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Vecinos y amigos

Dos pueblos que lograron dejar de matarse para convivir son galardonados con el Premio Nacional de Paz.

20 de junio de 2004

Publicado en noviembre 11 de 2002

A veces la gente se mata porque es la costumbre. Era el caso de las poblaciones de El Castillo y El Dorado, dos municipios vecinos en el Meta, cerca de la ex zona de distensión. Una línea imaginaria dividía ambos pueblos, y el que la cruzaba era hombre muerto.

Amigos de infancia, e incluso familiares, dejaron de verse por más de 15 años, separados como estaban por un muro tan infranqueable como el de Berlín. Sólo que este era invisible.

Estaba construido por odios heredados de la época de la Violencia, que fueron luego alimentados por las Farc y las autodefensas. La gente de El Castillo fue poblada por colonos que venían de Tolima y Marquetalia, muchos de ellos comunistas. Los hombres de 'Marulanda', que estaban en la Uribe, también se arraigaron allí y se fortalecieron políticamente con la Unión Patriótica, que logró gran respaldo en ese municipio.

Sin embargo hacia mediados de los años 80 las Farc, en un intento por abrirle nuevos espacios a su brazo político, asesinaron a líderes del municipio de El Dorado, con lo que prendieron la mecha a un incendio que sólo hace dos años se pudo apagar.

El Dorado había sido colonizado en la primera mitad del siglo pasado por conservadores, y Víctor Carranza era dueño de minas de cal en la zona, lo cual acrecentó el estigma de municipio paramilitar. Ante la arremetida de las FARC, gente de El Dorado organizó grupos de autodefensa y en menos de dos décadas asesinaron a tres alcaldes de El Castillo y otras decenas de simpatizantes de la UP y campesinos. La situación llegó a límites insostenibles. Estos dos municipios alcanzaron a registrar el índice de homicidios más elevado del Meta y uno de los más altos del país. En un año alcanzó a haber casi 300 muertes violentas, una cifra impresionante si se tiene en cuenta que la población de ambos municipios no supera los 25.000 habitantes.

"Gente en El Dorado decía: 'ese es de El Castillo, démosle dedo'. Y gente de El Castillo decía: 'ese es de El Dorado, aprovechemos", cuenta Henry Beltrán, quien como alcalde de Lejanías, otro municipio vecino, fue uno de los líderes del proceso de reconciliación, que esta semana es galardonado con el Premio Nacional de Paz, promovido por Fescol, SEMANA y otros medios de comunicación.

Henry Beltrán Díaz se convirtió por azar en alcalde de Lejanías, Meta, a los 42 años. En 1994, las Farc le secuestraron un hermano y pedían un millón de dólares para liberarlo. Beltrán tenía una finca a la que bajaba de vez en cuando a "comerse la gallinita", pero no tenía ni el dinero ni la intención de dejarse chantajear. Entonces se adentró en el monte y fue a donde los guerrilleros a pedirles una explicación. El comandante del bloque no tenía reportado ese secuestro y ordenó liberarlo al frente que lo tenía, tras 100 días de cautiverio.

"No era valentía, pero es que la gente no imagina de lo que uno es capaz cuando tiene algún familiar secuestrado", dice Beltrán. Valentía o necesidad, lo cierto es que la gente de Lejanías tomó nota de su gestión y lo eligió su alcalde unos años después.

Con ese logro en la mano, Henry decidió retomar un proceso de reconciliación nacido de la comunidad en 1992 pero que había fracasado menos de dos años después. En esa época, cuando la violencia ya tenía a la gente de la zona desesperada, unos líderes y alcaldes organizaron el Campeonato de Fútbol por la Reconciliación del Alto Ariari. Como buenos colombianos, la gente de esos municipios aceptó la invitación: una cosa es la guerra y otra, el fútbol. Durante los meses que duró el torneo, la gente de El Dorado bajó a El Castillo, y viceversa. Sin embargo, la guerrilla se tomó el municipio de Mesetas cuando se iba a jugar la final. El campeonato y la reconciliación se vieron truncados.

Beltrán, sin embargo, decidió intentarlo de nuevo. Apenas salió elegido en 1998 llamó a Euser Rondón para felicitarlo por su elección como alcalde de El Dorado. "Ese paraco no tiene cara de ser tan malo", dice Rondón, hoy de 34 años, haciendo alusión a lo que debió pensar Henry antes de llamarlo. Concertaron una reunión de integración en el municipio de Cubarral, que era neutral. Como esta funcionó se arriesgaron a convocar a la gente de ambos municipios enemigos en Medellín del Ariari. Era una apuesta riesgosa puesto que significaba meterse en el corazón de la guerrilla, a la tierra donde nació 'Romaña'. Pero hubo coleo, ternera a la llanera y organizaron unas caravanas en chiva por todos los municipios. Para muchos fue la primera vez que vieron con sus propios ojos a aquellos que en su imaginación encarnaban al mismo diablo. Tenían su misma cara y su mismo miedo. Eso los acercó.

El asesor de la Consejería de Paz del Meta, Gonzalo Agudelo, y el Comité Internacional de la Cruz Roja comenzaron a acompañar el proceso. Y la naturaleza les dio el empujón que necesitaban. El desbordamiento del río Ariari los perjudicó a todos por igual. "El sufrimiento por la catástrofe nos demostró la necesidad de unirnos más y creamos la Asociación de Municipios del Alto Ariari", dice Freddy Díaz, alcalde de El Dorado y otro de los promotores de esta iniciativa.

Desde 1998, los municipios de Lejanías, El Castillo, El Dorado, Guamal, Cubarral, San Martín y Fuente de Oro comenzaron a trabajar de la mano en proyectos regionales. Ecopetrol les aportó crudo para petrolizar la vía El Dorado-El Castillo, los municipios aportaron maquinaria y la gente puso la mano de obra. Así estos pueblos quedaron a 18 minutos de distancia, una hora y media más cerca que antes. "Pero más importante aún, la carretera que antes llamaban de la muerte por la cantidad de asesinatos se volvió símbolo de la reconciliación", dice Rondón.

El siguiente paso fue reactivar la Concentración de Desarrollo Rural del Ariari. Era un internado con capacidad para albergar 400 niños. Sin embargo, para 1998 sólo había 40 internos, dos niños por cada profesor que tenía el colegio. Los demás menores se alistaban en los grupos armados o se quedaban en la casa, atemorizados de cruzar la línea imaginaria y mortal. Los alcaldes y los líderes comunitarios se fueron, entonces, por las veredas para convencer a los padres de enviar a sus hijos a estudiar. Hoy 435 niños están estudiando, algunos de ellos ex combatientes de bandos contrarios. "Allí se está afianzando un verdadero clima de entendimiento", afirma Freddy Díaz.

Por último, el paso más difícil: convencer a los armados para que los dejaran en paz. Cada alcalde habló con el grupo de influencia en su municipio e hicieron un pacto de caballeros: ellos se la metían todo al desarrollo y a gobernar sin corrupción, y los armados disputaban su guerra entre armados, sin tocar a los civiles. "La transparencia administrativa les quita discurso a los armados, dice Díaz, cuyo padre fue asesinado por las Farc cuando él tenía 12 años. Ellos también se dan cuenta de que si no ayudan al progreso de la gente, no son nada".

Hoy las muertes violentas en esos municipios se han reducido a casi cero. Pero quizá más importante que eso es que cuando ocurren indignan a toda la población. Como dice Beltrán, "una muerte ya no les duele sólo a los familiares, le duele a toda la comunidad. Venga de donde venga".