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Toribío: ¿responderá esta vez la gran Europa social?

Natalia Orozco R.*
24 de abril de 2005

Al igual que en Bojayá o en Apartadó, la cruel arremetida contra Toribío, con 25 cilindros-bombas arrojados, un niño muerto, civiles heridos y que dejan 215 viviendas dañadas, se inscribe entre las tantas crónicas de muertes anunciadas, nacional e internacionalmente, que suceden en Colombia.

A la indignante ausencia de una política estatal hacia el pueblo Nasa y ante el inminente peligro que implicaba imponer una fuerza pública insuficiente, se le suma la omisión de la comunidad internacional, gobiernos e instituciones, que con la frialdad de las relaciones diplomáticas y dentro del marco de lo políticamente correcto, reaccionan hoy con una serie de condenas retóricas que no le devuelven la vida, la salud y los bienes perdidos a ninguna de las víctimas.

Si hablo en primera persona es porque este espacio, antes que ser una opinión, es un testimonio de la indiferencia internacional. Es necesario señalar que hay unas loables excepciones. Es también un homenaje a la valentía indígena, de la que he sido testigo y que hoy es cruelmente castigada por las Farc.

En 2003, cuando hacía una práctica universitaria en París, recorrí con líderes indígenas de Toribío y de la guardia indígena cuatro capitales europeas y numerosas ciudades, en una agenda maratónica que buscaba solidaridad. Con Floro Tunubalá a la cabeza, entonces Gobernador del departamento del Cauca, los indígenas intentaron alertar del evidente peligro que asediaba a Toribío y a la comunidad Nasa del norte de Cauca.

Pax Christi Holanda les organizó la agenda de contactos al más alto nivel, y los indígenas tuvieron así la ocasión de denunciar el asesinato de sus miembros por paramilitares y guerrilleros de las Farc. Dieron un desgarrador testimonio de la forma como tenían que protegerse del reclutamiento de sus más jóvenes miembros por los ilegales. Hoy me doy cuenta de que lanzaron estérilmente un grito de alerta.

Comisión, Consejo y representantes del Parlamento europeo escucharon en sus tranquilas oficinas de Bruselas el relato de estos voceros de nuestros pueblos indígenas. Increíble pero cierto, supimos que fueron intimidados antes de emprender el viaje. Aun así, con valentía, en tierra extraña y desconocida, proclamaron un discurso coherente, desde su cultura ancestral. Adelantaron un trabajo internacional, con un alto nivel de diplomacia, que podrían envidiar nuestros encorbatados representantes oficiales.

Alemania, Holanda, Bélgica y Francia fueron los escenarios de estas denuncias, que llenaron incluso un auditorio de la Universidad de la Sorbonne. Recuerdo cómo aquí en París, última estación del periplo -a pesar del cambio de horario, sumado a la muy apretada agenda que se les había organizado-, los indígenas luchaban contra el agotamiento para aprovechar cada segundo y cada encuentro y dar testimonio ante los altos funcionarios del Quai d'Orsay, sobre la peligrosa realidad en la que les tocaba pacíficamente resistir.

En la conferencia en la Universidad de la Sorbonne, Ezequiel Vitonás, dirigente del proyecto de Vida Nasa de Toribío, hizo la más clara intervención que jamás haya oído, sobre la posible ayuda de la comunidad internacional a los pueblos indígenas de Colombia, y supo disuadir con un discurso conciliador, la usual polarización que se da en toda reunión sobre Colombia en el exterior.

En un almuerzo informativo en París, en el que participaron 14 ONG, sólo una de ellas ofreció cooperación para un programa de alertas tempranas y de apoyo a la guardia indígena. Ese proyecto se adelanta actualmente con la solidaridad de Agir Ensemble pour les Droits de l'Homme y Pax Christi Holanda. A pesar de ser un proyecto redactado minuciosamente y de todos los argumentos expuestos, Floro Tunubalá no logró que la UE extendiera el segundo laboratorio de paz hasta esta región específica. Afortunadamente, una parte fue asignada a otras zonas del Cauca.

Es cierto, en Colombia hay muchas necesidades, una geografía compleja y la comunidad internacional no tiene la posibilidad de hacer una injerencia en el país. Cada embajada, así como la UE, podrán responder que hacen lo que pueden en algunas zonas prioritarias. Pero falta coherencia y concertación. Falta una política exterior común hacia Colombia. Y falta conciencia para entender que esa guerrilla que hoy sale de su repliegue, aparentemente fortalecida en algunas zonas, está alimentada por armas que llegan desde países de Europa, que desde estos lares se exportan precursores químicos que también utilizan las Farc y las autodefensas en sus 'cocinas' o laboratorios para transformar la hoja de coca, cuyo cultivo se impulsa en tierras caucanas.
 
Hoy es imposible dejar de preguntarse qué información dieron las cancillerías visitadas a sus respectivas representaciones en Bogotá. ¿Propusieron que se apoyase alguno de los pequeños proyectos que presentaron los indígenas? ¿Qué fondos técnicos asignaron? ¿Qué seguimiento político les hicieron a las solicitudes? ¿Qué tipo de presión le hicieron al gobierno nacional para que escuchara a los Nasa?

Por Europa han pasado en los últimos días los indígenas Kogi, de la Sierra Nevada de Santa Marta. También denunciaron una crisis alarmante. Ojalá que esta vez ni la UE ni los funcionarios nacionales hagan oídos sordos a estos angustiosos llamados. Ojalá alisten fondos no programables para la reconstrucción inmediata de las viviendas y del hospital.

Según los cálculos de la Acin y de la Onic, la reconstrucción de las viviendas tiene un valor superior a los mil millones de pesos, algo más de 300.000 euros, con los que también podrían participar las ONG europeas, las mismas que, confío, condenarán e informarán con igual dureza en sus respectivos países sobre esta barbarie, así como lo hacen cada vez que los paramilitares descargan su criminalidad contra la población civil.

* Candidata a Phd en Relaciones Internacionales