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Familiares de los 17 policías muertos en Tierradentro al recibir la noticia del hecho.

¿Y ahora qué?

Los dilemas de la paz y de la guerra

Diego Luis Arias Torres ex combatiente del M-19 y del FMLN analiza las alternativas de paz y de guerra tras la explosión del carro bomba en la Escuela Superior de Guerra, en Bogotá, y el ataque a Tierradentro, en Córdoba, en el que murieron 17 policías.

2 de noviembre de 2006

Las imágenes vistas por los colombianos en las últimas horas invitan al pesimismo: mujeres de diversos rincones del país, bañadas en lágrimas, hundidas en el dolor tras conocer la muerte de sus hijos o esposos en la acción armada de las Farc en Tierradentro (Córdoba). Es la última escena de una serie de acontecimientos que acabaron con una tenue luz de esperanza a una salida negociada al conflicto armado y que tuvo su detonante más sonoro con la explosión del carro bomba en la Escuela Superior de Guerra, en Bogotá.
 
¿Y ahora qué? Es la pregunta que hoy se hace un país ante la incertidumbre que genera la guerra. Sin embargo, es hora enfriar la cabeza y mirar los antecedentes de la situación para poder vislumbrar el futuro.

Empecemos con el atentado a la Escuela Superior de Guerra. Aunque han sido abundantes los análisis y las reacciones al discurso presidencial que siguió a este hecho y con el cual se interrumpió –abruptamente– el proceso de búsqueda para el Acuerdo Humanitario. Hay que lamentar también, consecuentemente, que con ello se haya esfumado un horizonte –débil pero sugestivo– que había sido planteado para la negociación política del conflicto, con un marco y una ruta preliminarmente esbozada que incluía una Asamblea Constituyente como punto de llegada.

Entre los muchos análisis y opiniones (y no es un elogio gratuito), los de SEMANA.COM en su última edición aportan significativamente al entendimiento de la coyuntura, que valga decir, no es cualquier coyuntura. En ella se juegan, en gran medida, el futuro de la guerra y la paz en Colombia. Y este es quizás el tema crucial que como nación y sociedad necesitamos con más urgencia dirimir.

Pero, con todo y los análisis, subsisten aún interrogantes fundamentales: ¿fue el carro bomba del Cantón Norte tan decisivo en el interior del gobierno como para romper el proceso? ¿Hubo otros hechos políticos y/o militares más decisivos de los que no se tiene información? ¿Alguna vez el Presidente de la República estuvo realmente decidido por el intercambio humanitario y una negociación política para alcanzar la paz? Y si así fue, entonces, ¿qué pasó? ¿Temores, dudas, incoherencia, presiones que sobrepasan su capital político? También es válido preguntarse y ser capaces de reconocer el papel que pueden estar jugando las “fuerzas oscuras” de esa extrema derecha de las que habló en su momento Otto Morales Benítez siendo Consejero de Paz, y el mismo Carlos Castaño, y de las que siempre se ha hablado en los momentos de crisis institucional.
 
Pero, sobre todo, es necesario y útil preguntarse por los hechos y los actores desde donde es posible esperar decisiones e iniciativas que permitan retomar un buen ambiente que ofrezca alternativas a la guerra que nos viene, si es que se nos viene realmente tal guerra, o al menos una nueva o mas intensa, cuya primera escena para muchos es lo ocurrido en Tierradentro.

Sin mayores pretensiones académicas o periodísticas, pero si con enorme preocupación e interés ciudadano, tomo el privilegio de este espacio para aportar algunas consideraciones que enumero a continuación.

De acciones de guerra o terrorismo

Lo primero es que, y a pesar de lo condenable, el carro bomba en la Escuela Superior de Guerra no parecía tener en sí mismo el potencial de echar por la borda un proceso de búsqueda de acuerdos por incipientes, débiles y difíciles que estos fueran.
 
Se debe enfatizar que –insisto en la condena– el del Cantón Norte es un hecho más cercano a una acción de guerra que terrorismo indiscriminado. La naturaleza militar del complejo donde tuvo lugar, el alcance de la destrucción física y el hecho de que no haya sido al parecer deliberadamente concebido contra bienes y personas civiles, implica entender que en un marco como el DIH difícilmente se puede concebir ese hecho como “terrorista”. No es cómodo ni grato hacer esta precisión, pero viene al caso porque otra cosa bastante distinta y justificada sería la reacción gubernamental si para el caso estuviéramos hablando de otro tipo de atentados, valga decir, como el abominable de El Nogal.

En el marco de un proceso de violencia, llámese o no conflicto armado, siempre será importante la distinción entre acciones militares o de guerra y terrorismo. Esto es decisivo para la respuesta institucional (política, aplicación de justicia y medidas de fuerza) que los Estados y las sociedades dan al desafío; pero también, y aun más crucial, cuando se debe transitar por el camino o la búsqueda de acuerdos políticos.
 
De otra manera, en ausencia de pactos de tregua o similares, o la aceptación de lo que es o no permitido a la luz de principios de humanidad en medio de la guerra, este asunto de qué es o no es terrorismo se convierte en un tema-obstáculo casi insalvable. Si el Presidente ha dicho que mientras las Farc no cesen sus acciones terroristas no avanzará en el tema del Intercambio humanitario, cabe entonces precisar qué se debe entender por acción terrorista.

Las conversaciones o tanteos iniciales con las Farc han tenido lugar en una situación donde no se han convenido ni cese al fuego, ni de hostilidades, treguas, etc. ¿Nuevos y lamentables ataques a la fuerza pública cabrían en esa definición presidencial de “terrorismo”? Por esa vía, hay que decirlo, el gobierno parece querer que las Farc avancen en un cese de hostilidades o por lo menos, de acciones ofensivas. Eso, claro, cambiaría sustancialmente el ambiente.


El silencio de las armas
 
El proceso requiere de gestos permanentes de buena voluntad, en especial de la guerrilla (digo yo), pero las acciones militares de lado y lado no deberían abortar la búsqueda de opciones dialogadas, mientras no medien acuerdos de otro tipo para silenciar, así sea temporalmente, las armas. Así se trate de un hecho tan supremamente doloroso como el ocurrido en Tierradentro. Porque –y la comparación es odiosa pero válida y práctica– las Farc también podrían sacarle el cuerpo a conversar aduciendo la presión militar que sobre ellos viene ejerciendo nuestra fuerza pública, con especial intensidad y de distintas maneras.

Lo segundo sigue siendo la cuestión de quiénes son los responsables del atentado en la Escuela Superior de Guerra. Si se analiza que el proceso se ha roto o suspendido por una sucesión de eventos y situaciones y no por ese único hecho del atentado, pues el asunto no se vuelve absolutamente determinante, aunque mantiene su importancia. Hay que establecer responsabilidades y ojalá lo haga la Fiscalía, prontamente y más allá de cualquier duda.

Hay suficientes y respetables argumentos para pensar que han sido la extrema derecha, el narcoparamilitarismo, el establecimiento y, por supuesto, las mismas Farc (a pesar del escrito de mediados de semana en Anncol en el que Iván Márquez, miembro del Secretariado de ese grupo, en el que niega la autoría del hecho). A cada uno, con su propia perspectiva lógica e interés particular es posible atribuir el hecho. El largo silencio de las FARC –que ni negaba ni confirmaba el hecho– no ayudó mucho que digamos. Yo en lo personal también creo que fueron las Farc, y si lo fueron, mejor habrían hecho en reconocerlo que negarlo.

Del otro lado se mantiene la duda sobre si el Presidente ha estado (¿estuvo?) dispuesto honestamente a ‘darse la pela’ por el intercambio humanitario, y aun más, por un proceso de paz. Con sus matices y “peros”, yo sí creo que ha habido voluntad gubernamental, que no necesariamente se puede asumir como inocente o desinteresada. Con todo, el gobierno ha llegado lejos en los temas humanitarios y de paz. Y no creo que lo haya hecho a partir de creer “derrotadas” a las Farc, sino como parte de una ecuación político-militar en la que se estaba configurando una “masa crítica” (de esa que hablaba Jesús Antonio Bejarano Q.E.P.D.) de la cual hacen parte también factores de opinión, internacionales, económicos y hasta personales (subjetivos) que fuerzan nuevos escenarios más allá del propio cálculo político o las convicciones mas firmes.

En El Salvador, para mencionar un caso cercano aunque con su particularidad, se llegó a la negociación política no con una guerrilla derrotada, sino luego de que esta desarrolló su mayor ofensiva militar sobre San Salvador y otras cinco ciudades capitales de departamento.
 
De manera que son distintos factores, hechos y situaciones que, conjugados compleja pero adecuadamente, abren eso que en los negocios se da en llamar “ventana de oportunidad”. Creo que con el caso de la Escuela Superior de Guerra las cosas no se conjugaron favorablemente esta vez, ni de la manera ni en el momento adecuado. Podríamos decir, exagerando un poco y sin debilitar el carácter dramático de la situación, que nos faltaron los 100 pesitos de siempre, o que en la puerta del horno se nos volvió a quemar el pan.


Recomponer el camino
 
Que las cosas no se hayan dado ahora –lo cual es esencialmente atribuible al comportamiento errático tanto de las Farc como del Gobierno– no quiere decir que en el mediano plazo (antes va a ser muy difícil) la situación no se pueda recomponer.

Mientras tanto ya hay una percepción más extendida de una “guerra que se nos viene” y que tiene punto doloroso en este ataque en Tierradentro. Esta acción armada de las Farc para mí es similar a lo que este país ha visto y padecido durante años. Y de continuar por este camino se repetirán otros episodios ya conocidos, incluidas la barbarie paramilitar, la degradación de la guerrilla y la narcotización de buena parte de la vida nacional.

Estratégicamente hablando, la guerra ya tiene un curso definido. La insurgencia armada se devolvió de una guerra de movimientos (en la que concentraba fuerzas para derrotar a su adversario en movimiento o en sus posiciones) a una de guerrillas con escasas posibilidades militares, salvo para el sabotaje económico, el hostigamiento y ocasionales éxitos para las Farc como el de Tierradentro.

Este curso no hay, objetivamente, cómo cambiarlo, menos aun con tan precario respaldo político y social de la guerrilla desde donde difícilmente surgirá esa “mecha chispeante hacia la gran bomba social” (¿insurrección?) de la que habla Iván Márquez en el escrito de las Farc que he mencionado.
 
En este contexto, la reingeniería a la Seguridad Democrática (los nuevos recursos del impuesto al Patrimonio, y las cinco estrategias con sus 25 acciones puntuales) y la presencia del Presidente conduciendo personalmente la guerra desde los cuarteles, lo que hará o intenta, es profundizar el debilitamiento de la guerrilla. Para el Estado, ese es un presupuesto inherente a lo que se puede concebir modernamente como victoria. Paradójicamente, resistir o “aguantar” la ofensiva militar es para la guerrilla el presupuesto básico de lo que considera hoy como su victoria.

Seamos claros: a pesar de lo que se quiera, la actual dinámica de la guerra no tiene el potencial de definir la confrontación en términos de lo que muchos desean, pero también creen: el aniquilamiento físico y total de la guerrilla. De manera que en esto podemos embarcarnos otros cuatro años, o más, sin que esta guerra se defina efectiva y claramente ni conduzca tampoco a negociaciones de paz.

Ahora lo fundamental debe ser preguntarnos: ¿de qué y de quiénes depende modificar la actual situación? Aunque debería ser un esfuerzo recíproco (gobierno-Farc), diría que quienes tienen hoy el mayor potencial (deber y necesidad) de darle vuelta a la situación son las propias Farc y naturalmente con acciones como las de Tierradentro exhiben su músculo militar no les da ningún rédito político.

Yo no creo que las del Presidente sean sólo “bravuconadas”, una reacción temperamental, una calculada jugada política para retomar la iniciativa política, sortear tensiones al interior de las Fuerzas Armadas o calmar temores de las elites ante anuncios (prematuros aunque audaces y fundamentales) sobre Constituyentes. Puede que sean algunas, todas o ninguna de las anteriores.
 
Al final, todo parece haber contado para el giro presidencial; pero igual, una audacia política de las Farc podría dar al traste con la declaración de guerra presidencial. ¿De qué audacia política podemos estar hablando? Bueno, jugársela por el Intercambio Humanitario o también podría ser un cese unilateral de acciones ofensivas (ni siquiera tiene que ser un cese general del fuego, el cual sería todo un proceso concertar y verificar), convenir en que la guardia indígena Paez asuma la seguridad de la zona de encuentro (renunciando a su pretensión de ocupar los cascos urbanos de Pradera y Florida) y, por qué no, liberando, así sea por razones médicas, a enfermos o retenidos de mayor antigüedad.

Eso es jugar políticamente en la coyuntura, y tiene más de flexibilidad que de audacia. Frente a ese tipo de hechos, difícilmente el gobierno y la sociedad podrán negarse a que la puerta se abra de nuevo, al menos para lo primero, que es sentarse a conversar. Lo otro, la negociación en sí misma, va a tener que madurar. El Intercambio Humanitario, pese al reclamo de que se inscriba en un ámbito humanitario –independientemente de la búsqueda de la paz– creo que sólo será posible, en este gobierno, si abre el camino a conversaciones de paz. De manera que todo esto está cuesta arriba, ¡para todos!

En buena medida, aunque no exclusivamente, de las iniciativas políticas de las Farc depende modificar una coyuntura que puede prolongar la guerra y el sufrimiento (intercambio humanitario si no se hace o se hace mal) o puede acercarnos a una paz con cambios y justicia social (negociación Política con Constituyente de paz).

Una antigua y conocida ronda infantil habla de un puente que esta quebrado y se pregunta: ¿con qué lo curaremos? Pues bien, el puente (puentecito) que se había logrado construir, hoy está quebrado. Para curarlo necesitaremos, por supuesto, mucho más que “cáscaras de huevo” y sí muchos hechos positivos y muy buena voluntad. Y una acción como la de Tierradentro no es precisamente la mejor muestra.

Diego Luis Arias Torres. Es ex combatiente de los grupos insurgentes M-19 y FMLN (El Salvador). Es miembro de REDEPAZ