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Silvino Mina es uno de los constructores de marimbas más reconocidos del Pacífico caucano. Desde Guapi hace de la chonta un canto de la selva.

CRÓNICA

Marimba de chonta, canto africano en el Pacífico colombiano

En la costa caucana se crea este instrumento que encierra la magia y el encanto de la cultura africana. Se afina con el cantar de las mujeres y se inspira en el gorjeo de las aves. Hoy es Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, declarado por la Unesco.

Carlos García, enviado especial de Semana.com
12 de octubre de 2009

Nadie le enseñó. Un día cualquiera tomó un par de maderas de la palma que da el chontaduro y con su machete le dio forma a 18 tablas. De pequeña a grande las organizó sobre una mesa y acudió a sus sentidos para darle a cada una de ellas el tono exacto. Dos, tres golpes para afinar, un cununo y un guasá para acompañar, fueron suficientes para que Silvino Mina interpretara un currulao en la primera marimba que construyó.

No recuerda cuándo se hizo músico, pero dice que el ritmo lo lleva en la sangre, como lo llevan todos los negros del Pacífico. Tal vez sea ese el misterio de su folclor. No hay mejor método que los latidos del corazón y no hay academia musical más importante que el canto de las mujeres canaleteando sobre el río Guapi.

La casa de don Silvino es una fábrica de sentidos. Hasta allí llegan músicos de varios lugares del mundo para aprender a extraer el sonido de la marimba de chonta. Es un instrumento heredado y transformado de los ancestros africanos que encierra el sentir de una cultura que se resiste a desaparecer, a pesar del olvido y la marginación.

Don Silvino ha dedicado 50 de sus 75 años, a construir marimbas en Guapi. Su memoria no alcanza a recordar a cuántas personas ha contagiado de ritmos como el bunde, juga, currulao y berejú. Pero no olvida que por su casa pasaron grandes músicos de hoy como José Antonio Torres 'Gualajo' y Hugo Candelario, los maestros del Festival de Música del Pacifico, Petronio Álvarez.

"Ellos aprendieron a tocar aquí conmigo", me dice con voz de orgullo.

Yeiner Orobio sí que lo recuerda. Desde niño apuraba el paso al terminar la escuela y se metía en casa del maestro a mirar cómo labrababa la madera hasta que le daba forma al piano de la selva. Sus primeros golpes los hizo al lado de Silvino. Ahora, a sus 22 años, es uno de los marimberos que promete continuar con la tradición musical de esta región caucana.

"Cada vez que escucho una marimba creo que me están llamando a mí. Nadie puede escapar al encanto de sus sonidos", me cuenta Yeiner. Reconoce que no es fácil aprender a interpretar este instrumento y explica que lo más complicado pero a la vez misterioso, es que está afinado con la voz de las cantadoras.

Doña Natividad Orobio canta desde hace casi 70 años. En cada lugar donde suena la marimba de su nieto Yeiner, allí está ella armada con su guasá y aprovecha para alimentar su alma con cada pregoneo.

Dice que la música le hace vibrar el cuerpo y que le cosquillea el corazón. Es capaz de entonar desde el más alegre bunde hasta un sentido arullo o alabao, sin dejar atrás los cantos de boga, como llaman al hecho de entonar versos para acompañarse mientras reman en la soldad del río.

"Mientras uno tenga su voz para cantar y su guasá para arrullar, nada malo le puede pasar", asegura Natividad construyendo un verso de esos que son cotidianidad en el Pacífico. Su canto, como el de muchas otras mujeres, ha sido el afinador que usa Silvino para darle vida a sus marimbas.

La marimba de chonta tomó vida en tiempos de esclavitud y desde entonces se tejen muchas leyendas a su alrededor. Que es el alma de los negros que murieron encadenados la que suena en cada tonada, dicen unos. Otros que nació del río como nacen los caciques indígenas en la Laguna de Juan Tama. Algunos otros aseguran que han visto al mismo diablo tocar la marimba. Pero otros creen que viene del canto de las aves.

Navegando sobre el río Guapi por entre la selva hasta encontrar el mar Pacífico, nos tomó dos horas de viaje para llegar de Guapi a Timbiquí. Es la única vìa.

Por eso y conociendo su situación, cada vez que un extranjero pisa esas tierras sus habitantes le cantan: "no conocemos señores cómo llegaron hasta aquí. Pero de todas maneras bienvenido a Timbiquí".

En la plaza del pueblo Justino Carabalí me dice que sus ancestros fueron tan astutos, que inventaron la marimba a través del canto de las aves. Labraron una palma llamada chonta, le pusieron a cada tablilla un tono que resonaba sobre un canuto o guadua para darle vida al instrumento.

También cuenta que es una transformación del balafón africano, el cual era construido con maderas y calabazas. Pero, venga de donde venga, cuando suena la sangre vibra y despierta al que está dormido.

Me dice que allí también hay personas dedicadas a la construcción de marimbas y que el proceso de recuperación y fortalecimiento de sus tradiciones va por buen camino.

Fueron ellos, en compañía de representantes de 14 municipios de Nariño, Cauca y Valle, quienes pidieron al Ministerio de Cultura postular la marimba de chonta a la Unesco como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Doña Irma Ocoró cree que merecen ese reconocimiento, pero también opina que su pueblo necesita más atención del Estado. Tiene una pequeña tienda en la ribera del río Timbiquí y aunque canta mientras navega para cosechar chontaduro y papa china, cree que con hambre y sin agua potable no hay cultura que resista.

"Ojalá vinieran más seguido por aquí para que se den cuenta cómo es de duro vivir sólo con el agua que nos da la lluvia", se lamenta Irma.

Las nubes también son el acueducto de Guapi. Por eso cuando llueve don Silvino corre a poner ollas y baldes en la calle para recoger agua, que por décadas, les han prometido que bajará por los grifos.

Pero mientras el progreso deja de ser promesa, Silvino Mina seguirá construyendo marimbas hasta que sus manos lo permitan y hasta que su oído sea capaz de darle el tono indicado a cada pedazo de madera de chonta.