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Mahoma, la espada de Dios

Hoy, cuando se tienen los ojos puestos en Irak y el mundo árabe, muchas voces se escuchan en el nombre de Mahoma, el gran profeta islámico, relacionado con la guerra y la paz. Pero 'Mahoma' no es sólo una palabra, un nombre o una exclamación. El periodista Alberto Trujillo escribe sobre el nacimiento, vida, muerte y legado del hombre que mueve a toda una civilización.

Alberto Trujillo*
7 de abril de 2003

Jamás imaginó Mahoma que bajo el territorio que habla recorrido a pie o montado en su camello Al Kaswa, en su blanca mula o en algún corcel, bullía el recurso natural que revolucionaria la maquinaria industrial y bélica del mundo. Las movilizaciones militares de comienzos del siglo XX pasarían de la caballería impulsada por músculos a la caballería impulsada por los derivados del petróleo.

A finales del siglo XIX, el desarrollo de las grandes potencias impulsado por la revolución industrial requirió abundancia de nuevos combustibles, más aún luego de la invención del automóvil y de las necesidades energéticas de la Primera Guerra Mundial. Debido a ello, ya en 1901, el Imperio Británico había logrado una concesi6n para explotar los campos petrolíferos de Irán, tierra donde el profeta Zoroastro había fundado, 500 años antes de Cristo, un culto monoteísta basado en la idea del enfrentamiento entre el ángel de la luz y el ángel de la oscuridad, y que de seguro influyó en las futuras doctrinas judeocristianas.

En un comienzo, los pueblos árabes habían seguido dos corrientes religiosas: la sabea y la religión de los magos. La fe sabea inculcaba la creencia en un solo Dios y en otra vida después de la muerte, con castigos y recompensas que dependían de llevar una existencia virtuosa y santa. Pero con el paso del tiempo, el sabeismo perdió su pureza y termino en la idolatría, en supersticiones e incluso en el sacrificio de niñas, inmoladas ante los ídolos o enterradas vivas.

Años después, Zoroastro retomó la idea del Dios único y eterno, creador de todo lo existente y que había generado dos fuerzas antagónicas: el principio del bien y el del mal. Esta lucha perduraría hasta el fin del mundo, cuando todos los seres humanos habrían de resucitar para enfrentar el juicio Final. Ese día, el ángel del mal y sus secuaces serian arrojados a las tinieblas eternas, en tanto que el ángel de la luz y sus seguidores ascenderían hacia el reino de la luz perpetua.

Las tribus árabes, separadas por las arenas del desierto y muchas veces enfrascadas en luchas intestinas, desconocían lo que una unión religiosa y política podría lograr. El líder que necesitaban habría de surgir en el seno de la tribu de los kuraischitas, en la pedregosa y árida ciudad de la Meca, en el año 569 de la era cristiana. Cuando nació Mahoma, el sagrado fuego de Zoroastro, que habla ardido bajo la mirada de los magos durante más de mil años, se apagó de repente sin explicación alguna y todos los ídolos del mundo se vinieron abajo.

¡No sé leer!

La revolución religiosa que habría de impulsar Mahoma se gestó durante sus viajes comerciales, cuando entró en contacto con judíos y cristianos. Creyó que era hora de que el culto de la Kaaba volviese a la pureza original de los tiempos de Abraham. En busca de la perfección espiritual, cual anacoreta cristiano, Mahoma se alejó del mundanal bullicio, refugiándose en una caverna, donde ayunaba, oraba y meditaba. Una noche, cuando se disponía a dormir, un torrente luminoso invadió el lugar, produciéndole un sincope. Al volver en si, un ángel en figura humana que le enseñaba un paño de seda cubierto de caracteres escritos, le ordeno: "¡Lee!" "jNo sé leer!", le confesó Mahoma. "¡Lee en el nombre del Señor -insistió el ángel-, que ha creado todas las cosas, que ha creado al hombre de un coágulo de sangre! ¡Lee en el nombre del Altísimo, que ha enseñado al hombre la escritura y derramado en su alma la luz del conocimiento y que, cada día, le enseña lo que ignora!". Y de inmediato, el resplandor celestial iluminó la mente de Mahoma, quien pudo leer sin saber leer. Y cuando terminó su primera y decisiva lectura acerca de los mandamientos de Dios, le fue comunicada su misión: "¡Tú eres el profeta de Dios y yo soy el ángel Gabriel!"

Inició su apostolado con sigilo, pues sus ricos parientes comerciantes eran idólatras, al igual que otras tantas tribus que competían por el control de la

Kaaba. Al cuarto año de su misión, se arriesgó a convocar a los kuraischitas de la rama de Haschem para hacerla pública. La reunión degeneró en trifulca luego de las injurias y oprobios que le lanzó su tío y enemigo, Abu Lahab. Pese a ello, su entusiasmo no decayó. Continuó pregonando las revelaciones que le llegaban desde el Cielo, mientras insistía en que el Corán era la viva palabra de Dios: "¡Qué mayor milagro que el Corán mismo, el libro revelado a un hombre inculto!"

La predestinación

En Bagdad hay -tal vez aún en pie luego del diluvio de misiles y "bombas inteligentes"- un arco formado por colosales antebrazos que sostienen dos espadas sobre uno de los grandes bulevares de Irak, y que fue hecho erigir por Saddam Hussein en conmemoración de su inútil guerra contra Irán en 1980. Este monumento recuerda que Mahoma, ante la angustia existencial de su carácter mortal, hastiado ya de haber soportado trece años de insultos, persecuciones y atentados contra su vida, consciente de que su discurso y su persuasión se habían agotado como medios para expandir su fe, y al percatarse de que el creciente número de adeptos le permitiría conformar un ejército, optó por la guerra convencido de que Dios avalaba este método para restablecer la religión monoteísta del patriarca Abraham, padre de Ismael, progenitor de la raza árabe.

Mahoma introdujo su discurso mencionando las virtudes de Moisés, Salomón y Jesús, los profetas enviados por Alá antes que él, y concluyó que estos atributos no hablan bastado para convencer a los infieles. "Por esto, Dios me ha enviado a mi, que soy el último de los profetas, con una espada. Que quienes propaguen mi fe dejen a un lado la discusión y las razones y que maten a todo aquel que se niegue a acatar la ley. Y quien luche por la verdadera fe, ya sea que caiga o triunfe en el combate, recibirá una segura y gloriosa recompensa".

"La espada es la llave del Cielo y del Infierno; a quien la desenvaine por la causa del Islam le esperan beneficios terrenales; cada gota de sangre vertida,

cada riesgo o penalidad soportados, será reconocido en las alturas como algo más valioso que el ayuno o la oración. Y si cae en la batalla, sus pecados desaparecerán al instante y será trasladado al Paraíso, para gozar allí de eternos placeres, en brazos de las huríes de tos ojos negros".

Bush y sus aliados, pese a su característica prepotencia, ya son conscientes de que su campaña para "liberar a Irak de la tiranía" no va a ser nada fácil porque Hussein y sus huestes están familiarizados con la lucha a ultranza inmersos en las palabras que estuvieron inscritas en la "espada de Dios" que llevaba el Profeta en la batalla de Ohod: "El temor conduce a la desgracia, en la lucha está el honor. La cobardía no salva al hombre de su destino."

Según el Corán, todo lo que acontece está escrito desde siempre y para siempre, y es imposible evitarlo. Nadie muere antes o después de su hora señalada, luego da lo mismo estar durmiendo o enfrentándose al ejército más poderoso del mundo. Por eso, Saddam Hussein, osado ladrón de pollos y cabras en su infancia, asesino desde los diez años, sicario del Partido Socialista del Renacimiento Árabe, golpista y dictador, combatirá hasta el final junto a su Guardia Republicana y sus fedayines camuflados con trajes de civil.

Cuando Cadijah, su primera y adinerada esposa, fervorosa partidaria de su causa, y su tío Abu Taleb fallecieron, su situación en La Meca se tornó peligrosa. En un consejo de notables, convocado por Abu Sofian, el gobernador de la Meca que estaba en total desacuerdo con la nueva fe y preocupado por el aumento de su popularidad, los kuraischitas pensaron, primero, en desterrarte de la ciudad o confinarlo en una mazmorra, pero en últimas optaron por deshacerse de él para siempre y -como se había dado muerte en el Senado de Roma al emperador Julio César- se llegó al acuerdo de que un miembro de cada familia lo atravesaría con su espada. Por fortuna, alguien logró advertirte y Mahoma pudo escapar acompañado de su fiel partidario Abu Bekr, con cuya hija, Ayesha, se casaría pocos meses después de la huida hacia Medina, en donde también contraería nupcias su hija Fátima con su discípulo Alí.

Durante el segundo año de la Hégira, Mahoma se enteró de que Abu Sofian marchaba hacia la Meca encabezando una caravana de mil camellos cargados con mercancías de Siria. Al darse cuenta de que le era fácil interceptarla, salió a su encuentro. Este episodio concluyó en la batalla de Beder: 70 kuraischitas muertos, 70 prisioneros y los demás en retirada; los musulmanes perdieron tan solo 14 soldados, que se cuentan entre los primeros mártires de la "Guerra Santa''.

El éxito catapultó el prestigio y la autoridad de Mahoma, y al mismo tiempo, con su belicosa actitud, cuajó en el espíritu guerrero de las tribus árabes, acostumbradas al pillaje y a la piratería del desierto. Al conquistar la Meca, sometiendo a los impíos y destruyendo todos los ídolos de la Kaaba, cimentó las bases de la unidad del nuevo Estado teocrático que muy pronto estremecería el orden mundial a "fuego y sable".

El objetivo de la actual Tormenta de Fuego Inteligente para liberar al pueblo iraquí de la dictadura y asegurar la paz del planeta tomando el control del supuesto arsenal de armas químicas y de destrucción masiva que posee Hussein, no convence a los 940 millones de musulmanes que hay en el mundo. Para ellos, el único interés radica en el preciado botín: el petróleo, "el viscoso ídolo" de la civilización moderna.

*Periodista