Nohora Morales Parga. | Foto: SEMANA

RELATO

El gozo de existir

La escritora y dibujante Nohora Morales escribió un libro sobre cómo un ictus le cambio la vida. Hoy que se celebra el día del accidente cerebrovascular Semana.com cuenta su historia

30 de octubre de 2016

Todo lo que Nohora Morales Parga recuerda del 12 de octubre del 2012 se lo contaron. Ese día, mientras comía en un restaurante en Madrid, España, con sus amigas sintió un dolor fuerte de cabeza, náuseas y de ahí en adelante “me desconecté”, dice. Cuatro días después, cuando despertó de un coma profundo, supo que había sufrido un accidente cerebro-vascular, que fue operada, que estuvo al borde de la muerte y que por eso su hermana estaba a su lado. Los médicos nunca creyeron que fuera a despertar. Esta experiencia la marcó para siempre de una manera positiva. Por eso, esta comunicadora social de la Universidad Javeriana, que hoy vive en la capital de España con su esposo y dos hijos, decidió escribir el libro El gozo de existir y contar su historia de crecimiento personal. Hoy, cuando se celebra el día del Accidente Cerebro-Vascular, una fecha para crear conciencia de esta enfermedad, Semana.com relata lo que Morales Parga aprendió de su experiencia.

Una cena evitó mi muerte

“Estaba comiendo con unas amigas y sentí náuseas. Dejé de comer y me desconecté. No tengo memoria de ese momento, sólo una especie de sueño premonitorio, reconstruido con lo que me cuentan mis amigas. Me veo en el baño y siento dolor de cabeza, siento que me quedo ciega y me da asfixia y creo que me voy a caer. Ellas me contaron que en efecto yo fui al baño y cuando regresé estaba pálida y con la cara desfigurada. Me llevé las manos a la cabeza y me desmayé. Estaba sufriendo un ictus, que significa un sangrado en el cerebro. También se conoce como derrame cerebral.

El médico me dijo que a la gente joven suele darle dolor de cabeza, convulsión o desmayos. Yo nunca tuve nada de eso. Lo único es que justo antes del ictus pasé por una época estresante en el trabajo, en donde sufrí acoso moral que me generó estrés y ansiedad. Finalmente me quedé sin el puesto y justo después vino el accidente cerebro-vascular.

Mis amigas llamaron una ambulancia que me llevó a Urgencias. Esa rapidez fue crucial porque la hemorragia inunda el cerebro y puede causar la muerte. Si no hubiera estado con ellas, me habría muerto. De hecho, así mueren muchas mujeres, porque están solas y se van a dormir en lugar de ir a consultar. Uno se puede morir muy rápido porque el cráneo está cerrado y esa sangre no tiene por donde salir, se acumula y hace presión y rompe las células cerebrales. Por eso puede también haber daño cerebral.

Fui directamente al quirófano y en la cirugía los médicos lograron controlar la hemorragia. Me pasaron a cuidados intensivos pero nadie esperaba que sobreviviera porque había perdido mucha sangre y me fallaban el corazón y los pulmones. Todo lo sé porque me lo contaron, pero tú estás muriendo y no te das cuenta. La gente que sufre es la que está viva: mi esposo y mis hijos, que en ese momento tenían 7 y 3 años. Al segundo día los médicos dijeron que tenía pocas posibilidades de vivir y por eso llamaron a mi hermana, que vive en Cajicá. Logró una visa especial y en tres días ya estaba conmigo.

La experiencia mística

Duré en coma tres días y cuando desperté no veía, y la luz y el sonido me dolían. Quería dormir porque estar despierta era doloroso. El primer recuerdo que tengo de ese momento es ver a mi hermana, algo que me dio felicidad, pero como no tenía memoria inmediata sino a largo plazo, no sabía por qué estaba ahí. Tenía el cráneo abierto para drenar el cerebro. La razón de mi hemorragia había sido una malformación congénita, algo distinto al aneurisma, que es un defecto en la vena por lo que esta se rompe.

Necesitaron llevarme de nuevo a cirugía para arreglar la malformación. Fue luego de la segunda cirugía cuando viví una experiencia mística. En un momento vino a verme un médico. Yo sólo veía en blanco y negro y con destellos, y cuando él entró sentí una energía que subía y me quedé dormida. Cuando desperté el estado era de total paz. Sentí que en el lugar donde estuvo el médico había un agujero negro y cuando lo atravesé fue como pasar una membrana donde todo se oía diferente, como si hubiera un cambio de presión. Apena lo pasé se me quitó el frío, el dolor y las sensaciones corporales. Me sentí como gas que se expande por el espacio. Me sentía en el cielo. Veía luces a lo lejos y la sensación era de libertad, bienestar, amor y éxtasis. Par mí fue una revelación.

Luego supe que esos estados no son imaginarios sino reales y lo demuestran los escáneres. La experiencia mística es un proceso biológico cerebral vinculado a los lóbulos parietales del cerebro. A mí me llenó de paz y alegría y por eso el libro se llama así, El goce de existir, porque me dejó un cosquilleo eléctrico por todo el cuerpo y recargada de energía. Le perdí el miedo a la muerte.

Recuperar la vida

Con el ictus volví a ser bebé: te ponen pañales, te dan de comer, se olvidan los reflejos y a duras penas respiras. Eso es lo más duro de la recuperación porque si ya eres hecha y derecha –yo tenía 37 años en ese momento–, es duro que te hagan todo. Pero me lo tomé con buen ánimo. Mi esposo y mi hermana me limpiaban, me cambiaban los pañales y me bañaban. En ese momento no me importaba porque el dolor es muy fuerte.

El proceso de recuperación depende del caso, el tiempo en detectar el ictus, el tiempo en que te atiendan y también el tiempo dedicado a la rehabilitación. Las secuelas son muchas. El ictus puede afectar el habla, hacer perder la comprensión y capacidad de aprendizaje. Otros pierden la capacidad de tragar y deben alimentarse con sondas hasta que se recuperen.

Pero ese no fue mi caso. Sólo se me afectaron la visión y el oído. Quedé con sonidos internos y vértigo y sólo tengo medio campo visual. Si veo al frente, no veo ni tu nariz ni la otra mitad de la cara. Tengo que ver en diagonal para hacer la imagen visual. Leer es muy difícil. He ido recuperando un poco la visión hacia los lados, pero la del centro no. El médico me dijo que ya no la iba a recuperar.

Llevo cuatro años de rehabilitación y pienso que ha sido un cambio de vida porque no vuelves a ser la misma. Al principio me sentía de 80 años, pero la gratitud y el amor a mis hijos me ayudaron a salir adelante. En el libro digo que me salvó el amor, porque no fui yo la que decidió quedarse sino algo más grande. Era una fuerza, una energía que lo une todo y en mi caso esa energía decidió que siguiera viviendo. Por eso quise compartir mi testimonio. Sobrevivir fue un regalo y cuando recuperé la memoria, 15 días después de la cirugía, pensé que era un regalo y lloré de alegría. Era una oportunidad enorme y eso ayudó a mi pronta recuperación.

Los cuatro valores

De mi experiencia aprendí a apreciar cuatro valores que fueron cruciales para mi recuperación. La gratitud es una, y eso significa valorar lo que tienes y eres ahora. La otra es el amor, entendido como sentimiento universal, algo más grande que el amor romántico y es el que se siente por los hijos, que es incondicional. El otro es la compasión, como forma suprema de amor; no es tener lástima sino ver la dignidad de la otra persona, o de ti mismo, a pesar de estar en mala situación y tenerle respeto, esté donde esté. La otra es el arte como terapia. El mayor aprendizaje es que estamos hechos para amarnos a nosotros mismos, y eso significa atreverme a ser lo que soy. Resulta que nosotras las mujeres muchas veces no somos lo que queremos sino lo que otros quieren que seamos. Ser lo que eres te lleva a florecer.

Todas las personas que me conocen me quieren más ahora, por eso el cambio fue para mejor, pero es una decisión y la mía fue florecer. Sigo aprendiendo a quererme a mi misma, que no es tan fácil porque somos duras con nosotras mismas. Pero me siento más feliz y mas viva que nunca.

La enfermedad es un mensaje de la vida para que cambiemos. Las dificultades son lecciones de las que podemos aprender. La gratitud nos ayuda a apreciar cada pequeña cosa de la vida y es una gran fuerza para salir adelante. Estamos aquí para amarnos a nosotros mismos. No somos un cuerpo, sino más que eso”.