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María Casilda y su hijo Leonardo Quinto Mosquera, en un abrazo inmediatamente después del regreso a casa del menor. La escena ocurrió en la mañana de este jueves. FOTO: PAOLA CASTAÑO / SEMANA

CRÓNICA

Una historia con final feliz

Leonardo Quinto Mosquera tiene 9 años de edad y estuvo perdido en las calles de Bogotá desde el pasado 9 de enero. SEMANA.COM publicó la odisea de su madre, María Casilda, quien desde ese día se fue de poste en poste pegando carteles informando sobre la desaparición de su hijo. El niño fue encontrado este jueves. ¿Dónde estuvo? ¿Cómo sobrevivió?

Juan Esteban Mejía Upegui
8 de marzo de 2007

La mañana de este jueves, llegó al frente del local 28 de la Plazoleta de flores de la 68 en Bogotá un señor negro, alto y con chaqueta de cuero negra. Miraba para todas partes, muy sospechoso.

De ese local salió Fabio Guzmán, el dueño del negocio, para atenderlo. Como era el Día de la Mujer, quiso recibirlo como a todos los enamorados que ese día fueron a comprarle flores.

¿Qué busca? Le ofrezco rosas, girasoles, claveles. También le tengo ramitos, le dijo.

No, no busco nada de eso, respondió el hombre. Después de un suspiro y de tragar saliva, dijo con un nudo en la garganta y voz temblorosa una frase que nunca podrá olvidar Fabio: –Vengo buscando a un hijo que se me perdió–, logró modular.

Después de un corto silencio y de una incómoda mirada a los ojos entre ambos, Fabio pudo continuar el diálogo.

¿Cómo es el niño?, le dijo, gagueando.
Mire, es éste, respondió, sacando una foto de su billetera.

Cuando Fabio vio la imagen, vaciló un poco y, finalmente, se arriesgó a decir “venga le muestro algo”.

Caminaron juntos. Cruzaron la calle y llegaron al restaurante Doña Raquel. En una de las mesas, estaba su hijo, desayunando. De inmediato, vino un fortísimo abrazo y un baño de lágrimas del niño y su padre que llamó la atención de todos los que, a esa hora, tomaban la primera comida de aquella mañana.

“Mire, pelao, es su papá. Dígale que usted está bien, que no ha aguando hambre. Él vino hasta acá a buscarlo. Cuéntele todo lo que pasó en este tiempo”, le insistía Fabio a Leonardo, sollozando, con afán de darle tranquilidad al padre.

...Y ahí estaba Leonardo Quinto Mosquera

El hombre que llegó al puesto de flores es Leo, y el niño, Leonardo Quinto Mosquera. El pequeño, de 9 años, salió sin rumbo de su casa la noche del pasado 9 de enero. SEMANA.COM publicó su historia a propósito del drama de las familias que tienen seres queridos desaparecidos. La intención era hacer un esfuerzo para ayudar a encontrarlo y en este caso, el final fue muy feliz. (Ver historia: ¿...Y dónde está Leonardo Quinto Mosquera?).

La noche de su partida, María Casilda, la madre, lo había regañado porque se dio cuenta de que había cogido sin permiso 20.000 pesos para comprar una pistola de balines. “Mira, Leonardo, yo no quiero tener hijos ladrones. Vas a tener un problema conmigo si no devuelves la plata. Vamos pues, que quiero ver esa plata cuando regrese de la tienda”, recuerda Casilda que le dijo con su acento costeño.

Pero más grande que la sorpresa de saber que su hijo había tomado dinero sin autorización, fue encontrarse con que el niño no estaba por ninguna parte cuando llegó de la tienda. Había huido. Esa fue la reacción del niño después de que esa semana había recibido otros llamados de atención por no colaborar con los oficios de la casa.

Entonces María Casilda salió a buscarlo por las frías y oscuras calles del barrio El Triunfo, donde vive en el centro de Bogotá, pero no encontró más que el eco de su voz.

Desde ese momento, no supo más de él. A esa hora, el pequeño caminaba a la deriva por las calles capitalinas, hacia el norte. No quería volver a su casa. El susto y la rabia con que salió de la habitación que compartía con su hermanita, Angélica, de 4 años; su padre y su madre, le impidieron volver la vista hacia atrás.

Tiempos difíciles

Desde ese momento, el pequeño empezó a librar una batalla de gigantes para sobrevivir. Primero, vivió una semana como indigente por las calles de Bogotá y pasó noches tenebrosas en el centro. Desde su casa, hasta el sitio donde lo encontraron, tuvo que pasar por sitios colmados de adversidades, de vicios y de prostitutas. El frío y la mugre se convirtieron en sus compañeros de sueño hasta cuando llegó al sector de la 68 con 13, donde hay una plaza de flores.

Como es habitual después de cerrar su floristería, Fabio Guzmán se fue a las 10:00 de la noche para una tienda a conversar con el celador de la zona, acompañados de un café. Cuando llegó, encontró que al lado de su compañero de tertulia estaba Leonardo.

Le ofreció café al vigilante y, por decencia, hizo lo mismo con el niño. “Tengo hambre”, le dijo el pequeño con su mirada tímida y una voz tan tenue, que apenas se podía escuchar. Aquella manifestación de hambre y sus ropas rasgadas y sucias insinuaban su situación de indigencia. Ante tal cuadro, Fabio decidió comprarle un perico y una torta. Así, se hizo otro miembro de la tertulia de aquella noche.

En medio del diálogo, surgió la pregunta que no podía faltar. ¿Y qué haces a esta hora en la calle? –cuestionó Fabio.

Es que no puedo volver a mi casa. Donde me asome por allá, me sacan a pata porque creen que me robé 20.000 pesos, –respondió el niño, comiéndose rápidamente la torta.

¿Y eso fue hace cuánto?
Hace una semana, –dijo el chico.

Entonces Fabio entendió que no se trataba de un indigente, sino de un niño de casa que acababa de salir de ella. Por eso, según su testimonio, se compadeció.

Oiga, pero lo veo como sucio. Venga lo llevo a mi casa, se baña y vemos si mañana vuelve con su familia.

Juntos, partieron hacia Bosa, donde vive Fabio con su hijo Cristian Camilo, de 7 años, en un sector de estrato 2. Leonardo tomó una ducha y más se demoró en salir que en hacerse amigo de Cristian. Al otro día, Fabio quiso buscar la forma de devolverlo a su casa.

Fue una tarea difícil. El ‘morochito’, como ya lo apodaba, nunca dijo la verdad. Primero, le indicó que quien lo había echado era su padrastro. Luego, señaló que era su madre la que le había prohibido volver a pisar su casa. Más tarde, explicó que su papá vivía en Tumaco.

En lo único que coincidía siempre era en decir que su familia no lo quería. En resumen, era evidente que no tenía ni el mínimo deseo de volver con su familia.

Pero Fabio no quiso arrojarlo a la calle de nuevo. Además, en pocos días Leonardo se hizo el mejor compañero en los solitarios días de Cristian. Se volvieron como hermanitos por un tiempo.

“Acá entre nos, ese ‘morochito’ me le ayudó mucho a mi hijo. Es que mire que por la casa hay un grupo de pelaos con que él andaba y ya me le habían cascado al Cristian. Y desde que empezó a andar con Leonardo, lo dejaron tranquilo. Ahora que mi muchacho está solo otra vez, me da susto es que vuelva a andar con ese combo. Como yo no puedo estar todo el día con él...”, comenta Fabio, visiblemente preocupado.

Los dos niños tenían muchas formas de distraerse. Cuando no se quedaban jugando en Bosa, iban a la plaza de flores. Allá se la pasaban corriendo por los parques y las zonas verdes. A veces, hacían mandados y le ayudaban a Fabio en su local.

Para los compañeros de Fabio, el ‘morochito’ se volvió un misterio. “Mire, hombre, entregue a ese pelao, que se va a meter en un problema”, decían unos. “Fíjese bien que ese negro no vaya a ser una lepra y termine robándole cosas de la casa o dañándose al Cristian”, comentaban otros.

Todos apoyaban la idea de buscar la forma de hacer llegar a Leonardo a la casa. Pero Fabio lo entendía. “Si el chino no quiere volver, ¿yo qué puedo hacer?”, solía ser su respuesta.

Búsqueda desesperada

Mientras todo eso ocurría, Casilda lo buscaba por cielo, mar y tierra. Estaba desesperada. Tanto, que renunció a su trabajo y vendió su cama para tener con qué pagar los buses para buscarlo y las copias de unos volantes con su foto que pegó en postes regados por toda la ciudad.

Lo buscó en todos los hospitales cercanos a su barrio, en las estaciones de Policía y hasta en Medicina Legal. Puso una denuncia en el Cuerpo Técnico de Investigación de Cundinamarca. Allí, por medio del nuevo Plan de Búsqueda de Personas Desaparecidas, se asignó un investigador para su caso. Además, se supo de la ausencia de Leonardo en todas las regionales de organismos como Bienestar Familiar y la Defensoría del Pueblo.

Se rumoraron muchas cosas sobre su desaparición. Pensaban que había caído en manos de bandas criminales que robaban a los niños para sacrificarlos o llevárselos para hacer parte de sus combos. Eso les había pasado a otros niños de los barrios Girardot y Egipto y, por eso, se sospechaba una suerte igual para Leonardo.

Misteriosa llamada

Pero la madre nunca perdió las esperanzas. Quizá eso la mantuvo tranquila hasta que la mañana de este jueves sonó el teléfono en su casa. Era la voz de un hombre que no quiso decir el nombre, pero les aseguró que sabía dónde estaba Leonardo.

“Vayan al local 28 de la plaza de flores de la 68. Ahí lo van a encontrar”, aseguró la voz. Aún no se sabe quién fue. Posiblemente, pudo ser uno de los vendedores de flores que vio un afiche en algún poste.

Leo salió de inmediato y llegó al sitio. En el local, estaba trabajando Fabio con muchos agites por el Día de la Mujer. De repente, llegó uno de sus compañeros.

Oiga, mire a ese negro. Pa’ mí que es el papá del ‘morochito’, –le dijo.
¿Será?, –cuestionó Fabio, nervioso.
Vaya pregúntele qué quiere. Haga como si usted creyera que es un cliente, –le aconsejó el vecino.

Eso fue lo que hizo Fabio. Cuando supo de quién se trataba, fueron al sitio donde Leonardo estaba desayunando. Estaba ahí porque Cristian ya había entrado a estudiar y no era conveniente que el ‘morochito’ se quedara solo en la casa. Era mejor que acompañara a Fabio y le diera una mano en uno de los días que tiene más trabajo.

Pero los planes cambiaron porque Leonardo, antes del medio día, llegó a su casa, donde se enteró de todas las proezas de su madre. De inmediato, entendió que a pesar de los regaños, esa es su familia. Aunque ninguna entidad del país tiene cifras oficiales sobre el número de desaparecidos que hay en Colombia, la revista Hechos del Callejón reveló que se reportaron 7.800 desaparecidos entre 1998 y 2005. Son las frías estadísticas de un drama que se vive en toda la geografía del país. Por fortuna, esta noche a ese número hay que restarle uno. Pues Leonardo regresó a su hogar. Es un caso, uno nada más. Pero, al fin y al cabo, es una historia con final feliz.