PSICOLOGÍA

Así son los Peter Pan del siglo XXI

Los jóvenes de hoy están tardando mucho más en irse de la casa e independizarse de sus padres. Los expertos explican a qué se debe este fenómeno.

21 de enero de 2017

A la edad de Sebastián, 31 años, sus papás ya estaban casados y tenían vivienda propia. Pero las cosas para este diseñador industrial van a otro ritmo. Aunque trabaja hace más de cinco años, manifiesta que no tiene ningún afán de irse de su casa. “Quizás algún día me case y tenga hijos, pero no quiero pensar en eso aún”. Este joven forma parte de los Peter Pan del siglo XXI, millennials, nacidos entre 1980 y 1999, que se demoran en abandonar la casa materna y no quieren valerse por sí mismos, sino depender de sus padres. Viven en un limbo entre la adolescencia y la adultez.

El psicólogo Dan Kiley acuñó en los años ochenta la expresión síndrome de Peter Pan en su libro The Peter Pan Syndrome: Men Who Have Never Grown Up. Entonces explicó que ese fenómeno social y psicológico afectaba principalmente a quienes llegaban a la adultez y se quedaban estancados en el eterno hombre-niño. En Colombia también se conocieron como Bon Bril, la esponjilla para lavar platos que “si dura mucho, es Bon Bril”. “Aunque podía mantenerme solo era más cómodo estar con ellos para poder ahorrar y viajar”, dice un ex Peter Pan. Pero eso no significaba que no maduraran en otros aspectos. Tenían buenos trabajos, novias, vida social plena y usaban la casa de sus padres como un hotel de cinco estrellas.

Pero el síndrome de Peter Pan actual, la versión 2.0, tiene otras aristas. No solo quieren seguir disfrutando de las ventajas económicas de vivir con sus padres, sino que están postergando asumir responsabilidades importantes como un trabajo estable o una relación romántica. Margarita, por ejemplo, a sus 27 años, no ha tenido novio ni trabajo estable y cuando tiene ofertas para salir con alguien prefiere irse con sus padres a jugar tenis o a comer. Luisa, otra profesional con una amplia educación académica, ha tenido puestos de poco nivel y cuando logra ahorrar un monto suficiente lo deja para irse a viajar.

Los expertos los describen como personas un poco más inmaduras e incluso infantiles en ciertos aspectos, que los Peter Pan de generaciones anteriores. “Tienen una inteligencia emocional muy frágil por la manera como los educaron, y necesitan acompañamiento para todo. Ese es en parte el choque generacional en las empresas porque están esperando el modelo de ayudarlos a triunfar de la casa y el colegio y al no recibirlo les queda una sensación de desamparo”, dice Ana Sarmiento, experta en esta generación. Esto hace que busquen el refugio en sus padres, lo cual tiene efectos deletéreos. A Mario, de 32 años, algunas mujeres con las que ha salido lo han rechazado porque no es independiente. “Cuando uno va en plan de conquista o en cualquier reunión social de amigos o familiares siempre te preguntan por qué no vives solo y resulta muy incómodo. Pero a mí no me importa”.

Un estudio reciente publicado por el Centro de Investigaciones Pew, en Estados Unidos, mostró que el 32,1 por ciento de los millennials viven con sus papás, una cifra nunca antes registrada en ese país. En Europa se habla también de que al menos un cuarto de la población en este rango de edad vive en su casa materna. Si bien es cierto que en países como Colombia culturalmente los hijos tardan más en independizarse, el fenómeno es muy frecuente. El problema es que hoy en día la adultez retrasada se está postergando, para darle paso a un estilo de vida en el cual todo aquello que se asocia con crecer queda en lista de espera.

Liz Emerson, cofundadora del laboratorio de pensamiento Fundación Intergeneracional, en Reino Unido, afirma que estas personas están cambiando los parámetros de la madurez. “El lema que decía estudia, consigue trabajo, cómprate una casa y construye una familia desapareció para siempre. Hay que repensar lo que significa hoy en día madurar y salir adelante en la vida”. Son protagonistas de una “revolución silenciosa que está redefiniendo lo que significa ser un joven adulto”, dice el psiquiatra Keith Albow.

Algunos expertos llaman a ese limbo en el que viven estos jóvenes como la adultez emergente o la preadultez, una etapa en la que no parecen tener prisa por hacerse mayores y lo inmediato es lo más preciado para ellos en lo afectivo, lo laboral y lo familiar. “Desean disfrutar, pasarla bien, no sufrir, no tener que prever y asegurar todo. En este contexto permanecer en casa es una buena opción”, señaló a SEMANA María Elena López, psicóloga de familia.

Este fenómeno obedece a varios factores, entre ellos el alto costo de vida, la incertidumbre laboral y los sueldos bajos. “Además quieren vivir varias experiencias antes de amarrarse a un compromiso que les impida cumplir sus sueños”, dice Sarmiento. Pero según el estudio del Centro Pew, el factor que más contribuye a quedarse en casa es posponer o evitar el matrimonio. Muchos le huyen a los compromisos y prefieren tener pareja, pero sin asumir el papel de ser cabeza de familia.

Para Ablow, gran parte del síndrome tiene que ver con la sobreprotección de los padres. “Estos niños perpetuos crecieron en un entorno en el que sus padres los premiaron solo por participar (no por ganar) y los sobreprotegieron de los peligros del mundo”. Hacerlos felices era obligatorio y eso se tradujo en darles todo lo que necesitaran para facilitarles la vida. “Es un tipo de educación complaciente que incluye la libertad de quedarse en casa hasta cuando ellos deseen”, afirma López. Sus padres solucionaron todos sus problemas e ignoraron que parte de la crianza es ayudarlos a “fortalecer sus alas para romper el capullo. Pero hoy son mariposas a las que sus padres les abrieron el capullo porque no querían verlos lidiar con problemas y sus alas no están preparadas para volar”, dice Sarmiento.

El hecho de que sean nativos digitales, hayan vivido el auge de las redes sociales y sean sus usuarios más activos también influye. En opinión de los expertos se aprovechan de la tranquilidad que les da vivir imbuidos en un mundo virtual que los hace alejarse del real. Como consecuencia, independizarse y navegar esa realidad no es una de sus prioridades. Y no solo se quedan a vivir en la casa de sus papás, sino que “no les importa ocupar la misma cama que tienen desde que cursaban kinder. Se sienten especiales y atractivos por tomarse un montón de selfis, compartirlas en su redes sociales y conseguir pareja por Tinder”, añade Ablow.

No en vano los millennials han sido descritos por los especialistas como una generación narcisista, reacia a las críticas y a aceptar opiniones distintas a las suyas. No asumir responsabilidades ni tomar decisiones trascendentales en sus vidas es otro de sus mantras. Para ellos la independencia es sinónimo de estar libres de ataduras y compromisos y por ningún motivo quieren salir de esa zona de confort.

Pero ojo. El caso de los Peter Pan puede convertirse en un síndrome clínico que amerite la intervención de un especialista. Lo riesgoso, según López, cuando una persona “nada que despega” es que a medida que pasa el tiempo disminuyen muchas posibilidades y puede aparecer una sensación de vacío y falta de propósito en la vida que puede llevar a cuadros de ansiedad y depresión. O a que los papás tengan que tomar cartas en el asunto, como el caso de Martha, madre de dos, cuyo hijo mayor nunca migró. Más bien ella decidió marcharse del hogar en un intento desesperado para que él, que ya bordeaba los 40, asumiera las riendas de su vida.

Aunque no puede generalizarse, según Ablow, vivir en esa burbuja dentro de la cual están sus padres los hace mucho más propensos a deprimirse y tener problemas de autoestima. Lo ideal es que los papás aprendan a no sobreproteger tanto a sus hijos, y los ayuden a ser libres y autónomos. El primer paso para lograrlo es dejar de consentirlos y, en caso de que vivan con ellos, exigirles que asuman más responsabilidades en el hogar y empezar a mostrarles sutilmente la puerta de salida.