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“Un disidente realista; un opositor sin utopías”, por Álvaro Tirado Mejía

La siguiente intervención del historiador Álvaro Tirado Mejía, en la presentación del libro ‘Parábola del Retorno’ pinta un magnifico retrato del ex presidente López Michelsen

Álvaro Tirado Mejía
11 de julio de 2007

Lo que viene del ex presidente López Michelsen: una frase, un argumento, un libro, es inteligente. Ni sus peores enemigos se atreven a objetar esto. Su prosa es clara y ágil con no pocas sorpresas, a veces amargas para sus adversarios, y gratas para sus amigos. Pero como siempre ha sido todo lo contrario de una fanático, resulta con frecuencia que un mismo personaje recibe sus dardos y sus elogios, lo que no deja de ser desconcertante en un mundo maniqueo como es el nuestro y que no es el suyo. Relativista, casi hasta el extremos del escepticismo, del que lo protege, sin embargo, su fe y su permanente vínculo efectivo con Colombia, a la que ama más por la esperanza que por la nostalgia. Siempre su amor a la patria está sobrecargado de lazos ancestrales. En el discurso que pronunció con motivo de la conmemoración de los 20 años del Cesar, dijo. “Sí. Para mí el Cesar es la patria, con sus virtudes y limitaciones; su agudeza, su candor, su religiosidad y su libertinaje, su calor humano, compatible con una autocrítica cruel para consigo mismo y para con el prójimo”.

A pesar de sus orígenes, la patria que él ama no es la de una casta aristocrática bogotana. Es una Colombia caliente, mestiza, vallenata y tropical. Lo que se desprende de estos heterogéneos escritos, es que él ha estudiado mucho; con mucho afecto y si ilusiones; con una dureza de frío economista, que no cree en ninguna utopía.

Precisamente porque el liberalismo cultiva y promueve el libre examen, porque no impone un complicado aparato doctrinario que deba ser aceptado como dogma, hay casi tantos liberalismos como liberales y a cada liberal se le puede hacer la pregunta: ¿qué clase de liberalismo es el suyo? Esta pregunta ha estado siempre presente a lo largo de la lectura de los textos reunidos bajo el título ¿La parábola del retorno’. “¿Qué es, cómo funciona intelectual y afectivamente el liberalismo del Alfonso López Michelsen?

Él señala un mínimo y un máximo. El mínimo está dado por el conjunto de limitaciones, que son la definición misma del Estado de Derecho. Hablando de la Constitución de 1886, dice: “Constitución liberal, con una rasgo característico cual es la consagración de un cierto número de principios con los cuales todos nosotros estamos familiarizados, que se conocen como ‘Derechos Humanos’ en el lenguaje más reciente. Se llamaban los Derechos del Hombre, hace 150 años y se califican de derechos civiles y garantías sociales en el título tercero de la Constitución actual, o sea, la Constitución que hemos dado en llamar la Constitución de 1886. Ni la separación de los poderes, ni el gobierno representativo, ni el sistema bicameral, ni la supremacía del poder judicial y su independencia en relación con los demás órganos, son innovaciones que hubiera traído a este país el constituyente de 1886”.

Este es, pues, el mínimo. Lo no negociable de su liberalismo. Lo negociable es el máximo. ¿Hasta qué punto se puede aproximar una sociedad pluralista al socialismo? ¿Hasta qué punto puede ser igualitaria?

Con el mínimo tenemos que el Estado no podrá desbordarse sobre la sociedad civil y nadie ejercerá el poder por derecho propio. Ya se como partido, como casta, ni menos aún como persona, sino sólo como mandatario temporal del pueblo, en su representación, sometido a rendir cuentas de sus actos y de sus omisiones.

Sólo dentro de este marco institucional, se podrán perseguir metas de justicia social y de igualdad de oportunidades, así es como recibe López Michelsen el futuro del liberalismo. Lo más original de este liberalismo no es lo que tiene de mínimo y de máximo, sino que está lleno de pragmatismo, de relativismo y de una capacidad crítica que se vuelve continuamente contra sí mismo.

Todo para él es relativo en la historia. “Ninguna teoría conserva su vigencia más allá de un acorto espacio de tiempo. ‘Cómo es posible que sigamos discutiendo las teorías de Keynes, en 1983, cuando fueron concebidas para el mundo de 1932? ‘Cómo empecinarnos en las teorías monetaristas de la doctrina clásica, cuando la moneda y el crédito de entonces nada tienen que ver con las mismas instituciones en la vida contemporánea? Hasta el propio marxismo que los iniciados conservan como un dogma intangible y que probablemente era un verdadero hallazgo cuando se publicó El Capital, es hoy un anacronismo cuya única virtualidad reside en su metodología”.

Ahora López Michelsen se reclama de lo que fue en su juventud: un hombre oposición, un crítico de los establecido y del sentido común; a pesar de haber estado en el poder, no reniega de su concepción íntima de disidente. “Lejos de arrepentirme de mi condición de contradictor -tal vez injusto en algunas ocasiones-, de cuanto significaba el argumento de autoridad, sólo lamento no haberlo hecho en mayor grado, por el transcurso de los años y el peso de las responsabilidades”.

Un disidente realista; un opositor sin utopías, que no le ofrece al mundo existente un mundo imaginario. Un buscador de posibilidades dentro de los probable. Eso es López Michelsen.

Su realismo económico y sus anhelos democráticos, no siempre la van muy bien. Como realista predica una y otra vez en innumerables textos, una suerte de determinismo económico muy próximo al del marxismo. Cree por ejemplo, que son los hechos económicos los que determinan los fenómenos políticos y estos a su turno los que se convierten finalmente en instituciones jurídicas.

Considerándolo todo a la luz fría de las cifras y las comparaciones internacionales, piensa que un país no en viable si no produce por lo menos tantas divisas como requiere para la reproducción y el incremento de los elementos que componen su aparato productivo.

Ataca continuamente las tendencias de nuestro país a aislarse -esto lo llama el Tíbet, a lo que contrapone el Japón-. ‘Pero cómo compaginar el reconocimiento de nuestra inevitable inscripción en el marcado mundial, de nuestro condicionamiento por el sector externo, de la imposibilidad de pensar en términos autosuficiencia económica, con un proyecto social de tipo socialdemócrata? A veces parece contradecir las prioridades absolutas de la economía, porque sabe los males que trae la política de exportar ante todo; al menos cuando esta política se lleva a cabo por medio de la devaluación permanente. “ Son muchos -dice- los componentes de los productos de exportación que se desvalorizan con la manipulación monetaria, pero entre todos la mano de obra, o sea el trabajo, que por su costo se vuelve competitiva frente a otros países, siempre a costa de los obreros”. Hay mucho de autocrítica en estas páginas y es tal vez lo mejor que contienen o en todo caso lo más raro en nuestro panorama político, en donde tantos dirigentes ilustres se dedican a defenderse a sí mismos, a hacer el recuento de sus logros, a empecinarse en la afirmación narcisista de las medidas que alguna vez tomaron. Sostiene que no se enamora de sus propias fórmulas y que muchas de las que propuso no las podría sostener ya.

Sabe muy bien, que el liberalismo no tiene futuro alguno, si no logra sostener la bandera de la justicia social y de la igualdad de oportunidades; que terminará siendo una palabra vacía si no se le ofrece al pueblo un camino para salir de la miseria y de la explotación; a veces abandona por eso su fe en el realismo económico puro y cambia el orden de prioridades. Hablando por ejemplo, de los éxitos conseguidos por el Perú, dice: “¿Cómo se ha operado este milagro? Sin elementos, sin ninguna bonanza, sin ningún golpe de suerte como en el caso de nuestro café, sino dándole prelación a los social sobre lo económico, a los intereses populares antes que a las prescripciones intencionadas de la ortodoxia”.

El libro entero, a pesar de lo heterogéneo y de las múltiples oportunidades y auditorios que dieron lugar a esos textos, es un llamado a la juventud. Un llamado que se puede resumir en una sola frase: es necesario inventar un liberalismo distinto. Un liberalismo que tenga algo que decirles a las mujeres, a los jóvenes, a los trabajadores. Un liberalismo, que reconociendo los hechos de nuestra interdependencia internacional, encuentre la vía que permita superar una sociedad injusta. Contradictorio, autocrítico, a veces escéptico. No enamorado de lo que ya se ha hecho. Sino inquieto por lo que todavía es posible hacer para que alguna vez se reúnan la libertad y la justicia, ese es el liberalismo de Alfonso López Michelsen.