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Varios grupos de jazz comienzan a tener reconocimiento internacional: ¿Llegó la hora de Colombia?

Por qué no se puede hablar de un momento del jazz colombiano, sino de todo un proceso que comenzó en los años setenta que hoy rinde frutos. Un reportaje de la revista ARCADIA que entra en circulación mañana domingo.

Juan Carlos Valencia Rincón
7 de diciembre de 2006

Ya era hora. Tanto movimiento en la escena musical de Bogotá, Medellín, Barranquilla y otras ciudades del país no podía seguir pasando desa-
percibido. Tanto talento no podía permanecer invisible para el público local y mundial. En los últimos meses, varias agrupaciones colombianas de jazz han obtenido importantes reconocimientos en el exterior. Y aunque triunfar en la escena internacional no es por fuerza un indicador de calidad ni una garantía hacia el futuro, en este caso el reconocimiento
coincide con propuestas novedosas, esfuerzos creativos atrevidos, coherentes y promisorios.
El disco Los cerros testigos del pianista bogotano Ricardo Gallo fue calificado como uno de los mejores discos de jazz del año 2006 por el crítico norteamericano Budd Kopman, del prestigioso portal All about Jazz. El irreverente grupo antioqueño Puerto Candelaria realizó una gira exitosa por Europa, se presentó ante tres mil personas en el remate de las fiestas de la Merced en Barcelona y luego tocó en el más prestigioso club de jazz de Amsterdam, el Bimhuis, un legendario lugar por el que han pasado en meses recientes figuras del jazz mundial como Jack
DeJohnette, Patricia Barber, Joe Lovano y Dave Douglas. La agrupación bogotana Primero Mi Tía participó en el vi Festival Internacional de Jazz de Naguanagua en Venezuela y la prensa caraqueña la reseñó como una de las revelaciones del evento. Y apenas hace unos pocos días, la bajista Nathalie Gampert se presentó con su banda Bajos Distintos, en el xxiii Festival Internacional de Jazz Plaza de La Habana, el más prestigioso de Latinoamérica.
Esta racha de triunfos no es una casualidad. Los discos de estos artistas y de muchos otros jazzistas colombianos circulan con regularidad desde finales de los años noventa. Hace rato que dejaron de ser una curiosidad sólo para coleccionistas. Las presentaciones de las nuevas bandas en los numerosos festivales de jazz locales atraen a un público cada vez más conocedor y exigente. Sin lugar a dudas, en Colombia se está haciendo buen jazz desde hace varios años. Pero llegar a donde se ha llegado no ha sido nada fácil. Es una historia que abarca casi cuatro décadas.
En los años setenta surgió una primera ola de jazzistas colombianos, encabezada por los pioneros locales del género Joe Madrid, Justo Almario, Edy Martínez, Juancho Vargas, Memo Acevedo, Armando Manrique, Julio Arnedo, Plinio Córdoba y Gabriel Rondón. Con alguna formación académica, a pesar de la incredulidad y las persistentes dificultades para conseguir instrumentos y partituras, estos pioneros se convirtieron en protagonistas de una primera escena de clubes, sobre todo en Bogotá. Varios hoteles sostenían grandes orquestas y en clubes y restaurantes de renombre con frecuencia se presentaban grupos de jazz. Sin embargo, la crisis económica y el deterioro de la seguridad en las ciudades espantaron al público. Muchos músicos de esta ola tuvieron que emigrar en busca de oportunidades.
Pero la semilla germinó. En los noventa se crearon festivales en las principales ciudades del país, las emisoras culturales y las nuevas emisoras universitarias le abrieron espacios generosos al jazz, se crearon nuevas facultades de música en las universidades privadas, los costos de los instrumentos y de la tecnología de grabación se hicieron razonables. Una segunda camada de jazzistas nacionales entró pisando fuerte: Héctor Martignón, Antonio y Tico Arnedo, William Maestre, Germán y Orlando Sandoval, Jorge Fadul, Óscar Acevedo, Claudia Gómez, Ricardo Uribe, Mario Baracaldo, Ana María González y muchos otros abrieron nuevos espacios, grabaron discos y animaron la escena local. Fueron los maestros de esta nueva generación que hoy recibe reconocimientos en el exterior.
Ricardo Gallo tiene veintiocho años. Vive en Nueva York, donde adelanta estudios de doctorado en composición. Su música relaciona el folclor colombiano con el jazz y la música contemporánea. Graba para la disquera independiente Chonta Records, la cual está atrayendo la atención de la crítica norteamericana hacia los esfuerzos de los jazzistas colombianos. Por su parte, el grupo Puerto Candelaria, liderado por el pianista y compositor paisa Juan Diego Valencia, ha grabado dos compactos que han recibido críticas muy favorables. Su música está llena de humor e ironía. Integra la música popular colombiana con la improvisación del jazz para crear lo que denominan “yaz a lo colombiano”. Valencia, de veintiséis años, abrió los conciertos de Chick Corea en Colombia y ha ganado varios premios de composición. Primero Mi Tía es una de las bandas insignia de un colectivo de músicos llamado la Distritofónica, que impulsa algunas de las propuestas más experimentales y atrevidas del momento. La música de Primero Mi Tía se podría describir como un vigoroso híbrido entre folclor colombiano y jazz de vanguardia. Finalmente, Nathalie Gampert, suiza de nacimiento, pero radicada en Colombia desde principios de los ochenta, se interesó inicialmente por la salsa, luego el rock y finalmente en un estilo que fusiona el jazz, el funk y ritmos de la costa norte. Gampert describe su música como “funky jazz caribeño” y no vacila en incluir elementos del rap.
Son cuatro bandas, cuatro pro-
puestas diferentes, pero que expresan una misma realidad: el jazz colombiano alcanzó la madurez y está demostrándolo en los principales escenarios del mundo.