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Turistas de alto rendimiento

La meseta cundiboyacense recibió a los 35 equipos que participaron en la versión 2004 de la Travesía Max Adventure Bosi, la carrera de aventura más importante de Colombia. Con la participación de equipos internacionales por primera ocasión, este evento aspira a posicionarse en el calendario internacional aprovechando la imponente geografía de nuestro país.

Santiago Torrado*
25 de julio de 2004

A pesar de que en las mañanas Guatavita es prácticamente un pueblo fantasma porque el intenso frío desarma cualquier intención de madrugar, el lunes 19 de julio, poco después de las 6, varias hileras de vehículos ya estaban estacionados frente a la plaza de toros. De ellos, con el paso de los minutos, bajaban centenares de bicicletas, cada una con su respectivo dueño, y se acomodaban en el piso. Se trataba de los equipos que se dieron cita esa mañana para participar en la carrera de aventura más importante del país, la Travesía Max Adventure Bosi, un evento con una organización comparable a las carreras internacionales de mayor renombre, tipo Eco Challenge, y que aspira entrar dentro de poco en el circuito mundial. Guardadas las proporciones, los múltiples logos en las puertas de los vehículos y los uniformes de los competidores recuerdan a la Fórmula 1, donde cada centímetro cuadrado es aprovechado para darle crédito a los patrocinadores. Las carreras de aventura son una disciplina deportiva relativamente nueva que ha tomado gran auge en todo el mundo, y para poder participar, además de la exigente preparación física, es indispensable conseguir financiación para todo el equipo que se requiere y los vehículos para transportarlo hasta los remotos lugares donde se compite. Unas horas después de la cita en Guatavita, y tras una caravana de 144 ciclistas, 36 carros de asistencia y 10 de logística que recordaban las etapas del Tour de Francia, se dio el verdadero arranque de la carrera en el extremo sur del embalse de Tominé. Tan sólo minutos después de haber recibido el mapa con las indicaciones para la etapa del día, los 35 equipos de cuatro integrantes debían correr por una planicie hasta llegar a la orilla, recoger su kayak, entrar al agua helada y remar 16 kilómetros para marcar los primeros cinco puestos de control. En este tipo de pruebas se traza un recorrido que combina varias disciplinas deportivas como ciclomontañismo, kayak, trekking, natación, escalada y descenso en cuerdas, entre otros, y Tominé era una mínima parte de las pruebas de la primera etapa. Se trata de un deporte que todavía no está del todo reglamentado y las características varían según los organizadores de cada carrera. En el caso de la Travesía Max Bosi, el escenario es diferente cada año, y en esta ocasión los competidores recorrieron cerca de 500 kilómetros durante cinco días en la meseta cundiboyacense. Aunque no existe un ranking consolidado al estilo de la ATP (Asociación de Tenistas Profesionales), todas las miradas estaban puestas sobre Antonio de la Rosa, un bombero español considerado uno de los mejores en el planeta a quien los titulares de prensa no dudaron en bautizar el 'Schumacher de las carreras de aventura' en los días previos al inicio de la competencia. Este madrileño de ojos intensamente azules y desorbitados ha estado en el podio de las pruebas más exigentes del circuito mundial como el Eco Challenge, el raid de la Patagonia o la Subaru Primal Quest, y de su equipo, el Motorola de España, se dice que es uno de los cinco mejores en el mundo. Ellos eran el gran atractivo de este año y no defraudaron. Desde el comienzo tomaron el liderato, y al momento de publicar este artículo -horas antes de la conclusión de la carrera-, se daba por descontado que el primer lugar se quedaría en sus manos. Para continuar con las comparaciones con la Gran Carpa, si su capitán es 'el Schumacher de las carreras de aventura', ellos se comportaron como los Ferrari de la Travesía y dominaron la competencia a su antojo, aunque seguidos muy de cerca por Bosi Medellín e Import copias Ríos y Canoas, dos de los mejores equipos de Colombia, y Red Bull Mundo Aventura de Costa Rica. No es fácil explicar todo lo que hay detrás de estos deportistas, que para muchos son simples masoquistas que disfrutan dormir poco, soportar temperaturas extremas y caminar kilómetros con los pies en carne viva. Usualmente el camino más corto para exponer una idea es la comparación con conceptos similares y conocidos, pero en el caso de las carreras de aventuras la explicación no es tan sencilla, pues en ellas se mezcla de todo. Por supuesto, tienen un poco de atletismo, mucho de resistencia, algo de ciclismo y otro tanto de montañismo, pero la cosa va más allá. Para empezar, los competidores tienen algo de faquires, pues es la mente la que controla el dolor y la fatiga del cuerpo cuando el cansancio y el hambre atacan. También tiene algo de batalla naval, aquel juego de tablero en que los barcos enemigos se hunden a punta de ubicar su posición, pues con unas simples coordenadas hay que llegar hasta todos los puestos de control señalados en el mapa. Por último, también tiene algo de reality, por aquello de que la convivencia es fundamental. O de anti-reality, pues mientras en los shows televisivos se amenazan y eliminan, en las carreras de aventura siempre hay que mantener al grupo completo a toda costa, pues la eliminación de alguno es la eliminación del equipo. La coordinación y la estrategia en el grupo es un elemento fundamental. "Uno ya se conoce hasta los gestos", explica Patricia Suárez, que lleva cuatro años compitiendo con Cabras, un equipo de Bogotá. Levantarse todos los días a las 4 de la mañana para salir a entrenar ya se le ha vuelto costumbre. Las motivaciones para comenzar a practicar este deporte son muchas, pero la principal es recorrer paisajes remotos, interactuar con la naturaleza y realizar un tipo de turismo que no se hace por cuenta propia. En Colombia el panorama es prometedor. La Travesía, que arrancó en 2000, ya ha recorrido el suroeste antioqueño, el parque Tayrona, el amazonas y el parque de los nevados. En sólo cinco años se ha consolidado gracias a su logística y seriedad. Sus organizadores, Jorge Llano y Luisa Ríos, hacen parte del equipo Adventure Bosi Colombia, que vendría a ser como una selección nacional, y ya se han codeado con los mejores en esas mismas competencias donde conocieron a De la Rosa. En esta edición de la Travesía duraron cerca de cuatro meses trazando la ruta, y todo lo que han aprendido lo aplican para lograr una carrera impecable que no tenga nada que envidiarles a las pruebas internacionales."Es una de las mejores carreras del mundo", afirma, con conocimiento de causa, Antonio de la Rosa, y los ticos la comparan con la Subaru Primal Quest, la carrera con el mayor incentivo económico en el mundo. Esta es la primera ocasión en que participan equipos de la talla del Motorola español, pero se espera que no sea la única. El interés de otros conjuntos internacionales por venir a Colombia es una prueba del gran potencial de una carrera de aventura bien organizada en la geografía colombiana. El equipo Cargill, escalafonado como uno de los mejores equipos de Venezuela, decidió sacrificar el presupuesto para el resto del año en su país con tal de correr en la meseta cundiboyacense. El segundo día tuvieron que retirarse porque Nuria Rosalen, una de sus integrantes, tenía principios de neumonía, pero esos son los gajes del oficio y se fueron con ganas de regresar. "Me impresionaron los paisajes, son muy bellos", dijo Giovanni Gil, otro de sus miembros. ¿Qué le falta a la Travesía para ingresar en las Grandes Ligas de las carreras de aventuras? Algunos equipos, como los venezolanos, se quejaron de la cartografía. Para eso se está trabajando de la mano del Instituto Agustín Codazzi, que a partir del próximo año comenzará a desarrollar mapas especiales de los lugares donde se realice la prueba y así, de paso, ir actualizándolos al detalle con la información de los competidores. Para De la Rosa, por su parte, lo único que se necesita es conseguir un premio económico de por lo menos 30.000 dólares que atraiga al resto de la élite mundial. En los 80 el mundo comenzó a observar a Colombia por cuenta de sus ciclistas y a preguntarse por esa geografía exuberante donde se criaban aquellos escarabajos que se distinguían por su empuje y combatividad. Veinte años después esas mismas montañas podrían convertirse en el semillero de otro deporte directamente emparentado con nuestro paisaje. *Periodista de SEMANA.COM. Correo: storrado@semana.com