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Liberales siguen unidos formalmente, pero con fuertes diferencias ideológicas

Parte de sus dirigentes insisten en aproximación hacia la izquierda, pese a que las directivas del partido quieren permanecer en el centro del espectro político.

Oscar Fernando Sevillano
28 de noviembre de 2007

La inconformidad de un grupo de congresistas con el rumbo que está tomando el partido ya es innegable. Según el codirector nacional del liberalismo, Iván Marulanda, las directrices del jefe liberal César Gaviria, en el sentido de orientar el partido hacia el centro, no reconocen el pasado histórico de los liberales y pueden significar una pérdida de terreno frente a otras propuestas políticas.

Gaviria considera que el centro es un sector con un enorme poder político y que allí está el espectro más importante del sentimiento ciudadano, pero Marulanda estima que el papel del liberalismo debe ser la defensa de los débiles, la igualdad y los derechos humanos. Para Marulanda, al ubicar al liberalismo en el centro se lo está acercando a los partidos de derecha, que ya tienen representación en el presidente Álvaro Uribe Vélez.

Parte del inconformismo del grupo de liberales se debe también a los resultados de las elecciones regionales de octubre de 2007. Estiman que si la meta era ganar 10 gobernaciones y solo se lograron seis, es porque algo está fallando. Para Gaviria los triunfos fueron más, pues hay que contar aquellos conseguidos en coalición. Además, el liberalismo se quedó con el mayor número de asambleas del país, que son lo más cercano al voto disciplinado de cada partido. Pero sus contradictores en el liberalismo tienen otra forma de ver las cifras. Dicen que se redujo su participación en alcaldías al pasar de 228 a 206, que se perdió voto urbano y que el liberalismo cedió un millón de votos en las últimas elecciones de Congreso.

Según el ex ministro Jaime Castro, el liberalismo solo se tomó el trabajo de otorgar avales, y apoyar candidaturas en grupo con otras fuerzas políticas, sin presentar un discurso o una propuesta de ciudad, o de región. Además, continúa Castro, no definió una política en línea con su militancia en todo el país. Por ejemplo, se quiso obligar al oficialismo a mantener su apoyo a la decisión de adherir a la aspiración del ex alcalde Enrique Peñalosa, lo que produjo la división liberal en Bogotá. En Medellín se dio libertad para apoyar candidatos al gusto de cada quien y en Atlántico se le ganó a la maquinaría de José Name Terán, pero se apoyó al ganador de la alcaldía de Barranquilla, quien, paradójicamente, tenía alianzas con Name.

Todas estas contradicciones han provocado que el liberalismo pierda la credibilidad en los electores -opina Castro- quien junto con el concejal Jorge Lozada considera que su partido está perdiendo terreno mientras en el Polo Democrático gana la izquierda y el uribismo conserva la derecha.

Ante esta situación, dirigentes como Castro, Marulanda, Yolanda Pinto, Amilkar Acosta, entre otros, ya hablan sobre un Plan B, que según ellos no busca desbancar a Gaviria de la jefatura única, sino encarrilar al oficialismo liberal en la línea Socialdemócrata.

La línea gavirista del partido tiene dudas sobre la motivación del famoso “plan B”. Jefferson Mena, coordinador de la unidad territorial del partido, cree que no se ha abandonado el discurso socialdemócrata y que sencillamente hay una realidad política muy distinta que obliga al partido a reacomodarse en el nuevo mapa político de Colombia. Para Mena es injusto desconocer el trabajo de Gaviria, a quien la codirección ratificó su respaldo hace unas semanas.
Quienes piensan como él sostienen que ya no hay que detenerse demasiado en las cifras de las elecciones y que es mejor iniciar el debate sobre el camino que se debe tomar no solo frente al gobierno nacional sino frente al alcalde electo de Bogotá, al cual Gaviria ya sugirió apoyar. Unos y otros saben que el liberalismo debe posicionarse en Bogotá y recuperar el discurso urbano, pero los promotores del “Plan B” creen que ese camino debió comenzar por un apoyo a la candidatura de Samuel Moreno, de quien Castro y Marulanda sostienen que era el candidato con ideas más parecidas a las del liberalismo.

El debate interno apenas empieza y la búsqueda de consensos implica un proceso de diálogo dispendioso -que ya comenzó- y cuyo trasfondo es, ante todo, ideológico. Eso significa que mientras el liberalismo no resuelva si continúa por la línea de la socialdemocracia o no, las diferencias entre sus líderes seguirán siendo pan de cada día.