OPINIÓN ONLINE

"Trump y Colombia"

Trump tomó por sorpresa a muchas personas, pero fue especialmente sorpresiva por fuera de los EE. UU., pues internamente Trump se hizo eco de lo que el estadounidense promedio quería escuchar.

Ramsés Vargas Lamadrid, Ramsés Vargas Lamadrid
16 de noviembre de 2016

Como tuvimos ocasión de analizar desde este espacio, los debates previos a la elección presidencial en los Estados Unidos de América (EE. UU.) estuvieron matizados por fuertes cuestionamientos entre los candidatos, por una dinámica de dos figuras atípicas para la política norteamericana, (una mujer y un “outsider”), y la situación que tiene reflexionando a los partidos demócrata y republicano, en relación con la campaña que termina, en donde compitieron dos candidatos muy divididos e impopulares en sus propias huestes.

En este contexto, la elección de Trump tomó por sorpresa a muchas personas, pero fue especialmente sorpresiva por fuera de los EE. UU., pues internamente Trump se hizo eco de lo que el estadounidense promedio quería escuchar, pero sobre todo, lo que el estadounidense trabajador de clase media admira: el éxito económico.

A pesar de los muchos análisis que se escuchaban, se perdió de vista el hecho de que el votante americano añora la promesa del “sueño americano” de la posguerra y del boom de la década de los setenta. El eslogan de Trump de “Let´s Make America Great Again” no daba pistas de cómo sería la “grandiosa América” que prometía a sus electores, pero supo posicionarse en los estados conservadores, pero sobretodo, de clase media trabajadora, aquellos que añoraban la transición del “Blue collar” al “White collar”.

Las propuestas de Trump no fueron menos que polémicas, se le acusó siempre de no ofrecer soluciones concretas o de no tener planes específicos, incluso, que el mensaje que buscaba esparcir carecía de un receptor definido: el trabajador, el cristiano, el estadunidense blanco, inter alía.

Sorprendente como haya sido, Trump ganó y dejó en claro que EE. UU. no es un país simplemente de grandes urbes, paradójico siendo el mismo de Nueva York, sino que el voto rural y del trabajador estadunidense lo catapultó en las elecciones.

Adicionalmente quedó claro que el “neopopulismo” del que se acusa a Trump tiene su recibo en gran parte del electorado, una “América para los americanos”, la promesa de una “América” industrial, cristiana, boyante” y que reedita el marchitado sueño americano de los setenta en pleno Siglo XXI.

Todos estos factores, asociados al hecho de que el elector admira la franqueza (aunque sea ramplona) y el hablar directo de Trump, así como el hecho de que venga del mundo de los negocios y allá sido exitoso económicamente, en sí mismo recoge el anhelo americano que desprecia a los candidatos “educados”, y que no tienen más credenciales que una larga vida pública o académica.

A más de lo anterior, Trump supo dinamizar estas agendas con sus arriesgadas propuestas económicas, las que, solo hasta mediados de enero de 2017 veremos cómo se cristalizan, por ahora sus líneas generales dan cuenta de un aumento del proteccionismo comercial, lo que afectaría los tratados de libre comercio, y los compromisos adquiridos en el marco de la Organización Mundial del Comercio.

Una eventual “guerra económica” con China luchando por la relocalización de fábricas, empleos y oferta de productos, y una arriesgada apuesta tributaria disminuyendo los impuestos corporativos del 35% al 15%.

Por ahora todo esto se ubica en el terreno de lo posible, la nominación de su Secretario del Tesoro será fundamental para vaticinar cuales serían los efectos reales de un programa económico que afectaría a socios comerciales como México (que exporta el 80% de sus productos a EE. UU.), y China, principal receptor de las fábricas y trabajos deslocalizados.

Otra cara de la moneda estará representada por una agenda más pragmática que abogue por el dogmatismo económico republicano, en donde si bien no se dé un proteccionismo exacerbado, por lo menos no suponga pasos mayores de apertura, negociación de tratados comerciales, o flexibilización de políticas arancelarias y económicas.

En este sentido se optará por la clásica inversión en seguridad y defensa, la reducción de aportes a la seguridad social, y, posiblemente, la reducción de programas de asistencia médica como el famoso OBAMACARE de su antecesor.

El Banco de la Reserva Federal (FED) de los EE. UU. jugará un papel determinante en la construcción de una agenda económica que permita al país continuar por una senda de crecimiento, sin que se llegue a extremos como el cierre de fronteras, de mercados, la denuncia de tratados, así como otras políticas que afectan un país con una alta deuda pública y una dependencia económica de otros actores que no se puede cortar de tajo.

Colombia, cuyo principal socio comercial son los EE. UU., deberá tomar atenta nota de estas situaciones para no verse afectada más allá de la agenda obvia de las relaciones bilaterales en materia de seguridad y defensa, y del Nuevo Acuerdo de Paz que ocupa todos los titulares recientes.