transmitió un hombre que nunca perdió la esperanza.