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Neruda y Colombia

Capítulo del libro 'El otro Pablo Neruda' de José Luis Díaz Granados. Editorial Planeta.

11 de diciembre de 1980

Las primeras referencias de la poesía del chileno Pablo Neruda en nuestro país ocurren hacia 1925. Debemos este dato al poeta José Umaña Bernal, uno de los más prestigiosos intelectuales de la Generación de Los Nuevos. Entre 1927 y 1932, poco se sabe de Neruda en nuestras latitudes, pues este lapso pertenece a su estancia oriental: Birmania, India, Ceilán, Singapur, Indochina, Java...

Hacia 1933, cuenta el poeta colombiano Eduardo Carranza, cayó por primera vez en sus manos la poesía primigenia de Neruda: Crepusculario y los Veinte poemas de amor... La leyó de un tirón en el valle de Ubaté. Tres años más tarde, en compañía de Gerardo Valencia, durante una alucinada noche de vino y vaticinios se sumergió en aquella "selva fosforescente de adivinaciones y misterios" que es la Residencia en la Tierra. Y en los años posteriores comenzaron a llegar a Colombia las primeras ediciones de El hondero entusiasta, España en el corazón y Las furias y las penas.

A mediados de 1943 se anunció la llegada de Pablo Neruda a Colombia. Venía como invitado oficial del presidente Alfonso López Pumarejo. En el Aeropuerto de Techo, donde aterrizó en septiembre de ese año en compañía de su esposa Delia del Carril, la Hormiga, además de los poetas de Piedra y Cielo acudieron a recibirlo Roberto García-Peña, Fernando Charry Lara, Jaime Posada, Pedro Gómez Valderrama, Daniel Arango, Maruja Vieira y Jorge Regueros Peralta, entre otros.

Un mes después, Neruda viajó de la Estación de Arauca, cerca de Manizales, a Medellín por vía férrea. El río Cauca, paralelo al viaje de Arauca a La Pintada, brama a su lado. Neruda dice: "Hoy he venido acompañado del río más humano de América Latina. Me hablaba, me susurraba, me sonreía, me gemía, levantaba sus voces acuáticas y luego se extendía y volvía a serenarse para que sus aguas se volvieran despojo de la luminosidad de la tarde". En la estación fue recibido por una numerosa delegación, entre quienes se encontraban los jóvenes escritores, poetas y artistas que se aglutinaban alrededor del suplemento Generación de El Colombiano: Otto Morales Benítez, Belisario Betancur, Carlos Castro Saavedra -talentoso seguidor de Neruda y luego su amigo en Chile y en Europa Oriental-, Rodrigo Arenas Betancourt y Manuel Mejía Vallejo. Estaba de paso por Medellín Jorge Artel.

En el suplemento Generación publicó Otto Morales entrevistas y páginas sobre Neruda, pero la memoria completa de su estancia en Medellín aparece consignada en su libro Aguja de marear.

Los intelectuales antioqueños rindieron un gran homenaje a Neruda en el Teatro Bolívar, bellísima sala de fina madera, cuya posterior destrucción constituyó un verdadero crimen arquitectónico. Allí el poeta chileno leyó con su inconfundible voz salmodiante, de lento y monótono ritmo de letanía, sus textos más conocidos, especialmente los de España en el corazón y sus cantos a Bolívar y a Stalingrado.

Posteriormente, en una pequeña casa de campo que tenía Ciro Mendía cerca de Medellín, Neruda y sus amigos de Antioquia conversaron y discutieron ampliamente sobre la necesidad urgente de trabajar en dirección al continente americano, de integrarlo y unirlo culturalmente frente al poderío europeo y estadounidense.

En Cali, al leer el "Poema 20", titubeó... El público le recitó de memoria los versos y Neruda lloró ante la vista de todos los concurrentes.

Hay que destacar también que en la primera visita, el cónsul chileno era el poeta Juan Guzmán Cruchaga. Los gobernantes chilenos han tenido siempre el acierto y buen olfato de nombrar embajadores y diplomáticos sensibles a la cultura, entre ellos, el poeta Julio Barrenechea, de gratísima memoria para nosotros; Antonio de Undurraga, y el actual, Aníbal Palma Fourcade, humanista de extensa y heroica trayectoria.

La amistad de Neruda y Carranza fue un episodio fundamental en la relación con la cultura de nuestro país. Como todos sabemos, Carranza fue siempre franquista y había desfilado con los "camisas negras" por las calles de Bogotá con el brazo levantado a la manera fascista, a finales de los años treinta. Cuando se conocieron personalmente, fueron a una recepción en casa del actor y declamador Víctor Mallarino. La Segunda Guerra Mundial estaba en su clímax y Neruda acababa de publicar su Nuevo canto de amor a Stalingrado.

...Yo escribí sobre el cielo y sobre el agua,
describí el luto y su metal morado.
Yo escribí sobre el tiempo y la manzana,
ahora escribo sobre Stalingrado.
Ya la novia guardó su pañuelo
el rayo de mi amor enamorado.
Ahora estoy aquí bajo otro cielo,
entre el humo y la luz de Stalingrado.
...Tu patria de martillos y laureles,
la frente sobre el esplendor mojado.
La mirada de Stalin a la nieve,
tejidas con tu sangre, Stalingrado...


Hubo una agria discusión política, y Carranza se apartó del grupo refugiándose en alguna estancia de la casa de Mallarino. De pronto, cuenta Carranza que sintió a sus espaldas una presencia poderosa, dos manos grandes posadas sobre sus hombros y la voz salmodiante, inconfundible, de Pablo Neruda, diciéndole, más o menos, que siendo los dos militantes de ideologías políticas opuestas, serían para siempre amigos, unidos por el amor común a la España milenaria, al vino dorado y a la poesía de todos los tiempos.

En 1946, Carranza fue agregado cultural de Colombia en Santiago de Chile. Neruda fue el oferente del hermoso homenaje que se le rindió al poeta llanero, precisamente el día en que nació su hijo Juan "entre cuatro paredes chilenas". Las palabras de Neruda las reprodujo Carranza en varios libros suyos.

Querido Eduardo, poeta de Colombia:
Cuando por muchos años y por muchas regiones mi pensamiento se detenía en Colombia, se me aparecía tu vasta tierra verde y forestal, el río Cauca hinchado por las lágrimas de María y planeando sobre todas las tierras y los ríos, como pañuelos de terciopelo celestial, las extraordinarias mariposas amazónicas, las mariposas de Muzo. Siempre vi tu país al través de una luz azul de mariposas bajo este enjambre de alas ultravioleta, y vi también los caseríos desdoblados en este tembloroso vaivén de alas, y luego vi la historia de Colombia seguida por un cometa de mariposas azules: sus grandes capitanes, Santander, Bolívar con una mariposa luminosa posada en cada hombro, como la más deslumbrante charretera, y a tus poetas, infortunados como José Asunción o como Porfirio o soberbios como Valencia, perseguidos hasta el fin de su vida por una mariposa, que olvidaban de pronto en el sombrero o en un soneto, mariposa que voló cuando Silva consumó su romántico suicidio para posarse más tarde tal vez sobre tus sienes, Eduardo Carranza.


Debo resaltar una curiosa (y hermosa) coincidencia de los dos viajes oficiales de Neruda a Colombia: en ambas ocasiones fue huésped de honor de Manizales. En 1943 se creó el Grupo Escolar Pablo Neruda y en 1968 integró el Jurado Calificador del Festival Internacional de Teatro, donde le tocó asistir a la exhibición de una obra estadounidense, según sus propias palabras, "vomitativamente obscena", junto con Miguel Ángel Asturias, que acababa de obtener el Premio Nobel de Literatura.

Entre las dos visitas oficiales, Neruda estuvo algunas veces en territorio colombiano, pero sólo en escalas aéreas y cuando el vapor que lo traía de Europa atracaba en Buenaventura o en Cartagena. El novelista Óscar Collazos cuenta que así lo conoció, a finales de la década de los cincuenta: vio al poeta marino junto a su nuevo amor, Matilde Urrutia, pleno, feliz, vigoroso. En dos ocasiones se le negó la visa: una, bajo el gobierno de Laureano Gómez y otra, en 1956, bajo la dictadura militar, cuando quiso llegar hasta Popayán para hacer entrega del Premio Stalin de la Paz a don Baldomero Sanín Cano, que entonces contaba noventa y cinco años de edad. Vino en su lugar el poeta colombiano Luis Vidales (1904-1990), quien vivía exiliado en Chile y era amigo y correligionario de Neruda.

En octubre de 1968 volvió a Bogotá luego de 25 años de ausencia. Lo recibieron los mismos personajes que estuvieron en el aeródromo en 1943 y, además, León de Greiff, Jorge Zalamea -que acababa de recibir el Premio Lenin, del cual Neruda había sido jurado-, Gilberto Vieira, Álvaro Miranda y otros amigos y admiradores del poeta. Sabía que el presidente Carlos Lleras Restrepo tenía intención de otorgarle la Cruz de Boyacá, pero declinó el honor.

Estuvo en Manizales y narró las peripecias que el viento de la cordillera Central le jugó a su avioneta en un texto de Para nacer he nacido. De regreso a Bogotá tuvo ocasión de departir largamente con sus amigos. Me cuenta el doctor Otto Morales que reunidos en un reservado de la famosa cafetería ubicada en el edificio del Banco de Bogotá de la carrera 10 con calle 15, durante más de seis horas que circundaron el almuerzo, junto con Jorge Rojas, Carlos Martín y otros escritores colombianos, Neruda les contó detalladamente el plan en favor de los nuevos poetas de América para que encontraran en su casa de Isla Negra en Chile, un sitio ideal para su trabajo creador.

Su plan abarcaba adquirir un sitio cercano a Isla Negra para construir una gran biblioteca y sala de espectáculos, hasta la creación de una comunidad de escritores que pudieran edificar sus propias viviendas para que así lograran trabajar con tranquilidad, frente al mar y sin mayores problemas económicos. El plan se frustró con el golpe fascista de Pinochet y la muerte del poeta. En la actualidad se está realizando el proyecto nerudiano, lenta pero seguramente, según testimonio reciente de mi hijo, el joven poeta Federico Díaz-Granados, quien acaba de regresar de Chile, de Isla Negra y de disfrutar de una generosa hospitalidad por parte del maestro Volodia Teitelboim.

De Colombia partió Neruda hacia Caracas y de ahí en adelante sabemos que en 1970 fue nombrado embajador en Francia por el presidente Salvador Allende. Al año siguiente obtuvo el Premio Nobel de Literatura y declaró que ese galardón lo merecía el colombiano Gabriel García Márquez. Seguramente se acordó de la frase consagratoria que Gabriela Mistral, su coterránea, había pronunciado al recibir el mismo premio en 1945: "Pablo Neruda era quien lo merecía".

* * *

Entre los autores que más lo impresionaron en su adolescencia hay tres colombianos: Jorge Isaacs, José Asunción Silva y José María Vargas Vila. También admiró, aunque un poco menos, a Guillermo Valencia y a Porfirio Barba Jacob. Admiró y quiso entrañablemente a don Baldomero Sanín Cano. Y aunque era amigo personal del maestro Germán Arciniegas, no ahorraba oportunidad de puyarlo:

Hay que hablar más del espíritu -decía satíricamente aludiendo a los profetas del mundo occidental-, hay que exaltar más el mundo libre, hay que dar más palos, hay que dar más dólares, esto no puede continuar... entre la libertad de los palos y el miedo de Germán Arciniegas.

En el segundo tomo de su libro Literatura y política, el escritor y narrador tolimense Germán Uribe cuenta que alguna vez en el París de los años sesenta, conversando con Neruda en un café del Bulevar Saint Michel, a la orilla del Sena, éste le dijo:

-Uno de los hombres más grandes que tiene Colombia es Eduardo Santos.

A mí me pareció curiosa la afirmación -escribe Uribe-, porque entonces Santos representaba la burguesía liberal de Colombia y me parecía que era el espíritu prolongado de Santander, o sea todo lo contrario de lo que representaba Neruda.

Pero éste agregó:

-Lo que ha hecho Santos en El Tiempo es luchar y pelear del lado de la República Española para salvar a toda una generación de españoles que en un momento dado se habían encontrado sin techo, sin familia, enfrentados a una guerra inmisericorde y eso es suficiente para salvar a Eduardo Santos frente a mi afecto, a mi corazón y a mis más profundos sentimientos.

Neruda escribió un bello prólogo al libro Fusiles y luceros, del poeta antioqueño Carlos Castro Saavedra. Además, presentó Carrera de la vida, de Arturo Camacho Ramírez, y un libro del poeta vallecaucano Marco Fidel Chaves. Frases y conceptos suyos han sido consignados en obras de autores colombianos.

En el Canto general, Neruda exalta valores humanos y geográficos de Colombia. Al Tequendama lo llama "hilo de soledades, línea celeste, flecha de platino". "¡Oh Colombia! Defiende el velo de tu secreta selva roja". A Manuela Beltrán y a los Comuneros del Socorro los llama "primeras, pesadas semillas que incuban en la noche hostil, la insurrección de las espigas".

Su relación con nuestro país fue intensa y fecunda. Además de los poemas del Canto general, en los que alude a Colombia en distintas épocas, hay líneas como lucecillas asombrosas en las que la patria nuestra brilla entre la fosforescencia de las letras:

¿Cómo podías, Colombia oral, saber que tus piedras descalzas, ocultaban una tormenta de oro iracundo; cómo, patria de la esmeralda, ibas a ver que la alhaja de muerte y mar, el fulgor en su escalofrío, escalaría las gargantas de los dinastas invasores?

Finalmente, de su última estancia en Colombia, la que lo gratificó con devotas audiencias en la Academia Colombiana de la Lengua y en la Universidad Nacional y lo entristeció con la muerte de un guerrillero solitario llamado Ciro, escribió:

Nada me apartará del corazón verde de Colombia... Mi poesía seguirá celebrándote, Esmeralda. Luego el Museo de Oro Precolombino: con sus máscaras, collares, caracoles, mariposas, ranitas refulgentes. Nuestra América enterrada vive aquí acusando a sus cristianos crucificadores. Y su orfebrería milagrosa no tiene voz: es un callado relámpago de oro. Ojalá hubiera, a la salida del Museo, un gran cuenco de oro para dejar nuestras lágrimas...