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Tan lejos, tan cerca

Después de muchos portazos, Bruselas autorizó las negociaciones de adhesión con Turquía. Su ingreso transformaría para siempre el panorama de la Unión Europea y llevaría sus fronteras hasta Oriente Medio. Santiago Torrado le explica.

Santiago Torrado
26 de diciembre de 2004

Cada vez que se quiere descalificar los avances de la Unión Europea (UE) se le tilda de club cristiano, elitista y excluyente. El ingreso de Turquía, que lleva 41 años tocando las puertas de Europa, sería una oportunidad para desmontar esas acusaciones. Ankara ha sido testigo de cómo otros países, especialmente los que pertenecían a la órbita soviética durante la última ampliación, se le 'colaron' en la fila. Sólo en 1999 fue considerado candidato y, sin ir muy lejos, antes de su ingreso llegarán Bulgaria, Rumania y Croacia.

Su adhesión terminaría con una serie que parecía interminable de portazos. Pero el ingreso de un país musulmán, que pasaría a ser el más poblado del bloque continental y tiene fronteras con Oriente Medio, aún presenta obstáculos que dividen tanto a los políticos como a la opinión pública y que son difíciles de superar.

"El método usado por la UE para minimizar el drama es proceder a través de una serie de pasos pequeños que hacen casi imposible saber cuándo se ha cruzado la línea", apuntaba el semanario inglés The Economist. Posiblemente el momento determinante se dio hace un par de semanas, cuando Bruselas fijó el inicio formal de negociaciones con Ankara para el 3 de octubre de 2005.

Aunque el proceso puede durar años (a España le tomó 11), ningún país que ha iniciado negociaciones ha dejado de culminarlas. Pero Turquía es un caso muy especial que implica un reto mayor al de cualquier ampliación en el pasado. La razón es que su inclusión cambiaría para siempre el panorama de la UE.

No se trata de un tema fácil. Para empezar, la cuestión turca enfrenta a los europeos a la pregunta que siempre han aplazado sobre la identidad europea y los limites de su unión.

Choque vs. Alianza

Por supuesto, las opiniones son encontradas. Su ingreso genera desconfianzas al punto que se escuchan opiniones como las de un ministro italiano, Roberto Calderoli, quese refirió a Turquía como "un caballo de Troya en el corazón de Occidente".

Para algunos, el nuevo miembro traería un 'choque' de civilizaciones, mientras otros lo ven como una oportunidad inmejorable para construir un puente entre Occidente y el mundo musulmán. "Es Europa la que necesita a Turquía, más que nosotros a Europa. Si Europa es sólo un club cristiano puede pasarse sin nosotros, pero si es un conjunto de valores comunes necesita a Turquía, porque somos una pieza esencial para la reconciliación de civilizaciones", aseguraba Recep Tayyip Erdogan, el primer ministro de Turquía, en una entrevista al diario El País de Madrid.

"Nuestra idea de Europa es la de una unión basada en valores universales como la democracia, el imperio de la ley y el respeto a los derechos humanos y a las libertades fundamentales", recordó el presidente del Parlamente Europeo, Joseph Borrell, en medio de los debates. Para muchos, Turquía representa la oportunidad de aterrizar el discurso en la realidad, y rechazarla implicaría un sesgo religioso difícil de olvidar.

Los obstáculos

Las razones para que su adhesión sea un reto de inmensas proporciones son complejas, pero se podrían resumir, como lo hizo The Economist, en la suma de tres adjetivos: "En pocas palabras, porque es grande, pobre y musulmán".

El tamaño de Turquía es un problema no tanto por su territorio, que extendería las fronteras de la UE hasta Irán, Irak y Siria, como por su peso demográfico. Con más de 70 millones de habitantes, que serían entre 80 y 90 millones en el momento de la ampliación, Turquía pasaría a ser el país más poblado del bloque continental. Ese hecho hace temer una invasión de trabajadores turcos en los demás países de la unión.

Sin embargo, pese a los temores, la vitalidad demográfica turca es precisamente una oportunidad para la UE. "Sin un marcado incremento de la inmigración no comunitaria en las próximas décadas, es probable que Europa se debilite y muera, tanto figurativa como literalmente. En el núcleo del problema se encuentra la tasa de fertilidad del continente, terriblemente baja", recuerda Jeremy Rifkin, autor de El sueño europeo: como la visión europea del futuro está eclipsando el sueño americano, en una columna en El País donde recuerda que el Viejo Continente se está convirtiendo en un inmenso ancianato. La población turca, por el contrario, tiene un promedio de edad de 26 años frente a los 46 de los actuales miembros. La UE necesita de la juventud turca.

La economía es un segundo punto de conflicto. Su producto interno bruto, así como la renta por habitante son apenas un cuarto del actual promedio de los países miembros y requerirá de años de subsidios y reformas para alcanzarlos. Pero no sería el primer miembro que no es próspero al momento de su ingreso, pues países como Grecia y Portugal tampoco lo eran. Si bien Turquía estuvo muy cerca del colapso económico, fijó un programa de recuperación con el Fondo Monetario Internacional en 2002 y ha tenido un increíble repunte desde entonces con un crecimiento por encima del 5 por ciento.

Por último está el espinoso tema de la identidad religiosa turca, que sumado a los otros dos hace temer la 'islamización' de una UE que ya enfrenta problemas para adaptar a sus propios musulmanes. Con Turquía o sin ella, la relación con el mundo islámico es el principal reto hacia el futuro de Europa. La esperanza de entrar a la UE ha conducido a grandes reformas en Turquía en términos de liberalización económica, respeto a los derechos humanos, en especial los de las mujeres y las minorías étnicas (como los kurdos), libertad de expresión y mayor control civil sobre los militares, un tema crítico en la vida política turca. Para los optimistas, su ingreso ayudará a Turquía a convertirse en una exitosa democracia musulmana, mientras el rechazo podría echar para atrás las reformas y encender resentimientos.

Para los escépticos, Turquía todavía está lejos de los estándares europeos. Hay quienes no olvidan las raíces fundamentalistas del Partido de la Justicia y el Desarrollo (PDJ) del primer ministro turco, e incluso hablan de una 'agenda secreta' de Erdogan, según la cual sus reformas sólo cumplirían una función táctica. "No considero que ese sea el caso", explicó a SEMANA.COM Steven Cook, experto en política turca del Consejo de Relaciones Exteriores de Estados Unidos. "Las negociaciones no tienen un fecha límite y es muy difícil retroceder en términos de liberalización", agregó.

Cuando se le pregunta, Erdogan declara que el PDJ no tiene ninguna intención de convertir a la secular Turquía en un estado religioso. Su papel, argumenta, es el mismo de los demócratas cristianos en países como Alemania. A pesar de todas las susceptibilidades, el islamista Erdogan ha hecho más por el avance de la democracia que todos los gobernantes laicos que le precedieron.

Curiosamente, la utopía norteamericana para el Irak de la posguerra, un país islámico pero democrático, próspero, estable y prooccidental que sea un ejemplo para el mundo musulmán, podría cumplirse en la Turquía europea. Sin embargo, hay que considerar que la historia otomana es bastante singular.

La República de Turquía nació con una clara vocación europeísta de su fundador, Mustafá Kemal, Ataturk, que soñaba con un Estado realmente moderno. La Constitución fundacional hacía manifiesto el compromiso del país con el secularismo.

Los militares siempre se sintieron los guardianes de su legado, y su papel llegó mucho más allá de la simple protección del territorio. Los gobiernos civiles siempre estuvieron bajo la supervisión de los militares, que en cuatro ocasiones los depusieron para mantener a raya amenazas como el separatismo o el fundamentalismo religioso. Precisamente por estos antecedentes, una de las condiciones de la UE a Turquía ha sido armonizar las relaciones entre el poder civil y el militar.

En ese contexto aparece la otra gran piedra en el zapato: la exigencia de la UE de que Turquía reconozca al estado de Chipre. Este es la mitad grecochipriota de la isla mediterránea, reconocida por todo el mundo y miembro de la UE con derecho a veto. El resto, en el norte, es la llamada Republica Turca de Chipre, ocupada por 30.000 soldados turcos y reconocida sólo por Ankara. Las fórmulas para la reunificación de la isla jugarán un papel fundamental en la evolución de la adhesión de Turquía.

¿Un país europeo?

En términos geográficos, la mayor parte del territorio turco está en Asia y en términos culturales se podría afirmar algo similar. Sin embargo, los lazos entre Ankara y Bruselas no son para nada despreciables.

Desde 1963, cuando se firmó un acuerdo de asociación (conocido como Acuerdo de Ankara), la UE ha sido un importante catalizador de reformas en Turquía.

Más de la mitad del comercio turco tiene lugar con la Unión. Uno de los temas fundamentales del tira y afloje fue la ratificación del acuerdo aduanero entre Bruselas y Ankara. Al concretarse éste, se extendería a todos los socios y por lo tanto implicaría un reconocimiento de los turcos a Chipre, condición impuesta por Bruselas antes del inicio formal de la negociación.

A nivel de asociaciones, Turquía también mantiene lazos sólidos con Europa.

Para empezar, la mayor prueba de su orientación hacia Occidente es su presencia en la Otan (Organización del Tratado del Atlántico Norte) desde 1952, como oportunamente lo recordaba Erdogan. Turquía aporta el segundo mayor ejército a la organización con más de 800.000 soldados, sólo detrás de Estados Unidos, y eso también le da una ventaja estratégica a la candidatura turca. Los sueños de influencia global de la UE necesitan una política de defensa con mayor peso, lo que el ejército turco podría potenciar.

Adicionalmente, como bien recordaba Ian Griffiths, columnista del diario inglés The Guardian, hay un nivel de importante carga simbólica en el que Turquía está plenamente integrada a Europa. La Federación de fútbol turca se unió a la Uefa, la confederación europea, en 1962 y participa en todas las competencias continentales. "Parece como si el fútbol hubiera permitido a Turquía girar hacia Occidente y, como un invitado en una cena extraña, romper el hielo con sus vecinos europeos. Los líderes de la UE tendrán que decidir si la conversación debe calentarse con asuntos más serios", escribía en la víspera del pronunciamiento de la Cumbre Europea.

La consideración más importante es que la Turquía que eventualmente ingresará a la Unión Europea no será la misma de hoy, ni tampoco se tratará de la misma UE. En este momento la opinión europea, o por lo menos la de países como Holanda y Austria, no está lista para recibir a Turquía. Pero eso podría cambiar en 10 ó 15 años.

Erdogan aspira a que su país sea parte de la Unión Europea para 2012, pero cálculos más realistas hablan de que el ingreso se produciría hacia 2020. Para esa fecha la influencia de la inmigración musulmana en la UE, con sus segundas y terceras generaciones, habrá crecido. La manera como se maneje este asunto será decisiva en el peso de una opinión pública que, por medio de los referendos, podría tener la última palabra sobre el aplazado sueño turco.