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Una botella de ron pa´l flaco

Los estudiantes de crónica de la Universidad Icesi recogieron en un libro testimonios de los personajes que habitan la capital del Valle. SEMANA.COM publica los que más gustaron.

13 de enero de 2006

El gato informante
Francisco Javier Vergara Cuéllar
Cali (1984). Estudiante de Economía y Negocios Internacionales de la Universidad. Icesi, Cali.

-Gato, Gato ¿a cuánto me llevan? -pregunta un chofer de la Coomoepal.
-Lo llevan a cuatro minutos, la 325, y a él lo llevan a seis, la 422. Quédese un rato yo le lleno ese cajón.
"Directo Pasoancho, Calle 13, Ermita, Centro, Terminal, Tercera norte, Sameco, Los Álamos".
-Señor, disculpe, ¿este bus me lleva al centro? -le pregunta una estudiante al Gato.
-Claro, mami, siga que este la lleva directo.
"Directo Pasoancho, Ermita".
-Gato, ¿quién va delante de mí? -le pregunta un chofer de la
ruta cuatro de la Montebello.
-¿Entonces qué, indio? Vea, mijo, lo llevan a diez minutos y va solitario. Arranque que ahí está la diez y se está llenando.
-Ah, esos hijueputas de la Coomoepal. Bueno, Gato, hablamos.
Ahora le tiro la liga que ando asado, acabo de empezar.
-Listo, papi, hágale. Hágale que ya llegó la otra -le dice el Gato al chofer de la Coomoepal 10.
-Listo, Gato, venga lo ligo.

Así empieza Anselmo Cruz su rutina todos los días a las ocho de la mañana. Él es un conocido "informante" del sector del sur de Cali. Es un trabajador de once horas diarias, que debido a la alta tasa de desempleo que enfrenta el país, se vio obligado a rebuscar cualquier tipo de actividad laboral para mantener a sus tres hijos.

-Mis tres hijos son lo más hermoso que tengo. Sólo por ellos, para mí, es muy importante mantenerme en esta onda. Yo no me puedo dejar de ninguno que quiera venir a robarme el camellito, porque las cosas conmigo son pesadas. Me acuerdo que hace más o menos dos años, estaba en el centro rebuscándome un camello para poder llevar comida a donde tenía mis pelaos, y parado en un semáforo, un chofer de la Cañaveral me preguntó si yo sabía hacía cuánto había pasado la ruta que estaba por delante de él. Le dije que lo llevaba por delante la 023, a dos minutos.

Yo sabía el número exacto porque iba a jugar el chance y estaba mirando los números de los buses que pasaban. Entonces, me regaló una moneda de "quinien". Esa moneda significó mucho para mí. Fue así como se me ocurrió buscar un punto estratégico en la ciudad y empezar a informarles a los chóferes cuánto tiempo le llevaba la ruta que iba por delante.

Anselmo es un hombre que hace bien su trabajo, y está pendiente de cuanto bus pasa por su sector para tomar nota en una carpeta improvisada, ya que se niega a comprar una nueva.

-Lo que pasa es que uno en este tipo de medio no se puede poner a dar boleta porque el que quiere demostrar mucho, pierde el año. En este medio la gente es muy envidiosa. Por eso entre más se manejen perfiles bajos, mejor -dice con mucha seguridad.

Anselmo se hace a un sueldo respetable. Todos los días consigna en la mañana en una cuenta de ahorros, y deja lo necesario para llevar pan y leche a su casa.
-Gano muy buena plata porque también tengo pelaos en puntos estratégicos trabajando para mí, incluyendo a dos de mis hijos, que hacen medio turno después de que salen de estudiar. Trabajo de ocho de la mañana a siete de la noche más o menos, y claro, el tiempito pa´l almuerzo no puede faltar.
Anselmo ha administrado bien sus entradas.

-Yo cumplo años el primero de mayo, día del trabajo. Soy de signo Tauro, creo en el horóscopo y todas esas pendejadas. Según lo que eso dice, los Tauro somos muy nobles, trabajadores y materialistas.

Sin duda alguna así soy yo, un cabrón muy organizado con el dinero. Nací en el año 55, mi familia era muy pobre y no pude ni siquiera terminar la primaria. Me tocaba ayudar a mi mamá en las labores hogareñas, tocaba salir a vender y a rebuscarse lo que fuera. Y ahí fue donde me inicié en el mundo de la droga.

Anselmo es un hombre de estatura mediana, de habla ordinaria, medio obeso y, aunque tiene poco cabello, cubre su calvicie con algunos pelos largos. Le encanta el licor. El vicio lo ha metido en muchos problemas.

-Mi gran debilidad es un "yoing" -dice mientras se toma la cuarta cerveza-. Yo veo un bareto y me falla todo. Por culpa de ese hijueputa vicio es que me metí en problemas que casi acaban con mi vida, y gracias a esos acontecimientos es que hoy en día me dicen el Gato. A los doce años mi mamá me tuvo que enviar a un reformatorio por consumo de drogas. Ella ya lo había advertido, pero yo no le paré ni cinco de bolas, y tenga pa´que lleve, me metió a esa mierda. Ahí estuve dos años, el tercero no lo aguanté, me volé, y cuando volví al rancho mi cucha me dijo que me recibía sólo si le prometía dejar el vicio, promesa que no pude cumplir y a mis quince años me largué y desde esa época vivo en la calle.

En la calle aprendí muchas cosas. La cucha vivía muy estresada conmigo y preferí dejarla descansar. Además no me gustaba que anduviera detrás mío a toda hora. Ojalá esté descansando
en paz -dice mientras se toma un trago en su nombre-. Es
que esa maldita marihuana sí que me ha hecho daño.

Anselmo no ha podido dejar el vicio, pero dice que la droga también le ha hecho pasar buenos momentos. El consumo de marihuana no ha sido del todo un desastre.

-Una de las trabas más bravas que me he metido fue por el fallecimiento de mi único y verdadero querer: Elsa. Por esos aconteceres de la vida me resultó con sida la indina esa, pero pa´qué, la quise con mi todo. Con Elsa duré tres meses y ni por el putas me podía acostar con ella, pues yo sabía que esa enfermedad es bien peligrosa.

Y preciso, yo sin un peso y ella necesitando droga, y se me murió -dice con nostalgia-. Por ella me trabé y en medio de esa nube me dio por culiarme a una mujer, de la que no vale la pena ni siquiera decir su nombre. Y quedó embarazada de mi primer retoño. Ella se negó a abortar y ahí nació Arnoldo que hoy en día tiene diecinueve añitos y, además de estudiar, me ayuda en este negocio.

Anselmo le colocó a sus hijos nombres que empiezan por la misma letra del suyo. Por eso es que se llaman Arnoldo, Arnulfo y Antonio.

-Después de que nació mi primera alegría me enrollé con Merinda, una hembra del barrio, que por desgracia quedó embarazada, y no digo desgracia por el niño, porque yo amo mucho a mis tres cabrones, sino por la mamá que le tocó. Cuando esa malparida quedó en embarazo a mí me metieron de nuevo a la cárcel por culpa de la maldita droga, y
esa desgraciada le dio muy mala vida al pelao.

Se mantenía tomando, fumando y culiando, ¿qué tal? La muy indina me salió prostituta. Cuando Anselmo salió de la cárcel terminó su relación con Merinda y se encargó del niño, Arnulfo, a quien le gusta mucho el fútbol. Ocho años más tarde, en 1998, se acostó con su mejor amiga, nuevamente
por culpa de la droga y el alcohol.


-He tratado de cambiar la droga por el licor y desde esa época me he vuelto muy tomatrago, y lo peor es que no he podido dejar el vicio. Embaracé a Nancy, la que hoy es mi actual mujer. Ella es una excelente mamá y se ha portado muy bien con mis otros dos hijos -dice pidiendo la séptima cerveza-.

Fue así como en 1999 nació mi tercer cabroncito: Antonio. Sabe, yo tengo muy presente las fechas de los nacimientos de mis hijos porque casualmente en los tres embarazos estuvo presente la marihuana y los descaches. Por culpa de la droga
nunca los podré olvidar.

Arnoldo es el mayor de sus tres hijos, es muy responsable y el único vicio que su padre le conoce son las mujeres. Es muy organizado y le gusta el estudio. Arnulfo, el segundo, está en una escuela de fútbol. Él es desorganizado en el hogar y por ese motivo su papá pelea con él, "porque si algo tiene que aprender de su taita es el orden".

Su tercer hijo tiene cinco años y es muy grosero; Anselmo lo reprende constantemente. Anselmo es malhablado, pero sabe llevar una conversión amigable. Es un tipo directo y de apariencia peligrosa. El Gato ha tenido varias citas con la muerte.

-Cuando tenía catorce añitos tuve mi primer encuentro con la
muerte, pues por culpa de un encuentro de pandillas me apuntillaron un tiro en el pecho. Esa bala no tocó mi corazón, ni otros órganos vitales porque afortunadamente era bien gordito, pero sí me estaba desangrando.

Cuando llegué al hospital estaba inconsciente pero vivo.
Por esa época estuve bien salado, me tocaba robar en el centro y vivía de lo que me regalaban los camioneros por subirles la tierra al "volcó".

Uno de esos días en que me encontraba trabajando, una bala perdida me cayó en la pierna y como no tenía ni un peso, con la pierna herida me puse a pedir plata en un semáforo para poder ir al hospital. Gracias a Dios un alma caritativa me llevó. Por poco me agarra una gangrena, pero para fortuna mía salí bien librado. Unos años más tarde, y bien metido en el mundo de la bareta, me apuñalaron tres veces en la calle por robarme un yoing.

Perros hijueputas: ni me mataron, ni me robaron
el yoing -dice con una sonrisa pícara y maliciosa.
Luego, en el año 88, lo metieron otra vez a la cárcel por distribuir drogas.

-Pero por buena conducta sólo pasé un añito. En el 95, cuando pensaba retirarme de las pistas, me encargaron distribuir unos bareticos, y yo con esa mierda soy muy débil. Volví a caer en la tentación y me los fumé toditos. Preciso, los perros me montaron la perseguidora pa´que les pagara, y como no tenía ni un mísero peso me cazaron y me metie-
ron dos tiros que por fortuna no me mataron.

Uno me lo capturaron en la pierna y otro en un brazo. Esa es la razón por la que tengo el brazo izquierdo un poco pegado al cuerpo.

Anselmo es ateo, sólo cree en él mismo y está convencido de que todo lo tiene gracias a su propio esfuerzo. Se la pasa maldiciendo y echando madres. Y aunque ya tiene algunas canas, aún conserva un espíritu joven y con mucha energía.

-Mi vida sentimental actual es estable. Nancy es una mujer muy dedicada al hogar. Nosotros vivimos en dos piezas alquiladas. En una dormimos los dos, con Antonio, mi hijo menor, y en la otra duermen Arnoldo y Arnulfo. Ahí tenemos derecho a utilizar la cocina y un baño.

Yo ya tengo una platica ahorrada para que compremos una casita de esas de interés social. Estoy en esas, pues ya me compré mi buen televisor y también uno más pequeño pa´la pieza de mis otros dos hijos; tengo un equipito de sonido, una nevera y también licuadora, y otras cositas que poco a poco he ido comprando. Voy a ver después de adquirir la casa si tengo otro hijo, pues estoy loco por una hija.

Ojalá pueda coger a Nancy el día que es, y preñarla.
Todos los domingos la familia de Anselmo goza unida, pues casi siempre van a ver jugar a Arnulfo o se van para algún río. El preferido de Anselmo es Pance. Nancy prepara sancocho de gallina y, si sobra, le llevan a su suegra, aunque a veces se lo regalan a los niños de los
semáforos.
-A mis dos hijos mayores les pago un colegio público muy bueno, y por fortuna, y gracias a que son dedicados al estudio, les va bien. Hasta ahora no he recibido queja de ellos. Yo me veo con mi casita y con mis hijos estudiando y trabajando.

Aguanto sol todo el día sólo por ellos y espero que mis esfuerzos no sean en vano. Anselmo Cruz es el Gato, el que todos los días informa a los choferes de los buses a cuánto tiempo los lleva su compañero de ruta y sus competencias.
Junio de 2004


Ryoko Teshima
Ximena Yuriko Tanaka L.Palmira (1981). Egresada de Economía y Negocios Internacionales de la Universidad
Icesi, Cali.

"Tenía sólo cuatro años cuando llegué a Colombia. Mi nombre es Ryoko Teshima. Claro que si le queda más fácil, dígame Irma, que es mi nombre en español. Salí el 22 de septiembre de 1935 del Japón, junto con mi padre, mi madre y mis dos hermanos.

Al igual que el resto de los 95 tripulantes, a bordo del buque Maru, vinimos en busca de fortuna y de un mejor modo de vivir". No sólo era el pánico económico que se propagaba por todo el mundo y que se hacía más fuerte en el Japón lo que había animado a este grupo de personas a abandonar su tierra, su familia y su cultura.

También sirvieron de incentivo las películas promocionales que habían visto sobre Colombia, donde podían observar selvas exóticas y llanuras extensas colmadas de un paisaje único. El señor Yuzo Takeshima, líder de la primera generación de inmigrantes a Colombia, había traducido al japonés parte de la novela María del escritor Jorge Isaacs y ahora todos soñaban con ese Valle del Cauca grande y fértil, que para ellos representaba la "tierra prometida".

Desde hacía varios años el Valle era considerado el destino de los exploradores que llegaban de Japón. En 1929 la Compañía de Fomento de Ultramar había enviado a dos expertos para que investigaran el país y ellos, después de vivir seis meses en Colombia, se habían convencido de que era el Valle del Cauca la región más propicia para el establecimiento de la colonia japonesa.

Decidieron, entonces, adquirir algunas hectáreas de tierras para las primeras familias que llegaran. El señor Takeshima recibió cerca de veinte ofertas, y finalmente se decidió por un terreno en El Jagual, municipio de Corinto (Cauca). Éste tenía una extensión de 200 plazas, equivalentes a 128 hectáreas.

Su suelo era arenoso y fértil, lo que resultaba ideal para la siembra de arroz. Allí llegó la primera inmigración conformada por cinco familias, más o menos unas veinticinco personas, el 18 de noviembre de 1929.

"Todos anclaban en Buenaventura y mi familia no fue la excepción. Llegamos al puerto el 26 de octubre de 1935, después de hacer trasbordo en canoas -ya que no existía muelle en esa época-, y de ser alzados por esos negros macizos y corpulentos que no dejábamos de mirar con asombro y que nos depositaron uno a uno en tierra.

Subimos a un tren que atravesó la cordillera Occidental hasta llegar a Cali, y luego a un bus escalera que corcoveó a lo largo de una carretera que se acabó en Corinto.

Continuamos a pie por un camino de herradura, atravesando ríos, montañas, selvas y quebradas durante dos horas de penoso caminar, exhaustos pero vigilantes de que los equipajes que iban a lomo de mula no se fueran a desplomar. Hasta que allá, a unos seis metros del río El Jagual, divisamos el campamento y a nuestros 58 paisanos inmigrantes".

Ryoko Teshima llegó con la tercera generación de inmigrantes, y con ellos se completaron cien personas en el campamento. Repartieron 120 plazas entre los recién llegados, y éstos se dieron a la tarea de arrancar monte, talar árboles y construir viviendas para empezar a sembrar.

Les dieron una barraca con techo de iraca mientras construían sus casitas con horcones de guadua, techos de zinc y paredes de esterilla sobre pisos de tierra.

"Dormíamos mirando por entre las rendijas la luna y las estrellas, muertos de cansancio, luego de un día de brega con las siembras de arroz secano, de maíz y de fríjol. Era el que más nos daba ganancia a la hora de vender y el más adecuado para el terreno, sobre todo por las variedades que habíamos traído de Japón: fríjol rojo (kintoki) y fríjol rayado (usura)".

La siembra era llevada a cabo de una forma muy rudimentaria y manual: templaban un lazo que trazaba el camino por donde enterraban las semillas. Era apenas obvio este incipiente método, ya que en plenos años treinta no era mucha la tecnología existente, y menos en el Nuevo Continente.

Las técnicas fueron mejorando poco a poco. Al señor Eduardo Masao Tanaka se le ocurrió un rayador que marcaba los huecos en los que se dejaban caer las semillas: este gran invento hizo más efectivo el sistema de sembrado. El desgrane era hecho con un instrumento de labranza llamado buriko: una vara de guadua con un palo giratorio en uno de sus extremos, que golpeaba las vainas del grano sobre un tendido de costales.

Eran muy cuidadosos en la selección de las semillas que utilizaban, porque querían mantener la calidad de sus cultivos. No dudaban en seleccionarlas, si era necesario, a la luz de las velas y hasta altas horas de la noche, todo esto con el ánimo de escoger las mejores.

"En todo el año se lograban dos buenas siembras. Un bulto de fríjol de 50 kilos lo cobrábamos a tres pesos más o menos. La venta total nos resultaba muy rentable, pues entre todos lográbamos cosechar de veinticuatro a veinticinco bultos por plaza".

Con el paso del tiempo, los inmigrantes empezaron a sentirse fatigados y extenuados con el proceso de sembrado a mano; pasaban muchas horas encorvados y expuestos a la intemperie sin protección ni descanso.

Definitivamente no era posible avanzar con la agricultura
manual. Inventaron entonces una sembradora que agilizó las faenas agrícolas y luego una cámara de fumigación cerrada con láminas de zinc, que les permitió conservar el fríjol intacto y libre del ataque de gorgojo durante todo el año. Posteriomente, importaron nuevos implementos agrícolas como arados especiales, discos de rastrillo, cultivadoras, fumigadoras y niveladoras que junto a los tractores y al surtido de herramientas que habían traído con ellos desde Japón (las hoces, los azadones y las layas), tecnificaron los métodos de siembra y de recolección de sus cultivos.

"Junto con la ayuda de otras mujeres del campamento, me encargaba de preparar la comida para los trabajadores que podían ser hasta 200 durante la época de las cosechas. En mi tiempo libre correteaba por el campo, traviesa y de un lado a otro, descalza y con los zori que tejía mi abuelo especialmente para mí. Eran una especie de alpargatas enhebradas con cinchos de plátano que me protegían de los aguijones de los montes.

Sólo hasta los quince años logré tener mi primer par de
zapatos. Tuve que esperar diez años para tenerlos".
Las cosechas empezaron a desmejorar. La tierra estaba devastada por las sucesivas siembras del monocultivo y ya los frutos no eran los mismos. La tierra había perdido productividad y era necesario buscar otros horizontes, otros rumbos.

La colonia de El Jagual empezó a emigrar hacia Florida, Candelaria y Palmira; en general hacia el Valle del Cauca, en cuyo suelo fértil era posible obtener de dieciocho a veinte bultos de fríjol mientras que en las tierras desnutridas de Corinto ya sólo daban máximo diez.

Era el año de 1945, el final de la Segunda Guerra Mundial. Ya la mayoría de japoneses tenía más de quince años de vida en Colombia y hablaban medianamente bien el español.

"Nos instalamos en Palmira, donde continuamos labrando la tierra. Después de veinte años de trabajo mi familia había hecho -al igual que el resto de japoneses- una gran fortuna. Durante cinco años vivimos en bonanza, pero mi padre y mi abuelo malbarataron el dinero en trago, mujeres y parrandas, haciendo desaparecer todo lo que algún día había sido nuestra riqueza".

A pesar de que muchos japoneses derrocharon su fortuna y la dilapidaron de una manera irracional, la colonia logró afianzarse cada día más. En 1951 se asentó en Palmira la Sociedad de Agricultores Japoneses (Saja), que había empezado como una cooperativa agrícola creada por ellos para defenderse de las caídas de los precios por las ventas unitarias y desordenadas, y que años más tarde se convertiría en un importante ente empresarial y comercial para la región.

Los grandes propietarios colombianos de tierras agrícolas miraban con asombro lo que tenían ante sus ojos. Los campos del centro del Valle se habían convertido en extensiones de tierra llenas de tractores y rastrillos, y de unas diminutas figuras moviéndose como gacelas en eso que parecía un inmenso mar de sombreros y cultivos.

Los colombianos no conocían aún la agricultura mecanizada y contemplaban con admiración los logros de los japoneses. Por eso, en 1958, la Sociedad de Agricultores de Colombia les otorgó la medalla al Mérito Agrícola por contribuir al progreso y desarrollo de la agricultura en el país -especialmente en los departamentos del Valle del Cauca y Cauca- con la mecanización de las actividades agrícolas.

También fueron reconocidos por la persistencia en la explotación de la tierra y de un sólo cultivo durante tantos años, una característica que los diferenciaba de las otras colonias en el país.

Muy pronto los japoneses abrieron nuevos mercados con la importación de maquinaria pesada. En 1963 llegaron cinco buldózeres y enviaron hombres a Buenaventura a capacitarse en todo lo referente a desembarques, diligencias portuarias y contratación del transporte terrestre.

Así terminaron por modernizar completamente la administración agrícola: de la antigua cooperativa agrícola pasaron a convertirse en un pujante sistema empresarial. Todos, hoy en día, sienten que el esfuerzo de esos años valió la pena.

"Ha sido realmente difìcil sobrevivir a tantas calamidades, pero pienso que no en vano hemos trabajado duro todo este tiempo. Digo calamidades porque las desgracias no han dejado nunca de rondar alrededor de nosotros. Mis dos hermanos menores, Daniel y Efraín, murieron
trágicamente en Colombia: uno aprisionado entre las máquinas del parque El Salitre, en Bogotá, que ayudó a poner en pie y donde se encargaba del mantenimiento, y el segundo, ahogado por las bravas aguas del río La miel.

Fueron momentos de mucho dolor, pero nunca desfallecimos en el intento, ni siquiera cuando fallecieron mis padres, estando todavía jóvenes. Aquí estamos y seguiremos por muchos más años".

A la edad de veintiseis años, y en una ceremonia muy singular, Ryoko contrajo matrimonio con James Tsutae Tezima, de 27 años, a quien sólo conocía por cartas y a través de fotos. La familia del muchacho tenía un fábrica de Sake (bebida tradicional japonesa) en el Japón y nunca había tenido un azadón entre sus manos.

Él se casó en su país con la foto de su novia puesta en un atril, en medio de los rituales religiosos, de las ceremonias familiares y del intercambio de licor entre unos y otros. Y cuando llegó a Colombia, el 11 de agosto de 1958, lo bautizaron y a los ocho días festejó el matrimonio por segunda vez.

Era una costumbre tradicional entre los viejos japoneses, que de esta manera buscaban preservar de la mezcla de culturas a sus integrantes más jóvenes y los mantenían unidos alrededor de su idioma y su tradición. Pero para Ryoko Teshima ha sido totalmente distinto; ella se siente más colombiana que ningún otro nacido en este país.

"Después de toda una vida en Colombia y de levantar mis tres hijas aquí, este país es mi hogar. El Japón, un lugar presente siempre en mi memoria y en mi corazón". Ryoko es una de las excepciones a la regla de los inmigrantes japoneses.

Contrario a la mayoría de ellos, que amasaron fortunas y se
fueron de vuelta a su país de origen después de los estragos de la segunda Guerra, ella sólo hasta los 70 años logró conocer Japón y fue únicamente de visita.

De los muchos japoneses que deambularon por Palmira y Cali, sólo quedan alrededor de 130, pero ya no sólo en el Valle del Cauca sino en Bogotá y en la Costa Atlántica.

Trabajan en otros negocios, acordes con la industrialización del país: manufactura, empresa automotriz, actividades
agrícolas y establecimientos comerciales, dedicados a trajinar con el legado de las cinco generaciones de inmigrantes en Colombia que, después de tantos años, no han menguado un solo día en su persistencia y tesón para salir adelante.

"Toda mi vida trabajé tieso y parejo al lado de mi esposo para sacar mi familia adelante. Mientras él laboraba en la hacienda Kitsuka con don Julio Tanaka, yo me dedicaba a hacer tofu (queso de soya), miso  (concentrado de soya) y shoyu (salsa de soya), alimentos esenciales en la preparación de la comida japonesa.

Los vendía entre los miembros de la colonia, quienes a pesar de saber cómo fabricarlos, preferían por comodidad comprarlos ya hechos. Fue así como empecé, hace más de treinta años, mi negocio de derivados de la soya. Con la ayuda de mis hijas, quienes estudiaron y se capacitaron, hoy en día el negocio ha crecido y ha sobrepasado los límites de la colonia colombo-japonesa.

Yo me he desligado poco a poco del trabajo, ya que por mi edad me encuentro cansada, pero nunca dejo de supervisar que todo se haga como es debido y que la calidad de los productos se mantenga".

"Siempre digo que Colombia es mi hogar porque aquí he hecho mi vida. Quiero mucho esta tierra y me duele todo lo que está pasando, tanta guerra, tanta violencia. Los colombianos son personas muy especiales y con muchas ganas de salir adelante, son trabajadores y luchan cada día por mejorar.

Todos mis amigos de aquí son personas excepcionales
y con un corazón muy grande, por eso cuando oigo hablar mal de los colombianos salgo en su defensa y prefiero que en mi presencia no se hable del tema. Pienso que es lo mínimo que puedo hacer.

Yo vivo muy agradecida con esta tierra, y además mis hijos y nietos son colombianos. Y esa es una buena razón para seguirla queriendo".
Junio de 2004