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Relaciones internacionales

Más allá del maniqueísmo

A raíz de los últimos eventos, el sociólogo Giovanni Molano analiza las complejas relaciones entre Colombia y Estados Unidos.

Giovanni Molano Cruz*
15 de mayo de 2005

Que Colombia tiene ante Estados Unidos una sumisión natural es tan falaz como maniqueo aquello de que para Latinoamérica cualquier relación con EE.UU. es origen absoluto de perversidades. Sin duda, en la política exterior colombiana es constante un estrecho vínculo con Estados Unidos y en las relaciones interamericanas este país ha recurrido a todo su poder para imponer, incluso a sangre y fuego, sus propios intereses. Pero ni las falsas apariencias explican las asimétricas relaciones colombo-estadounidenses, ni el simplismo ayuda a comprender la política colombiana de EE.UU.

Bajo el principio de respice polum, mirar al norte, del presidente Marco Fidel Suárez (1918-1922), Colombia siguió y apoyó a EE.UU. en la escena mundial a cambio de significativas ayudas económicas. Pero con Lleras Restrepo (1966-1970), que en su momento rechazó políticas del FMI, se inició una diversificación de las relaciones exteriores que con López Michelsen (1974-1978) tomó el nombre de respice similia, mirar a los semejantes.

Gracias a un relativo crecimiento económico, el país amplió sus relaciones económicas y políticas internacionales y redujo el énfasis en la relación con EE.UU. Esta tendencia se interrumpió con el retorno de Turbay Ayala (1978-1982) al alineamiento con EE.UU., pero continuó con Belisario Betancur (1982-1986), Virgilio Barco (1986-1990) y César Gaviria (1990-1994). El punto de quiebre simbólico de una alianza incuestionable con EE.UU. fue el ingreso de Colombia en 1983 al Movimiento de los No Alineados. Pero a partir de la crisis de legitimidad del gobierno Samper, Colombia inicia una nueva subordinación frente a EE.UU. que concreta Pastrana y continúa Álvaro Uribe en las relaciones bilaterales y la arena internacional.

Comprender -no justificar- las razones que han llevado a Colombia a permitir en la última década la injerencia de Estados Unidos es posible desde la perspectiva de un país que enfrenta problemas críticos sin los recursos necesarios. La crisis política durante el gobierno Samper favorece la aplicación intensiva de la política estadounidense contra las drogas ilícitas, la cual desde la Decisión de Seguridad Nacional Directiva 221 del gobierno Reagan considera el narcotráfico como amenaza y por ende involucra las Fuerzas Armadas. Con Samper, que tuvo hasta conato de golpe de estado, se restablece el tratado de extradición, se inician las fumigaciones de cultivos de coca y se firma una serie de leyes antidrogas, según la lógica prohibicionista y represiva de EE.UU. A finales de los 90, en medio de un estancamiento económico, la insurgencia colombiana aumenta significativamente en hombres y en territorio, al mismo tiempo que los grupos y acciones paramilitares; unos y otros vinculados con el narcotráfico como fuente de financiación y recurriendo a actos terroristas. Pastrana inicia una "diplomacia por la paz", que logra reducir los espacios internacionales de las Farc y se basa en el Plan Colombia, una estrategia de cooptación de recursos financieros que si bien considera aspectos económicos, políticos y sociales, con el fin de obtener el apoyo de EE.UU., coloca la "lucha contra las drogas" como el núcleo de la política de paz. Así queda fusionado, en las relaciones bilaterales, el conflicto armado con el problema del narcotráfico. Y el país vuelve al respice polum, con la diferencia de que hoy la subordinación no se hace a cambio de ayuda económica, sino de fortalecimiento militar.

En 1999 comienza el entrenamiento por EE.UU. del primer batallón antinarcóticos, que buscará recuperar territorios del sur del país. Entre 1998-2004 Bogotá, que tiene la segunda embajada gringa más grande del mundo después de Bagdad, recibe 3.635 millones de dólares para lucha contrainsurgente y antidrogas, que lo convierten en el primer receptor de ayuda militar y policial estadounidense en Latinoamérica y cuarto en el mundo después de Israel, Egipto e Irak. Según acuerdos bilaterales, hasta 800 militares y 600 contratistas gringos están autorizados en Colombia. Entre 1999-2003, 29.441 militares colombianos son entrenados por el Comando Sur de EE.UU. Con las bases de Soto Cano en Honduras, Comalapa en El Salvador, Reina Beatriz en Aruba, Hato Rey en Curazao y Manta en Ecuador, y con el sistema de radares (3 fijos en Colombia, 3 fijos en Perú y 11 móviles y secretos en países andinos y del Caribe), EE.UU. busca vigilar y controlar los movimientos de drogas y armas desde y hacia Colombia. En marzo de 2005, el general Bantz Craddock, jefe del Comando Sur, solicita al Congreso de su país más fondos para apoyar la lucha contra los "narcoterroristas" de un país que en 1994 Joe Toft, jefe de la oficina de la DEA en Bogotá, acusó de "narcodemocracia" y donde a mediados de los años 80, según Lewis Tamb el embajador del gobierno Reagan, existía una "narcoguerrilla".

La convergencia de intereses entre un tema de seguridad nacional para EE.UU., el narcotráfico, con el componente militar de la política de seguridad democrática de Álvaro Uribe entusiasma a muchos colombianos con un éxito indiscutible frente a la guerrilla y a algunos otros con la ilusión de una intervención gringa para acabar con el narcotráfico y el conflicto armado. El problema es que después de 20 años la cruzada estadounidense contra las drogas es un fracaso y el conflicto colombiano no tiene origen en el narcotráfico. Por lo demas, ¿por qué EE.UU. asumiría los costos totales de una guerra que otros adelantan por ellos?

Colombia, como América Latina, no es simplemente objeto en la política mundial, ante todo es sujeto. Sus relaciones con Estados Unidos obedecen a lógicas que nada tienen que ver con un orden natural, sino con opciones y decisiones políticas. Comprender esto es fundamental para enfrentar el desequilibrio de las relaciones con el poderoso país del norte y adoptar políticas, internas y externas, más autónomas y directas con los intereses propios y los gravísimos problemas que tenemos.

* Sociólogo de la Universidad Nacional de Colombia. Actualmente vinculado con el Centro de Investigaciones Internacionales de la Universidad París 1 Panteón-Sorbona.