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“Me atormenta la maldad del malo y la indiferencia del bueno”: coronel Luis Mendieta

Las pruebas de supervivencia que trajo consigo la ex congresista Consuelo González son más dolorosas de lo que el país esperaba. Queda en evidencia las torturas a las que las Farc someten a los secuestrados.

15 de enero de 2008

Es difícil explicar lo que sintió la familia Mendieta Paredes cuando supieron que la ex congresista Consuelo González de Perdomo, secuestrada por las Farc durante seis años y liberada la semana pasada, traía en una maleta pruebas de vida del coronel de la Policía Luis Herlindo Mendieta Ovalle, secuestrado por este grupo guerrillero en la toma de Mitú ocurrida en 1998, y de siete plagiados más que llevan muriéndose en la selva hasta 10 años.

La angustia de saber si estaba enfermo; la alegría de saber si aún estaba vivo; las ganas de verlo en una foto; la ansiedad de leer sus pensamientos en una carta; la preocupación de imaginarlo deprimido. Las últimas fotos y cartas que mostraron a Íngrid Betancourt en una estado lamentable hacía imaginar a los Mendieta que su padre y esposo, posiblemente, estaría igual.

En la noche del lunes, casi a las 10, llegaron María Teresa, esposa del coronel, con sus hijos Jenny y José Luis, a la residencia de una de las hijas de Consuelo González para recibir el pequeño atado que desde la selva les había mandado el oficial. La felicidad de saberlo vivo no cabía en el alma. Aunque sabían que estaba enfermo, lo importante era verlo vital a pesar de la tortura de permanecer nueve años en la selva, tiempo en el que, incluso, a la familia llegó la noticia de que el coronel había muerto.

El lugar estaba atiborrado de otros familiares deseosos de noticias de sus seres queridos como Alan Jara, Jorge Eduardo Gechem, Gloria Polanco, el capitán William Donato.

Tan pronto como recibieron el paquetico corrieron a la casa para abrirlo. Poco a poco la ansiedad se fue transformando en una profunda tristeza al ver todos los ultrajes que relataba el coronel Luis Mendieta. “He tenido de arrastrarme en el barro para hacer mis necesidades fisiológicas, con la cadena y el candado atados al cuello”, escribe el oficial, quien padeció (¿o padece?) una enfermedad que le impidió por varios días caminar y valerse por sí mismo. Ahora, según cuenta en sus cartas y de acuerdo con lo que relató Consuelo González, padece fuertes dolores en el pecho que con ventosas hechas a punta de tarros y espermas intentan calmarle compañeros de cautiverio como el ex gobernador Jara y el capitán Donato.

Jenny Mendieta tiene hoy 20 años. La última vez que su papá la vio tenía 11. Era una niña. Hoy es una mujer adulta que está a punto de graduarse como veterinaria. Junto con su mamá no han parado este martes de hablar en varios medios de comunicación sobre el dolor inmenso que les causó leer todas las atrocidades que las Farc han cometido con su padre y esposo durante estos nueve años. En la madrugada, Jenny leyó en los micrófonos de Caracol Radio apartes de la misiva escrita en un papel sucio y arrugado.

“No es el dolor físico el que me detiene, ni las cadenas en mi cuello lo que me atormenta, sino la agonía mental, la maldad del malo y la indiferencia del bueno, como si no valiésemos, como si no existiésemos”, dice la carta. Su esposa, con la voz entrecortada y haciendo un esfuerzo para no llorar, confesó esta mañana hechos humillantes como que Mendieta tuvo que hacer sus necesidades fisiológicas en la misma olla donde comía porque no tenía otro lugar, y que mientras se recuperaba de su extraña enfermedad, sus captores lo encadenaron al cuello porque temían que se escapara.

Pasajes aterradores como estos le recordaron al país no sólo los crímenes que cometen las Farc contra los secuestrados, sino la indiferencia, la pasividad y la ligereza con que Colombia maneja el tema del secuestro.