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MEMORIA

Veinte narraciones del conflicto armado forman parte del desgarrador libro ‘El cielo no me abandona’

En un momento en que comienza a ser reconocida la importancia de la memoria para el proceso de paz, un grupo de 20 personas escribió su testimonio como víctimas del conflicto armado.

César Paredes
1 de agosto de 2007

La necesidad de conocer la verdad ha impulsado diferentes sectores sociales a expresar una narrativa del conflicto armado a través del arte o la escritura o lo simbólico. Este nuevo ambiente se da en un contexto donde la Ley de Justicia y Paz recoge testimonios de victimarios y provoca las reacciones de las víctimas. En general hay un clima nacional que exige el reconocimiento de las voces de personas antes no escuchadas.

Como parte de este proceso de reconstrucción de la memoria aparece el proyecto de talleres en los que quienes padecen la historia, la cuentan.

Viudas, secuestrados, perseguidos, huérfanos, madres y familiares de los que ya no están por culpa de la guerra, hicieron un esfuerzo por dejar constancia de su historia. En el libro que lleva por nombre El cielo no me abandona, se compilaron 20 narraciones del conflicto armado. “Hay algo catártico en la escritura. Definitivamente, se trata de exorcizar, de hablar sobre lo que nos ha pasado en Colombia. Cada día abrís el periódico y te encontrás con hechos que te derrumban, pero también encontrás gente en la calle que te levanta el ánimo”, dice el escritor Jorge Franco en el prólogo.

La idea original fue de la profesora y periodista Patricia Nieto, que preocupada por saber cómo las víctimas contarían una historia, formuló un proyecto que recibió el apoyo del Programa Víctimas del Conflicto Armado de la Secretaría de Gobierno de Medellín. A través del taller De su puño y letra, quienes se inscriben reciben clases de técnicas narrativas, y dejan su versión de lo ocurrido como testigos directos de una situación de conflicto.

Desde el año pasado las historias comenzaron a escribirse. La primera publicación se llamó Jamás olvidaré tu nombre, en esa ocasión los escritores fueron personas pertenecientes a la Comuna 8 de Medellín, una zona de habitantes de extracción popular. Sus historias “eran cortas, directas y más crudas”, señaló Nieto. Para esta segunda publicación se invitó a personas que en razón de su profesión fueron víctimas. Sus historias, debido a la formación son más extensas e interpretativas.

En el proceso hubo personas que no concluyeron su historia. Hubo otras que habiéndola terminado, tienen miedo a publicarla. Esto demuestra que pese a los avances que hay en materia de reconocimiento de la memoria todavía no es fácil hablar. No obstante, estas 20 personas dentro de las cuales está Jaime Jaramillo Panesso, miembro de la Comisión Facilitadora de Paz de Antioquia, o Martha Pérez, viuda de Gilberto Echeverri Mejía, decidieron asumir el riesgo de enfrentar el dolor y el miedo que produce la historia de las tragedias que les acaecieron.

Desde el dolor

“Los guerrilleros farazos indagan sobre la presencia del profesional agropecuario (…)
Entonces deciden fusilarlo en la misma orilla del carreteable”. Así escribe Jaime Jaramillo Panesso en, El fusilado, el momento en que su hijo le fue arrebatado por las balas del frente 47 de las Farc. Fue un “ajusticimiento” de un ingeniero que trabajaba con la población campesina en el municipio de la Unión, Antioquia. La guerrilla lo mató acusándolo de paramilitar. Su asesinato dejó marcada a su familia para siempre, al punto de que su mamá, tres meses después murió “de pena moral”, como contó Panesso. Pero esta parte de la historia no se atrevió a contarla. “Hasta ahí no más”, dice, debido a que el recuerdo todavía le causa dolor.

A pesar de que tiene una experiencia de 27 años como columnista y ha publicado varios libros, reconoce que esta historia es muy distinta. “Fue muy desgarrador recordar los detalles de su muerte, del entierro y los efectos que eso trajo”, comenta. No obstante, para Panesso, la memoria es muy importante: “es el reconocimiento del otro”. Por eso decidió contar la historia del fusilamiento de su hijo en el taller de escritura. Tenía una ventaja sobre el resto de sus compañeros en el arte de escribir, aún así leía los documentos que le daban como buen estudioso.

En El dos por dos Jorge Iván López y Silvia María Echeverri, una pareja de médicos, cuentan cómo los retuvo un grupo armado en el municipio del Dos en Urabá. Ellos cumplían una misión e iban en un carro de la Cruz Roja. Pero esto no valió de nada, fueron víctimas de agravios y por instantes pensaron que los iban a matar. “En el pensamiento de cada uno pasaron los retratos de nuestras vidas, de esas vidas puestas al servicio de los demás por mucho tiempo (…). Era como si en ese instante estuviéramos perdiendo todo”, escriben.

Historias como estas son las que se escribieron en El cielo no me abandona. Pero pese a lo doloroso, también están cargadas de esperanza. Eso se nota desde el título, que evoca el lugar ideal aquí, en la tierra, y se le debe a la historia de María Isabel Giraldo, que cuenta la historia del asesinato de su esposo. Ella recuerda los momentos y lugares que compartió con él y los equipara a un cielo, una metáfora, que permanece en su memoria.

Estas historias son documentos que servirán para la posteridad, para dialogar con las futuras generaciones sobre en qué está construida la identidad, para que las víctimas no queden en el olvido. Como dijo Silvia Echeverri: “porque todos tenemos un fin común y es seguir luchando en este país. Vale la pena”.