Home

On Line

Artículo

Pecados carnales

Frente a la industrialización mundial, cada vez son más quienes eligen una “comida ética”, alimentos que para producirlos no hayan causado dolor a los animales.

Patricia Forero
11 de agosto de 2006

La señora Savdie, en Bogotá, únicamente prepara carne de reses que su líder espiritual, el rabino Yerushalmi, haya sacrificado de manera instantánea y con poco dolor. Cada mes se inaugura un nuevo restaurante vegetariano a donde acuden las personas que no consumen carne para no agredir a ningún ser vivo sensible. Y aumentan las personas que no comen ternera “blanca”, por más rica que parezca, pues saben que para producirla, las crías recién nacidas son separadas de sus madres, negadas a recibir forraje, llevadas hasta la anemia y ubicadas en establos tan estrechos que no pueden caminar. Comprar su carne significaría apoyar esos métodos y consumir, además, las consecuencias alimenticias de este trato desnaturalizado.

Todos ellos son partidarios de una “ética del comer”. Son personas que se preocupan por saber de dónde vienen los alimentos que se están comiendo, y particularmente la carne. Quieren saber cómo fue alimentado el animal, qué vida se le permitió llevar y si se tomaron medidas para que su muerte fuera más benévola.

Ante la demanda de los consumidores por mayor información, algunos activistas, sensibles “al comercio animal desnaturalizado”, buscan cada vez más difundir su posición. Libros como The Yoga of Eating son cada vez más buscados por la gente y las organizaciones protectoras del buen trato intensifican las manifestaciones y los despliegues comunicativos en Internet, en donde se encuentran descripciones detalladas, declaraciones y videos sobre los procedimientos industriales despiadados con pollos, cerdos, ganado de res, gallinas ponedoras, pavos, ovejas, gansos, patos y hasta peces (ver links). Igualmente, denuncian a algunos restaurantes y establecimientos por practicar o favorecer, mediante la compra a proveedores, el maltrato animal.

Los mayores seguidores de esta corriente urbana viven en Estados Unidos y Europa, en donde el consumo de alimentos, como el foie gras y la ternera industrial, ha caído drásticamente desde que se conoció que su producción implicaba tratar con crueldad a los animales. Para obtener el exquisito foie gras -hígado de un ganso o pato- al animal se le introduce un tubo por el pescuezo, tres veces al día, con el fin de obligarlo a atiborrarse de comida y engordar. Se busca así enfermarlo hasta que se produzca la hinchazón de su hígado (hasta diez veces el tamaño) e imposibilitar su movimiento. Es tal la presión de los consumidores que, incluso, han logrado que en algunos estados de Estados Unidos se prohíba la producción y comercialización del producto.

Aunque con menor intensidad, en Colombia ya se ven algunas tendencias en la materia. En los últimos cinco años es posible medir el aumento del consumo en marcas como “Huevos Gallina Feliz”, de Huevos Santa Reyes en Bogotá, y “Huevos de Granja”, de Avinal, en Medellín. La directora de mercadeo de Santa Reyes, Ivonne Pedraza, explica que la creciente demanda por estos productos responde a la preocupación mundial de las amas de casa urbanas por lo orgánico y, más específicamente, por dar alimentos sanos a niños y ancianos.

Con Singer arrancó

¿Cómo empezó esta tendencia de la comida ética? El australiano Peter Singer, hoy profesor de bioética en la Universidad de Princeton, New Jersey, generó una movilización mundial desde 1975 con la publicación de su libro Animal Liberation.

Singer, hoy referencia ética internacional, destapó el doloroso camino a la mesa que transitan la mayoría de animales, generando una nueva conciencia alrededor de la vida animal.

Por sus relatos, los consumidores se enteraron de que hoy son muy pocos los animales que ingerimos que se dan el lujo de recibir el sol o de comer y pisar la hierba. En cambio, la mayoría sufre de hacinamiento, entre otras cosas, para imposibilitar su movimiento y agilizar su engorde. También, de que en Estados Unidos “decenas de miles de millones de pollos producidos en la actualidad nunca salen al aire libre. Se los cría para que tengan apetitos voraces y engorden lo más rápido posible”, dice el libro de Singer; Agrega que se les corta el pico -aunque esté lleno de tejido nervioso- y “luego se los coloca en cobertizos que pueden contener más de 20.000 aves”.

En países en los que se ha desarrollado cierta sensibilidad hacia la convivencia con otras especies y donde existen medidas legales para proteger del maltrato humano a mascotas y animales de laboratorio, más y más personas reclaman información acerca de la manera cómo fueron criados, engordados y sacrificados los animales que terminan siendo carne en el plato, se preocupan por comprar productos con sellos y marcas de “animales felices”, y se movilizan a favor de un marco legal que regule la protección animal en la industria de alimentos.

Los animales cruciales para quienes animan este movimiento no son las langostas que pasan sus vidas en un acuario, ni las ostras que se comen vivas; ni siquiera los patos y gansos industrializados sino, dadas las cifras, los cerdos, gallinas ponedoras, pollos y ganado vacuno, crudamente mecanizados en granjas industriales. Según Singer, sólo en Estados Unidos son criados y sacrificados cada año cerca de 9 billones de animales provenientes de este tipo de granjas.

La preocupación se extiende también a la salud, pues el consumidor teme los efectos que pueda causar, entre otros, el suministro de antibióticos y anabólicos a los animales, aplicados para evitar epidemias y lograr tamaños desproporcionados. O también que la mayoría de las vacas ya no coman hierba ni los pollos maíz, sino una variedad de alimentos que van desde la soya hasta el pescado, pasando por los residuos de pollo y los desechos de mataderos.

Los éticos del comer prefieren que se les permita a los animales hacer al máximo lo que les es natural. Proponen granjas diversificadas con producciones de carne a menor escala y reivindican las corrientes, también crecientes, de los productos naturales y orgánicos.

Los seguidores de la ética del comer no son necesariamente vegetarianos ni veganos (que no consumen alimentos animales), como tampoco niegan completamente la producción de carne en masa. Sólo piden que se asuma una responsabilidad al elegir carnes, huevos y lácteos de tal forma que se compruebe que el animal ha tenido una vida decente antes de su sacrificio.

La “ética del comer” ofrece una receta para aquellos sensibles que procuran vivir en armonía con otras especies, el medio ambiente y consigo mismo. Una sensibilidad imposible de imponer a otros, pero que alimenta su salud y su bienestar moral.