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Ramiro Osorio, Alberto Casas Santamaría, Juan Luis Mejía, Consuelo Araújo, Maria Consuelo Araújo, Elvira Cuervo.

editorial arcadia

Una década de Ministerio

El editorial de Arcadia, en su edición No. 22, hace un recuento de los diez años del Ministerio de Cultura.

Arcadia
26 de julio de 2007

Hace diez años se armó una polémica en el país entre intelectuales y trabajadores de la cultura: el gobierno de Ernesto Samper abrió la posibilidad de crear un ministerio que fortaleciera y le diera una mayor participación política al Instituto Colombiano de Cultura, Colcultura. Las voces críticas, como la de Gabriel García Márquez, no se hicieron esperar. ¿Era la cultura susceptible de convertirse en una mera herramienta burocrática?, se preguntaba el Nobel. En medio de voces contradictorias, el 7 de agosto de 1997  se creó el Ministerio de Cultura, y asumió como ministro Ramiro Osorio. La gestión de este hombre de teatro, que venía de trabajar en México, fue más estructural que visible.
La creación de un aparato de la magnitud que se esperaba, en el último año de un gobierno en crisis por cuenta del proceso 8.000, no fue fácil y, sin embargo, fue tremendamente exitosa. Menos en un tiempo de polarización política en el que lo último que interesaba –qué raro– era un debate cultural. El foco, como siempre, estaba en la contienda entre Andrés Pastrana y Horacio Serpa para la presidencia.

Pastrana resultó ganador y Alberto Casas Santamaría asumió como ministro. Su breve ministerio fue de importancia crucial: ante la política de adelgazamiento del Estado de Pastrana, la suerte del Ministerio estaba atrapada entre dos tristes opciones: su liquidación o su fusión con el Ministerio de Educación. Un memorable discurso de Casas en un Consejo de ministros fue pieza clave para garantizar su continuidad y mantener un presupuesto medianamente digno.

Apenas un año después, llegó el antioqueño Juan Luis Mejía. Su paso –también fugaz– por el Ministerio se recuerda por su proyecto Diálogos de Nación, que buscó romper
la dinámica centralista del país. Y en 2000, Consuelo Araújo Noguera fue la elegida por Pastrana. El primer debate de su cartera hizo que la gente comenzara a tener alguna noción del Ministerio en Colombia. Una disputa con el Festival de Jazz del Teatro Libre, por los apoyos del Ministerio, hicieron que la Ministra saltara a las primeras planas de los medios diciendo que no privilegiaría lo foráneo sobre las expresiones populares autóctonas. Así, por cuenta de la pelea entre el vallenato y el jazz, el Ministerio entró al siglo XXI.

Pero la Cacica también debió dejar su cargo cuando su esposo, Edgardo Maya, fue nombrado nuevo Procurador General de la Nación. En ese estado de cosas, entre ires y venires, Araceli Morales fue la encargada de terminar al frente del Ministerio en la era Pastrana. Morales dio continuidad y consolidó el Plan Decenal de Cultura 2001-2010 creado por Mejía, que ha sido la hoja de ruta del Ministerio desde entonces. Con la llegada de la era Uribe y tras el repudiable asesinato de Consuelo Araújo a manos de las farc, su sobrina, María Consuelo Araújo Castro fue la carta del nuevo presidente. El Ministerio entró en una etapa de mayor solidez y de mayor exposición mediática por cuenta del carisma de la Ministra. Su manera de gerenciar y de rodearse hizo que el
Ministerio se organizara. La puesta en marcha del Plan Nacional de Lectura y Bibliotecas, que durante su gestión llegó a casi seiscientos municipios; la Ley del cine, que gracias a
la idea de las exenciones tributarias hizo que se reactivara la cinematografía nacional; la continuidad del Plan Nacional de Bandas y una mayor estabilidad en comunicación y organización burocrática hicieron que los destinos de la cultura en Colombia encontraran alguna permanencia.

El segundo mandato de Uribe y el nombramiento de Araújo en Cancillería trajo al cargo a Elvira Cuervo, ex directora del Museo Nacional. Durante el año largo en el que estuvo, la continuidad de los programas y la organización del monumental IV Congreso de la Lengua Española fueron el legado de su elegante y efectiva gestión.

Y hace apenas dos meses el país se enteró que la jovencísima Paula Moreno, en representación de la comunidad afro, asumía como ministra. Las presiones del Congreso norteamerciano para aprobar el tlc hicieron que se viera el nombramiento
como una argucia política.

El Ministerio de Cultura, diez años después y a pesar de las reservas, ha cumplido una función importante. Sin embargo, aquella declaración del presidente Samper, al crearlo,
no se ha cumplido: los artistas aún piden que se discuta un sistema de seguridad social para un sector vulnerable; el teatro parece olvidado –de no ser por el Festival Iberoamericano–; el sistema de becas es insufi ciente.

Los retos de Moreno son altos: se debe fomentar la creación y la formación técnica y una mayor inversión de la empresa privada. Finalmente, hay un tema álgido: lograr un
compromiso fuerte de los municipios con la cultura. Muchos municipios se gastan sus pocos recursos de cultura en la organización de ferias y fi estas (más de un 65% de los recursos de cultura de los municipios se va en la organización de eventos puntuales, como los reinados) y son muy pocos los que hacen inversiones en formación artística permanente, en las casas de la cultura o en la sostenibilidad de las bibliotecas.
Esperamos que la sesión con su equipo en Buenaventura la semana pasada para conocer la dramática situación de orfandad recreativa y cultural de los habitantes del puerto augure cosas buenas.