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Se fue como quien canta un bolero

El lector de Semana.com Luis Gastélum despide con este elogio al cantante cubano Ibrahim Ferrer, muerto la semana pasada

Luis Gastélum
14 de agosto de 2005

La vida es un misterio. Puede cambiar de un momento a otro. Eso lo sabía, por experiencia, Ibrahim Ferrer. Y así se condujo el músico cubano durante sus 78 años de vida, que anduvo el camino de la miseria y el éxito. Estaba claro que "si mañana o pasado tengo que partir", decía como quien canta un bolero, moriría satisfecho de haber contribuido en algo con Cuba, "el pedacito de la tierra mía que he llevado a todo el mundo", pregonaba con orgullo en las entrevistas.

Aunque Ibrahim siempre afirmaba que no sabía hablar de él, sus palabras sinceras eran acompañadas por la razón: Cuba y su música son otros a partir del Buena Vista Social Club. Junto con Compay Segundo y Rubén González, ambos fallecidos, llevó la música de la Isla del Caribe a todos los rincones del mundo e hizo cantar sus canciones a holandeses, italianos, japoneses, búlgaros, franceses, rusos y hasta estadounidenses.

Ibrahim Ferrer renació a los 70 años. Vio la luz en un salón de baile de Santiago de Cuba el 20 de febrero de 1927. Quedó huérfano a los 12 años, por lo que se vio forzado a ganarse la vida cantando en las calles. Luego de un tiempo el joven músico comenzó a cantar en algunas agrupaciones populares, incluida la de Beny Moré, pero siempre como segunda voz. De ahí no pasó. Harto de que su talento sólo figurara como comparsa se retiró de los escenarios a principios de los años 90. Pero la música no la abandonó. Siguió la fiesta en su casa, donde siempre estuvo presente el gusto por el canto y el baile. Comenzó a vivir de su pensión en una pequeña habitación de la Habana Vieja. La pensión era suficiente para sostener a su familia, pero no para los vicios, comentaba alzando su media voz. Así que el gusto por el ron y el tabaco lo llevó a lustrar zapatos, lo que le permitió gastar con sus amigos el dinerito que obtenía como bolero y poder beber y fumar. Ocho años después, cuando ya no se lo esperaba, ni quería, se vio prendido al sello de Buena Vista Social Club hasta su muerte.

Cuando Juan de Marco, músico y productor del conjunto hito, fue a buscarlo a su casa para grabar una canción con su grupo Afro Cuban All Star. Ibrahim no sabía nada del Buena Vista Social Club. Después del desdén que había padecido en el ámbito de la música y que su nombre no aparecía en los discos, estaba renuente a regresar a la cantada. Por eso se negó. Pero De Marco lo convenció. Llegaron a los estudios Egrem y allí estaba un desconocido de nombre Ry Cooder. Cuando entró al estudio de grabación se encontró con Eliades Ochoa y Rubén González. Rubén comenzó a tocar en el piano Candela y Eliades le siguió con su guitarra. Ibrahim comenzó a cantar. A Ry le gustó su voz y le pidió que cantara otra canción. Cuando se dio cuenta ya había interpretado varias canciones para lo que sería el disco de Buena Vista Social Club. Después todo fue como un sueño, según contaba a la prensa cada vez que pisaba un escenario con la asociación musical que lo revivió: "Ha sido como un sueño hecho realidad y hoy en día aún me pellizco para saber si estoy despierto".

Grabó 12 de los 14 números del disco fenómeno, ganador del Grammy, que puso en boca de todo el mundo y llevó a la fama a los intérpretes del Buena Vista Social Club (también hecho película por Wim Wenders y ganadora de un Oscar), entre ellos a Omara Portuondo e Ibrahim, quien en julio pasado ofreció su último concierto en el Palau de la Música de Barcelona, donde concluyó una gira por varios países de Europa. Se sentía agradecido con la vida por todo lo que le tenía guardado, solía expresar el de la voz que cobró fama por su estilo para interpretar el sentimiento. Cantar boleros era su pasión, sin embargo también llegó a participar con el grupo de jóvenes Gorillaz. Contaba que fue una gran experiencia trabajar con Damon Albarn, vocalista de Blur y director del conjunto virtual, con el cual grabó Latin Simona: "Grabar fue fácil y lo pasamos muy bien -declaró el año pasado a Sergio Elmir de Torontohispano en ocasión de una de sus presentaciones en Canadá-. Me gustó mucho la canción aunque no tiene nada que ver con la música que yo hago. Yo respeto todo tipo de música y por supuesto la juventud es la que manda, ellos nos traen nuevas ideas y nuevos estilos. El futuro es de la juventud, siempre ha sido así".

En la inauguración del Festival Más i Más en Barcelona, Ibrahim Ferrer cantó lo que siempre quiso cantar: boleros. "No niego que en el son y la guaracha me mueva como pez en el agua, pero cuando se le canta un bolero a la gente, un bolerazo, se estremece -contó a Granma antes de partir a su gira por Europa--. Una cosa es la canción romántica, porque habla del amor, y otra cosa es el bolero, con su fuerza y su ternura. ¿Las baladas? Las oigo, sí, pero nada más. Ah, un bolero, de esos buenos de verdad, no tiene comparación". Durante más de un mes había recorrido varios países de Europa promocionando el que sería su próximo disco: Mi sueño, a bolero songbook, con los temas preferidos de los autores del corazón. Pero el sueño quedó trunco. Al regresar a La Habana, ya no era aquel roble de mediana estatura y de rostro siempre sonriente, que se elevó desde el olvido al recuerdo sempiterno. Una severa disfunción digestiva alteró de manera irreversible su organismo y le causó la muerte.

Sin la sombra de una duda afirmaba que los boleros son para la eternidad y no escondía su gusto especial por Quiéreme mucho, de Gonzalo Roig ("algún día se tendrá que escribir por qué es la canción que identifica a los que ahogan sus penas en rones"); Perfidia, de Alberto Domínguez; Perfume de gardenia ("¿por qué será que esos boleros de Rafael Hernández son tan cubanos como nuestras palmas?") y Naufragio, de Agustín Lara. En plena gira por Europa, Ibrahim dijo que seguiría cantando mientras le quedara vida, aunque tuviera que apoyarse en un bastón, como aquel que le regaló su madre al morir y del que siempre se hacía acompañar por la buena suerte que le traía.

Ibrahim Ferrer se coló en el alma de sus fans a fuerza de sentimiento, no así en el del Gobierno de Estados Unidos, que le negó la visa para asistir a la ceremonia del Grammy Latino ganado por su disco Buenos hermanos. Sin embargo, su buen humor se impuso a los desmedidos argumentos de Migración: "¿Terrorista yo? Mírenme la cara a ver si esta tiene algo de terrorista, porque yo lo único que hago y he hecho es llevar al mundo nuestra cultura".

En la necrópolis de Colón, en La Habana, como al final de un bolero en uno de los cientos de escenarios del mundo que engalanó, se alzaron los aplausos de la multitud que acudió a despedir a Ibrahim, mientras se escuchaba su interpretación del bolero Mil congojas, de Juan Pablo Miranda, uno de sus favoritos. Así se fue la leyenda, con su aire de príncipe y portando su gorra inseparable, que en vida confesó al mismo Sergio Elmir: "La verdad no me siento a pensar en el pasado y tampoco en el futuro. Siempre he vivido mi vida en el presente, vivo el día a día y pensando que puede ser el último. La vida, para mí, hay que vivirla y sufrir cuando toca sufrir y disfrutar de ella cuando toca disfrutar. Aquí estamos de paso".

Ibrahim Ferrer nació y renació en la música, conoció las capitulaciones de la vida, amasó, aunque por poco tiempo, el éxito y así se fue, como quien canta un bolero.