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El bullying a Brasil

En principio parecía una oportunidad única para mostrar su mejor cara, pero hoy Brasil pasa sus días en completo caos.

Silvia Parra, Silvia Parra
15 de junio de 2014

Como si no fuera suficiente tener que lidiar con los actos violentos que se viven en las calles de Sao Paulo, las constantes huelgas de trabajadores inconformes por sus salarios, la creciente lluvia de críticas por el excesivo gasto en la preparación de la Copa Mundo, las vidas humanas perdidas en la construcción de los estadios, las fricciones con los dirigentes de la FIFA, los intereses reelecionistas de Dilma Rouseff, los insultos y las burlas de los twiteros por la “pobre” inauguración, a esto súmele el abucheo de los fanáticos de Croacia que catalogan como “vendidos” a los árbitros en el juego inaugural; a Brasil, además, le toca llevar a cuestas complejos problemas sociales y económicos que justo hoy vienen a amplificarse cuando el mundo entero tiene sus ojos puestos sobre el país Carioca.

Era la oportunidad perfecta, ¿cómo dejarla pasar? Si en un mismo lugar y en una fecha establecida se aglomerarían miles de personas de todos el planeta, los medios de comunicación más reconocidos estarían con sus radares alerta, se reunirían las máximas autoridades de la esfera política, estarían empresarios que sólo se habían visto en revistas o televisión y llegarían en sus yates las más destacadas celebridades del Jet Set internacional. Todos en un mismo escenario, al son del tambor estarían alzando sus copas de caipiriña, bailando y cantando durante 30 días las alegrías y tristezas que les depare la fiesta mundialista.

Mientras tanto, fuera del parámetro de la juerga del fútbol, se vive y se respira otro ambiente más espeso, las voces desalentadoras de millones de brasileros que han decidido sacar su coraje y armarse de valor para hacer de este evento la coyuntura perfecta para hacer visible lo invisible, el descontendo social.

A pesar de que Brasil está muy por encima de otros países de la región en materias económica y social, su talón de Aquiles, según la UNESCO, es la educación, que está por debajo del promedio de América Latina en atención preeescolar, en primaria y en secundaria, y muy parecida está la calidad de su salud pública, con la cual millones de brasileros están bastante inconformes y por consiguiente, indignados debido a los más de 11.000 millones de dólares extraídos del tesoro público para la organización de un evento que ellos tildan como “innecesario” cuando la economía presenta una desaceleración y el presupuesto para las políticas públicas de salud, el sistema escolar, la seguridad y el transporte se ha hecho insuficiente.

Al parecer, después de tanta inversión, en tiempo, dinero, energía y dolores de cabeza, nadie quedará contento. El 72 % de los brasileros muestran frustración general por la realización de la Copa Mundial del Fútbol en casa, según la encuesta realizada por el Pew Research Center; Dilma Rouseff, quien alcanzó a vislumbrar la Copa Mundial como una oportunidad perfecta para sus planes reelecionistas y tener un reconocimiento internacional, se hizo un autogol, como se ve reflejado en las encuestas, tampoco tuvo el honor de llevar a cabo la bienvenida oficial a lo que sería el evento más importante y costoso en la historia de Brasil. Acertó en su decisión de guardar silencio y evitar el bochornoso momento de impopularidad que quedaría registrado en la historia, en vísperas de las elecciones.

 
Se irá la FIFA con el sabor amargo en la boca y la convicción de que simplemente Brasil “nunca debió ser”. Se irán los turistas y con ellos, la parranda y su alegría.

De la gran inversión realizada, al país de la batucada y la samba sólo le quedará el recuerdo de haber sido sede de otro encuentro mundial de fútbol. Y como la gran mayoría de estos “súper megaeventos deportivos” al país anfitrión no le generará ningún impacto económico positivo, salvo el dinero recogido por el sector turístico y la boletería. Tras siete años de preparación, al pobre Brasil le quedará, aparte del cansancio extremo, el aburrimiento y los señalamientos, una casa “patas arriba”, una deuda a pagar durante largos años, una familia descompuesta y, lo más triste, unos hijos expuestos a un futuro aún más incierto. Con menos recursos para el pan, la escuela, el pasaje, el médico, la seguridad y el bienestar.

Twitter: @Silvia_parra