Home

On Line

Artículo

Guiillermo Cano en una foto de archivo cuando dirigía el entonces diario El Espectador.

RETRATO

Perfil de un periodista de palabra

Hace 20 años fue asesinado Don Guillermo Cano Isaza, el inolvidable director del entonces diario ‘El Espectador’. El siguiente reportaje es un homenaje a ese extraordinario hombre al que se lo llevó la violencia mientras dedicaba su vida a escribir en defensa de la paz.

Andrés Wiesner
18 de diciembre de 2006

Después de las lágrimas, los gritos impotentes y las voces capaces de recordar los buenos momentos, viene el silencio. Así se vivió la muerte de don Guillermo Cano Isaza. El 19 de diciembre de 1986, dos días después de su asesinato a manos de sicarios enviados por el capo Pablo Escobar Gaviria, la emisora encargada de anunciar las alertas del nevado del Ruiz era la única al aire. Los periódicos no circularon. Los noticieros de televisión tampoco se transmitieron. Esta fue la manera como Colombia lloró y protestó la muerte de uno de los mejores periodistas del país en toda su historia.
 

La noticia le dio la vuelta al mundo. En Colombia conmovió a ricos, pobres, conservadores y liberales. A novilleros que lo vieron en las plazas y a ex futbolistas que lo recuerdan en los estadios. Pero, sobre todo, hirió en el corazón a los 674 empleados que para ese entonces trabajaban en el diario El Espectador. Desde los 23 años, Guillermo Cano Isaza era su director. Al principio, algunos pensaron que este premio prematuro se debía a la continuación de una dinastía de periodistas de pelo blanco iniciada por su abuelo, don Fidel Cano, quien fundó el periódico en 1887. El ascenso de Guillermo, sin embargo, era fruto de sus méritos, su audacia y de una velocidad nunca antes vista para reconocer la noticia.

A los 17 años, al terminar su bachillerato en el Gimnasio Moderno de Bogotá, donde dejó ver su vena periodística como director de la revista El Aguilucho, se vinculó al El Espectador. Comenzó recogiendo informes en las comisarías y luego se desempeñó como cronista taurino, deportivo, cultural y político. Su prueba más dura, que supo sortear con fortuna, fue la de pasar de periodista primíparo al puesto más importante del periódico

En 33 años al frente de El Espectador, desde cuando era un modesto vespertino de 16 páginas apretujadas de 5.000 ejemplares, hasta cuando algunos lo señalaron como uno de los mejores periódicos de Latinoamérica, don Guillermo escribió innumerables artículos que lo hicieron merecedor de varios premios como el Simón Bolívar (1980), y fue el mentor de muchas de sus publicaciones como el Magazín Dominical, el radio periódico La voz de Bogotá y la inolvidable sección Día a Día, en la que escribían García Márquez, Álvaro Mutis y Eduardo Zalamea Borda.

Desde estas páginas, denunció los actos ilegales de Pablo Escobar y de muchos delincuentes. Su columna Libreta de Apuntes es recordada por la forma como analizaba de manera objetiva y honesta la situación del país. Su espacio reservado en el periódico para defender los derechos humanos y la libertad de expresión.

La tranquila y sobria manera de ser de este bogotano de cuna y costumbres contrastaba con su recio carácter. Con la misma pasión, peleaba con su pluma en batallas vastas y peligrosas, sin pensar que a pesar de estar luchando por las causas más nobles y por una Colombia mejor, ponía en riesgo su vida.

Su olfato y su tacto para las noticias se debían a que era un periodista de tiempo completo. El Tiempo, El Espectador y El Siglo ya estaban leídos al sabor de un café oscuro y un kool a escondidas a las 7 de la mañana. Los noticieros radiales del medio día acompañaban su almuerzo. La mayoría de los periodistas de El Espectador recibía sus sabios consejos en las horas de la tarde. Fue don Guillermo quien vaticinó lo que se traía Rojas Pinilla con la dictadura; los fraudes del Grupo Grancolombiano, a pesar de ser uno de los gremios que sostenía el periódico de su familia, y los vínculos del narcotráfico con la política colombiana. También fue quien dijo que Pambelé sería un gran boxeador, que Santa Fe saldría campeón en el 75 y que García Márquez sería no sólo un buen escritor, sino también buen periodista.

Como nadie, supo combinar el oficio con sus pasiones. Su afición a los toros, que durante años compartió con Hernando Santos, para ese entonces director del periódico El Tiempo, se convertía los lunes en una detallada crónica taurina. Santos fue el autor del apodo de ‘Conchito’, por la idolatría que sentía Cano por la torera chilena Conchita Cintrón. Lo mismo pasó con el fútbol. Cada domingo, desde la cabina de El Espectador en el estadio el Campín, don Guillermo acompañó a su equipo del alma, el Independiente Santa Fe. Desde esa misma cabina vio cómo se empañaba su deporte favorito cuando en los años 80 se mezcló con el narcotráfico. Cano, entonces, prefirió ser el delantero oportunista de ‘Churros’, un equipo de amigos que competía en un torneo aficionado.

Los domingos que no había fútbol, el plan de los Cano era ir a su finca La Fidelena, en San Antonio de Tequendama. Su sobrino Fidel, hoy director de El Espectador, lo recuerda buscando un lugar en la cima de una montaña donde entrara la señal del radio teléfono de su Ford modelo 76 para cerrar el periódico dominical. También recuerda que se encerraba horas a leer las torres de libros de literatura, política e historia. “Su afición por la lectura era total. Fue él quien me enseñó a leer las novelas de Pérez Galdós. En nuestros continuos viajes a Barcelona, España, desocupaba las librerías”. Estos son los recuerdos de su hermano y amigo inseparable don Alfonso Cano, quien lo evoca con nostalgia desde su apartamento en Bogotá. Y es que además de hermanos, la amistad de estos dos Cano se debía a que se casaron con las hermanas Busquets, a quienes conocieron en los terruños del Independiente Santa Fe cuando su padre era uno de los mayores accionistas.

Cano, a pesar de haberse convertido en una de las voces más importantes del periodismo y el acontecer nacional, no era reconocido como hombre público. No había nadie más reacio a los honores personales y más esquivo a los halagos de poder. Detrás del arco de sus lentes de miope se escondía un personaje sencillo. De pocos, pero de buenos, amigos. De noches de tango y poker en familia. Que prefería quedarse en casa con su esposa viendo series americanas en la televisión antes que asistir a un coctel con la alta sociedad.

Sus columnas, hoy recogidas en el libro Por qué no ensayar la paz y escritas desde muchos años atrás, hablan de diálogos con grupos guerrilleros y de intercambios humanitarios como una fórmula para terminar con el conflicto. “Así como hay fenómenos que compulsan al desaliento y la desesperanza, no vacilo un instante en señalar que el talante colombiano será capaz de avanzar hacia una sociedad más igualitaria, mas justa, más honesta y mas próspera”. Eso fue lo último que escribió don Guillermo antes de ser asesinado al frente del periódico desde donde siempre anheló la paz.