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Nunavut: La tierra de los Inuit

Daniel Bland es profesor en un pueblo esquimal cerca al ártico canadiense y cuenta cómo es la vida de sus habitantes a 32 grados bajo cero.

27 de mayo de 2008

Aunque son apenas unos 800 o 1000 metros de la casa, el frío de 32 grados bajo cero y el viento de 80 kilómetros por hora dificulta la subida al colegio. Llevo nueve meses aquí dictando quinto de primaria y aunque estoy en Canadá, el país muchas veces parece ser otro.

Esto se llama Nunavut. Una palabra en Inuktitut, el idioma de los Inuit (esquimales) que quiere decir "nuestra tierra". Y así es. Un inmenso territorio congelado e inhóspito de casi 2 millones de kilómetros cuadrados habitado por unos 30.000 Inuit. Estos son los descendientes de un pueblo que tiene sus raíces en la migración de cazadores asiáticos de Siberia hacia América del norte hace unos 10,000 años. Hoy, su lucha en gran medida esta basada en salvaguardar la cultura y la herencia que trajeron sus antepasados.

Conocida como la cuna de los artesanos Inuit, el pueblo de Cape Dorset adonde vine a trabajar está ubicado a unos 2,000 kilómetros al norte de la ciudad de Toronto. Se estima que 120 de los 1.200 habitantes del pueblo viven del arte y de la talla de piedra. Aunque tallan en marfil y en hueso, es su trabajo con la piedra jabonosa o serpentina lo que les ha dado la fama dentro y fuera del país.

Son talladores tradicionales de figuras y animales típicos de la región como: osos polares, focas, caribúes, ballenas y morsas. La piedra la extraen de una cantera a unos cien kilómetros al norte del pueblo. La traen en lancha y la trabajan con sierras circulares, hachas, limas y, sobretodo, con la experiencia e imaginación de una generación que aprendió a adaptarse a unas condiciones extremas y ahora lucha por sobrevivir.

Terminadas las figuras, son llevadas y vendidas a una cooperativa en el pueblo. De ahí, son enviadas a Toronto para su distribución. Como casi siempre sucede, la ganancia real es para otros. Un osito, por ejemplo, producto de unas 6 o 7 horas de trabajo y vendido aquí en el pueblo por $150 dólares, fácilmente puede costar unos $1,000 en una galería de arte en alguna ciudad canadiense, estadounidense o europea.

Mientras tanto, los nietos y bisnietos de los artesanos llevan una vida muy distinta. Cursan kinder hasta cuarto de primaria en Inuktitut con profesores Inuit. De ahí en adelante, todas las clases se dictan en inglés con profesores traídos en su mayoría de las ciudades del sur. Por ahora, no hay opción pues faltan profesores Inuit con un buen dominio del inglés. Ojalá hubiera y pronto, pues el clima y la oscuridad combinadas con la diferencia de costumbres e idioma, complica la labor del profesor "sureño” en el colegio. Algunos se acostumbran a esta vida y se quedan. Otros terminan el año escolar y se van para no volver. Es difícil armar y mantener un equipo, falta la continuidad y los niños aprenden a desconfiar de aquel que a lo mejor no volverá a aparecer el año entrante.

A fines de noviembre, se congela el agua frente al pueblo y la gente atraviesa la bahía temprano hasta la isla Baffin para dedicar las jornadas a la pesca y la caza. Jornadas cortas en diciembre pues por la ubicación del pueblo está cerca al Ártico y sólo hay cinco o seis horas de luz cada día. Ahora es al reves: se oscurece a las 11:15 de la noche y amanece a las 3:30 de la madrugada. Siguen los pasos de los caribúes y los osos polares. Las focas que abundan por todas partes son muy apetecidas y la gente les saca mucho provecho ya que alimenta a la familia con los órganos, la carne y utiliza las pieles para fabricar guantes, chaquetas y botas.

Ante la amenaza creciente que representa el inglés para su idioma, el gobierno de Nunavut ha tomado cartas en el asunto elaborando un plan para el establecimiento de una sociedad "funcionalmente bilingue” de aquí al 2020. Dicho de otra manera, el inglés entrará pero no arrasará con el Inuktitut. En la práctica esto no parece tan difícil. El inglés en el pueblo casi no se escucha. La mayoría de los adultos se comunica únicamente en Inuktitut y terminada la jornada en inglés el viernes, los niños lo dejan en el colegio hasta el lunes. Mientras tanto, como extranjero en su propio país, uno observa, habla menos y escucha más: aprende y trata de poner su granito de arena.
 
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