Home

On Line

Artículo

Los años polacos (continuación)

Eric Frattini
26 de diciembre de 2004

Una vez más, y cuando las autoridades italianas pidieron al Vaticano la entrega de Lorenzo Zorza, la Secretaría de Estado se negó, alegando que era un funcionario de un país extranjero y que, por lo tanto, no estaba sujeto a las leyes de la República de Italia. Meses después, el agente de la Santa Alianza fue convenientemente enviado a una nunciatura en el continente africano, pero las intrigas no acabarían ahí. Un nuevo complot sacudiría a una de las organizaciones con mayor renombre y popularidad de la Santa Sede: la Guardia Suiza.

El lunes 4 de mayo de 1998, justo poco después de las nueve de la noche, en el apartamento de los edificios del cuartel de la Guardia Suiza ocupado por el comandante en jefe del ejército pontificio, se descubren tres cadáveres cubiertos de sangre. Los tres habían sido asesinados a tiros. Los cuerpos han sido descubiertos por una monja cuya identidad es protegida por la Santa Alianza. Los primeros en acudir al lugar son el portavoz del Vaticano, Joaquín Navarro-Valls; el cardenal Giovanni Battista Re, sustituto de la Secretaría de Estado, y monseñor Pedro López Quintana, asesor para Asuntos Generales de la Secretaría de Estado.

Media hora después, el escenario del crimen es un auténtico trasiego de altos miembros de la Curia, agentes de la Santa Alianza y el contraespionaje, el Sodalitium Pianum, y miembros de la Guardia Suiza vestidos de civil 16.

Cuarenta y cinco minutos después llegan al lugar tres altos cargos de la Vigilanza vaticana, el inspector general Camillo Cibin, el superintendente mayor Raoul Bonarelli y un superintendente. Cuando Cibin echa un primer vistazo descubre que alguien ha hecho desaparecer cuatro vasos, posiblemente agentes de la Santa Alianza, que son, misteriosamente, los primeros en llegar al lugar del crimen 17. Llega también un funcionario de la Gobernación, que realiza con una cámara Polaroid fotografías a los cadáveres del comandante de la Guardia Suiza, Alois Estermann, de su esposa, la venezolana Gladys Meza Romero, y del cabo de la Guardia Suiza Cédric Tornay. Bonarelli llama la atención de Cibin sobre el detalle de los cajones abiertos de la mesa de Estermann. No cabe duda de que alguien ha registrado la mesa de trabajo del oficial y sus archivos.

A pocos metros, el cardenal Luigi Poggi 18, que hace tan solo dos meses ha conseguido ser relevado de sus tareas al mando de los servicios secretos pontificios, informa al papa Juan Pablo II de la tragedia ocurrida. En el exterior de la Puerta de Santa Ana, y ante una unidad de la Guardia Suiza, los curiosos y la prensa comienzan a congregarse. Los rumores circulan rápidamente.

Los tres cadáveres son retirados y trasladados al depósito, en donde son colocados en el suelo y cubiertos con una sábana.

Miembros del Corpo della Vigilanza y de la Santa Alianza ordenan el apartamento y cierran su puerta, que queda sellada con el lacre pontificio. Nada ni nadie puede entrar, bajo pena de excomunión.

Alois Estermann, de cuarenta y cuatro años y nacido en Gunzwill, en el cantón suizo de Lucerna, subcomandante de la Guardia Suiza desde 1989, había sido nombrado comandante del cuerpo unas horas antes por el propio Papa.

La ceremonia oficial de traspaso de poderes debía celebrarse el 6 de mayo, dos días después del asesinato. Su esposa, Gladys Meza, trabajaba en la embajada de Venezuela ante la Santa Sede. La tercera víctima es identificada como el cabo Cédric Tornay, de veintitrés años, nacido en Saint-Maurice, en el cantón suizo de Valais. Tornay se había incorporado al ejército papal el 1 de enero de 1994 19.

El portavoz vaticano, Navarro-Valls, comienza, a decir verdad, demasiado pronto a dar una reconstrucción de los hechos que, según se descubriría después, en nada se parecía a lo ocurrido realmente. Según Navarro-Valls, «los cadáveres son descubiertos por una vecina 20. Tanto Estermann como Meza y Tornay han sido asesinados a tiros, y bajo el cuerpo del cabo se encontró el arma utilizada». Según el portavoz, «en un arrebato de locura el cabo mató con su pistola reglamentaria a su comandante y a la esposa de este, y el Vaticano tiene la certeza de que todo ocurrió así». Nadie hace más preguntas al respecto.

En la noche del 5 de mayo, tres agentes del SISMI, el servicio de inteligencia militar italiano, acuden a una reunión con un antiguo miembro de la Guardia Suiza. En realidad, ni el espionaje ni la policía italianos creen la versión dada por el Vaticano. La prensa basa su información en tres hipótesis: la primera, que Estermann tuviese una relación homosexual con Tornay; la segunda, que este pudiese tener una relación con la esposa de Estermann; y la tercera, que detrás del crimen pueda haber una conjura mucho más oscura.

El Vaticano defiende oficialmente la teoría de que Tornay tenía serios conflictos con Estermann e incluso que se le habría negado el ascenso y una condecoración, pero el espionaje sigue sin creérselo. Según Joaquín Navarro-Valls, Tornay en un arrebato de locura realizó cinco disparos con su arma reglamentaria, una de las balas quedó en la recámara, dos más mataron a Estermann y otra quedó incrustada en el techo. Este no era el único incidente ocurrido en el corazón de la Guardia Suiza 21.

Las preguntas continúan corriendo por los kilométricos pasillos vaticanos, como por qué si Tornay hace cinco disparos solo se recogen cuatro casquillos en el lugar del crimen, o por qué la puerta de la vivienda de los Estermann está abierta cuando llega la supuesta monja que descubre los cadáveres.

Otra de las preguntas que se hacen los investigadores es que, si Tornay utilizó su arma reglamentaria, la Sig Sauer 75 con cargador de nueve balas, como es posible que al dispararla para suicidarse cayera hacia delante sobre su arma. La Sig Sauer 75 tiene una gran potencia de fuego y lo más normal es que hubiese caído hacia atrás por el impacto de la bala. También se especula con los motivos por los que la Guardia Suiza estuvo meses y meses sin comandante, y cuando es nombrado, muere a las pocas horas. Preguntas y más preguntas que el Vaticano no responde o prefiere no responder.

El 6 de mayo, a preguntas de los periodistas, el ministro del Interior de Italia, Giorgio Napolitana, aclara que las autoridades italianas no han recibido ninguna petición de ayuda en la investigación por el caso de la Guardia Suiza 22. Realmente es el Corpo della Vigilanza 23 del Estado vaticano el que se ocupa de abrir y cerrar con rapidez la investigación. Durante las exequias, en las que los tres féretros están juntos, el Sumo Pontífice afirma de Alois Estermann: «era una persona de mucha fe y profunda entrega al deber. Durante dieciocho años prestó un fiel y valioso servicio que le agradezco personalmente».

Pero las preguntas sobre el crimen siguen flotando, como, por ejemplo, por qué la puerta del apartamento estaba abierta si los tres cadáveres son encontrados en el despacho del fondo de la casa, o por qué la supuesta vecina que descubrió los cadáveres declaró que escuchó «varios ruidos sordos en el apartamento y se extrañó». La vecina de planta tenía que haber escuchado cinco fuertes detonaciones del arma de Tornay. La mujer aseguró a un periodista que lo que escuchó fueron como cinco detonaciones secas, «como si fuera un disparo con silenciador». El tema se complica cuando cuatro importantes cardenales, Silvio Oddi, Darío Castrillón, Roger Etchegaray y Carlo Maria Martini, presentan al papa Juan Pablo II su desconfianza por la versión presentada de los hechos. Otra de las teorías que vienen a embarrar más el asunto es la defendida por el escritor John Follain en su libro City of Secrets. The Truth Behind the Murders at the Vatican, cuando afirma que la Guardia Suiza se convirtió en motivo de lucha por su control entre los seguidores del Opus Dei, que pretendían convertirla en un cuerpo de élite que asumiera tareas antiterroristas, y los masones de la Curia, que querían acabar con ella, dejándola en una presencia testimonial solo para turistas frente al Corpo della Vigilanza.

El 7 de mayo de 1998, el diario Berliner Kurier publica una historia en la que relaciona al comandante Alois Estermann con la Stasi, los servicios de inteligencia de la Alemania Oriental. El artículo aporta toda una serie de datos y detalles explícitos. El periódico incluso llega a afirmar que Alois Estermann, cuando aún era capitán de la Guardia Suiza, había trabajado para los servicios secretos del Vaticano, la Santa Alianza, en operaciones encubiertas. Por ejemplo, fue él quien viajó en varias ocasiones a Varsovia y Gdansk cuando algunos sectores radicales de Solidaridad defendieron la necesidad de militarizar el sindicato para una posible defensa armada de los huelguistas durante la aplicación de la ley marcial del 12 de diciembre de 1981 impuesta por el general Jaruzelski en Polonia. Estermann se ocupó también de coordinar la adquisición de armas en el mercado negro pagadas con dinero del IOR y de montar campos de entrenamiento en Austria y Alemania para los futuros combatientes de Solidaridad 24.

Markus Wolf, el poderoso jefe de la Stasi durante treinta y tres años, afirmó que detrás del agente bajo nombre cifrado Werder se escondía un miembro del ejército papal. Según los archivos de la Stasi desclasificados tras la caída del Muro de Berlín, Werder se convirtió en informador a principios de 1980, año en el que Alois Estermann entró en la Guardia Suiza 25.

La noticia de las relaciones de Alois Estermann con los servicios secretos germanoorientales provoca en la cúpula del Vaticano y en la Santa Alianza indignación 26. Posteriormente, el propio Markus Wolf, en una entrevista con un periódico polaco, confirma que Alois Estermann era agente de la Stasi: «Nos sentimos muy orgullosos en 1979 cuando conseguimos reclutar a Estermann como agente. Aquel hombre tenía acceso ilimitado a la Santa Sede, y con él, nosotros también. Cuando iniciamos nuestros contactos con él, Estermann solo quería ingresar en la guardia papal. Y cuando el Vaticano se lo concedió, su valor como informador aumentó enormemente» 27.

El enlace de Estermann en el interior del Vaticano para sus comunicaciones con la Stasi era un fraile dominico llamado Karl Brammer, nombre en código Licht Blick (Rayo de Luz). Brammer sería expulsado del Vaticano a finales de los años ochenta, cuando fue descubierto por agentes del contraespionaje, Sodalitium Pianum, recopilando información secreta perteneciente a los archivos de la Comisión Científica Vaticana. Los agentes papales descubrieron a Brammer pasando la información a un periodista italiano.

Un mes después del crimen, la madre de Tornay realiza unas declaraciones al semanario italiano Panorama 28. En la entrevista afirma que habló con su hijo la misma mañana del crimen y que de ningún modo estaba deprimido. En un momento de la entrevista la madre de Tornay cita a un tal «padre Yvan» como consejero espiritual de su hijo y con quien se iba a reunir esa tarde para hablar de un futuro trabajo en un banco suizo como responsable de seguridad.

Realmente, el «padre Yvan» o «padre Ivano» es Yvan Bertorello, francés de entre treinta y cinco y cuarenta años, que lleva siempre sotana y se mueve por los pasillos vaticanos sin que nadie lo controle. Bertorello es un agente de la Santa Alianza que ha participado en operaciones especiales del servicio de espionaje papal. Incluso se habla de que tiene preparación militar adquirida o en el ejército francés o en el ejército suizo.

Posteriormente, la madre de Cédric Tornay declararía al juez del Vaticano haber conocido a Yvan, pero más tarde se le comunicó, según un informe del Corpo della Vigilanza, que no tenían ninguna constancia en el Estado vaticano de un sacerdote llamado Yvan o Ivano, ni nada por el estilo.

En realidad, Yvan Bertorello, de origen franco-italiano, es un agente de la Santa Alianza o del Sodalitium Pianum al que se le han encomendado misiones diplomáticas y de espionaje en África y Bosnia. El jefe de Bertorello, monseñor Pedro López Quintana, encomendó al agente la misión de espiar a la Guardia Suiza para descubrir las conexiones con el Opus Dei 29.

López Quintana, nacido en la ciudad española de Barbastro el 27 de julio de 1953, pertenecía al cuerpo diplomático de la Santa Sede y a la Comisión Disciplinaria de la Curia hasta que en 1987 fue nombrado prelado de honor de Su Santidad y trasladado a la nunciatura de Nueva Delhi. En 1992 fue llamado nuevamente al Vaticano y destinado a la Secretaría de Estado como asesor de Asuntos Generales. Dentro del Vaticano se rumoreaba que monseñor Pedro López Quintana había asumido el control del contraespionaje vaticano desde la dimisión del cardenal Luigi Poggi el 7 de marzo de 1998.

Una fuente de los servicios secretos franceses revelaría al escritor David Yallop que en el crimen del 4 de mayo habría tres personas implicadas realmente en un complot: el propio Alois Estermann, Gladys Estermann y el agente del espionaje vaticano Yvan Bertorello.

En marzo de 1999, el nuevo comandante de la Guardia Suiza, Pius Segmüller, es encargado de crear una unidad especial dentro de la Guardia Suiza, el «Comité de Seguridad», aprobado por la Comisión Pontificia para el Estado de la Ciudad del Vaticano. Este nuevo comité tiene la misión de coordinar las actividades relacionadas con la seguridad de la Santa Sede y el Sumo Pontífice, así como la prevención de actividades delictivas dentro del Vaticano.

Realmente, el «Comité de Seguridad» es una especie de servicio secreto fuera del área de influencia de la Santa Alianza y el Sodalitium Pianum y bajo control de monseñor Giovanni Danzi, secretario general de la Gobernación.

Danzi es, según fuentes del Vaticano, un hombre carente de escrúpulos con un gran poder dentro de la Comisión Pontificia para el Estado de la Ciudad del Vaticano. Desde su lujosa residencia, Danzi maneja con mano de hierro el «Comité de Seguridad». En la investigación llevada a cabo se indica la posibilidad de que aquella noche del 4 de mayo una cuarta persona estuviera en el interior del apartamento de los Estermann junto a Cédric Tornay 30.

Lo que sí está demostrado es que esa cuarta persona, que quizá ya estaba en el interior del apartamento de los Estermann, fue solo un testigo, ya que quedó comprobado que todas las balas fueron disparadas por el arma reglamentaria de Tornay y que se encontraron rastros de pólvora en su mano y en su dedo índice, que apoya en el gatillo. También existe la posibilidad de que la cuarta persona se mantuviese escondida en algún lugar del apartamento hasta la llegada de las primeras autoridades que acuden al apartamento y, mezclándose con ellas, se escapase de la casa de los Estermann. Según cuentan, los primeros en llegar son cuatro agentes de la Santa Alianza, que son quienes retiran los vasos que están sobre la mesa del despacho de Alois Estermann.

Posteriormente se descubriría que Cédric Tornay había sido vigilado desde hacía meses por la Santa Alianza, el Sodalitium Pianum o el «Comité de Seguridad». El joven cabo de la Guardia Suiza había sido conquistado por una joven italiana llamada Manuela, a quien conoció en una cafetería cercana al Vaticano en donde solían reunirse los miembros de la Guardia Suiza. La tal Manuela informaba a algún obispo del Vaticano de cada movimiento de Tornay, lo que haría imposible que el muchacho pudiese haber entrado en la casa de Alois Estermann sin haber sido visto 31.

También, a pesar de las buenas palabras del Vaticano hacia el dolor de la madre de Cédric Tornay, algún miembro de la Santa Alianza se dedicó a presionar a Muguette Baudat y a los abogados de esta.

Desde aquella noche de 1998 muchas han sido las teorías de la conspiración, como por ejemplo la de que la Santa Alianza «ejecutó» a Alois Estermann debido a todo lo que sabía sobre las operaciones encubiertas de esta; que Estermann pudo ser asesinado por un Tornay que lo amaba y se sentía desdichado porque el comandante lo había sustituido en su cama por otro joven guardia; que Estermann pudo ser ejecutado por sus estrechas relaciones con el Opus Dei o el clan masónico de la logia vaticana; que Estermann pudo haber sido asesinado por sus antiguas relaciones con algún servicio de espionaje del antiguo Telón de Acero, y muchas otras; pero de lo que todo el mundo está seguro es de que el cabo segundo de la Guardia Suiza Cédric Tornay era un joven como muchos otros. Sus amigos, en la propia Guardia Suiza y familiares, aseguran que Tornay no estaba ni drogado, ni loco, y que seguro que se vio involucrado en una situación y en unos acontecimientos que no pudo controlar, que eran superiores a él y que lo llevaron a la muerte.

Ninguna investigación policial ni judicial independiente se llevó a cabo por parte de las autoridades vaticanas sobre lo ocurrido la noche del lunes 4 de mayo de 1998. Ni la Santa Alianza, ni el Sodalitium Pianum, ni el «Comité de Seguridad», ni el Corpo della Vigilanza llevaron a cabo una investigación seria. El secretario de Estado, Angelo Sodano, con el visto bueno del Sumo Pontífice, Juan Pablo II, decidió el sellado y custodia en el Archivo Secreto de toda la documentación relacionada con aquella trágica noche en la que tres personas perdieron la vida dentro de los muros vaticanos.

Nadie podrá saber jamás la verdad sobre el asesinato del comandante de la Guardia Suiza Alois Estermann, de su esposa Gladys Meza y del cabo segundo de la Guardia Suiza Cédric Tornay. El espía de la Santa Alianza Yvan Bertorello, quien más podría saber sobre aquella noche, simplemente desapareció. Nunca más fue visto en los conspiratorios pasillos del Estado Vaticano.

En su libro In God's Name. An Investigation into the Murder of Pope John Paul I, el escritor David Yallop realizó una durísima acusación contra el papa Juan Pablo II:

Tenemos un Papa que, públicamente, conmina a los sacerdotes nicaragüenses por su implicación en política y al mismo tiempo da su beneplácito para que una gran cantidad de dólares fluya secreta e ilegalmente hacia Polonia, con destino a Solidaridad. Este es un Papado con un doble rostro: uno para el Papa y otro para el resto del mundo. El pontificado de Juan Pablo II ha sido y es un triunfo para los especuladores, los corruptos y los ladrones internacionales como Roberto Calvi, Licio Gelli y Michele Sindona, mientras Su Santidad sigue mostrándose públicamente en frecuentes viajes similares a giras de una estrella de rock. Los hombres que lo rodean afirman que lo hace por negocio, como de costumbre, y que los ingresos desde su llegada al pontificado han aumentado. Es lamentable que los discursos moralizadores de Su Santidad no puedan ser escuchados entre bastidores.

Sea como sea, lo cierto es que durante los largos años de pontificado de Juan Pablo II el Vaticano ha vendido armas, ha financiado dictaduras, golpes de Estado, se han provocado quiebras financieras y bancarias, y por ellas muchas personas fueron «suicidadas», y ha ordenado operaciones encubiertas del servicio de espionaje pontificio.

Hoy, cuando ya estamos en el siglo xxi, nadie conoce los servicios secretos vaticanos, como la Santa Alianza. Ahora en el mundo del espionaje el servicio secreto pontificio, espionaje y contraespionaje, es denominado «La Entidad». Pero, se llame como se llame, sigue manteniendo intactos aún hoy los mismos principios con los que fue creado por el papa Pío V allá por el año del Señor de 1566: la defensa de la fe, la defensa de la religión católica, la defensa de los intereses del Estado Vaticano y la suma obediencia a Su Santidad el Papa continuarán siendo los cuatro grandes pilares que le permitirán sobrevivir hasta en lo más oscuro de la futura historia, porque mientras la Iglesia católica continúe transmitiendo la fe hasta lo más recóndito de la Tierra, «La Entidad» seguirá estando al acecho de cualquier enemigo que pueda aparecer en el camino del Sumo Pontífice o de su política. A día de hoy, el Estado Vaticano sigue negando la existencia de su servicio de espionaje.

Capítulo número 20 del libro 'La Santa Alianza' de Eric Frattini. Editado por Planeta