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La población infantil es la principal víctima de la tragedia que vive Chocó. En el último año murieron más de 78 niños por desnutrición.

Nación

Mortalidad infantil por desnutrición obliga al Estado a dirigir ayuda de emergencia al Chocó

En las últimas horas el gobierno tuvo que enviar a la región una comisión de expertos tras recibir informes según los cuales 17 niños del departamento murieron por una tragedia anunciada: el hambre.

Élber Gutiérrez Roa
26 de marzo de 2007

A pesar de sus tristezas el Chocó es una región que mira la vida con alegría. Es difícil encontrar por sus caminos a un labriego que no sonría, o un pescador descalzo que no cante sus tonadas como un rito sagrado antes de lanzar la red. Incluso en las olvidadas calles de sus pueblos generalmente se escucha, con el volumen bien alto, música de todos los géneros: rap, vallenato, salsa, rancheras, reguetón y cuanto sonido tenga ritmo son sus mecanismos para exorcizar los lamentos de una región azotada por la violencia, el desgreño administrativo, la falta de oportunidades y el casi nulo acceso a los beneficios del Estado.

Pero esta semana el Chocó está más triste que nunca. Ya no son los paramilitares, los guerrilleros ni los delincuentes comunes quienes ocasionan de manera directa su tragedia y por lo tanto ya no basta con correr en busca de un lugar para refugiarse con la familia. El problema ahora es que luego de muchos años de huída y sin recibir aún solución a los otros problemas que aquejan a la región, la gente en el Chocó se está muriendo de hambre. Los lugareños dicen que el fenómeno no es nuevo pero reconocen que cada vez cobra más vidas. Según los reportes de nueve municipios recibidos durante la presente semana por entidades como la Defensoría del Pueblo y el propio Ministerio de Protección Social, 17 niños murieron en las últimas semanas por desnutrición crónica.

El ministro de Protección Social, Diego Palacio, reconoció que cuatro de esas muertes ocurrieron en Curvaradó y que pese a las dificultades para hacer llegar la atención especializada a los indígenas y las negritudes de la zona ya hay una comisión encabezada por la directora del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, Elvira Cuervo

La desnutrición y las enfermedades intestinales relacionadas con ésta han causado 78 muertes infantiles en el último año en el Chocó, un departamento que vive bajo la paradoja de tener innumerables riquezas minerales, madereras y ambientales pero carecer de servicios de agua. La situación es aún más incomprensible si se tiene en cuenta que los chocoanos viven en una de las zonas más lluviosas y mejor regadas por ríos en el mundo.

Cada eslabón en la tragedia del departamento parece peor que el anterior: Los políticos del centro del país se olvidaron de la región porque los políticos de la región malgastaban o se robaban los recursos que les enviaban desde el centro del país. Los guerrilleros de las Farc y el ELN ingresaron a la zona –según ellos- para defender al pueblo oprimido y ‘castigar’ a los políticos que no cumplían con la misión para la cual fueron elegidos, pero terminaron desplazando comunidades enteras en su recorrido de guerra. Entonces aparecieron los paramilitares combatiendo la barbarie guerrillera con más barbarie, desplazando más comunidades y usando la zona para la exportación de droga y el ingreso de armas ilegales al país. Al final, los chocoanos se quedaron sin obras, sin salud, sin educación, sin servicios públicos, sin tierra y sin alimentos.

Los teóricos de la nutrición sostienen que el desarrollo normal de un niño requiere (después de su lactancia) la ingesta diaria de siete porciones de carbohidratos, tres de carne o granos, dos de fruta, verduras y tres vasos de leche. Si no el infante no cumple con esta dieta se presenta un desbalance entre los nutrientes que el cuerpo recibe y los que requiere para su adecuado funcionamiento. A eso se le llama desnutrición. Entre más largo sea el periodo nutricionalmente deficitario, mayor empleo de reservas debe hacer el organismo. Durante este proceso la desnutrición va adquiriendo apellidos que varían según su gravedad hasta llegar a la condición de “severa”, que es la que más mortalidad infantil causa. Según este tipo de tablas un niño de cuatro años debe medir un metro y pesar 15 kilos. Con 14 kilos está en desnutrición moderada; con 13, en desnutrición avanzada; y con 10 o menos, en desnutrición crónica. A estas alturas ya debe estar bajo control médico, pero en el chocó tampoco hay hospitales cerca para brindarles atención a los menores. Los pocos que existen siempre quedan lejos, funcionan a media marcha y, por lo general, están atendiendo combatientes del conflicto armado o heridos de la delincuencia común.

Una alimentación como la que describen los nutricionistas cuesta $5.000, una cifra imposible de pagar cuando más del 80% de los pobladores del departamento viven con menos de $2.500 diarios. Aunque no se trata de un drama exclusivamente chocoano, es en ese departamento en donde tiene una de sus más tristes expresiones. Según el Banco Mundial más del 60% por ciento de colombianos tienen que arreglárselas para vivir con ingresos por debajo de la línea de pobreza (menos de un dólar diario) y según el gobierno nacional el desempleo sigue siendo uno de los principales flagelos del país. El acceso a la educación, condición indispensable para salir de la pobreza, sigue siendo una utopía. En municipios chocoanos como Medio Baudó, más del 66% de sus habitantes tiene menos de tres años de escolaridad. Según el Programa Nacional de Desarrollo Humano, estas personas “saben descifrar signos alfabéticos y hasta leer... pero tienen dificultades para entender ideas y conceptos escritos por otros”.

Mientras los expertos plantan soluciones temporales y el país comienza a destinar ayuda humanitaria los habitantes del Chocó no se explican por qué tuvo que fue necesario esperar a semejante tragedia para que una comisión del gobierno llegara a preguntarles por sus problemas. Y ruegan que, a diferencia de la histórica tragedia, en esta ocasión las promesas de ayuda no se queden en retórica.